miércoles, octubre 24, 2012

Premio al maestro Cañas


Miguel Huezo Mixco

El Estado salvadoreño entregará el próximo 5 de noviembre el Premio Nacional de Cultura al pintor Carlos Cañas. Este merecido reconocimiento debía haberse otorgado hace mucho tiempo. Lo importante es que ha llegado y tenemos que celebrarlo.

Cañas es el pintor salvadoreño más importante de todos los tiempos. Sus posiciones estéticas y políticas provocaron controversia entre los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, cuando los artistas plásticos tuvieron su momento estelar, y sus obras se vendían como pan caliente, ya que los compradores abrigaban la veleidad de especular a futuro con el valor de los cuadros. Curiosamente, esa época coincidió con el momento en que se mataba a quien poseía libros en casa.

Los tiempos han cambiado, no sé si para mejor. Ahora el arte importa menos que nunca y lo que diga un artista es como oír llover. El rico tejido cultural integrado por autores, críticos y galerías se hizo añicos. Por suerte, aquella ola hizo posible esa cueva luminosa, que es el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). En la colección del MARTE reside una parte esencial de la memoria colectiva del país.

Cañas jamás escondió su manera de pensar. Mientras algunos le tildaban de “peligroso comunista”, otros lo acusaban de ser “un vil burgués”. Para el maestro Carlos Cañas arte y política nunca fueron dos esferas rivales. Él sabe que un cuadro, como un poema, es el resultado de una necesidad. Y que esa necesidad busca y adquiere una forma y un estilo. Así, la obra de arte es un vínculo, uno de muchos, entre seres humanos, entre mundos, entre épocas.

“Lo político en el pintor no es excluyente de una voluntad de forma y estilo, ya que como modo estético denuncia las anomalías de una sociedad injusta”, ha escrito. Quizás no todos se den cuenta, su obra y su vida nos están dejando una lección: la de que reivindicar la individualidad no es darle la espaldas a la transformación de la realidad del país. El Salvador necesita, a gritos, transformaciones sociales, pero también una lavativa de creatividad.

Cañas es, en todo el sentido de la palabra, un virtuoso del arte pictórico. Su obra, repleta de belleza e intensidad, constituye uno de los mejores testigos de nuestro tiempo. En él se proyectan de forma privilegiada la realidad del mundo luminoso y la del mundo de la muerte, recreadas por una paleta que nos ha dado representaciones tan maravillosas como temibles.

No sé si esas ingrávidas mujeres contenidas en sus cuadros representan el estereotipo de la mujer salvadoreña, como algunos demandan con notable torpeza. No importa. De lo que sí estoy seguro es de que  los hombres y mujeres del futuro (si hay futuro) podrán ver en ellas algo más que las imaginadas identidades que nos apresan.

Gracias a su genio tenemos también algunas estremecedoras representaciones del mal. Una de ellas es su “Sumpul”. Un cuadro donde late el grito de una era, la nuestra, donde los cadáveres nos impidieron una memoria gozosa, esa gozosa memoria de luz que Cañas insinúa en el arriesgado juego cromático que reproduce la matanza.

Su obra, como él mismo la ha definido, es el “grito que se reúne con otros gritos”. Cuando todos seamos polvo, ella hablará de nosotros, de nuestras fugas, como esas piernas de su “Estudio para el perseguido político”, provistas de energía y un atroz desconcierto; piernas que son de persecución, de diáspora y de esperanza.

Alegrémonos, pobres habitantes de este páramo. El premio para el maestro Cañas constituye un extraño caso de justicia.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 25 de octubre de 2012)

Foto por Camaro27

Masferrer en Costa Rica


Miguel Huezo Mixco

Ahora sabemos más sobre Alberto Masferrer gracias a su pequeño libro “En Costa Rica. Notas rápidas”, reeditado recientemente en aquel país.

Masferrer llegó por primera vez a Costa Rica en 1885. Tendría unos 17 años de edad. Volvió en 1896 con el cargo de Cónsul General de El Salvador. De acuerdo con el ensayo del historiador Iván Molina Jiménez, que precede el citado volumen, en aquel país Masferrer participó en la creación de al menos tres publicaciones periódicas: La Revista Nueva, Repertorio de Costa Rica y Diario de Costa Rica.

Si nos atenemos a sus cifras, Costa Rica tendría entonces unos trescientos mil habitantes. Sesenta mil de ellos vivían en las ciudades. El resto eran campesinos, agricultores y labradores “desinteresados de la política”, afirma. Masferrer los conoció en el primero de sus viajes: prósperos, sanos, alegres. Durante su segunda estancia le tocó presenciar los estragos que produjo en la economía costarricense la crisis por la caída de los precios del café y el levantamiento popular de 1889.

Las “Notas” muestran a un Masferrer que no se corresponde con el luchador social que en sus días fue señalado por los conservadores de la derecha como un peligroso comunista, y como un vulgar reformista por los ortodoxos de la izquierda.

En las primeras líneas de su texto, escribe: (En Costa Rica) “...Apenas hay indios fuera de los degenerados talamancas”. Describe al rey indígena Santiago Mayas como un “pobre diablo vestido de persona”.
Masferrer hace una fina y detallada crónica de las costumbres de las familias acomodadas urbanas. Describe con bastante detalle sus paseos por la pacífica ciudad de San José. “Descendemos por la Avenida de las Damas, alameda bordeada por bonitos chalets, donde vive la aristrocracia josefina; por el Parque de la estación, el Edificio Metálico y el lindo Parque de Morazán, sombreado por grandes árboles”, describe.

La gente, dice, parece siempre “vestida de fiesta”: los niños, las criadas, los jóvenes. “Pero no hay tal fiesta: esa es la vida normal de San José”. 

Con las mujeres, que mira confinadas al espacio doméstico, Masferrer se muestra galante. Aquí dejo una pequeña muestra: “yo no sé si las ticas son señoras de la belleza; pero respondo que son adorables. Ese cuidado minucioso y constante de la persona; ese arte profundo del afeite; esa coquetería sutil de que las parisienses tienen el cetro y en que las josefinas son maestras”, escribe.

No tarda en descubrir que Costa Rica “va por senda diversa de la que nosotros recorremos” (...) “tiene otros ideales, y tendencias diferentes”. Esto es posible, asegura, por tres factores: el clima, la raza y la educación. Ello explica “la natural repugnancia de ese pueblo a mezclarse, aunque sea indirectamente en los asuntos de sus vecinos”. “Un pueblo así”, dice, “no puede correr aventuras; para él una guerra es la ruina”.
En 1932, Masferrer, exiliado, pobre, desencantado y horrorizado por la matanza, justificó el levantamiento indígena y campesino provocado por la desesperación y la injusticia.

El pequeño volumen llegó a mis manos gracias a Sebastián Vaquerano, editor y voraz lector, que se desempeña como embajador salvadoreño en Costa Rica. Fue publicado por La Nación con el número 190 de una colección de pequeñas obras que el diario josefino entrega a sus lectores desde hace algunos años.  Una iniciativa que algún periódico nacional debiera imitar.

En julio del próximo año se cumplirán 145 años del natalicio de Masferrer. Talvez la editorial del Estado nos sorprende con la publicación, en la colección Orígenes, de su Obra Completa.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 11 de octubre de 2012)