miércoles, diciembre 22, 2010

Revuelta: libros en tiempos de crisis

Miguel Huezo Mixco

La institucionalidad cultural se encuentra en uno de los momentos más críticos de toda la posguerra. Esta crisis se hace especialmente evidente en el mundo del libro y tiene una expresión particular en la actividad editorial. La Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), la casa editora del Estado, no consigue salir del coma en el que se encuentra desde hace varios años, y las editoriales universitarias, que tradicionalmente han tenido un papel protagónico en la publicación de literatura, están haciendo poco o nada.

Esta es la realidad que nos llevó a producir la colección Revuelta, auspiciada por el Centro Cultural de España (CCESV). Desde el 14 de diciembre están en circulación los dos primeros volúmenes: Breves palabras impúdicas, de Horacio Castellanos Moya, y Agua inhóspita, de Vladimir Amaya.

La creación de Revuelta fue el resultado de muchas conversaciones y preguntas. Si imprimir libros es tan caro, ¿debemos adoptar las publicaciones electrónicas? ¿Cómo acceder a los lectores que no forman parte del reducido número de personas conectadas a Internet? Si los libros de autores salvadoreños –salvo los que están incluidos en los programas escolares-- no tienen mercado, ¿por qué insistir en ingresar a un espacio del que estamos excluidos? ¿Debemos cruzarnos de brazos a esperar que alguien toque a la puerta ofreciendo la publicación de nuestros libros?

No tenemos respuestas terminantes para estas y muchas otras preguntas. El surgimiento de pequeños proyectos editoriales como Índole, La Cabuda Cartonera, Equizzero, y de revistas electrónicas como Contracultura y El Ojo de Adrián, son parte de esas posibles respuestas. Revuelta viene a sumarse a estas iniciativas. Ojalá fuera posible crear con todas ellas una estrategia conjunta de producción y difusión de literatura que nos ayudara a salir un poco del hoyo en el que nos encontramos.

La idea de este experimento editorial puede sintetizarse así: contribuir a crear una nueva corriente de atención hacia la literatura, los libros y los autores salvadoreños. La recepción ha sido buena. La revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica publicó un capítulo del libro de Castellanos Moya además de una entrevista con este escritor que vive autoexiliado del país desde hace años. También obtuvimos el apoyo de otros importantes medios impresos y electrónicos, así como de decenas de amigos en Facebook.

Buena parte del trabajo de producción y difusión de los libros se ha hecho a través de Internet. Inclusive, cuando una nevada impidió que Horacio tomara el avión a San Salvador, echamos mano de Skype para asegurar su presencia virtual ante el numeroso público que atendió la invitación al lanzamiento de la colección.

Para los pragmáticos hay que decir que la experiencia arrojará beneficios inmediatos. Los libros se entregarán en las depauperadas bibliotecas públicas y casas de la cultura de todo el país, y serán distribuidos a los usuarios del CCESV donde se da cita un público constituido principalmente por jóvenes. En su versión electrónica, los libros también estarán disponibles en la web, y podrán acceder a ellos, gratuitamente, lectores e investigadores de dentro y fuera de El Salvador.

Pero la literatura no es solo un hecho literario. Es sobre todo un acontecimiento cultural. Aunque suene romántico, queremos golpear los muros del pesimismo con poemas, cuentos y crónicas; pero sobre todo no queremos ser destructivos, sino propositivos. En eso consiste nuestra revuelta.

Revuelta ha tenido cierto éxito en su arranque pero no nos hacemos grandes ilusiones. Sabemos que este tipo de iniciativas no son perfectas y pueden ser polémicas. Pero no hay remedio. Necesitamos actuar. Tenemos que innovar. Debemos encontrar salidas.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 23 diciembre 2010)

La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (III)

María Tenorio

Todos los nombres son inventados. O, mejor dicho, han sido inventados: estrenados en algún momento y lugar del planeta. Por supuesto, la diferencia es enorme entre uno ideado ayer y otro que proviene de un pasado remoto. Pero, más que su tiempo de vida, lo que convierte a un nombre en común o extraño es la frecuencia de su uso. Lo mucho o poco que se repite en un determinado entorno. Mi colega del trabajo Magdiel no se extrañó cuando le pregunté por el origen de su nombre; está acostumbrado a que sea tema de conversación. Así, lo primero que me dijo es que aparece en el libro del Génesis, capítulo 3, versículo 43. Es un nombre antiguo que se usa poco en nuestro medio. Pero puede sonar tan exótico como Bielman u Osmek que, según la guía telefónica 2010, son nombres de varón en El Salvador. En otros países –de acuerdo con Google y Facebook– se desempeñan más bien como apellidos.

La costumbre de inventar

Abro el directorio telefónico del 2010, por azar, en la letra H. Ahí me encuentro con nombres como Yeree Astrid, Beley Judith, Romeo Osmek, Norma Erodita, Betza Yamileth, Bielman Antonio y Bitia Catania. Todos ellos activan mi hormona purista, tradicional y ortodoxa. Agradezco por llamarme María y resisto el impulso de llamar a mi padre para decírselo a las 11 de la noche. De repente, mi hormona de la tolerancia, que favorece la diversidad cultural, cuestiona mi primer instinto. ¿Qué tienen de malo los nombres novedosos?

En algunas sociedades de América Latina, en particular en países caribeños como Puerto Rico, la costumbre de inventar nombres es ampliamente aceptada. Incluso hay mecanismos para acuñar apelativos originales. Uno de ellos es semejante a la formación de acrónimos; se toman sílabas del nombre de la madre, del padre, de los abuelos u otros parientes para obtener combinaciones legibles y pronunciables como Daneisy (Daniel y Deisy) y Anayra (Ana y Mayra). En ciertos entornos lo común, e incluso deseable, es llamarse diferente.

Cuando di clases de español en los Estados Unidos, mi jefa en la Universidad Estatal de Ohio reconocía al oído los nombres de los estudiantes afroamericanos. Cuando yo consultaba sobre el récord de Talicia o de Cleavon, de inmediato ella identificaba la etnia de su portador. Las chicas negras llevaban nombres como Chantrelle o Precious; y los chicos, como Pheoris o Edgerin. La onomástica afroamericana es un marcador simbólico que se une a otros –como las trencitas en el pelo y el color oscuro de la piel– para distinguirlos de las otras culturas del país del norte.

En nuestra nación, la adopción de nombres no tradicionales (inventados, prestados de otras culturas o de otras épocas), ¿podría considerarse un marcador sociocultural? O, en otras palabras, ¿los nombres distinguen a determinados grupos poblacionales, como las clases sociales o los gremios profesionales? Una investigación del Registro Civil respondería estas preguntas, cruzando datos con indicadores socioeconómicos. No obstante, tal cosa excede los límites de este ensayo que apenas se contenta con plantear la cuestión.

Lo que sí podemos afirmar es que, al nombrar a un niño, los padres o responsables apelan a un universo de referencias que varía, sustancialmente, de un ambiente social a otro. Compárese, por ejemplo, un pueblo de migrantes, un municipio agrario y una zona populosa del Área Metropolitana de San Salvador. Los referentes que entran en la categoría de “nombres posibles de personas” probablemente serán muy dispares en los tres sitios. En una simplificación, que puede no ser verdadera, pensaría que los apelativos serán más anglófilos en la primera zona; tendientes a los nombres del santoral, en la segunda; y más variados en la tercera.

Me extraña

En lo que aquí nos compete, les comentaré sobre los nombres más raros que encontré en el directorio telefónico de Publicar 2010. Para empezar, tres nombres exclusivos. La segunda palabra de Geovanni Marxoxel no está registrada en las dos fuentes de la web consultadas, Google y Facebook. Se trata de un neologismo que podría derivarse del apellido Marx, que ostentaron el padre del socialismo científico Carlos Marx y los cómicos estadounidenses Groucho, Harpo y Chico, todos Marx. Digno de figurar junto al anterior es Bisgerto: si usted lo busca en Facebook, en Google o en la guía de teléfonos se encontrará con la misma persona; un salvadoreño llamado Bisgerto Colorado. Nadie más que él. El tercer nombre único, to the best of my knowledge como dicen los gringos, es Presa Marina. La primera palabra se usa en el país como apellido, pero como nombre evoca el significado “privada de libertad”.

Otros nombres inusuales que coinciden con nombres de distintas cosas son: Romeo Osmek, donde la última palabra corresponde a una interface para crear contenidos en línea (tampoco entiendo bien el tecnicismo); Vicbay, que podría ser el acrónimo de Victoria Bay (Bahía de Victoria) en Sudáfrica y una marca de ropa en ese país; Betis Herenia, donde el primero evoca al equipo de fútbol Real Betis Balompié de Sevilla, España; y Elderes Edmundo, donde élder es un título dado a los misioneros mormones.

Otros nombres poquísimo comunes, de procedencia o apariencia inglesa, son Altrin Stanley, Beley Judith, Lex Ricardo, Jimy Denike, Tito Goar, Ulmin Osmaro e Ivey; en ellos he marcado las palabras que en otros países funcionan, por lo general, como apellidos. Llona, por su parte, en el País Vasco o Euskadi funciona como apellido. Sulwil Alexander es otro caso destacable; el primer nombre está registrado tan solo una vez en Facebook por un chico filipino. El primer apelativo de Evexa Yanira aparece en Facebook cuatro veces para identificar a una mujer y Google lo reporta como apellido en Argentina.

Licenia Amareli, Marubeny del Carmen, Cherly Marlen, Suley Scarlet, Lorgio Antonio, Herlan Alberto, Neyib Oliver, Wuilton Alexander, Selvi Marquiño, Glicerio Oswaldo y Boris Carbilio son menos inusuales en el sentido de que están repetidos varias veces en Facebook y en Google. Sus procedencias son diversas. Por ejemplo, Neyib es árabe, Glicerio es de origen griego y Selvi pareciera venir desde la India.

Y, dado que me he alargado mucho en esta entrega, ofrezco una adicional y final con los nombres ambiguos Cruz, Santos y Jesús para dentro de quince días.

(Publicado en Contracultura)

Foto: Autorretrato, de José Cabezas

miércoles, diciembre 15, 2010

Me dijo Vega

María Tenorio

El siguiente correo electrónico fue enviado por Edgardo Vega a Horacio Castellanos Moya el 15 de diciembre de 2010, luego de la teleconferencia del escritor en la presentación de los dos primeros libros de la Colección Revuelta, en el Centro Cultural de España de San Salvador. El texto ha sido editado para su difusión. Agradezco el permiso para publicarlo.

“Mala suerte que no viniste, Moya. Hoy que estaba seguro de que te vería, una tormenta de nieve te impidió tomar el vuelo desde Pittsburgh hasta El Salvador. Mirá a qué ciudad te has ido a refundir. Señorial y linda para estar unos días, es cierto, pero tan gringa, tan pensilvánica. Quién te entiende. Allá vos muriéndote del frío. Aquí en la asquerosa San Salvador el clima está muy agradable, hasta he tenido que usar mi suéter que llevo en los otoños de Montreal.

”Hubiera querido invitarte a tomar un par de güisquis para que retomáramos aquella conversación que tuvimos en “La Lumbre” y que vos volviste célebre en tu novelita El asco. Vaya que suavizaste mis comentarios, Moya. Además omitiste algunas cosas que me parecen claves para entender este país de criminales y estúpidos. Esa es una de las razones que me trajeron de nuevo a San Salvador; las otras no vienen al caso, así que me las ahorraré. Qué cosa mejor que seguir conversando en esta ciudad donde nos malformaron los maristas. Como dijiste anoche que te vi en pantalla en el Centro Cultural de España, lo que más se extraña de la tierra de uno son los amigos y platicar con ellos. Luego de 31 años en Canadá he llegado a admitirlo, Moya, he madurado, he superado muchas manías y he dejado atrás mi paranoia. Vos me hiciste ver, en El asco, como andaba yo de atormentado por esta vida.

”Por cierto, es bonito el librito que te publicaron en la Colección Revuelta. Me llevo un ejemplar de tus Breves palaras impúdicas y otro del de este muchacho poeta, Vladimir Amaya, bastante tímido el joven, corto de palabra hablada, aunque sus letras de Agua inhóspita no están mal. A vos nadie te para la guitarra, Moya, fuiste el plato fuerte de la noche, aunque solo te viéramos en pantalla. (Las maravillas de la tecnología y del tal Skype, que te trajo en vivo y en directo desde tu casa en Pittsburgh.) Tu “cuate” Huezo Mixco solo habló unas palabritas presentando la labor editorial que hizo con el patrocinio de los españoles. Buen detalle de la cooperación internacional para este mísero país… aunque ya sabemos que no se salvará del desastre al que se encamina toda la civilización del planeta. Tanto consumismo, tanta contaminación, tanta podredumbre por todos lados. Triste admitirlo, Moya.

”No sé si te diste cuenta, pero el lleno del auditorio en la presentación de anoche era total. Unas 140 personas calculé, como mínimo. Las sillas estaban todas ocupadas, había gente de pie deteniendo las paredes y además varios no pudieron entrar. Extraño que en este asco de ciudad se llene un evento literario; eso que no dieron comida, solo vino y coca cola. Los libros se terminaron, Moya, los repartían en pareja, el tuyo y el del poeta joven juntos. Ojalá queden más, pues Huezo Mixco dijo que entregarían a las llamadas “casas de la cultura” y se distribuirían también en el mismo centro cultural. La ventaja es que están disponibles en el formato digital, en línea, y son gratuitos. Algo mínimo que se hace en este país donde la cultura, vos sabés, es la gran abandonada de los poderosos.

”Te felicito, Moya, por el nuevo título que lanzás. Quedamos a la espera de tu próxima novela La sirvienta y el luchador. Aunque el título más parece cosa de “albañiles” y del Caballo Rojas, ojalá que nos des algo a la altura de tu inteligencia. De veras lamenté que no hayás venido. Como te decía más arriba, encontrarme y conversar con vos era uno de los motivos que me hizo venir de Montreal a esta asquerosa ciudad que me vio nacer, crecer y huir.

”¡Salud!

Edgardo Vega”

Sitio web de la Colección Revuelta

(Publicado en ContraCultura, 16 diciembre 2010)

martes, diciembre 14, 2010

Invitación al lanzamiento de la Colección Revuelta

Están todos invitados a la presentación de los dos primeros títulos de la Colección Revuelta, dirigida por Miguel Huezo Mixco, con el patrocinio del Centro Cultural de España en El Salvador (CCESV). Los libros son "Breves palabras impúdicas" de Horacio Castellanos Moya y "Agua inhóspita" de Vladimir Amaya.

Invitación
Qué: Lanzamiento de Coleccción Revuelta, dos libros gratis
Dónde: Centro Cultural de España en El Salvador, calle La Reforma, col. San Benito, San Salvador
Cuándo: martes 14 de diciembre de 2010, 6:30 p.m.

Más información en el sitio de la Colección Revuelta, dé clic aquí

jueves, diciembre 09, 2010

La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (II)

María Tenorio

Los apelativos procedentes del mundo anglosajón han calado hondo en las formas de llamarnos, erigiéndose como una categoría amplia y variada en nuestra sociedad. Desde hace décadas se han empleado nombres como Elizabeth, William, Jessica y Alexander. Sin embargo, en años recientes aumenta su frecuencia de uso, al tiempo que la onomástica salvadoreña se nutre con más nombres de origen y de apariencia inglesa o extranjera. De más reciente aparición son, por ejemplo, Bryan, Helen y Kevin, para citar ejemplos tomados de los nombres de mis estudiantes de Lenguaje en la Escuela Superior de Economía y Negocios.

My name is

La moda de los nombres en inglés –procedentes de tradiciones griega, germánica o latina muchos de ellos– se debe al prestigio de la civilización al norte del río Grande. Queremos ser como ellos: si no podemos tener su riqueza, apropiémonos de sus nombres. Un fenómeno semejante ocurrió en las tierras ibéricas hace más de mil años, luego del despliegue de poder guerrero de los invasores bárbaros y la consiguiente caída del Imperio Romano: los nombres de origen germánico (bárbaro) se propagaron e incluso desplazaron a los hebreos, latinos y griegos que se habían popularizado con la tradición cristiana.

Ejemplos de nombres anglosajones mezclados con nombres castellanos son Rocío Jeannette, Donovan Josué, Marta Jaqueline, Steve Emerson y Jhonny de Jesús. También se encuentran los más anglófonos Melanie, Milton Alexander, Jessica Lissette y Edwin William. En tanto, algunos hispanizan las grafías, como ocurre con Franklin Yovani, Nubia Yaneth, Yessika Erlinda y Jeni Carolina. Están también los que suenan como en inglés, aunque su origen no está comprobado. Ese es el caso de Yosabeth, Sulwil Alexander, Lidisceth del Carmen y Selvin Ernesto. Como puede verse en estas muestras, tomadas todas de la guía telefónica de Publicar 2010, entre los apelativos anglófilos hay algunos muy comunes y frecuentes, y otros muy extravagantes y novedosos. Todo reside, como dijimos en la primera entrega de este ensayo, en la frecuencia de uso: el oído se acostumbra; la tradición se construye por repetición.

No cabe duda de que una vía de entrada de la anglofilia que permea nuestras formas de llamarnos y, en general, nuestra cultura es el enorme movimiento de población salvadoreña hacia el gran vecino del Norte en busca de oportunidades de trabajo, de seguridad y de vida. Las migraciones han aportado mucho más que dólares, ropa, educación, electrodomésticos y arquitectura en los últimos treinta años: la remesa onomástica está transformando el panorama de los nombres propios salvadoreños, naturalizando la oferta de apelativos en inglés.

A manera de hipótesis, se puede plantear que los nombres anglos irrumpen en el país a partir de las clases menos educadas –entre las que han sido más fuertes las migraciones– en un movimiento que tiende a propagarse en toda la escala social. La razón podría ser que quienes cuentan con menos formación tienen menos tabúes para innovar, sobre todo en un terreno tan sensible como el de dar nombre a sus hijos. Según algunos de mis alumnos de Lenguaje, los nombres más extraños “son de personas que tuvieron padres con poca educación”. Las clases más favorecidas tienden a ser más conservadoras en este ámbito.

Mamá, quiero ser artista

Además de las migraciones, la enorme producción cultural –en lengua inglesa– de cine, música, revistas, libros, televisión y publicidad nos ha dotado con indicaciones sobre cómo llamarnos para ser exitosos, bellos, valientes o dichosos. Algunos nombres de salvadoreños encontrados en el directorio telefónico que relaciono con personajes del imaginario cultural y mediático de tradición anglosajona son: Néstor Ivanhoe, asociado con el personaje de la novela histórica de Sir Walter Scott, Wilfredo de Ivanhoe; Woody Rogelio, con el director de cine neoyorquino Woody Allen; Magnum Alexander, con el programa televisivo Magnum P.I.; Dorian Armando, con el Retrato de Dorian Gray, novela de Oscar Wilde; Barby Yessenia, con la famosa muñeca Barbie.

En la categoría de personajes famosos de origen anglosajón traigo a ustedes el poco usual nombre de pila de un compatriota, Elvis Land, que literalmente significa la tierra de Elvis, posiblemente en alusión a Elvis Presley, el Rey del Rock. El apelativo constituye una violación contra la Ley del Nombre de la Persona Natural, vigente en el país desde 1991, por el uso de un nombre impropio de persona, la palabra común land que significa tierra, terreno, país, nación o reino.

Si bien algunos casticistas (entre ellos, varios de mis estudiantes universitarios) objetan el uso de nombres extranjeros por las dificultades para pronunciarlos, la Ley del Nombre no opone restricciones a ese respecto. Aquí, sin duda, debería imperar el sentido común. Pero, en Ransey Ernesto, ¿se pronuncia /Ranséi/ o /Ránsi/? Y en Orpha Lissete, ¿se dice /Orfa/ u /Orpa/?

La ley tampoco norma la manera de escribirlos, quedando a juicio de los padres o de los funcionarios del Registro Civil. En la guía se encuentran nombres con hasta cinco grafías distintas, por ejemplo: Marta Jaqueline, Jackeline Lisseth, Jaquelinne Grissel y Heidi Yaqueline; Freddy Konrad, Fredi Antonio, José Fredis, Fredy Armando y Fredee Agustín; Rudy Cristian y Christian Manuel; Katherine, Katherin Margarita y Rudit Katerin; Nancy Yoshie y Nansi del Carmen. Siempre he oído decir que hay libertad sobre cómo deletrear los nombres propios, lo cual aplicaría a los de cualquier procedencia.

Algo más en cuanto a las grafías. Las letras “h” y “y” suelen actuar como marca de prestigio en apelativos que, a veces, tienen equivalente en castellano: Martha, Rhina Elizabeth, Thelma, Gladys Otilia, Doly Edita, Cecilia Yudith y Fany Esmeralda sirvan como ejemplos. Esta que escribe carga con su propia “h” final en el nombre Ruth, del que podría prescindir con facilidad. Otra marca de prestigio –también asociada con lo anglo y, en general, con lo extranjero– es la duplicación de letras. Esta práctica sigue, muchas veces, las formas “originales” de escribir los nombres en otras lenguas; sin embargo también se usa a discreción de los padres o los dadores de nombres. Además de los ejemplos que puede hallar en el párrafo anterior, tenemos el caso de Bonnie Ailleen, Claudia Lissette, Ivonne Desiree y María Haydeé.

En la próxima entrega lea sobre la tradición de inventar nombres, así como sobre los apelativos Santos, Cruz, Jesús y Tránsito que en nuestro país se usan tanto para hombre como para mujer.

(Publicado en Contracultura, 9 diciembre 2010).

Ilustración: Tarjeta postal que muestra la alameda Roosevelt, San Salvador, fechada el 16 de junio de 1946 y firmada por Óscar A. Rodríguez. Publicada en el blog de Julio Martínez.

miércoles, diciembre 08, 2010

El suicidio indoloro

Miguel Huezo Mixco

Alrededor del mundo existen organizaciones defensoras del “derecho a morir dignamente” (DMD). Operan en la Web y se les puede seguir en Facebook. Su misión consiste en ayudar a que las personas puedan morir de acuerdo con sus creencias particulares.

Estamos hablando de la eutanasia. La “buena muerte”. En la mayoría de países, incluyendo El Salvador, dicha práctica está penalizada. Sin embargo, cada tiempo ocurren casos que consiguen escapar de las frías estadísticas de suicidios --la décima causa de mortalidad (1,5%) en el mundo--y generan debate sobre el derecho a “adelantar” nuestra propia muerte.

Tal es el caso de Carlos Santos Velicia, 66 años, malagueño y guía turístico de profesión, cuyas últimas fotos miro mientras leo el reportaje publicado por el escritor Juan José Millás en El País (España) el pasado domingo 5 de diciembre. La pieza es estremecedora. Millás (Premio Nacional de Narrativa 2008), tiene dos años menos que Santos Velicia y al final revelará que él también es socio de DMD.

Carlos salió de su casa en Málaga hacia la última parada de su peregrinación y se reunió con Millás un día antes de ingerir su cóctel letal en un cómodo hotel del viejo Madrid para contarle su historia y ayudar a generar debate sobre la eutanasia. "Sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia", dice el escritor.

La muerte asistida ha sido tema de muchos libros, debates y de algunas películas, como “Las invasiones bárbaras”, quizás una de las mejores que he visto en mi vida. Pero la historia de Santos Velicia está lejos de ser una ficción. Carlos contempló el suicidio cuando la vida le regaló dos graves e inesperados infartos de miocardio. Tenía poco más de 50 años. Quedó jodido. Para empezar, sin trabajo. Cuenta: “Tuve que plantearme mi vida (…) me voy a suicidar, pero a mi manera”.

Pasarían quince años para que llegara la decisión final. Entre tanto, otros males comenzaron a aquejarlo: incontinencia urinaria, hernia discal, insuficiencia cardiaca, taquicardia, arritmia. Lo peor de todo fue un tumor en la columna vertebral que lo condenaba a padecer terriblemente.

Comenzó a darle vueltas a la manera de adelantar su muerte. Las opciones de pegarse un tiro o lanzarse desde un octavo piso se le hicieron desagradables. “Soy una persona pacífica, no me gusta la violencia”, explica. Entonces tomó contacto con Exit, de Australia. Después con Dignitas, de Suiza. Estos, a su vez, le recomendaron buscar a la DMD de Barcelona, quienes lo remitieron al grupo de Madrid.

Durante su conversación le habló a Millás de su novela inédita “El hombre dividido”, que escribió durante los últimos quince años de su vida. Allí cuenta sobre sus paseos. Había conocido la mitad del mundo, pero para su último viaje llevó solo un pijama, camisa, calcetines, zapatillas, calzoncillos y los componentes del cóctel de autoliberación. “He ido desprendiéndome de todo (…) no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje”, le dice.

Al día siguiente, acompañado de un voluntario y una voluntaria de DMD, se tomó a cucharadas, entre bromas, el puré de pastillas pulverizadas revueltas con yogurt que él mismo había preparado. Una hora más tarde se quedó dormido. Después dejó de respirar. Sin sufrimiento, sin dolor, jugándole la vuelta a una perspectiva clínica aterradora. Un final feliz para una vida intensa. Vale la pena pensárselo. Uno se va haciendo viejo.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 9 de diciembre de 2010)

Foto: Sofía Moro/ El País

¿Querés leer todo el reportaje? Aquí está



miércoles, noviembre 24, 2010

La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (I)

María Tenorio

Evexa Yanira, Carlos José, Nereyda Jakinot, Norma Elizabeth, Charmy Igor, Ana María, Eduardo Ernesto y Fermín Tolín son algunos ejemplos de la inmensa variedad de nombres, raros y comunes, que llevamos los salvadoreños. Una exploración de la guía telefónica del 2010, realizada por mis alumnos de clase de Lenguaje, muestra que para identificarnos usamos, modificamos y mezclamos palabras procedentes de diversas tradiciones. Por ejemplo, ¿sabía usted que el tan repetido Carlos es de origen germánico, que Ana es hebreo y que Yamilet es árabe? ¿Se ha dado cuenta de la cantidad de apelativos de procedencia anglosajona que se vuelven cada vez más populares? ¿Sabe que en El Salvador hay una ley que regula la asignación de nombres propios?

Clasificar todos los nombres que llevamos los salvadoreños excede las pretensiones de este ensayo. Sin embargo, no está de más hacer el ejercicio de imaginar un termómetro con una gradación que vaya desde lo más común hasta lo más extraño: común sería lo que se encuentra con mayor frecuencia en las páginas del directorio telefónico, lo que más se repite; extraño, lo que se halla poquísimas veces o quizás tan solo una. Así, por ejemplo, Yubiny Alcides, Filermina, Elman Heltar y Mery Hilweh resultan muy extraños: no esperaría verlos varias veces en el mencionado libro, ni solos ni combinados. Modesto Amado, Ignacia de Jesús y Celsa Orbelina son menos raros, en tanto tienen mayores probabilidades de repetirse. Juan Pablo, Leslie Tatiana, William Javier, Marta Alicia, Edwin y Daysi son nombres comunes que esperaríamos ver muchas veces.

En algunos casos, lo extraño de los nombres puede volverse ambiguo (¿es persona o cosa?, ¿es hombre o mujer?) o incluso menoscabar la imagen de su portador, a quien identifica e individualiza. Esto fue reconocido legalmente en El Salvador hace 20 años con la promulgación de la Ley del Nombre de la Persona Natural, cuyo artículo 11 regula que nuestro nombre propio no sea "lesivo a la dignidad humana, impropio de personas o equívoco respecto al sexo". En la fuente que usamos en este texto –la guía telefónica del 2010– encontraremos, lógicamente, infracciones a la veinteañera ley, ya que la mayoría de los dueños de líneas de teléfono han de ser mayores de 20 años.

Alta frecuencia


Los nombres más comunes, situados en un extremo del termómetro virtual, son José y María. Ambos son de origen hebreo: Yosefyah y Maryam, respectivamente. Designan a la pareja que, según la tradición cristiana, recibió a Dios hecho hombre en la Tierra. Son apelativos que extrañamente se usan solos: son tan frecuentes que su poder de individualización está muy mermado. Algunas combinaciones que aparecen en el directorio telefónico son las muy usadas José Antonio, José Luis, María Teresa y María Elena; y las menos comunes José Mauro, José Abelino, María Florinda y María Orfilia.

También es posible combinar los dos nombres más populares entre ellos; María José y José María identifican, respectivamente, a una mujer y a un hombre. Siguen, de esta manera, la citada Ley del nombre que permite usar nombres del otro género mientras estén precedidos por uno que determine el sexo; en otras palabras, el primer nombre de una pareja define el sexo de quien lo porta. Ese sería el caso de José Dolores o María René. Por otra parte, María posee variantes compuestas como Maribel (María Isabel) y Marisol (María del Sol), de uso frecuente en nuestro país. En el caso de José, tenemos derivados femeninos como Josefina y Josefa. Este último identifica a mi centenaria abuela, a quien siempre hemos llamado Chepita.

A la pareja de nombres más populares les siguen el latino Juan, el hebreo Ana y el germánico Carlos, que aparecen en muchísimas combinaciones. Juan José, Carlos Antonio, Ana Julia, Juan Ramón, Ana Merisi, Carlos Heriberto, Ana Delia y Carlos Odir sirvan como ejemplo de mezclas tanto comunes como inusuales.

Como sabemos, lo más frecuente en nuestra cultura es asignar dos nombres a cada persona. La referida Ley del nombre convierte esa costumbre en norma jurídica al restringir la formación del nombre propio "a dos palabras como máximo". En este sentido, las partículas "de", “del”, "de la" y otras similares no se consideran una palabra más sino parte del nombre al que acompañan. Muestra de ello serían Salvadora de los Ángeles, Joel de Jesús, Maritza del Pilar, Aracely del Tránsito, Franklin de Dios, Jesús de la Cruz, Inocente del Rosario, Reina de la Paz, Natividad de las Mercedes o Jaime del Carmen.

Hay que decir aquí que, por lo menos antes de la ley, poner tres nombres a los hijos no era raro en el país. Así la guía telefónica registra a José Carol Alvino, Francisca Ana Iris, Carlos Napoleón Enrique, Ana Lorena Ligia, Carlos Francisco Gerardo, María Blanca Luz y Pedro Félix Antonio. La que esto escribe también carga con su propio trío: Ruth María de los Ángeles.

Si hablamos de los nombres castellanos, que se impusieron en estas tierras durante la época colonial (siglos XVI a XIX), notaremos que vienen de varias fuentes culturales. Bajo la tradición cristiana, en la Península Ibérica se difundieron nombres de origen hebreo, latino y griego. Con estos convivieron apelativos árabes, aunque pocos se integraron en la corriente onomástica hispana. Además, luego de las Invasiones Bárbaras adquirieron mucho prestigio los nombres germánicos, uniéndose al bagaje anterior. Así, Ruth, Isabel, Miguel y David son de origen hebreo. Del latín son de uso frecuente Pedro, Pablo, Julia y Beatriz. Del griego nos vienen apelativos como Eugenia, Alicia, Dora, Alejandro, Nicolás y Andrés. De origen germánico son Álvaro, Elsa, Karla, Alberto, Carolina, Rodrigo y Adolfo. Y, por último, árabes son Fátima, Xiomara y Omar.

En la próxima entrega comentaré sobre los nombres de origen anglosajón que se usan en el país, así como sobre algunos apelativos que infringen la Ley del Nombre de la Persona Natural, aunque son medianamente comunes entre nosotros.

(Publicado en Contracultura)

Foto: Monumento a la Memoria y la Verdad, Parque Cuscatlán, San Salvador

miércoles, noviembre 10, 2010

Viene una Revuelta

Miguel Huezo Mixco

El escritor Horacio Castellanos Moya, autor de "El asco" y otras ocho novelas, vendrá al país el próximo 14 de diciembre para asistir a la presentación de su nuevo libro "Breves palabras impúdicas". El lanzamiento de este libro romperá una maldición ya que Horacio no publica un nuevo título en El Salvador desde 1996, cuando la DPI lanzó "Baile con serpientes".

La publicación de "Breves palabras impúdicas" se hace bajo el sello de la Colección Revuelta, un nuevo proyecto editorial auspiciado por el Centro Cultural de España de El Salvador (CCESV). Con esta obra Revuelta comenzará a publicar y distribuir de manera gratuita una serie de libros de autores salvadoreños consagrados y emergentes. De hecho, junto con el libro de Castellanos se presentará también "Agua inhóspita" de Vladimir Amaya, una compilación de sus poemas cuya selección estuvo a cargo del también poeta René Rodas.

La Colección Revuelta, que saltará a la palestra literaria con esos dos volúmenes, será un territorio de encuentro entre nuevos y viejos modos de hacer libros y literatura. No solo porque permitirá la confluencia de varias generaciones de autores, sino también porque los libros se producirán simultáneamente en formato convencional (papel) y electrónico. La portada de cada uno de los libros ha sido diseñada por un artista visual. En esta primera dupla las cubiertas están a cargo de los reconocidos artistas Walterio Iraheta y Verónica Vides.

Revuelta surge para dar una respuesta, aunque sea pequeña, a la incesante producción de literatura de los autores salvadoreños que no encuentra suficientes cauces en las editoriales privadas, universitarias ni tampoco en la casa editora estatal. Bien sabemos que muchos manuscritos valiosos se encuentran engavetados. Y aunque ahora existe la posibilidad de publicar en blogs o sitios web personales, en El Salvador la publicación de un libro, que pueda tocarse y olerse, sigue siendo la aspiración de todo autor.

Este es el caso del joven poeta Vladimir Amaya que empleó sus propios recursos económicos para publicar "Una madrugada del siglo XXI" (2010), la primera antología de poetas jóvenes salvadoreños nacidos a partir de 1980. Como Amaya, existen otros talentos en busca de un editor que revise, seleccione, sugiera y ponga en valor su trabajo.

Los textos de Castellanos provienen de conferencias que el autor pronunció entre los años 2004 y 2008 en España, Francia y México. Algunas están publicadas en la revista electrónica Istmo. Su ensayo "La guerra, un largo paréntesis" apareció en la edición española de la revista Letras Libres, en 2004. El conjunto constituye una selección de textos indispensables para aproximarse al pensamiento del principal novelista salvadoreño de nuestro momento.

Los libros se distribuirán gratuitamente en bibliotecas públicas y municipales, así como en embajadas y consulados salvadoreños en el exterior. El CCESV también los pondrá en manos del público que visita sus instalaciones. Para los fetichistas, como yo, una cantidad limitada de ejemplares será numerada y firmada por los autores el día de la presentación.

En su formato electrónico, los libros se alojarán en el sitio web del Centro Cultural de España, que contará con un sistema de conteo de descargas. Esto, entre otras cosas, permitirá conocer más sobre los lectores. Finalmente, la colección tendrá un blog que servirá como plataforma de difusión y animación a través de redes sociales.

En el ambiente incierto y desesperanzador que vive el país, esta colección de libros de literatura aspira a revolver un poco el ambiente cultural con una propuesta refrescante e innovadora. Viene una Revuelta, sí.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 11 de noviembre 2010)

Fotografía: Gitanos andaluces, tomada de http://www.upbustleandout.co.uk/zahara/home/zahara_home.htm

"Japón"

María Tenorio

Pocas películas resultan tan inquietantes como Japón (2002) de Carlos Reygadas. Imágenes suyas regresan de cuando en cuando a mi cabeza para interrogarme; lo mismo que su extraño y breve título que nada tiene que ver con la isla nipona, con su gente o su cultura. Su fotografía es memorable; sus personajes, crípticos pero encantadores; y su trama, extraña pero verosímil. El joven director mexicano logra un producto fílmico que recuerda las narraciones y recrea la imaginería de Juan Rulfo.

Japón tiene una forma muy peculiar de contar el cuento, a ratos parecida al documental, a ratos parecida a la poesía, con ritmo lento y pausas largas. Trata sobre un hombre que huye de la ciudad y se refugia en un pueblito, con el solo propósito de suicidarse. De sus encuentros en la ruta hacia la muerte está tejida la historia. En ella los diálogos son escasos y la información contextual, casi nula. No sabemos nada sobre la vida pasada de los personajes; por ejemplo, jamás se nos dice por qué el hombre quiere matarse o quién ha sido la mujer en cuya casa se aloja. Los espectadores nos enfrentamos con personajes extremos: los protagonistas son callados, mantienen el ceño fruncido y no sonríen; los personajes de fondo son, en buena medida, gente bulliciosa, hombres borrachos, niños alegres. Todos viven entre barrancos y conviven con los animales, en un ambiente alejado de la vida urbana, sus artefactos y sus preocupaciones.

La cinta captura la atención a fuerza de imágenes que desconciertan. En momentos claves, la cámara se acerca tanto al objeto que lo vuelve irreconocible. Es el caso de la imagen inicial de la película, que presenta un enjambre de luces sobre un fondo oscuro; cuando empieza el movimiento nos damos cuenta de que se trataba del tráfico detenido al interior de un túnel. También hay imágenes perturbadoras y grotescas, que prefiero no comentar para mantener el interés de quien ha leído hasta aquí. La banda sonora, cargada de música sinfónica, completa el carácter poético y virtuoso del trabajo de Reygadas.

Luego de ver la película me enteré a través de la gran enciclopedia de nuestros tiempos que Carlos Reygadas tiene una forma muy peculiar, incluso un tanto dogmática, de hacer cine. Uno de sus principios es no emplear actores profesionales; por el contrario, busca gente que, en la vida real, tiene un perfil parecido al del personaje que va a representar. Algo semejante ocurre con las locaciones, para las que rechaza la falsificación de escenarios. Como explica en una entrevista: “si partes de algo auténtico puedes transformarlo y entonces [lograr] que cobre sentido. (...) a mí me interesan mucho los decorados naturales.”

Otra particularidad de su trabajo es el uso de la cámara: a ratos la imagen tiembla y se tambalea, a ratos describe círculos, viaja o se acerca hasta confundir la visión. La película tiene imágenes aéreas muy impresionantes, como la del hombre tirado al lado de un caballo muerto a orillas de un barranco. También movimientos extravagantes, como el del final que captura los restos de un accidente sobre la línea del tren en un inexplicable zigzag aéreo de la cámara.

Con técnicas como las de Japón, Reygadas ha creado otras dos películas: Batalla en el cielo (2005) que gira en torno a una pareja que secuestra un niño; y Luz silenciosa (2007) que narra la infidelidad de un hombre de una comunidad menonita del norte de México. Es una suerte que las tres cintas estén disponibles en uno de los pocos rentavideos que sobreviven en San Salvador.

(Publicado en Contracultura)

miércoles, octubre 27, 2010

El Tercer Reich, novela póstuma de Roberto Bolaño

María Tenorio

Me acerqué a El Tercer Reich (Anagrama, 2010) con una sensación ambivalente: por un lado, el entusiasmo de leer una novela de Roberto Bolaño (1953-2003); y, por otro, la sospecha de ser víctima de una trampa editorial. Alguien, cuya opinión respeto, me dijo que se trataba de un texto de juventud cuyo autor nunca quiso publicar, una mera estrategia comercial diseñada para incautos (o fanáticos) como yo. No obstante, esta obra póstuma, publicada 21 años después de escrita, me ha parecido mejor que otros libros del célebre chileno.

El Tercer Reich no es una ficción histórica sobre la Alemania nazi. Alemanes son su personaje principal y varios de los que le acompañan en su estancia en un pueblito de la costa catalana. Udo Berger, el joven protagonista, vuelve al hotel Del Mar, donde temporaba con sus padres, pero esta vez junto a su novia Ingeborg para pasar las vacaciones del verano. Entre las salidas a la playa, a los bares y a las discotecas, la pareja traba relación con los conflictivos Hanna y Charly, los españoles el Lobo y el Cordero, y el extraño Quemado. Además, Udo se reencuentra con la enigmática Frau Else, la dueña del hotel. En ese mundillo de personajes se desenvuelve el relato. 

El título lo toma la novela del wargame, el complicado juego de mesa del que Udo es campeón en su país natal. El joven instala un tablero en su cuarto del hotel para entretenerse mientras Ingeborg disfruta del mar. Debe preparar un artículo para una revista especializada, además de practicar Tercer Reich para enfrentar al campeón estadounidense Rex Douglas en Francia. (Confieso que me salté las partes dedicadas a explicar los movimientos del juego, que abundaban en nombres de generales, batallas, ciudades, armamentos. Menos mal que Bolaño no abusó de esos detalles.)

La novela, de 360 páginas, está escrita en forma de diario por Udo Berger, quien se propone destinar parte de su día a registrar los acontecimientos del hotel Del Mar así como los movimientos de su juego. A diferencia de otros libros de Bolaño que he leído, este está narrado cronológicamente por una misma persona sin mayor recurso a saltos de tiempo, lugar o perspectiva. En ese sentido es una novela "tradicional", sin mayores alardes técnicos, con un hilo fácil de seguir. Su riqueza reside en la progresión de la trama, que va complicándose hasta tornarse angustiosa. Una especie de thriller o, como dice el reseñador Roberto Careaga, una novela policial sin asesino. El ambiente playero, que inicia con sol y bañistas, va poco a poco llenándose de sombras y de amenazas que nunca sabemos si llegarán a materializarse.

Destaca en este libro el lenguaje de Bolaño: claro y, a ratos, opaco; directo, pero también sugerente; fluido, aunque, por momentos, dilatado y lento. Sin duda, las palabras son el instrumento que convierte a esta historia en una pieza estética. Estoy de acuerdo con que la novela podría haberse editado y contado en menos páginas, como sugieren algunos reseñadores. Sin embargo, eso no deja de ser un lugar común cuando de obras extensas se trata. Algo semejante podría decirse de Los detectives salvajes (1998), del mismo Bolaño.

Pero les decía al principio que me gustó más que otras novelas del autor: me refiero a Una novelita lumpen (2002), Nocturno de Chile (2000) e incluso Estrella distante (1996). En mi opinión, El Tercer Reich es una obra más completa o redonda que las mencionadas, con personajes bien logrados --en particular, el protagonista--, una historia bien contada, y un lenguaje que genera suspenso. En definitiva, no me sentí timada por el editor. Sigo con ganas de leer más de Bolaño y, por fortuna, todavía tengo varios títulos pendientes.

(Publicado en Contracultura, 26 octubre 2010)

Ilustración: International Toy Soldier Gallery

El Bicentenario ¿Algo que celebrar?

Miguel Huezo Mixco

La historia oficial describe los hechos del 5 de noviembre de 1811 en San Salvador como una insurrección. En derredor a aquella fecha, en una conjunción de diversos tipos de descontento, barrios enteros de la ciudad junto con ciudadanos prominentes, se amotinaron contra la autoridad constituida. Aquellos hechos se consideran el inicio del proceso de Independencia de España. Las autoridades nacionales y locales se aprestan para celebrar, en 2011, los 200 años de aquel suceso. ¿Tiene algo que celebrar un país fragmentado que no es capaz de pagar ni sus propias cuentas?

La primera vez que escuché que el país se aprestaba a celebrar en el 2011 su Bicentenario, junto con Venezuela y Paraguay, fue en CNN en Español. Como todos sabemos, la Independencia centroamericana tuvo lugar en septiembre de 1821. De inmediato me puse a escribirle un correo electrónico a Claudia Palacios, presentadora y conductora, a quien había conocido unos meses atrás en Tijuana, México, advirtiéndole del grave error en el que estaba incurriendo la poderosa cadena de noticias.

Claudia me respondió que CNN se había limitado a acoger las fechas conmemorativas definidas por los países del Grupo Bicentenario. No había, pues, tal error. Como lo supe más tarde, El Salvador se sumó a la iniciativa de la XVII Cumbre Iberoamericana de 2009, de "conmemorar los bicentenarios de la Independencia de varias naciones iberoamericanas"... y así comenzó la historia.

La Comisión nacional para el Bicentenario, hasta donde sabemos, no cuenta todavía con un plan de acción. De hecho, en el sitio oficial del Grupo Bicentenario si uno pulsa en el botón correspondiente a El Salvador no hay nada que ver. Nadie parece haberse preocupado tampoco por corregir --este sí, un craso error-- la fecha de la Independencia salvadoreña que en ese mismo sitio Web aparece en el año 1823 (!). Esto no tiene otro nombre más que desidia.

Este vacío es un reflejo de otro más grande: el vacío de contenido en torno a la fecha, que amenaza con volver la celebración en un evento improvisado pero abundante en declaraciones y discursos inflamados de patriotismo de ocasión. En una celebración de este tipo lo importante no son tanto las recordaciones y la repetición de los clichés nacionalistas, sino la reflexión seria y responsable sobre el momento que vive nuestra sociedad y la manera en que esta va a resolver la crisis en la que se encuentra.

El Bicentenario debiera ser un momento crucial para conversar sobre lo que hemos hecho bien y también sobre lo que de verdad debemos cambiar y mejorar. Debiera ser aprovechado como la oportunidad de aprender de los acontecimientos y de los hechos pasados. Sin embargo, este no parece ser el caso.

El modo improvisado de acometer una fecha que se ha considerado trascendental para la historia nacional no es muy distinto de la forma en que se abordan los problemas cruciales para el país. Nuestros fracasos económicos, que se han sucedido uno tras otro y llegan hasta nuestros días; la tremenda vulnerabilidad ante los eventos climáticos que dejan secuelas trágicas; la incapacidad para retener a millares de jóvenes que han salido huyendo, como de una peste, para realizar sus sueños; y la inseguridad ciudadana que coloca a El Salvador entre los países más peligrosos del mundo, dibujan la existencia de una crisis que no es solo coyuntural, sino más profunda.

La factura de nuestra incapacidad de integrar un país en torno a metas comunes no la pagarán nuestros nietos. La estamos pagando ya nosotros. El Salvador necesita repensarse culturalmente. Es una tarea que lleva doscientos años de retraso.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 28 octubre 2010)

miércoles, octubre 13, 2010

Alfredo Zamora, el rebelde


Miguel Huezo Mixco

El domingo 10 de octubre las cenizas de Alfredo Zamora fueron esparcidas, como fue su voluntad, en Chalatenango. Alfredito volvió así al lugar donde probablemente fue más feliz que nunca. Lamento haberme perdido su último gran "performance", pero la vida es así. Cierro los ojos y trato de recordar cómo lo conocí...

Corría el año 1971. En nuestro país, aquel año fue el equivalente del 68 europeo: la historia tomó un impulso utópico que pronto se tiñó de sangre. El viejo juego de las ejecuciones, uno de los favoritos de nuestra cultura, se había vuelto a poner en marcha. La época se inauguró con el secuestro y asesinato del empresario Ernesto Regalado Dueñas. Aunque el gobierno militar dio a conocer el nombre de los presuntos responsables --los estudiantes Guillermo Aldana y Carlos Menjívar— para muchos, incluido mi padre, el crimen había sido obra del general José Alberto Medrano.

Mi padre, como luego supe, estaba equivocado. Aquel hecho era la partida de nacimiento de una de las organizaciones armadas revolucionarias del país. Quien me sacó de dudas fue Carlos de Sola, el Director de Cultura del Ministerio de Educación. Cuando le repetí lo que había escuchado sobre el asesinato de Neto Regalado me dijo: "¡Choco, no seas pendejo! En este país hay una guerrilla…".

La onda expansiva del caso Regalado Dueñas llegó a lugares insospechados, incluidas las aulas del colegio de curas donde estaba por sacar mi cartoncito de bachiller. Es aquí donde mi memoria me trae a escena a Alfredo Zamora.

Alfredo tendría no más de 15 años. Delgado, de nariz afilada, mostraba una calva prematura que le daba un cierto aire enfermizo. Había ganado popularidad por sus encontronazos con profesores y curas. Sus amigos más cercanos en aquel colegio eran mi hermano Luis Roberto, Carlos “el feo” Briones (quien llegaría a ser el Director de Flacso, fallecido hace un año) y el ahora cirujano Luis Cousin.

Zamora protagonizó un inolvidable enfrentamiento con nuestro profesor de Constitución, el ya por entonces reconocido abogado Kirio Salgado. Este profesor seguía con especial atención los pormenores del juicio contra otros dos presuntos implicados en el crimen de Regalado Dueñas, entre ellos el estudiante universitario Jorge Cáceres Prendes quien, a su vez, era defendido por uno de los hermanos mayores de Alfredo, el joven y brillante abogado Rubén Zamora.

Salgado era elocuente y mordaz. Parecía convencido de la culpabilidad de los acusados y no perdió la oportunidad de utilizar el caso para ilustrar, en el salón de clase, el funcionamiento de las leyes salvadoreñas. Fue en una de aquellas disertaciones que Alfredo Zamora pidió la palabra para contradecirlo. El debate se volvió acalorado. Al final, Salgado, entre divertido y molesto, constituyó, con la participación de los alumnos, un tribunal para establecer si Zamora le había faltado el respeto. La noticia se regó por todo el colegio.

Alfredo era inteligente y discutidor pero tenía todas las de perder, como en efecto ocurrió. Aquel jurado de colegiales lo encontró culpable. Su condena consistió en recibir por un tiempo la asignatura de Salgado de pie y afuera del salón de clases. Estoy seguro de que Alfredo vivió aquel castigo como un triunfo.

La vida nos ofrecería numerosas ocasiones de encontrarnos y hasta de probar el filo de nuestras mutuas intransigencias. Pero aquel episodio colegial me produjo una simpatía que no solo alimentó mi amistad por Alfredo sino que también me ayudó a superar nuestras diferencias. Ahora, su última voluntad, la de difuminarse en el aire y la tierra chalateca, me hace admirarlo todavía más.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 14 de octubre de 2010)

Ilustración: La Libertad guiando al pueblo, de Eugene Delacroix, 1830

Colibrí y Margarito

María Tenorio

Al teatro se le ha atribuido, desde hace siglos, una función educativa. El periódico sansalvadoreño El Amigo del Pueblo (1843) advertía que "el teatro es una escuela práctica de moral y buen gusto, en donde las artes liberales, y sobre todo el ejemplo, concurren a suavizar las costumbres y extirpar los malos hábitos". Recordé esta cita decimonónica cuando me disponía a escribir este comentario sobre el espectáculo infantil "Enanos y gigantes" que presencié el pasado sábado en el auditorio del MUNA (Museo Nacional de Antropología).

Dos lecciones nos ofreció, a grandes y pequeños, la pieza teatral del grupo español Sol y Tierra, que se presentó como parte del FITI (Festival Internacional de Teatro Infantil): la aceptación de la diversidad, y la búsqueda del balance entre trabajo y diversión. La obra trataba sobre el particular encuentro entre el enano Colibrí y el gigante Margarito, representantes de pueblos vecinos que no se relacionaban pues se tenían desconfianza. Mientras los enanos vivían dedicados a divertirse, los gigantes eran adictos al trabajo. No obstante, un buen día, Colibrí se aventuró a cruzar el desierto rosado hasta llegar a la tierra de los gigantes... y se hizo amigo de Margarito.

A juicio de mi hermana y mío, la pieza debió haber concluido allí, con esa rica amistad que volvería trabajadores a los enanos y enseñaría a jugar a los gigantes. He de decir que el ritmo lento y el carácter repetitivo de aquella lección de "moral y buen gusto" nos tenía un tanto exasperados a los adultos que acompañábamos a nuestros pequeños esa mañana de sábado. Una señora mayor, vestida de rojo y sentada en la fila frente a la nuestra, se entregó a una siesta mientras los dos actores desplegaban sus dotes; al mismo tiempo, un padre de familia caminaba azorado por el pasillo opuesto.

Pero la historia continuaba con un personaje un tanto insulso, aunque ciertamente provocador: el Pato Sabio. Este habitante del desierto rosado debía aprobar la amistad entre los disímiles Colibrí y Margarito, pues no era bien vista por los demás enanos. El Pato Sabio, lo confieso, me ha dejado pensando que en nuestra cultura occidental y teísta la sanción de alguien más --una autoridad-- es requerida para desafiar el estatus quo y sentirse a gusto en una situación que, por costumbre, ha sido objeto de prohibición. ¿Será que se necesita de un "pato sabio" para actuar en contra de la corriente? Ahí les dejo la pregunta.


Los niños y el espectáculo


Ahora bien, desde la óptica de los niños, no temo afirmar que la obra les gustó y los entretuvo mientras recibían su ración de valores morales. Los seis "enanos" de nuestro grupo familiar, cuyas edades oscilaban entre los 3 y los 8 años, estuvieron muy atentos a lo que lentamente les ocurría a Colibrí y Margarito. Tampoco se resisitieron mayor cosa a seguir las indicaciones del cuentacuentos cuando nos ponía a aplaudir, a agitar los brazos, o a tocar la nariz de nuestro compañero de butaca. Ninguno pidió irse antes de que concluyera la función.

En relación con el espectáculo como tal, esperaba más de un grupo teatral procedente de España. El decorado era, para mi gusto, demasiado sencillo: una pared cubierta por telas que simulaban un valle, un desierto y una montaña. El títere que hacía de Colibrí parecía un simple muñeco de trapo. No así el gigante Margarito, que lucía una elaborada máscara azul con un gran nariz. Sin embargo, he de admitir que los actores eran simpáticos y cercanos. Prueba de ello es que varios niños subieron con entusiasmo al escenario, para actuar en la obra, y que, al final, otros tantos saludaron y se tomaron fotos con los personajes.

En suma, cuando asisto a teatro para niños espero divertirme al tiempo que recibo la consabida lección. Voy dispuesta a dejarme embrujar por las magia de la representación. Si bien entiendo que el ritmo para contar una historia varía según la audiencia, algunos shows para "enanos" logran encantar también a los "gigantes". Lamento decir que este no fue el caso. Espero tener más suerte en la próxima.

(Publicado en Contrapunto, 12 octubre 2010)

Ilustración: "Giant Sleeping" (1984) de Barry Moser

miércoles, septiembre 29, 2010

A la sombra de Zambra

María Tenorio


Dicen que hay escritores que escriben cientos de páginas y, luego de editarlas, se quedan apenas con unas decenas. No sé si será un mito o si de veras existirán seres tan generosos con sus lectores como para podar todo lo irrelevante y entregarles la esencia. En todo caso, me gusta pensar que eso, precisamente, ha logrado el chileno Alejandro Zambra en sus dos novelas publicadas hasta ahora: Bonsái (Anagrama, 2006) y La vida privada de los árboles (Anagrama, 2007).

Se trata de dos libros mínimos por su extensión, pero máximos por el extremo cuidado de su lenguaje. No es casualidad que sean las dos primeras narraciones emprendidas por un poeta que cultiva, modela y acaricia cada palabra. La prosa de Zambra dista de ser espontánea, como la enredadera que invade el jardín vecino. Es más bien un bonsái producido con maña y artificio, a fuerza de alambres, torceduras y cortes. A propósito de esto el autor escribió: "Escribir es como cuidar un bonsái (...): escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada; escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir". 

Y lo que Zambra quiso decir fueron historias de gente común, ordinaria, perteneciente a su mundo universitario, doméstico, chileno. Sus relatos versan sobre jóvenes que se enamoran. "Es una historia de amor, nada demasiado particular: dos personas construyen, con voluntad e inocencia, un mundo paralelo que, naturalmente, muy pronto se viene abajo", dice La vida privada de los árboles (p. 103). Las dos novelas arbórea y temáticamente emparentadas hablan sobre parejas que se interrumpen, mujeres que se ausentan, árboles que se transforman, noches que se alargan.

Una peculiaridad de ambos libros es la aparición, por momentos, del narrador que comenta sobre los acontecimientos y los personajes, situándolos o descolocándolos para el lector, indicándole --muchas veces-- cómo debe leer la novela: "Pero en este relato la madre de Anita y Anita no importan, son personajes secundarios", dice en Bonsái (p. 47). Esta estrategia autorreflexiva pone en evidencia que contar historias es un truco y que tras él hay un artífice que junta las palabras. La crítica literaria Macarena Silva C. ha señalado, a este respecto, que Zambra construye, más que ficciones, metaficciones donde la escritura revela su carácter de simulación y fingimiento.

Finalizo con una breve presentación del autor de esta pareja de novelas minimalistas. Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es poeta, narrador y crítico literario. Es colaborador asiduo de periódicos chilenos y también de extranjeros. Reside en su país, donde es catedrático de la Universidad Diego Portales. Además de las obras aquí comentadas, ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003). Su obra ha recibido muy buena crítica.

Extracto de La vida privada de los árboles (2007)

(Publicado en Contrapunto, 27 septiembre 2010)

Ilustración: "El árbol de la vida" de Gustav Klimt

Estética del cinismo

Miguel Huezo Mixco

Por un golpe de suerte he conseguido hace pocas semanas una colección casi completa de Tendencias, la revista emblemática de la transición salvadoreña de la guerra a la paz. Releo aquellas páginas y pienso que esta sociedad, pese a todo, tenía enormes expectativas sobre aquel experimento de construcción democrática a la salvadoreña. Han pasado menos de dos décadas y es inevitable preguntarnos: ¿Qué nos pasó, como país, como sociedad? ¿Dónde se volvió a torcer el camino?

Cuando la guerra interna finalizó, en 1992, El Salvador tenía la oportunidad de entrar a uno de los mejores momentos de su historia. No solo la economía mostraba signos de recuperación, también los ánimos de la gente parecían abrirse a los vientos de la transformación que estaba experimentando el país. Los cambios ocurrían en la vida pública y en la vida cotidiana. Con todo, en los bajos fondos de aquellas ilusiones, seguía activada un bomba de tiempo. Para decirlo con el título de un libro de Álvaro Menen Desleal, aquella fue una "Revolución en el país que edificó un castillo de hadas".

Contra lo que esperábamos, en pocos años, como un topo, se fue abriendo paso el desencanto. Se irradió por todos los resquicios de nuestra sociedad, comenzó a oxidar la convivencia pudriendo las relaciones políticas. Si ahora el aire nacional está enrarecido y apesta es porque también caminamos encima de los cadáveres de numerosas ilusiones.

La cosa no para allí. El desánimo ha formado una nueva subjetividad: la del cinismo elevado a una categoría estética. Sus alcances ya están presentes en numerosas obras de escritores y artistas. Beatriz Cortez, una de las principales estudiosas de las letras salvadoreñas y centroamericanas de nuestros días, dice que esta sensibilidad permeada por el desencanto bien podría llamarse "estética del cinismo". Esta sensibilidad, añade, no es tan nueva: comenzó a hacerse manifiesta desde mediados del siglo XX, particularmente en la obra de Roque Dalton.

Tras una década de lecturas, investigaciones y debates sobre un importante grupo de obras literarias centroamericanas, ha publicado un libro titulado precisamente Estética del cinismo. Pasión y desencanto en la literatura centroamericana de posguerra (Guatemala, F&G, 2010).

Beatriz dirige desde hace algunos años el Programa de Estudios Centroamericanos en la Universidad Estatal de California, Northridge --hasta donde sé, el único en su especie en todo el mundo. Pocas personas como ella mantienen un diálogo crítico permanente con las letras salvadoreñas y centroamericanas.

Una de las tesis de Beatriz Cortez es que esas obras carecen del espíritu romántico de las letras del periodo revolucionario que comienza en la década de los años 70 del siglo pasado. Más bien realizan retratos de nuestras sociedades sumergidas en el caos, la violencia y la corrupción. El cinismo --expresado ya sea como obscenidad descarnada o grosería-- sirve como una especie de tabla que permite a los autores sobrenadar en un mar oscuro y desesperanzador. Para Beatriz Cortez mucha de la literatura de nuestros días es expresión de un proyecto identitario fallido.

La estética del cinismo está presente, por ejemplo, en narraciones de Álvaro Menen Desleal, Rafael Menjívar Ochoa, Horacio Castellanos Moya, Jacinta Escudos y Claudia Hernández, entre otros. Es una literatura que explora los secretos y pasiones más oscuras, y revela los entretelones de una sociedad dominada por el consumo, el dinero y la frivolidad. Es la marca del fin de las ilusiones en este país que, a sangre y fuego, edificó un castillo de hadas.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 30 septiembre 2010)

Ilustración: "Ángel anarquista" de Antonio Bonilla

miércoles, septiembre 15, 2010

La casa de los sueños


Miguel Huezo Mixco

Por favor vayan a ver la exposición "Arquitectura de remesas. Sueños de retorno, signos de éxito", en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). Fotógrafos, arquitectos, antropólogos y artistas comparten sus particulares enfoques sobre las migraciones internacionales.

Lo que a mediados de los años 70 comenzó como una huida desesperada, ahora constituye una de las mutaciones culturales más importantes del último siglo en Centroamérica. Los migrantes han cambiado nuestros países no solo por el dinero que envían a sus parientes, sino porque transformaron el metabolismo de la sociedad entera. Su efecto más profundo y duradero es cultural. La exposición "Arquitectura de remesas", que ocupará hasta mediados de octubre una de las salas del máximo centro artístico del país, es una prueba de esto.

Durante los años 2009 y 2010 un equipo multidisciplinario documentó y examinó la influencia de las remesas económicas y sociales en seis comunidades de Guatemala, Honduras y El Salvador, para dar cuenta del surgimiento de una arquitectura híbrida que comenzó a extenderse a partir de los años 90 del siglo pasado.

La arquitectura de remesas es una arquitectura sin arquitectos. Popular. Hecha por albañiles. Trazada al pulso. Arquitectura de mano de obra. Está constituida por casas, o casotas, que se yerguen como ídolos del éxito en las tramas urbanas de los pequeños poblados del interior: sobresalen entre los pinares de Chalatenango o enjoyan las laderas de San Mateo Ixtatán. Son palacios que, a la vez, hacen más crudas las desigualdades. Como los pobres, los migrantes construyen donde pueden y como quieren.

La exposición interpela no solo el gusto imperante; también a unos de los principales personajes del mercado inmobiliario de nuestros países: Los arquitectos, cuyos "ojos ven a los de arriba y a los de en medio", pero no a los de abajo, dicen los autores. En el caótico mundo urbano de nuestros día la arquitectura de las remesas también ha venido a dar una contribución al crecimiento desordenado.

Con todo, esos caserones que reproducen en sus paredes íconos del consumo (como el emblema de Nike) y subrayan hasta el cansancio su lealtad a la nueva madre patria (la bandera de Estados Unidos), son la cara amable de las migraciones. Son la materialización de un sueño y el grito de su triunfo.

En la exposición también participan el Colectivo La Torana (Guatemala), los artistas visuales Simón Vega (El Salvador) y Léster Rodríguez (Honduras), y el documentalista Ian Ingelmo (España). Las fotografías están a cargo de detacados artistas como Walterio Iraheta, Andrés Asturias, Andrea Aragón y Daniel Chauche. La museografía es de muy buena calidad.

La muestra es solo una pequeña parte de un trabajo mayor que está contenido en un hermoso libro del mismo nombre. Esta publicación informa sobre los hallazgos de la investigación en la que participaron profesionales de la antropología, la historia y la arquitectura. En tanto las migraciones constituyen un fenómeno que "integra lo humano, lo demográfico, lo histórico, lo económico, lo geográfico, lo estético, lo técnico constructivo", las tradiciones y hasta lo no vivido, para abordarlas se requería un enfoque multidisciplinario, sostienen los autores.

Las áreas culturales y geográficas delimitadas para la investigación fueron la maya, la garífuna y la mestiza. Este trabajo, patrocinado por la Red de Centros Culturales de España en Centroamérica, incluyó una aproximación a los entornos domésticos de las familias de migrantes en los tres países seleccionados, lo que les permitió registrar visualmente las innovaciones y rasgos de esta nueva arquitectura.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 16 septiembre de 2010)

Blog de la muestra: http://arquitecturadelasremesas.blogspot.com/

Fotografía: Magdalena muestra un regalo de su esposo en San Mateo de Ixtatán, por Andrea Aragón

domingo, septiembre 05, 2010

Siete preguntas intempestivas para el monstruo de siete cabezas

Amparo Marroquín Parducci

¿Qué no nos estallaron las fronteras? ¿Qué fue de esas palabras… país, tierra, migrantes? ¿Qué rabias y condenas nos habitan, qué gestos al final nos invadieron? ¿Por qué se calló tanto, tanto tiempo? ¿Con qué cara miramos la cara de la muerte? ¿En qué paredes pintamos la rabia, con qué grito gritamos para matar esos nuevos silencios? ¿Por qué nombrar estos 72 y no a todos los otros, esos… desaparecidos, desencontrados, silenciosos?

Ilustración: Nuestra Señora de las setenta y dos piedades. Por Renato Mira

miércoles, septiembre 01, 2010

¡Pinches centroamericanos...!


Miguel Huezo Mixco

La expresión es bien conocida por los migrantes centroamericanos. "Pinches güeyes, muertos de hambre". El infierno comienza al pasar la frontera entre Guatemala y México. "Todas las centroamericanas son putas. Todos esos chavos son maras". Pero no hay opción: quien quiera alcanzar el "sueño americano" tiene que cruzar todo México.

Para sortear agresiones, maltratos, secuestros, violaciones, robos, explotación, los migrantes tratan de volverse invisibles, viajan de noche, se ocultan en los montes y se internan por caminos de extravío en terrenos poblados por toda clase de fieras.

(Yo me asomé una vez a ese abismo. Salía de una guerra de diez años y creía haberlo visto todo. Llegué hasta Tapachula. Luego hice mi peregrinación hasta "el muro de tortilla", en Tijuana. Me di cuenta de que nuestra historia es como un collar de cuentas inyectadas con sangre.)

Así es la vida de los migrantes centroamericanos en México: "discreta, fugaz y anónima", tal como la ha descrito Rodolfo Casillas, un estudioso que ha mapeado las rutas que utilizan nuestros paisanos en camino a Estados Unidos. Discreta, fugaz y trágica, agreguemos. La matanza en Tamaulipas es solo otra confirmación de que las migraciones centroamericanas constituyen una auténtica crisis humanitaria.

Estos pinches centroamericanos son "Los migrantes que no importan" (Icaria Editorial, 2010), como se titula el libro del periodista salvadoreño Óscar Martínez, que junto con los fotógrafos Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras --autores, a su vez, del libro de fotografías "En el camino" (Blume, 2010)-- recorrieron centenares de kilómetros al lado de migrantes.

El libro de Martínez no hace retórica. Se va directo a los golpes. Comienza declarando que su libro fue producto de la rabia y de la miopía que miraba crecer en la rutina de las redacciones. Lo que sigue son historias hechas a golpes, como si estuviera cincelando la cara amoratada de una sociedad desesperada por sobrevivir, así sea bajando al propio infierno.

Sin dejar de reconocer los valiosos trabajos de periodistas que han escrito sobre este mismo tema, este libro es un punto y aparte. Esta "ópera prima" de Óscar Martínez pertenece a la estirpe de obras como "Operación masacre" de Rodolfo Walsh. Nada tiene que ver con el testimonio. Se podría leer como una novela construida con varias líneas argumentales alrededor de personas que juegan con la muerte.

"Los migrantes que no importan" retrata los numerosos ángulos de esa industria de la delincuencia, de la cual se lucran los Zetas y también policías municipales, estatales y patrulleros. Unos y otros forman parte de una maraña maldita en la que participan poblados enteros convertidos en verdaderos nidos de ratas a la espera de los pinches centroamericanos para chuparles la sangre.

El libro está dedicado a Alejandro Solalinde, cuya obstinación en mantener abierto un albergue para los migrantes en Ixtepec, Oaxaca, cerca de la línea del tren, le ha llevado a sufrir el hostigamiento de autoridades e incluso de muchos pobladores infectados de odio xenófobo hacia los viajeros.

Unos 500 mil centroamericanos se internan cada año en esos parajes de muerte. La mayoría de ellos sufre algún tipo de abuso, especialmente las mujeres. Las atrocidades que se cometen allá contra nuestros paisanos son el sórdido revés del bordado de la admirable cultura mexicana. Pero si bien el sufrimiento de los migrantes ha llegado a límites intolerables y su situación en materia de seguridad es cada vez peor, no hay manera de que la transmigración por México se detenga.

Con sus propias características la tragedia de los centroamericanos en México es comparable a crisis humanitarias como las de Somalia y el Congo. Hasta ahora el Estado mexicano ha mostrado incapacidad y, a menudo, falta de voluntad para afrontar este problema. La solución no será mexicana: requiere atención integral, coordinada y amparada por una supervisión internacional. Ojalá que los 72 muertos de Tamaulipas nos ayuden a entenderlo.

Foto de Edu Ponces/Ruido

(Publicado en La Prensa Gráfica, 2 septiembre 2010)

En el camino: las fotografías

En el camino. México, la ruta de los migrantes que no importan, de Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras, Blume, Barcelona, 2010.
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Los migrantes están en el último escalón de la cadena alimenticia de la lucrativa industria del secuestro. Este libro de fotografías --contiene más de un centenar-- sienta cátedra en retratar las condiciones en que estas víctimas de todo hacen el camino, pasando por México rumbo a Estados Unidos.

Víctimas de todo, dije: de sus países de origen y de los eufemísticamente llamados países de tránsito o receptores; víctimas del narco y de los policías y patrulleros mexicanos; también de la xenofobia y de los tratantes de humanos; de las redes internacionales de prostitución y contrabando.

El libro es producto de un proyecto de colaboración entre el colectivo Ruido (al que pertenecen los fotógrafos) y el periódico digital El Faro. Pocas veces el camino de los parias de nuestro tiempo estuvo tan bien representado en sus múltiples facetas como en este libro. Por lo demás, un libro muy bien editado (MHM).

Una lectora ordinaria

María Tenorio

Me la imaginaba de otra manera. Su nombre y la forma en que fue anunciada (con el cromo de una oveja en su sitio web), me hicieron pensarla bien loca, deschavetada, mucho menos seria. Pero la encuentro bastante "ordinaria". Qué bien, ¿no? Me refiero a la recién aparecida revista cultural Ordinaria.

Por Facebook y por los periódicos me enteré de que su lanzamiento sería el viernes 27 de agosto, así que decidí ir al Museo Tecleño para dar fe del evento y llevarme mi ejemplar gratuito de la revista. Aquí lo tengo conmigo, ya manchadito porque he encontrado varios errorcillos (trabajo como correctora de estilo).

Para comenzar, estoy encantada con la revista. Como objeto, es muy linda, muy revista cara. Papel couché, ilustraciones full color, diseño cuidado, créditos, nota editorial, artículos serios, breves biografías de los colaboradores, y una página dedicada a los anuncios. Una revista soñada hecha realidad. A mi juicio, la letra es muy chiquita, pero aun así es agradable de leer. 

En cuanto a su contenido, trata temas que pocas veces se imprimen en papel; asuntos que, a veces, pienso que nos interesan solo a tres o cuatro gatos (quizás somos seis o siete). Por ejemplo, el que se refiere a la deficiente formación de la sensibilidad estética en el sistema educativo formal, que tiene repercusiones en la formación de audiencias para los hechos artísticos y culturales. Un artículo bien armado, firmado por Dalia Chévez y Antovelly Cisneros.

También me gustó el texto de Gonzalo Vásquez, quien entrevistó a trabajadores de mantenimiento y vigilancia de museos y teatros, haciéndolos hablar sobre el arte, el sector cultural, y su experiencia laboral en el mismo. Un buen toque de la revista. Por otra parte, no me entusiasmó demasiado la entrevista a Héctor Samour, el secretario de Cultura del gobierno. Esperaba encontrar alguna novedad respecto de las entrevistas suyas publicadas en otros medios de comunicación; pero no fue así.

Novedad fue para mí que, anunciando los créditos que había encargados de edición y corrección, la revista tuviese tantas erratas y errores. Entre las más graves:dar a Arturo Menéndez, el joven cineasta, el nombre su padre, el pintor, César Menéndez (p. 21). Otro error en nombre propio: el colaborador Adán Vallecillo se convirtió en "Valecillo" en el índice. Múltiples son las esdrújulas no tildadas (por ejemplo: desórdenes, p. 15; diálogo, p. 20; estómago, p. 33; música, mecánico, p. 34). Y no sigo, pero hay más. La revista está demasiado bien hecha como para descuidarla.

¿Quiénes editan Ordinaria? La verdad es que no sé mucho de ellos. Son todos jóvenes, creativos, activos. A quien más conozco --aunque personalmente lo conocí en el lanzamiento-- es a Javier Ramírez/Nadie: poeta, bloguero, feisbukero, estudiante de Comunicaciones de la UCA... y corrector de la revista. Los otros miembros del equipo son Dalia Chévez, Antovelly Cisneros, Teresa Andrade, Gonzálo Vásquez, Natalia Domínguez y Fiorella Nasser, según su página de créditos. Lástima que la revista no incluye breves bios de ellos (solo de los colaboradores).

El tiraje de su primer número fue posible gracias al patrocinio de Índole Editores. Se distribuye de forma gratuita en algunos museos, centros culturales, universidades y cafés del Gran San Salvador. Me pregunto cómo se financiará la publicación de los próximos números. Este es --y seguirá siendo-- el talón de Aquiles de este tipo de publicaciones. ¿Publicidad, suscripciones, patrocinios, donaciones? Sea cual sea la forma de financiamiento, ojalá se asegure su continuidad. Le deseo a Ordinaria los mejores augurios. Que se siga publicando. Que se lea y se discuta. Que remueva el adormecido ambiente cultural salvadoreño.

(Publicado en Contrapunto, 30 agosto 2010)

Fotografía de Sandro Stivella, publicada en Ordinaria 1

miércoles, agosto 18, 2010

Bufo & Spallanzani, de Rubem Fonseca

Bufo & Spallanzani, de Rubem Fonseca, Ediciones Cal y Arena, México, 2009. 296 páginas.

El brasileño Rubem Fonseca (1925) hace gala de su sentido del humor y su forma de fabular la violencia en esta deliciosa novela policial protagonizada por el más simpático que perverso escritor Gustavo Flávio. Los otros personajes, desde el sapo Bufo hasta el policía Guedes, también me parecieron encantadores. Fonseca sabe combinar los elementos justos para mantener la atención mientras va dosificando la información para llevarte de la mano hasta la última página. Muy recomendable (MT).