jueves, octubre 17, 2013

¿Por qué hay mala onda con el "espanglish"? (II)


Miguel Huezo Mixco


La evolución de las lenguas tampoco se puede entender bien sin la comprensión de los avances científicos. El británico Isaac Newton, padre de la ciencia moderna, no escribió su obra capital en inglés, sino en latín, que era la “lingua franca” de sus días. Luego, fue el turno del alemán y, hasta principios del siglo pasado, el del inglés.

Debido al liderazgo estadounidense en ese campo “Cualquier científico del planeta tiene que dominar el inglés, tanto como tiene que saber matemáticas, física, química o biología”, sentencia JavierSampedro, experto en genética y biología molecular.

La Real Academia Española (RAE) no la tiene fácil. La industria del entretenimiento y las innovaciones tecnológicas y científicas dotan al idioma inglés de un prestigio social que se cuela en la vida cotidiana.

Hace unos días el escritor y académico español Arturo Pérez-Reverte, en su cuenta en Twitter, reveló: “Introduje personalmente la palabra (grafiti) en la última edición del diccionario de la RAE”. Líneas abajo, aprovechó el despiste de un tuitero, quien aseguraba  que la RAE había aceptado el término cocreta, para sentenciar que su uso era inaceptable. “Yo no lo acepto. Y otras cosas, tampoco”, sentenció. Los académicos promueven, con una mano, un proceso de asimilación de nuevos vocablos y, con la otra, libran una feroz resistencia para que el español siga teniendo “esplendor”. 

Uno de los mayores campos de batalla del español es Estados Unidos. De acuerdo con el Pew Hispanic Center la lengua de Quevedo y Darío cuenta con más de 37 millones de hablantes, siendo la lengua no-inglesa más hablada en los EEUU entre las personas de 5 años o más. Es también uno de los idiomas de mayor expansión, pues los hispanoparlantes se incrementaron en un 233% desde 1980, cuando había 11 millones de hablantes de español.

Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, asegura que la entidad que él dirige centra su actividad en promover que “los hispanounidenses hablen y escriban un español estándar, universal; y, huelga decir, un inglés esmerado”.
Las previsiones demográficas anticipan, sin embargo, que en menos de una década la cifra de hispano-hablantes bajará a dos tercios, al tiempo que la población de origen hispano que habla solamente inglés en el hogar comenzará a subir. Las nuevas generaciones de hispanos tenderán a perder el español, como ocurrió décadas atrás con el italiano, que ahora es una “rara avis” en la Little Italy de Nueva York.

En Estados Unidos hay cada vez más iniciativas destinadas a borrar el estigma de que el español es un idioma de ilegales, y a fomentar el estrechamiento de los vínculos con su herencia cultural hispana. Por ejemplo, programas que estimulen a los migrantes salvadoreños de tercera generación para que vuelvan periódicamente a sus lugares de origen y conozcan su historia, ayudarían a que más hispanos consideren nuestra lengua primordial para sus vidas.

Todavía es muy pronto para saber cuál será la evolución del español en Estados Unidos Una de las formas que adopta el nuevo paisaje de nuestra lengua es el “espanglish”, donde se mezclan préstamos y calcos del español y del inglés en un mismo pasaje discursivo. Otros, como los jóvenes “millennials”, de origen hispano, llevan en un bolsillo el inglés y en el otro el español. En Latinoamérica el inglés también bate con fuerza los peñones del español. El ser bilingüe no es solo una herramienta apreciada para insertarse con éxito en el mundo laboral, sino también en entornos sociales donde “party” suena más “cool” que decir “fiesta”.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 17 octubre de 2013)

Ilustración: Eduardo Chang

jueves, octubre 03, 2013

¿Por qué hay mala onda con el espanglish? (I)

Miguel Huezo Mixco


El idioma español fue el resultado de un antiguo proceso en el que concurrieron numerosas lenguas y dialectos. Hace unos mil años era solo una de las variedades dialectales del romance hispano. Fue la gente “menos ilustrada”, que asimilaba nuevas palabras y giros lingüísticos provenientes de otras culturas y lenguas, la que hizo posible el idioma de Cervantes.


En nuestros días el idioma inglés, principalmente el de Estados Unidos, se filtra en nuestra vida por muchos flancos: las nuevas tecnologías, la publicidad, la investigación científica, los viajes, la industria del entretenimiento, las migraciones... No pocos consideran que el uso de expresiones del inglés en el habla cotidiana muestra los “complejos de inferioridad”, “ignorancia” o “falta de identidad” de nuestras sociedades.


Periódicamente la Fundación del español urgente (Fundéu) difunde adaptaciones al español de expresiones como clúster, bróker, tuitear y resetear, bloguear, provenientes del inglés. “Ninguna lengua dura tanto tiempo sin cambios”, sentencia Antonio Alatorre, un experto en la historia del idioma español, autor del ameno y erudito libro “Los 1001 años de la lengua española” (cuarta reimpresión, 2010) del cual me he beneficiado para escribir este texto.


El latín, reconocido como la lengua madre de nuestro idioma, fue apenas una de las muchas ramificaciones de la lengua indoeuropea, originada en el extremo oriental de la península de Anatolia. Fue en esa zona donde se produjo una de las revoluciones culturales más importantes de la humanidad: la agricultura. Los excedentes de producción de los anatolios no solo se tradujeron en riqueza y expansión geográfica. Explica Alatorre que a medida que adoptaban la agricultura “iban aprendiendo a decir cómo se decía ‘sembrar’, ‘uncir los bueyes’, de la misma forma en que en nuestros días, al adoptar el “fax”, añadimos a nuestro vocabulario español la palabra fax.


La evolución de las lenguas no se puede entender bien sin la comprensión de la historia política en que se desenvuelven. Las invasiones visigodas de la península ibérica introdujeron en el vocabulario corriente la palabra ‘guerra’ y una serie de conceptos asociados a la codicia de territorios y riqueza, como ‘robar’, ‘botín’,  ‘devastar´, ‘esgrimir’, ‘blandir’... Para la mayoría de estos conceptos, comenzando por el de guerra, existían palabras equivalentes en latín (lengua impuesta, a su vez, por las anteriores invasiones romanas). Obviamente los usos bélicos de los invasores penetraron muy hondo en la sensibilidad de los sojuzgados, haciéndoles adoptar esas expresiones.


Siglos más adelante las invasiones árabes (los “moros”) introdujeron al dialecto castellano al menos 4 mil arabismos en áreas como la decoración, la jardinería, la horticultura y las obras de riego, que se corresponden a objetos o conceptos para los que no había en español palabras para designarlos. Los árabes, extraordinarios horticultores, expertos en equitación y tejedores, no solo enseñaron sus destrezas a los hispanos, sino también su manera de nombrar aquellos procesos y herramientas. ‘Añil’, ‘fanega’, ‘aceituna’, ‘almíbar’, ‘alfajor’ y ‘algoritmo’ son voces árabes. La noción misma de ‘cero’ se debe a los “moros”, quienes obligaron a que toda Europa abandonara la rústica numeración romana.


Las intrusiones del inglés en el lenguaje que usamos en nuestra vida cotidiana pueden mover a la burla, a unos, y a otros, a la indignación. La nuestra no es una lengua moribunda. Es la segunda más hablada en Estados Unidos. De lo que no cabe duda es de que estamos asistiendo a otro proceso de transformación del español. El espanglish es solo uno de los retoños de esos cambios. Volveré sobre el tema en quince días.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 3 de octubre de 2013)