domingo, diciembre 18, 2011

El trip de Ligia María Orellana

María Tenorio

Ligia María Orellana juega cuando hace literatura: sus textos son frescos, vivaces, espontáneos. Divierten y hacen esbozar más de una sonrisa cómplice. Tuve a mi cargo la selección y corrección de los textos que conforman el libro Indeleble, cuarto volumen de la Colección Revuelta, que se presenta este mes de diciembre y que reúne 14 piezas narrativas de la joven escritora salvadoreña nacida en 1985. Me la pasé muy bien en las labores editoriales. Permítanme que les cuente sobre qué va este título.

El libro está compuesto por dos tipos de materiales narrativos: los tripin, relatos ilustrados que  capturan eventos contemporáneos de San Salvador, y los cuentos, típicos exponentes de la narrativa breve. En unos y en otros, Ligia María hace gala de un sentido del humor ácido, de una fina sensibilidad para observar la realidad y, además, de libertad lúdica para crear.

Los tripin, el elemento novedoso de este libro, son una suerte de estampas posmodernas donde imagen y texto no pueden separarse. Los seis reunidos en este volumen retratan un partido de la selección nacional de fútbol, una visita al zoológico, un concierto metalero, un apagón dominical, un congreso de payasos y un sismo.

Todos ellos parodian el lenguaje y la mirada periodística sobre cada acontecimiento: la palabra escrita y las ilustraciones --muñecos de palitos realizados digitalmente con el programa Paint-- dan forma a “reportajes” que captan distintos aspectos de la salvadoreñidad con perspicaz sentido crítico. “Las mujeres bellas dijeron presente en las gradas; las mujeres no tan bellas dijeron presente en la reventa”, dice el Tripin “Versión selecta”, en clara alusión a las diferencias estéticas entre clases sociales.

Además de estar hechos para ser leídos en silencio y consumidos como literatura, también se prestan para ser “narrados” a viva voz. “Esta vez nuestro afligido lente fue enviado a recorrer las calles, tras un intenso movimiento telúrico” (“Versión 6.1 en la escala de Richter"). De más está decirles que les recomiendo los tripin: una vez lean el primero querrán saber de qué va el segundo y así sucesivamente.

Los cuentos, por su parte, son también altamente disfrutables aunque de mayor densidad y por lo mismo de más lenta lectura que los tripin. Los ocho reunidos en este título nos conducen a espacios y tiempos diversos de la mano de personajes extraños pero familiares.

Me gustan particularmente “Sublimación” y “Harvey P. va por Aminah hasta África”. El primero tiene una cualidad muy apreciada: la redondez del relato, es decir, el inicio y el final están perfectamente amarrados, mientras que el cuento transcurre con todos sus detalles entre estos dos cabos. “Harvey P.” exhibe otra peculiaridad narrativa que resulta muy efectiva en este caso: el uso del cuento dentro del cuento. Así, la aventura de Harvey P. se desata luego de leer una noticia sobre una mujer africana, citada en su totalidad, en la revista internacional El Escarabajo Excursionista.

Para terminar, Ligia María Orellana, sicóloga graduada en la UCA, se mantiene muy activa publicando materiales propios en la web. Su webcómic Simeonístico nos ofrece cuadros sobre el comportamiento humano donde podemos deleitarnos con la ironía que caracteriza a la autora. Su blog Qué joder comenta noticias, artículos o eventos diversos de la realidad salvadoreña o de la realidad virtual con una prosa extensa pero siempre fresca.

miércoles, diciembre 07, 2011

El Bicentenario en Marte


Miguel Huezo Mixco

Se apagaron los fuegos de la celebración del bicentenario. Las estereotipadas imágenes de los héroes de la protesta del 5 de noviembre de 1811 han sido sustituidas por los motivos navideños y los carteles de la inminente campaña electoral. Fue una celebración con mucho ruido y pocas nueces. Sin embargo, una actividad muy destacada, y poco conocida, es la exposición “San Salvador, escenario de la insurrección”, que el Museo de Arte de El Salvador (MARTE) preparó para la ocasión. Hay que ir a verla. Provoca la reflexión.

La muestra sugiere cómo pudo ser el ambiente en el que se produjo el levantamiento de 1811 en San Salvador. A través de la reproducción en gran formato de mapas y fotografías, usando vídeos y objetos de la época, el visitante se ve transportado hacia lo que pudo ser la vida de los habitantes de aquella ciudad.

Con un poco de imaginación, uno puede sentirse caminando en medio de aquellas callejuelas polvorientas, gracias a un recorrido virtual producido por el artista Ricardo Miranda.

Cuando el visitante se enfrenta con el plano de San Salvador de principios del siglo XIX superpuesto en el plano actual, es fácil imaginarse que el marco del llamado “Primer grito” (un nombre prestado del mexicano “Grito de Dolores”) fue una pequeñísima ciudad de provincia construida a los pies del volcán.

Luego, una vez se contempla el espacio ocupado por El Salvador dentro del plano del Virreinato de Nueva España, uno de cuyos territorios fue la Capitanía General de Guatemala, es inevitable pensar cuán audaz y loca fue la idea de desgajar un territorio tan pequeño de una unidad territorial tan vasta y rica.

Mientras recorría la exposición del MARTE he pensado que aquella pendencia, la protagonizada por Delgado y compañía, abrió la puerta para que El Salvador ingresara al mundo por la puerta chiquita, en una clara condición de desventaja económica y social. “Pueblo pequeño, infierno grande”. Esto no lo digo únicamente yo, sino también --solo que en voz baja-- algunos de nuestros historiadores más distinguidos. Esa es nuestra historia. En cualquier caso, la historia de la formación de los países es siempre una historia loca. Algunos han tenido la suerte de tener líderes lúcidos y visionarios. A los demás nos toca el coraje.

La muestra ocupa 400 metros cuadrados y a cada paso nos encontramos con vestigios de nuestro pasado. La calidad de la exposición se debe al esmerado trabajo museográfico que tiene a la base una bien pensada acción conjunta entre la Academia de Historia y el Museo de Arte de El Salvador. El equipo formado por Pedro Escalante Arce, Alejandra Erquicia, Rafael Alas y Roberto Galicia (director del museo) contó con el apoyo de seis colecciones privadas que facilitaron objetos de altísimo valor histórico.

Entre las piezas más destacadas se encuentra una colección de cinco mapas, verdaderas joyas de las artes gráficas, producidos entre 1700 y 1816, conservados en perfecto estado. Uno de los objetos emblemáticos, facilitado por la Universidad Centroamericana (UCA) es un refinado crucifijo obsequiado al joven José Matías Delgado por sus padres con ocasión de su ordenamiento sacerdotal. Hasta donde yo sé, esta pieza nunca antes había sido exhibida al público. Pueden mirarse instrumentos de trabajo, muebles de madera de la época y utensilios de plata.

No podían faltar dos armas usadas por el Gral. Manuel José Arce, puestas al lado de algunas piezas de la fina vajilla de porcelana que usó el caudillo para las galas oficiales, y en donde puede apreciarse el escudo de los Estados Unidos de Centro América, una de las muchas intentonas de armar el rompecabezas que, a doscientos años de distancia, sigue sin solución.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de diciembre de 2011)

Foto: Frederick Meza

miércoles, noviembre 09, 2011

El infierno de Krisma

Los poetas constituyen una comunidad del pasado. Sus rituales de creación se vienen repitiendo con pocas variaciones a lo largo de los siglos. Ininteligible, incomprensible e inútil son palabras que suelen encontrarse en el vocabulario de quienes miran las construcciones poéticas con extrañeza. Pero como los perros, capaces de anticipar con ladridos una inminente calamidad, el poeta es uno de los primeros en captar los desgarramientos que se producen en el espíritu de una época.

El poeta, contra lo que dicta una parte de esa extravagante comunidad, ni es un pequeño Dios ni un Elegido. Esas son puras fanfarronadas. Su oficio en realidad es modesto. Hölderlin llamó a la poesía "la más inocente de todas las ocupaciones". Su reino --o su república, si se prefiere-- es el lenguaje. El poeta no es sino un “mono gramático”. Como dijo Octavio Paz: su amor “a la vida obliga a desertar la vida; su amor al lenguaje lo lleva al desprecio de las palabras; su amor al juego conduce a pisotear las reglas, a inventar otras, a jugarse la vida en una palabra”.

En ese ejercicio milenario está empeñada una legión de nuevos poetas nacidos entre 1970 y 1980. Algunos de ellos están reunidos en “Las otras voces” (DPI, 2011), un libro que he leído con agrado y una renovada sorpresa. Lya Ayala, Roxana Méndez, Claudia Meyer, Krisma Mancía, Lauri García Dueñas, Róger Guzmán, Laura Zavaleta, Rebeca Henríquez y Vladimir Amaya constituyen ese apretado pelotón de perros que nos informa sobre la irrupción de un nuevo tiempo. O, mejor, como lo dice Guzmán, de que ya no hay tiempo. Que la era de las certezas tocó a su fin, que ahora es el turno de los confundidos.

Como conjunto, “Las otras voces” constituye una muestra del clamor de nuestros poetas más tiernos, y de la determinación y disciplina con la que asumen la más modesta de las ocupaciones sobre la Tierra.

Aunque me resulta impensable concebir que alguno de ellos se afinque en alguna tradición nacional, me tomaré el atrevimiento de especular que estos nueve poetas están tan cerca de Alfonso Kijadurías como de Roque Dalton. Lo mejor de nuestros dos poetas-símbolo reverbera en esas nueve nuevas voces.

Entre todas quiero destacar, esta vez, los poemas de Krisma Mancía, cuya trayectoria he seguido desde que publiqué su primer libro “La era del llanto”, en 2004, cuando ya se revelaba como una prometedora escritora.

Desde entonces para acá la poesía de Krisma ha seguido evolucionando. Acaba de cumplir los 30 años. Si los dones existen, Krisma fue beneficiada con el de la poesía. Sus poemas revelan los diferentes registros que ha alcanzado su voz. Va, como sin esfuerzo, de la euforia al llanto, de la sombra a la luz, de la confidencia a la declamación. Parece escarbar con morbo y sensualidad en una herida que no sabe bien por donde le sangra y duele.

Su poema “Ofelia se levanta con la música de las máquinas”, es parte de un poema mayor, “Viaje al imperio de las ventanas cerradas”, publicado en Barcelona (2006), basado en el pasaje de “Hamlet”, cuando Ofelia, enloquecida, canta antes de morir ahogada. La locura de Ofelia dialoga, a su vez, con otro personaje cardinal en la poética de Krisma: Alejandra Pizarnik, la suicida, maestra de la poesía como revelación de la experiencia propia.

Es el infierno, quizás, la palabra más frecuente en la obra poética, publicada e inédita, de Krisma Mancía. Infierno de imágenes, de dudas. Es la fruta podrida que rodea nuestro jardín. Y que está presente, como ella dice, hasta “en la mejor sonrisa”.

Publicado en La Prensa Gráfica, 10 de noviembre de 2011

jueves, octubre 27, 2011

Entre aludes y taludes

María Tenorio













Hace pocos días los salvadoreños vivimos una especie de diluvio. Nos llovió sin parar por nueve días y nueve noches, del 11 al 19 de octubre, debido a la depresión tropical denominada 12E. En esa coyuntura, los medios de comunicación y los ciudadanos intentamos atrapar y expresar con palabras los detalles del fenómeno. Dos de las que se pusieron de moda durante el temporal fueron  “alud” y “talud”.

Su semejanza en cuanto a la grafía, el sonido y el género masculino se desvanece totalmente cuando se ven su origen y su significado. “Alud” es un vocablo de origen prerromano con el que nos referimos a un derrumbamiento de nieve o de tierra. Es sinónimo de “avalancha”. Como dice el Diccionario de la Real Academia, alud es una “masa grande de una materia que se desprende por una vertiente, precipitándose por ella”. Así, tenemos el titular de un periódico del 17 de octubre recién pasado que decía “La Paz: Alud de tierra destruye seis viviendas, no se reportan víctimas”.

“Talud”, por su parte, procede de la lengua francesa y signfica, según el mismo diccionario, “inclinación del paramento de un muro o de un terreno” o, como explica Wikipedia, “un talud es una zona plana inclinada”. Algunas de nuestras carreteras abundan en taludes, pues fueron construidas rompiendo cerros; los cortes verticales de tierra y piedras, ligeramente inclinados, son los taludes. Por ejemplo, una noticia del 17 de octubre explicaba que se había ordenado la evacuación de la colonia Cima III “luego que ayer cediera un talud debido a las fuertes lluvias registradas en la capital”.

En esos nueve días, el agua llovida sobrepasó, con creces, los promedios de lluvia correspondientes a los meses de octubre de años anteriores. El líquido vital, derramado con tanta profusión desde los cielos, se convirtió en una fuerza destructiva que arrastró personas y animales por ríos y quebradas desbordados, derribó árboles, tiró puentes, hundió trozos de carretera, hizo desaparecer casas enteras, creó inéditas cascadas, anegó tierras cultivadas, pudrió cosechas. En suma, alteró la topografía nacional con graves consecuencias humanas.

Un temporal de esa magnitud, no registrado antes en nuestra historia escrita, se entiende como parte de un fenómeno que también es expresión de moda: el “cambio climático”. Fuimos partícipes --en incluso víctimas-- de dicha transformación que, en buena medida, se debe a las emisiones de dióxido de carbono producidas desde los países industrializados. No solo somos importadores de artículos fabricados por industrias que contaminan la atmósfera; también padecemos los efectos de la producción de los mismos.

Seis días después de iniciado el súpertemporal, la Asamblea Legislativa decretó estado de calamidad pública y desastre en todo el país. Los titulares de los periódicos, los noticieros de la radio y televisión usaban, además, las palabras “catástrofe” y “tragedia”. Los 32 muertos que dejaron las lluvias, los miles de damnificados, y la destrucción de infraestructura merecen esos y otros vocablos pertenecientes al mismo campo semántico, como se diría en Lingüística. En definitiva se trató de una “calamidad”, es decir, de una “desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas”. También fue un “desastre” o “desgracia grande, suceso infeliz y lamentable”.

Su categoría de “catástrofe” es, asimismo, incuestionable: “suceso infausto que altera gravemente el orden regular de las cosas”. Solo pensemos que durante esos días el Ministerio de Educación suspendió clases “hasta nuevo aviso”, alterando la rutina nacional. Y, por último, las lluvias nos pusieron tristes, con pesar por todas las desgracias, y por no ver el sol y el cielo azul, de ahí que también sea adecuado emplear la palabra “tragedia”: “suceso de la vida real capaz de suscitar emociones trágicas”. Como vemos, disponemos de muchas formas de aludir al fenómeno y valorarlo, aunque cada una de ellas tiene distinto matiz.

“Severina”, de Rodrigo Rey Rosa


Miguel Huezo Mixco

La novela “Severina” (Alfaguara, 2011), de Rodrigo Rey Rosa, trata sobre dos grandes pasiones: el amor y los libros. Indaga también en un conocido conflicto: el que se produce entre el engaño y el perdón. Esta narración consagra al guatemalteco como un maestro en las formas breves.

Con esta obra Rey Rosa se aleja de ese realismo crudo, extendido por toda Latinoamérica, que tiene como temáticas favoritas el narcotráfico y la violencia. “Severina”, además, es una pieza que vuelve merecidas las adulaciones que han expresado numerosos críticos y escritores sobre el estilo elegante y eficaz de Rodrigo.

El centro de la novela es una pequeña librería ubicada en el sótano de un centro comercial. La tienda está a cargo de un librero con veleidades literarias, que alienta tertulias y arriesga su dinero importando pequeñas y bien cuidadas joyas bibliográficas. Un buen día aparece una clienta desconocida. Viste botas y una blusa blanca de algodón. Es atractiva y enigmática. El librero no tarda en darse cuenta de que es una ladrona. Luego sabremos que también es una verdadera maestra en las artes del engaño.

La ladrona de libros provoca en el solitario librero una repentina pasión. Un día la sorprende en flagrancia y la enfrenta. Ella intenta escapar. El encuentro tiene toda la intensidad de una conquista.

La literatura, ha dicho Borges, no es otra cosa que un sueño dirigido, y “Severina” parece hecha con el material de un sueño. La narración nos empuja por una serie de acontecimientos enigmáticos, como la naturaleza del hombre con quien ella vive, Otto Blanco, un anciano que alternativamente es su abuelo, su padre, su amante, pero que en realidad parece otra víctima de los encantos de aquella mujer.

Los libros constituyen el núcleo en torno al que giran la historia y los personajes. En la historia hay libros por doquier. El esperable encuentro sexual del librero y Ana Severina (ese es el nombre de la ladrona) se produce, desde luego, entre torres de libros. Libros del ermitaño Kenko y de Laoust, el orientalista; y novelas del irreverente Barón Corvo y del humorista Jardiel Poncela. Las vidas de Ana Severina, Otto Blanco y el librero enamorado están uncidas a los libros.

Otto Blanco, el increíble abuelo, no solo es un lector irredento, también vive del tráfico ilegal de libros: “Subsistimos sólo gracias a los libros”, confiesa. El triángulo formado por Ana Severina, el librero y Otto Blanco constituye una suerte de fraternidad donde se mezclan la bibliofilia, el sexo y el engaño.

Rodrigo Rey Rosa (1958) es autor de más de una docena de narraciones y novelas. En Guatemala comenzó estudios de medicina, que abandonó en 1980 para correr mundo. Realizó estudios cinematográficos en Nueva York. En 1984, un corto viaje Marruecos al taller literario de Paul Bowles cambió su vida. A partir de aquel encuentro se volcó de lleno a la literatura y a la traducción. Desde entonces, el nombre de Bowles lo persigue como una sombra donde quiera que vaya. Rey Rosa ha hecho también una película, Lo que soñó Sebastián, filmada en la selva del Petén, que fue estrenada en el Festival de Cine de Sundance.

En 2004 fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias”. Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, holandés, italiano y japonés. Su novela breve “El cojo bueno” fue publicada en San Salvador por la colección Ficciones de la DPI, en 2001.

Rey Rosa ocupa destacado lugar en la literatura latinoamericana de nuestros días. Presentará “Severina” este jueves 27 de octubre en el Centro Cultural de España (CCESV).


(Publicado en La Prensa Gráfica, 27 de octubre de 2011) 

Imagen: Rodrigo Rey Rosa

jueves, octubre 13, 2011

Y Charlie Byrd tocó...

Miguel Huezo Mixco

Una vez Charlie Byrd aterrizó en El Salvador. Fue un 4 de noviembre hace treinta y cinco años. Su disco “Jazz samba” (1962), realizado con Stan Getz, había renovado la escena del jazz en Estados Unidos. Cuando llegó a El Salvador estaba en su momento de gloria. Para su sorpresa, a la entrada del Teatro Presidente, donde iba a presentarse, se encontró con una protesta pacífica de un grupo de artistas salvadoreños.


Aquella olvidada protesta no tenía ninguna relación con los movimientos sociales protagonizados por el Bloque Popular Revolucionario (BPR) o el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU). La verdad, las reivindicaciones de los artistas no han estado en la mira ni de los revolucionarios ni de los conservadores.

Entre quienes llegaron aquella noche al Teatro Presidente portando pancartas estaban algunos miembros de la crema y nata de la música popular salvadoreña: los músicos Paco Palaviccini y Lito Barrientos, el actor Eugenio Acosta y el tenor Eduardo Fuentes.

La protesta se originó en el hecho de que la visa de trabajo otorgada al célebre guitarrista norteamericano había sido extendida sin consultar, como lo establece la ley, al sindicato de artistas de variedades. Además, la contratación del artista, en su condición de extranjero, no había incluido el pago del porcentaje destinado a los artistas locales que establece la ley.

Byrd envío a los artistas locales, a través de su manager, un mensaje de reconocimiento a la justeza de su reclamo. Un testigo directo de aquellos hechos, quien me ha referido esta historia, asegura que un funcionario de la embajada de Estados Unidos intentó buscar un arreglo. Los artistas, en un gesto amistoso, accedieron a que se realizara el concierto de Byrd, dejando clara la necesidad de que se respetasen sus derechos. Finalmente, Charlie Byrd tocó...

El nombre de Byrd está asociado con el despertar de los artistas salvadoreños. A mediados de los años 70, temas tales como el acceso a redes de protección social o el derecho a la organización de los artistas, se pusieron por primera vez sobre la mesa. El Sindicato General de Artistas de Variedades (SGAV) y la UGAASAL firmaron, inclusive, un histórico convenio con sus homólogos de México (ANDA y FITE), para proteger en aquel país los derechos de los intérpretes salvadoreños.

Pasaron 35 años. Los derechos laborales y previsionales de escritores, directores y actores de teatro, radio, cine, Internet y televisión; folcloristas, circenses, titiriteros, músicos, bailarines, escenógrafos, técnicos de audiovisuales y dramaturgos, no integrados al mercado formal, sigue sin llamar la atención del Estado.

Abundan los ejemplos de artistas que han vivido de la caridad y que han muerto en medio de la pobreza. La celebración del bicentenario hubiera sido una buena ocasión para iniciar un proceso que permita que los artistas accedan a servicios de salud y coticen para retirarse con dignidad. No es un sueño imposible. Cuando las autoridades se decidan a emprender esa transformación deberán volver sus ojos a la noche en que el Charlie Byrd vino a tocar su guitarra en San Salvador.


(Publicado en La Prensa Gráfica, 13 de octubre de 2011)

jueves, septiembre 29, 2011

Líneas paralelas que se juntan














María Tenorio

La señora era especialista en líneas rectas, frunces perfectos y simétricos plisados. Se dedicaba a vestir ventanas con los mejores trajes del momento. Mi madre contrató sus servicios cuando yo tenía 10 años y mi hermana, 8. Recién nos habíamos mudado a una casa en la colonia Santa Fe, que mis padres habían comprado. Casa definitiva merecía inversión en cortinas: nadie me dijo esa ecuación, pero la aprendí desde entonces. Las anteriores casas alquiladas donde vivimos no tenían cortinas memorables. Tal vez eran cortinas prestadas, improvisadas o sencillas.

Las ventanas del dormitorio que mi hermana y yo compartíamos recibieron un par de alegres cortinas en cuyo diseño dominaba el verde encendido, matizado con chispas de rosa, amarillo y celeste. El motivo era una especie de jardín impresionista, dibujado a pinceladas, sobre una tela gruesa, cuyo revés blanco y ahulado defendía nuestro espacio de las inclemencias del tiempo. El juego del “cuarto de las niñas” incluía dos pares de cubrecamas, unos amarillos y otros rosados, que iban atravesados por rectas franjas de la impresionista tela de las cortinas. Y, por último, lo completaban dos sobrefundas con revuelo, que cubrían almohadas decorativas en cada cama.

En el trabajo de las líneas rectas, como en cualquier otro en este mundo, también había una división sexual bien definida. Si la señora se dedicaba a las verticales, un caballero era el encargado de instalar las horizontales: las galerías adosadas a la pared, sobre la ventana. Estas lineales estructuras metálicas, de color blanco, daban soporte a una hilera de ganchitos plásticos que se desplazaban a voluntad al halar de un cordel, también blanquísimo, destinado a caer junto a la recta de la cortina. Además, había otra galería fija, sin ganchitos, sobre la anterior, cuyo propósito era sostener un revuelo o cortina muy corta que ocultaría el aparataje metálico de la mirada humana.

Una vez instaladas las galerías, venía el proceso de unión de las rectas. En la parte superior de las cortinas, en cada pliegue o alforza se colocaría un ganchito metálico en forma de letra “n” de carta, que iría ensartado en los ganchitos plásticos blancos de la galería. Luego, un equipo humano ayudado por una escalera procedería al matrimonio de las verticales y las horizontales. El éxito del proceso se medía cuando alguien halaba suavemente del cordel y la cortina se abría o cerraba a voluntad.

Visitar a la costurera especializada, buscar diseños de las cortinas, cotizarlas, escoger las telas, ir a comprar las galerías, esperar unas semanas para que las cortinas estuvieran listas: de ese proceso me acordé el domingo mientras colgaba un par de cortinas con tirantes prêt-à-porter (listas para usar), compradas en una ferretería cerca de la casa a la que recién me he mudado. De plano, pensé, que China nos ha hecho la vida más fácil a algunos, aunque se ha pasado llevando a otros. Hoy habrá menos señoras especialistas en líneas rectas.

Ilustración: Grabado de George Smith, The Cabinet-Maker's & Upholsterer's Guide, Londres, 1826. Tomado de George Glazer Gallery.

Solalinde en El Salvador









Miguel Huezo Mixco

“¡Hermanos y hermanas migrantes, salgan, no teman!”. La voz --un grito, en realidad-- se escucha en medio de la oscuridad. Está dirigida a un grupo de migrantes, hombres y mujeres, que se han ocultado entre el monte para escapar de la persecución de autoridades, narcos y traficantes de humanos. “¡No teman!, soy el padre Solalinde”, insiste. 


La voz proviene de un vídeo que se proyecta antes de la charla que está por pronunciar el padre Alejandro Solalinde, en la UCA. Lo miro, a solo una silla de distancia, y me cuesta imaginarme a ese hombre de apariencia frágil enfrentándose a los zetas sin nada más que su fortaleza moral.

Vino a El Salvador por primera vez en 1979. La matazón de gente lo dejó impresionado. Han pasado 32 años y ha vuelto convertido en una de las personas con mayor presencia pública en la defensa de los derechos humanos de los migrantes. Las denuncias que hace a favor de los migrantes centroamericanos no solo cuestionan a las autoridades mexicanas. En un extenso reportaje en la revista Gatopardo, publicada hace unas semanas, Solalinde sostiene que la Iglesia no es fiel a Jesús sino al poder y al dinero. Dice, además, que es una Iglesia misógina que “trata con la punta del pie a los laicos y a las mujeres”, además de que “no es la representante exclusiva de Cristo en la Tierra”.

Donde quiera que va sus palabras despiertan polémica. También en El Salvador. Sentado en el estrado del auditorio Segundo Montes, al lado de la académica Amparo Marroquín, dijo que El Salvador necesita, más que nada, restituir el tejido de su corazón. Agregó que para ponerle fin al problema de la delincuencia, protagonizada por las pandillas, El Salvador necesita más que violencia, amor. Dijo algo más: que los pandilleros antes que victimarios son víctimas de una sociedad que les ha excluido a ellos, a sus padres y a sus abuelos.
Estas palabras levantaron un rumor entre la concurrencia compuesta principalmente por estudiantes universitarios. Lo que siguió fue un diálogo franco con el público, que Solalinde aprovechó para machacar en la necesidad de demandar de los gobiernos centroamericanos acciones más valientes y decisivas a favor de la protección de los migrantes.

Para muchos es un misterio que un hombre de su edad haya experimentado un giro tan drástico en su vida. Solalinde era un sacerdote bastante convencional. “Consumista”, dice él mismo. Una visita a la pobrísima sierra mixteca de Oaxaca le despertó la conciencia. Al cumplir los sesenta y un años renunció a su parroquia y preparó su retiro mudándose a Ixtepec donde abrió el albergue para migrantes. Fue como comenzar una nueva vida. “Lo más importante para mí comenzó después de los sesenta años”, repite con una sonrisa.

Alcanzó notoriedad en 2007 cuando un numeroso grupo de indocumentados intentó liberar a cuatro menores, tres mujeres y cinco hombres que policías estatales habían entregado a un grupo delictivo. Solalinde los acompañó para disuadirlos de usar la violencia. La policía municipal los recibió con una paliza y detuvo a varios, entre ellos al propio Solalinde. Las fotografías, hechas por Martha Izquierdo, donde se miraba al curita descalzo, agarrado a los barrotes, le dieron la vuelta al mundo.

Muchos lo llaman el Oscar Romero mexicano. Como prueba de su admiración por el obispo mártir Solalinde habló con los estudiantes salvadoreños vistiendo una camiseta estampada con el rostro de Romero. Es un profeta. Muchos –autoridades, narcos, maras, traficantes de personas-- no quieren saber nada de él. Algunos aseguran que está listo para su propio martirio.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 27 septiembre 2011)

Imagen: Solalinde en El Salvador. Foto: José Cabezas/AFP

miércoles, septiembre 14, 2011

Paseadores de perros en Buenos Aires


María Tenorio

Desde la plataforma del amarillo bus turístico que me muestra rápidamente Buenos Aires veo a varios hombres que se juntan en un parque con un fin particular. Están parados, ya  dentro, ya fuera, de un enrejado circular descubierto que alberga a decenas de canes de todos colores, tamaños y diseños. Los perros no son callejeros, llevan rienda y collar; los hombres no son sus dueños, son paseadores de perros.

En otros parques, en anchas aceras, por aquí y por allá, se multiplican los individuos amarrados a grupos de perros. La abundancia de aurigas caninos en esta ciudad de amplias y bellas áreas verdes me lleva a entender que el paseamiento de perros es un oficio por derecho propio. Aunque no se estudia para desempeñarlo, ni se transmite de generación en generación, en la capital argentina es frecuente que se anuncie por internet como un servicio y, como explicaré más adelante, que obedezca a una legislación.

Ser paseador de perros constituye una ocupación, predominantemente masculina y de reciente surgimiento, que satisface una apremiante necesidad social, en particular en ciudades donde la gente vive en apartamentos, departamentos o pisos. La ausencia de jardines interiores donde los perros se ejerciten y realicen sus deposiciones, así como los extendidos horarios de trabajo de los dueños de las mascotas, obligan a delegar en terceros la noble labor de sacar los canes a la calle a ejercitarse y a cagar.

En Buenos Aires esta profesión está legislada. Cada paseador (alguien que pasee más de tres perros) debe portar una credencial emitida por el Registro de Paseadores de Perros del Gobierno de la ciudad. Dicha identificación debe, asimismo, ser exigida por el dueño de la mascota. Si bien la legislación establece un máximo de ocho canes por paseador, algunos aurigas que he visto y fotografiado conducían más de una docena de animales. La misma normativa exige que la mierda canina sea recogida por la persona que lo conduce, ya sea que perciba una paga por ello o no.

Dedicarse a pasear perros es una opción para quienes no tienen interés en realizar estudios técnicos o universitarios, se encuentran en excelentes condiciones físicas, y sienten inclinación o incluso pasión por los perros. También lo es para estudiantes de veterinaria o de otras disciplinas que quieran percibir ingresos extra. Vivir en (las cercanías de) un buen barrio, sin duda, es un elemento favorecedor para ganarse la vida con esta ocupación.

Visto desde la perspectiva canina, salir a caminar al aire libre es una exigencia básica para mantener la salud cuando se vive confinado a cuatro paredes, obligado a lidiar con las manías de los humanos. Ser encomendado a un paseador tiene la ventaja adicional de permitir la socialización con otros canes, así como de conocer de primera mano la localidad donde se mora. Más aun si se tiene la suerte de perro de vivir en zonas privilegiadas de Buenos Aires como Palermo, Belgrano, Puerto Madero o Recoleta.

Héroes de La Pirraya

Miguel Huezo Mixco

La posguerra salvadoreña tiene un antes y un después. La línea divisoria está marcada por un evento: la llegada a semifinales de la selección salvadoreña de fútbol de playa. No recuerdo un acontecimiento que haya producido tanta euforia como la victoria de los muchachos de La Pirraya, o que alguien me corrija.

A este país le ha costado mucho encontrar razones para tener ilusiones. No solo nos ha faltado creatividad para encontrarle rumbo al país, sino que también no hemos sido capaces de encarar ni siquiera nuestro pasado. La presente celebración del bicentenario “en poco difiere de los panfletos amarillentos que nos describen las ceremonias y discursos de las celebraciones del centenario”. No lo digo yo, sino un respetable grupo de historiadores: Carlos Gregorio López, Sajid Herrera, Héctor Lindo Fuentes y Rafael Guido Vejar.

Ellos dicen, con razón, que ahora sabemos más sobre los acontecimientos del 5 de noviembre de 1811, pero que las entidades públicas y privadas están celebrando la fecha con un atraso de cien años. Habría que añadir que conocer el pasado no es solo tener mejor información sobre lo que ocurrió hace dos siglos, sino también extraer lecciones sobre lo que, como sociedad, hemos hecho y, sobre todo, por qué lo hicimos de esa manera.

Por ejemplo, la historia debiera ayudarnos a entender cómo fue que los pobres se terminaron haciendo cargo del país. Entre los más favorecidos del país existe un rito de paso mediante el cual los jóvenes, de ambos sexos, al terminar sus estudios secundarios, se largan al extranjero, a estudiar y a olvidarse de su país. El Salvador, en los últimos 20 años, ha sobrevivido gracias al dinero que mandan los que tuvieron que irse para encontrar una vida mejor. Si queremos encontrar modelos de patriotismo no necesitamos remontarnos doscientos años atrás.

Los migrantes no hacen retórica: actúan. De acuerdo con las estadísticas del Banco Central de Reserva, entre 1997 y 2009 ellos inyectaron más de 31 mil millones de dólares a la economía salvadoreña. Nadie ha soltado tanta plata para que este país a la deriva se mantenga a flote.

El triunfo de la selección de playa es uno de los pocos acontecimientos que, en los últimos años, han electrizado de alegría a este país. A riesgo de que alguien diga que estoy alentando el odio de clases, aquello fue posible por los pobres. Por si hiciera falta añadirle simbolismo al evento, recordemos que estos deportistas juegan descalzos. Su coraje y comportamiento profesional han dejado al país con la boca abierta.

Desde su triunfo en Rávena, no solo los italianos, sino también muchísimos compatriotas, han tecleado en sus computadoras buscando La Pirraya, la isla de donde son originarios estos pescadores, un lugar que no está muy lejos de donde, hace solo unos días, el expresidente Lula da Silvia lanzó el programa Territorios de Progreso.

Ojalá que el triunfo de la selección de playa sea interpretado por los tomadores de decisiones políticas como un signo de que deben volver sus ojos, no solo hacia el fútbol, sino hacia ese tesoro escondido que es la Bahía de Jiquilisco. Para evitar que sea depredado y saqueado. Para convertirlo en un símbolo de que sí se puede. La mayor hazaña de los Héroes de La Pirraya no consistió solo en colocarse entre los cuatro mejores equipos del mundo en esa disciplina, sino en que le dieron al país una cucharada de ilusión. Hasta las estupideces de algunos personajes se vieron con condescendencia. El país experimentó un extraño y olvidado sentimiento de hermandad que, la verdad, terminó demasiado pronto.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 15 de septiembre de 2011)

Imagen: Frank Velásquez, goleador.

jueves, septiembre 01, 2011

¿Perdonamos al general?




















Miguel Huezo Mixco

Pocos han tenido tanta influencia en los rumbos de El Salvador como el general Maximiliano Hernández Martínez. Hasta donde vemos, su polémica figura está excluida de las celebraciones oficiales del “bicentenario”.

Razones sobran. Durante los 13 años que gobernó el país ordenó la matanza de enero de 1932, una de las mayores heridas históricas que ha sufrido esta sociedad. Suprimió a la oposición política y mandó a fusilar a quienes se alzaron en armas contra su gobierno, en abril de 1944. Sin embargo, Martínez no solo tiene detractores. En nuestros días se oye hablar de sus hazañas económicas y muchos aseguran que para enderezar a este país se necesitaría un hombre de su temple.

Una recién publicada investigación del académico Rafael Lara Martínez (“Política de la cultura del martinato”, Universidad Don Bosco, 2011) viene a agregar nuevas luces sobre el papel del militar en la construcción del imaginario de país que, desde entonces, se ha venido exaltando y re-produciendo. Para el profesor Lara Martínez los contenidos culturales y artísticos de la izquierda salvadoreña del siglo XXI no son muy originales, sino que, más bien, están fundamentados en la “política de cultura” que viene desde el “martinato”.

Lara Martínez es lingüista, académico y un lúcido investigador de la cultura. Con documentos en la mano sostiene que la “política de cultura” de la dictadura del “brujo” Martínez recibió el beneplácito de artistas que tradicionalmente han sido considerados exponentes de las temáticas sociales y populares. Entre estos nuestro venerado Salarrué, Luis Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía Vides y no pocos seguidores del pensamiento de Alberto Masferrer. El libro documenta que el padre del héroe nicaragüense César A. Sandino se contó entre los admiradores de Martínez.

Este estudio de Lara Martínez establece que los generales Maximiliano Hernández Martínez y Tomás Calderón (quien dirigió las tropas que reprimieron sin piedad el alzamiento indígena) fueron miembros prominentes de los círculos intelectuales de la época. Asimismo, formaron parte del grupo editorial que publicó la Revista del Ateneo y mantuvieron estrechas relaciones con autores como Francisco Gavidia, a quien se considera “el fundador de la literatura salvadoreña”.

El nombre de Martínez aparece entre los firmantes de un airado pronunciamiento, publicado en la mencionada revista en 1927, en contra de la intervención de los Estados Unidos en Nicaragua. El militar llegó a ser la máxima autoridad de un grupo de hombres de ideas que denunciaba el mercantilismo, defendía el derecho a la soberanía y reclamaba la necesidad de una cultura fundada en una identidad nacional. El apoyo a Martínez por parte de los artistas e intelectuales, y los círculos teosóficos a los que algunos de estos pertenecían, se renovó incluso después de la matanza de 1932.

La aureola de miembro de la elite intelectual le otorgó a Martínez “el aval de colegas artistas y escritores, ahora consagrados como clásicos de la cultura nacional”, dice Lara. A partir de aquel año, Martínez fue capaz de articular una amplia red de intelectuales en torno una política cultural coherente que contó con la participación de artistas “independientes”, siendo Salarrué, entre todos, el más reconocido.

La investigación destaca que el autor de “Cuentos barro”, junto con Martínez y Sandino fueron presentados en la revista Cypactly, publicada en marzo de 1932, como los artífices de aquella nueva política de cultura. “La historia intelectual (salvadoreña) nos depara memorias reveladoras”, sentencia Rafael Lara Martínez.

¿Fue en aras de reconciliar a la sociedad salvadoreña que mentes lúcidas como las de Salarrué y Gavidia pusieron por aparte los excesos de Martinez? ¿Debiéramos también nosotros perdonar al general?

(Publicado en La Prensa Gráfica, 1 septiembre 2011)

Imagen: Maximiliano Hernández Martínez frente a los micrófonos (autor desconocido)

Viendo "Milena tu amiga"

María Tenorio

En los últimos meses, la televisión salvadoreña ha lanzado nuevas producciones en horarios dedicados, primordialmente, a mujeres. Uno de esos programas ha llamado, de manera particular, mi atención. “Milena tu amiga”, del canal 12, se diferencia de otras producciones de su misma franja horaria --después de almuerzo-- en que debate temas de interés social. Si bien no estoy de acuerdo con algunos aspectos de la conducción, la estética y el enfoque de investigación, sigo el programa porque ofrece un mosaico de la sociedad salvadoreña actual con sus fortalezas y sus miserias.

No soy aficionada a la televisión y entre las pocas cosas que veo no se cuentan, por cierto, las entrevistas de la mañana o de la noche, tampoco los programas matutinos de variedades. Pero este talk show me ha capturado más de una vez; lo encuentro más representativo de los salvadoreños que los otros programas mencionados. En el país no todos estamos interesados en política y economía, como nos proponen las entrevistas “serias”; tampoco a todas nos atraen los “temas de mujeres”, es decir, cómo mantenernos en forma sin dejar que la vejez nos ataque de lleno.

El talk show se ha trazado como meta la discusión de tabúes o de temáticas que normalmente no son llevadas a la televisión nacional, aunque sí se habla sobre ellas en la radio o en otros medios de comunicación. En “Milena tu amiga” se han abordado asuntos como el alcoholismo, la separación de familias por la migración, la violación sexual, los tatuajes, los anticonceptivos, el esoterismo, la libertad de credo, la reinserción al salir de la cárcel, el exorcismo.

Los invitados son claves en “Milena tu amiga”. Resulta interesante ver ahí gente cuya voz no solemos escuchar en la televisión. Eso nos permite asomarnos a la enorme diversidad de esta sociedad salvadoreña. Destaco, por ejemplo, un programa dedicado al travestismo donde una mujer transexual y un travesti explicaban, de primera mano, qué significaban sus opciones sexuales, corrigiendo incluso a un siquiatra llevado al set para opinar sobre el tema.


Ahora bien, el programa enfatiza algunos elementos que, a mi juicio, transmiten mensajes equívocos. Uno de ellos es el constante comentario religioso. Esto es claro tanto en las intervenciones de la conductora Milena Mayorga y la periodista Raquel Fuentes así como en el recurso constante a invitar a representantes de iglesias para que den explicaciones autorizadas de los temas. Si bien la salvadoreña es una sociedad eminentemente cristiana, también es verdad que somos un Estado laico. Un espacio de discusión como este ganaría con mayor apertura, empleando la racionalidad y no la fe como horizonte del debate.

Otro elemento que valdría la pena examinar es la estética general del programa, valga decir, la apariencia del set y de las presentadoras que, a mi juicio, incluso son contradictorios entre sí. Digo esto porque los tonos rosa y celeste del mobiliario y la decoración no concuerdan con el arreglo “de fiesta” de las anfitrionas. Ellas suelen ir vestidas “de noche”, mientras que el set es, más bien, casual. El vestuario, maquillaje y peinado de Milena y Raquel tampoco es adecuado para la hora en que se trasmite el programa, y marca enorme distancia con el atuendo de los invitados, que llegan con ropa de trabajo.

Un tercer aspecto que se puede mejorar es la investigación de los temas. Si bien este no es un programa de académicos ni de “analistas” --y esa es una de sus gracias-- convendría que la conducción estuviese mejor informada sobre el contexto nacional de las temáticas, así como que los reportajes de apertura fueran más allá de una exploración de internet con imágenes que, muchas veces, no se relacionan con nuestra realidad.

En suma, “Milena tu amiga” merece pulirse por su aporte a la cultura de debate en esta sociedad que tiende a resolver dificultades de forma violenta. Mi esperanza, como televidente, es que perfeccione su diferencia.

Foto tomada del perfil de Facebook de "Milena tu amiga. Programa de televisión"

lunes, agosto 22, 2011

“Tocarle el hombro a Borges”





Miguel Huezo Mixco

(Cuentos (in)completos y maravillosos. Álvaro Menen Desleal, DPI, San Salvador, 2010. Rafael Menjívar Ochoa, compilador)

—Eso fue —me dijo— como tocarle el hombro a Borges, como invocar a un genio.

Quien recuerda es Álvaro Menen Desleal, narrador, dramaturgo y periodista, que, en un arranque de vanidad o inspiración, tuvo la osadía de fabricar para uno de sus libros una “carta” firmada por Jorge Luis Borges.

Kierkegaard dejó dicho que un prólogo es un impulso: como escupir por la ventana. Menen Desleal escupió por la ventana directamente al rostro de la malhumorada sociedad letrada centroamericana.

Esta historia ya ha sido contada otras veces. Diversas versiones se han superpuesto formando un hojaldre. Esta misma versión se parece a otras. Ello es porque el problemático ejercicio de la literatura constituye un plagio interminable. Todo lo que hacemos —textos, música, imágenes— tiene una segunda vida: una mañana un periódico se recibe a la hora del desayuno y al día siguiente envuelve un pescado o se integra a una hemeroteca.

La historia es esta: en 1962, Álvaro Menen Desleal ganó el segundo lugar (compartido) en el Certamen Nacional de Cultura de El Salvador con un libro que era todo un tributo a Borges. Se titulaba Cuentos breves y maravillosos, imitado del Cuentos breves y extraordinarios (1953), compilado por Borges y Adolfo Bioy Casares. Aquel libro iniciaba con una carta dirigida a Menen Desleal calzada con el nombre de Borges, que decía:

Mi querido amigo:

Al conocer sus Cuentos breves y maravillosos, pienso que no fue meramente accidental que Kafka escribiera La Muralla China: se repite en usted la nota de lo que con Bioy Casares llamamos las antiguas y generosas fuentes orientales…

A esta frase le siguen cinco párrafos donde “Borges” justiprecia algunas de las narraciones contenidas en el libro. “Esos y otros cuentos suyos son flor para los años”, lo adula.

Este texto, completo, ocupa las páginas 29 y 30 de los Cuentos (in)completos y maravillosos (DPI, 2010) que acaba de ser lanzado en San Salvador. Por obra del compilador, el novelista Rafael Menjívar Ochoa, aquella “carta” vuelve al lugar que siempre debió tener: el de una auténtica ficción.

Conocí a Menen Desleal cuando volvió a El Salvador, en 1976, después de rodar por el mundo. Con sus ahorros fundó una librería. La empresa no duró. Libros: es mucho pedir para San Salvador. Se ganaba la vida no sé en qué. Nuestros encuentros se hicieron más frecuentes a partir de 1996. Una vez a la semana, al atardecer, subía en carro hasta su casa rodeada de un hermoso jardín, que él mismo cultivaba. Vivía con aprietos pero era un anfitrión generoso, vivaz y ocurrente. Con vasos en la mano alguna vez hablamos sobre la carta de Borges. “Eso fue”, me dijo, exaltado y socarrón. “Como tocarle el hombro a Borges”. Los sucesos del lejano año 1963 le hacían sonreír. Aquella fue una encarnizada partida de ajedrez contra múltiples rivales.

A Menen Desleal a menudo le asaltaba la curiosidad de saber si Borges estuvo enterado sobre el asunto. Lo dijo a quien quiso escucharlo. Murió en abril de 2000, a los 69 años de edad. Tuvieron que publicarse los diarios de Bioy Casares (Borges, 2006), para saber que el argentino sí se enteró de su travesura.

Bioy Casares cuenta que el miércoles 11 de septiembre de 1963 Borges lo encaró diciéndole: “tengo que consultarte sobre algo” (…). Tiene consigo un libro: Cuentos breves y maravillosos, “de un tal Menen Desleal”. Discuten. En cierto momento, Borges luce molesto. Bioy lo ataja: “no podés ponerte en contra de un pobre individuo bastante inteligente, que no tiene libertad ni posibilidad de escribir sino como imagina que vos escribís...”. De haber conocido esa plática, Menen Desleal se hubiera sentido tan orgulloso como herido. Pero, como veremos más adelante, las cosas no terminaron allí.

El poeta-cadete

Menen Desleal perteneció a la Generación Comprometida. El poeta Roque Dalton, asesinado en 1975, fue parte de ese mismo agrupamiento. Con la política el primero jugó como al póker. El segundo, a la ruleta rusa. Los dos han sido muy influyentes en la literatura y la cultura centroamericana del último medio siglo.

El ruido suscitado a raíz de aquella carta-prólogo-cuento no fue su único escándalo. En 1952 fue expulsado de la Escuela Militar debido a la publicación de un poema que las autoridades consideraron “subversivo”. El poeta-cadete asistía a las sesiones literarias con uniforme. A sus contertulios les parecía un pedante. Waldo Chávez Velasco, miembro también de la Generación Comprometida, recuerda que el celo se desvaneció cuando llegaron a visitarlo un día a la casa de su familia, en Santa Ana. “Descubrimos que pertenecía a una familia muy humilde y que, de civil, tenía tres camisas de manga corta y un pantalón”, escribió.

Menen Desleal ejerció el periodismo en El Salvador y México. De hecho, se jactaba de que fue en el D.F. donde refinó el arte del escándalo, trabajando en el periódico Zócalo, donde Luis Spota redactaba una atrevida y muy gustada columna de chismes. Rompió con el molde de su más importante predecesor, el cuentista Salarrué, quien destacó principalmente como autor de narraciones de temática rural. Este fue un anarquista esencial, muy identificado con el socialismo utópico y las sociedades teosóficas que animó Gabriela Mistral en Latinoamérica. Por razones económicas no terminó la educación secundaria. Sin embargo, desplegó potencia creadora como narrador y pintor. Después de su muerte, en 1975, se convirtió en un autor venerado con un fervor casi religioso.

Menen Desleal no desaprovechaba ocasión para insultar el trabajo y la memoria de Salarrué. Lo consideraba un ignorante y aseguraba que el uso del habla popular de sus cuentos era dañino para la educación de los jóvenes. Una de las búsquedas incesantes de Menen Desleal fue alejarse todo lo posible de los temas “salvadoreños”, que consideraba provincianos. Sin embargo, como alguna vez se lo dije, su encono parecía fuera de proporción. La explicación, como pronto veremos, podría estar relacionada con el papel que jugó Salarrué en el escándalo provocado por la carta espuria.

Menen Desleal, solitario y errante, hizo cuentos de tipo urbano, caracterizados por el humor, el lirismo y lo fantástico. Ejemplo de ellos son sus narraciones: El día que quebró el café, donde cuenta el surgimiento del café sintético y la debacle económica de los países productores del aromático, y Hacer el amor en un refugio atómico, una parábola lírica sobre la incomunicación y la desesperanza. Con su libro La ilustre familia androide (1972), publicado en Buenos Aires, incursionó en la ciencia ficción. Destacan, entre otros, sus cuentos breves: Los cerdos; La creación de Eva, antologado por Edmundo Valadés en El libro de la imaginación (FCE, México, 1970); La edad de un chino, y País fundado en la basura, uno de sus últimos cuentos, que se publica de manera póstuma en esta edición.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX su pieza de teatro del absurdo Luz negra (1965) fue representada en numerosos países. El propio Menen Desleal preparó para la segunda edición de Luz negra (1976), que estuvo a mi cargo, una detallada cronología del periplo de la pieza por Centroamérica, México, Estados Unidos, Francia, Alemania, Argelia, Venezuela y Suecia. La obra, detallaba, se estrenó también en Buenos Aires, en 1970. No pude evitar insinuarle si la fascinante travesía mundial de su pieza no era otra de sus ficciones. Se rió. Días más tarde Álvaro puso sobre mi mesa decenas de recortes y programas que daban fe de (casi) todo lo que había escrito.

Toda la literatura es plagio

La compilación de sus Cuentos (in)completos… comenzó en el año 2000, a contrarreloj. En los primeros meses de ese año los médicos le detectaron un cáncer de páncreas. Se sabía marcado por la muerte. “Una de las condiciones establecidas por Menen Desleal fue que se tratara de una edición de escritor (…) Nada de ensayos que analizaran sus relatos”, detalla Menjívar Ochoa, quien tuvo a su cargo la tarea de preparar la edición. Álvaro murió poco después. La tarea se culminó diez años más tarde. Menjívar Ochoa sí alcanzó a mirar la obra: recibió las primeras copias, en cama, a principios de 2011, aquejado de un cáncer que lo terminaría matando.

Menen Desleal sigue siendo polémico y probablemente la publicación de sus Cuentos (in)completos soplará las ascuas. Para el escritor Jorge Ávalos, Menen Desleal “cometió todos los pecados literarios relacionados al plagio: el robo de textos y premisas, además de la imitación, la paráfrasis y la falsa atribución de textos apócrifos con fines publicitarios”. Añade: “Llegó a ser brillante y original en sus mejores cuentos y en sus más descabelladas propuestas publicitarias, pero sacrificó su reputación literaria a favor de una campaña permanente por la fama instantánea” (“La elección de los proscritos”, La Gaceta Libre, 14 agosto 2011).

Una de sus más atrevidas creaciones fue, seguramente, la carta-prólogo-cuento de Borges. Contra lo que podría imaginarse, aquel texto se ha colado dentro de las obras del argentino, tomando por sorpresa hasta a los mejor informados.

Menjívar Ochoa (“¡Borges plagia a Menen Desleal!”, La mancha en la pared, 7 abril 2007) advierte que la carta de marras fue incluida en El círculo secreto (prólogos y notas de Jorge Luis Borges, Emecé, Buenos Aires, 2003). Las editoras Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi no dudaron en considerar la carta como salida de la mano de Borges. No solo ellas. En una reseña sobre este volumen también el escritor Guillermo Martínez (“Sobre los otros”, La Nación, 20 julio 2003) da por hecho la legitimidad de aquella carta.

“Las académicas argentinas” —dice Menjívar Ochoa— “como antes sus contrapartes salvadoreños, olvidaron un detalle: fijarse en la estructura de Cuentos breves y maravillosos en su nivel más básico”. En efecto, quien lo conozca sabe que este libro acaba con el cuento Epílogo, que comienza aceptando que aquella “carta” forma parte de un sueño. Dice:

Querido maestro Borges:

“Mi vanidad y mi nostalgia ­me digo con sus palabras han armado una escena imposible.” De pronto despierto de un sueño y tengo su carta en las manos, como la flor de Coleridge. Entonces me repito los versos de Tennyson: “for nothing worthy proving can be proven, nor yet disproven” [nada digno de probarse puede ser probado ni desprobado].

“La estructura no deja lugar para cuarenta años de confusiones”, sentencia Menjívar Ochoa. Si Borges y Menen Desleal se hubieran conocido, dice, hubieran llegado a la conclusión de que “los nombres de los autores no importan, sino la pervivencia del texto; que toda la literatura es un plagio y que la historia, a través de sus inescrutables caminos, se repite y se copia a sí misma”.

Más recientemente, otro texto, esta vez del novelista Sergio Ramírez (“Borges y su destino centroamericano”, La Nación, 11 julio 2011), ha vuelto al asunto de la carta espuria. En líneas generales, Ramírez, sin decirlo, bebe de la fuente de Menjívar Ochoa. Como novedad, apoyándose en los diarios de Bioy Casares, Sergio reconstruye el instante en el que, medio siglo atrás, Borges y su amigo encararon el asunto de la carta apócrifa.

Bioy Casares detalla que el libro de Menen Desleal fue enviado a Borges por “un guatemalteco”. En efecto, se trata del poeta Alfonso Orantes. El libro iba acompañado de una extensa carta que hasta ahora ha permanecido inédita. Una copia de esta carta, junto con otros valiosos documentos, fue cedida al autor de estas líneas por su hija, la escritora María Cristina Orantes. La misiva, fechada el 29 de agosto de 1963, comienza diciendo:

Sr. Jorge Luis Borges
Biblioteca Nacional
México 564
BUENOS AIRES. Argentina.

Estimado maestro:

Le extrañará que un desconocido para Ud. se atreva a molestar su atención con un asunto desagradable. Pero como están, al parecer, de por medio su prestigioso nombre, el del país donde ahora resido y la buena fe y crédito de sus intelectuales honestos (...) me veo obligado a dar este paso y recurrir a su testimonio para establecer la verdad.

Orantes hace referencia al triunfo de Menen Desleal en el mencionado Certamen. Acto seguido expone que, después de una lectura de su libro, ha concluido que este ha cometido plagio en al menos dos cuentos. Detalla: el cuento El cocodrilo, “no es sino una burda versión, cuasi un plagio del delicado cuento: El sueño de Chuan Tzu, contenido en Cuentos breves y extraordinarios”. Algo similar ocurre, añade, con El venado y el sueño, “que aparece con el nombre de El ciervo escondido, en la antología publicada por Usted y Bioy Casares”. Sigue: “Como advertirá, el plagio, en este último caso, es evidente e inverecundo”.

A continuación, pasa al asunto de la carta. Orantes asegura que el uso indebido del nombre de Borges y la supuesta autenticidad de su texto hicieron que Salarrué se opusiera a que se otorgara un premio a Menen Desleal. Igual, se lo dieron. Para el guatemalteco, la actitud de Menen Desleal sentaba “un precedente indebido y un medio reprobable e inusitado de coacción para inclinar el fallo de un tribunal de esa clase”. Añade: “todo esto, repito, me lleva a molestar su ocupada atención para que se sirva (...) contestarme concretamente sobre el caso de la carta, que en cuanto a las semejanzas y plagio, eso es cuenta mía”.

Orantes envió su carta a Buenos Aires por correo certificado en el momento que Menen Desleal enfrentaba una tormenta de críticas. Entre finales de 1962 y 1963 se derramó abundante tinta en torno al caso. A Menen Desleal se le acusaba de farsante y deshonesto. Alguno, con más sentido del humor, tomó la carta como “un cuento más”. En respuesta, Menen Desleal llegó al extremo de defender la originalidad del escrito y hasta prometió mostrarlo (Tribuna libre, 15 junio 1963). Una oferta que, desde luego, no cumplió.

La atención creada en torno a aquel suceso le sirvió al caradura de Menen Desleal para volver a la carga proclamándose como el mejor escritor salvadoreño de todos los tiempos, desatando una nueva ola de embates. El historiador Carlos Cañas-Dinarte, en una inédita relación de aquellos hechos, evoca que Alfonso Orantes dio un paso más: lanzó una pública acusación de plagio contra Menen Desleal (Tribuna libre, 10 octubre 1963). Inclusive, el Ministerio de Educación emprendió una investigación jurídica sobre el caso. Orantes también se opuso, sin éxito, a la publicación del libro.

El asunto tampoco terminó allí. Un denominado Círculo Cultural “Pablo Neruda”, de la Universidad de El Salvador, convocó, el 11 de noviembre de 1963, a una mesa redonda que abarrotó el auditorio de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Una crónica de los hechos (Tribuna libre, 15 noviembre 1963) da cuenta de la virulencia de las batallas verbales en torno a aquella mesa, y que tuvieron como pretextos la verdad y una determinada idea de la originalidad, con el apellido Borges. Los asistentes no sabían entonces que presenciaban el fin de una época para la literatura. Unos años más tarde allí solo se escucharían los llamamientos a matarnos a tiros.

Los contemporáneos de Menen Desleal tampoco podían entender que la apropiación, la imitación, la alusión y la colaboración están al centro de la noción de regalo o donación propia del acto creativo. Y que, en esencia, todas las ideas son de segunda mano. Esta proposición sonaba escandalosa, aunque sigue encontrando resistencia en nuestros días.

Borges mismo siempre propugnó la idea de que nada es definitivo en un texto, y que el autor carece de importancia. Ello, indica Héctor Abad Faciolince, “les ha abierto el camino a muchos impostores que han fingido escribir supuestas obras de Borges, ni siquiera inventándolas, sino manipulando y dañando las existentes” (“El eterno retorno de Borges”, El País, 13 agosto 2011). Con todo, el divertimento de Menen Desleal ha gozado de cierta fortuna.

Vayamos por un momento al despacho donde el genio, lejos de aquella gresca, se toma el tiempo para responderle a Orantes. Su carta está fechada el 4 de septiembre de 1963 (el dato no pega con el día 11 de septiembre, en el que, según Bioy, conversaron sobre el asunto). Menjívar Ochoa la publicó íntegra, en la citada entrada de su blog. Dato curioso: Orantes nunca la hizo pública. Dice:

Señor Alfonso Orantes.
Colonia La Rábida.
SAN SALVADOR.

Estimado señor:

Mucho agradezco su carta del 29 del pasado.

No recuerdo haber escrito la generosa y acaso justa epístola que me atribuye el señor Álvaro Menen Desleal, a quien no conozco; sospecho que se trata de un ingenioso mosaico de frases mías, tomadas de diversos textos y amplificadas por el mismo señor A.M.D.

Ya que el volumen consta de una serie de juegos sobre la vigilia y los sueños, queda la posibilidad de que mi carta sea uno de tales juegos y travesuras.

Suyo, muy cordialmente,

Jorge Luis Borges

Fiel al requerimiento, Borges no menciona nada sobre las acusaciones de plagio. Parece que había entendido el juego. Su volumen Cuentos breves y fantásticos constituye una espléndida estereofonía de voces tomadas en préstamo o robadas, mutiladas o editadas, de aquí y de allá, y en estricto sentido no podían considerarla como una obra propia... ni como un objeto de plagio.

La hoja que añade Sergio Ramírez a esta historia le hace justicia al brillante y ególatra Menen Desleal: “[Borges] dice “mi carta” (…) nunca la escribió, pero ahora la ha escrito. Es su carta”.

El escupitajo de Menen Desleal había pegado en el blanco. La verdad es la ficción.


***

Publicado originalmente en FronteraD

Imágenes:

Menen Desleal fotografiado por Mayra Barraza

Borges fotografiado por Daniel Mordzinski en 1978 (detalle). Imagen manipulada por Gluco

jueves, agosto 18, 2011

Menen Desleal y el fin de una era




Miguel Huezo Mixco  

Pocos minutos antes de morir, el escritor, dramaturgo y periodista Álvaro Menen Desleal fue declarado como Hijo Merítisimo de El Salvador por la Asamblea Legislativa. Se sabe que muchos de los diputados que levantaron la mano para aprobar ese reconocimiento apenas sabían de la vida y la obra de uno de los más personajes más importantes de las letras centroamericanas.  

Menen Desleal murió en el filo del cambio de siglo, en 2000, a los 69 años de edad. Después de haber peregrinado por medio mundo había vuelto a El Salvador para encontrase con un país muy diferente. Con sus ahorros puso una librería. Fracasó: la literatura importaba cada vez menos. Intentó llamar la atención sobre su obra, pero no pudo competir contra la espectacularidad de la matanza y el glamur de los políticos. La cosa sigue igual en nuestros días. 

Álvaro hizo narraciones de tipo urbano caracterizadas por el humor, el lirismo y lo fantástico. Su obra es contemporánea a la de Julio Cortázar y el “boom” de la literatura latinoamericana. Sus libros están más cerca de la sensibilidad de los jóvenes de nuestros días que las leyendas rurales que abruman la celebración del “bicentenario”.  

Fue un autor polémico. En 1962 ganó el segundo lugar (compartido) en el Certamen Nacional de Cultura de El Salvador con el libro “Cuentos breves y maravillosos”. El libro comenzaba con una “carta” donde Jorge Luis Borges adulaba a Menen Desleal. Aquello provocó un escándalo.  

El texto completo de la “carta” de Borges se publica en los “Cuentos (in)completos y maravillosos” (DPI, 2010). Así, ocupa el lugar que siempre debió tener: el de una auténtica ficción. La genial ocurrencia de Menen Desleal ha tenido fortuna: algunos han incluido la “carta” como parte de las obras del sabio argentino.  

La preparación de los “Cuentos (in)completos” comenzó en el año 2000, a cargo del escritor Rafael Menjívar Ochoa. Fue una carrera contra el tiempo. Los médicos le habían detectado a Menen Desleal un cáncer de páncreas. Álvaro dejó instrucciones y murió poco después. Menjívar Ochoa alcanzó a mirar la obra: recibió las primeras copias, en cama, a principios de 2011, aquejado de un cáncer que también lo terminaría matando. Todavía no se sabe cuándo se presentará esta obra que une a dos de nuestros mayores narradores.  

En su momento, el asunto de la “carta” de Borges hizo correr mucha tinta. Menen Desleal no solo fue atacado por crear una carta falsa. El poeta Alfonso Orantes también lo acusó de plagiar narraciones del libro “Cuentos breves y fantásticos”, de Borges y Adolfo Bioy Casares.  

El 11 de noviembre de 1963 un grupo literario convocó a una turbulenta mesa redonda, en el auditorio de la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador, para debatir sobre la carta y los plagios. Los asistentes no sabían que asistían al fin de una época para la literatura. Unos años más tarde en ese auditorio se escucharían, principalmente, arengas políticas llamando a la guerra.
Menen Desleal consideraba que la apropiación, la imitación, la alusión y la colaboración son consustanciales al acto creativo. Han pasado cuarenta años. Desde entonces.


En nuestros días, el escritor Jorge Ávalos considera que Menen Desleal “cometió todos los pecados literarios relacionados al plagio: el robo de textos y premisas, además de la imitación, la paráfrasis y la falsa atribución de textos apócrifos con fines publicitarios”.  

Menjívar Ochoa, que fue su seguidor, aseguraba que “toda la literatura es un plagio y la historia, a través de sus inescrutables caminos, se repite y se copia a sí misma”. La polémica sigue abierta. 
  
(Publicado en La Prensa Gráfica, 18 agosto 2011)

Fotografía: Álvaro Menen Desleal, por Mayra Barraza