María Tenorio
Mariana es una jovencita de menos de veinte años. Su belleza la ha vuelto una figura popular. Se ha convertido en la modelo más exitosa de la compañía ClonDreams de Puerto Baar, la ciudad "más moderna y espléndida de todas cuanto el mundo conoce". Los clones de esta chica caminan por los megaedificios, satisfaciendo a quien pueda pagar por tener consigo a una "hermosa muchacha común y corriente" de cabello y ojos negros. Gracias al próspero contrato de clonación, ella se ha mudado desde la zona pobre a la más rica de la urbe y, sin embargo, se siente sola e infeliz.
La clonación como práctica comercial en una ciudad fragmentada en dos mundos es el tema de El sueño de Mariana, novela de Jorge Galán, publicada por la editorial F&G de Guatemala en 2008. Este texto de ciencia ficción o literatura de anticipación plantea, sin sacrificar la fluidez del relato, preocupaciones éticas sobre asuntos como la marginación social o la pérdida de la individualidad en un mundo globalizado.
La novela propone un futuro sin esperanza para los muchos: la creación de eficientes unidades robóticas dejaría sin empleo a grandes masas de trabajadores. Estos vivirían en territorios circulares de las afueras de las ciudades, donde la prosperidad tendría prohibido el paso. Los afortunados habitantes de las zonas desarrolladas o megaedificios disfrutarían, por el contrario, de parques de bonsáis, cielos azules, comidas delicadas, ambientes inmaculadamente limpios, viajes a la estratósfera o a Marte, y todas las comodidades que ofrecería la tecnología.
El autor de esta novela, nacido en San Salvador en 1973, cuenta en su haber varios libros de poesía y de narrativa. Ha sido laureado con distintos premios nacionales e internacionales entre los que destaca el Adonáis de poesía (Rialp, Madrid) en 2006, año en que El sueño de Mariana mereció el premio nacional de novela. Actualmente Jorge Galán es editor en jefe de la gubernamental Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI).
No puedo sino recordar, al leer El sueño de Mariana, a otros salvadoreños que han aportado al género de la ciencia ficción como Hugo Lindo, con su colección de relatos Espejos paralelos (1974) y Álvaro Menén Desleal, con sus Tres novelas cortas y poco ejemplares (2000). Mientras estos tenían como fondo histórico las preocupaciones de la guerra fría, con sus amenazas de invasión y destrucción; Galán construye literatura desde sus reflexiones sobre la globalización. Los viajes a otros planetas y los avances tecnológicos, sin embargo, persisten en estos tres escritores hermanándolos en el género.
Ilustración: La servilleta auto-operativa, de Rube Goldberg
miércoles, junio 24, 2009
Kindle: la imposible biblioteca de Borges
Miguel Huezo Mixco
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Carta a Don Mario Benedetti
Ana del Carmen Álvarez
Recordado don Mario Benedetti:
Cuando un escritor crea una obra, no puede saber la influencia que esta pueda tener sobre las personas que la lean. Puede ser una influencia leve, casi imperceptible, como las ondas formadas al lanzar un guijarro a un lago tranquilo, o puede tener la fuerza de un tsunami que puede llevar a la muerte. En nuestra familia, una obra suya tuvo la fuerza de un tsunami.
Mincho, mi hijo, fue un muchacho alegre, simpático, buen deportista y, al mismo tiempo, músico y poeta. Cuando cumplió quince años, conoció la realidad descarnada y lacerante de El Salvador. Dicha realidad lo cuestionó de frente y, a los veinticuatro años, ya con la guerra civil a las puertas, decidió incorporarse a un frente guerrillero; sus armas fueron las palabras a través de las ondas de una radio clandestina.
Llegar a ese punto le costó un profundo y doloroso debate consigo mismo para descubrir qué le pedía su conciencia. En esos días, cayó en sus manos un libro que usted escribió, El cumpleaños de Juan Ángel. Esa obra le ayudó a tomar su decisión final, y escogió dicho nombre como su nombre de guerra.
Lo mandaron al frente norte y, en una invasión del ejército, en un encuentro desigual, muchas balas acabaron con su vida. Cayó a las orillas del río Lempa que se convirtió en su tumba. Solo tenía veintiséis años. Su presencia en nuestra familia es constante y cercana porque nunca olvidaremos su risa, sus bromas, sus poemas, sus canciones…
Con el paso del tiempo, sus hermanos menores se casaron y la familia aumentó. Hace dos años nació un niño al que sus padres le dieron por nombre Juan Ángel, como un homenaje a este muchacho nuestro tan generoso y tan querido.
Como ve, don Mario, su libro ayudó a un joven a encontrar su camino, en dicho camino encontró la muerte y, aunque me duele el alma saber que ya se fue y que no puedo tener su presencia física, su decisión fue un acto de libertad y de generosidad.
Espero que usted se encuentre en la luz gozando de paz. Se despide con cariño,
La mamá de Juan Ángel
miércoles, junio 10, 2009
Novelas que despiertan amores y odios
María Tenorio
Hace unos días leímos y discutimos en mi clase de literatura la novela corta La virgen de los sicarios del colombiano Fernando Vallejo. No pudimos evitar comparar, con la de nuestro país, la realidad de violencia que se narra en el periplo del narrador por su natal Medellín. Los asesinatos a sangre fría, sin aparente razón, ocurrían en las páginas del relato así como en las de los periódicos salvadoreños. Un mundo mayormente masculino donde las pasiones se expresan a tiros y vuelve trizas la seguridad ciudadana.
El tono de La virgen, mordaz y cínico, pero muy lúcido, también nos llevó a otra asociación con lo conocido y cercano: El asco de Horacio Castellanos Moya. La mayoría de mis estudiantes habían leído este breve pero sustancioso memorial de agravios de Edgardo Vega, un salvadoreño que ha renegado de su país y ha hecho su vida en Canadá como profesor de historia del arte. Una historia, para más coincidencias, semejante a la del mismo Fernando Vallejo que desde 1971 se autoexilió en México, donde ha hecho toda su producción creativa en cine y literatura.
La agresividad con que los dos textos arremeten contra instituciones que, a la mayoría de los mortales, ofrecen seguridades vitales provoca en los lectores reacciones encontradas. La virgen de los sicarios descarga su arma retórica contra la música popular, los políticos, los pobres y la iglesia católica. Por su parte, El asco se deja ir contra la cerveza Pílsener, las pupusas, los cocteles de conchas, los hermanos maristas, la clase media y los "chupaderos". En mi clase se armó claramente un mapa de filias y de fobias.
En cuanto a La virgen hubo quienes se quejaron de que la lectura les incomodaba demasiado por involucrar relaciones homosexuales entre un hombre mayor y un adolescente. A otros les pareció de arrogancia excesiva el narrador por creerse dueño de la verdad y no aceptar críticas. Pero hubo quien me dijo que había entresacado una frase del libro para ponerse como "nick" en su cuenta de Facebook y que le encantaba el tono vallejiano. Otro estudiante no se quitó la expresión de agrado del rostro cuando oía a sus indignados compañeros.
Respecto de El asco --que no leímos en este curso, pero que los alumnos comentaron--, las posiciones fueron semejantes. Hubo quien quiso descalificar al autor por ser hondureño. Otro estudiante sacó a la luz una teoría conspiratoria según la cual Moya escribió esta novela con el perverso fin de que los salvadoreños lo odiaran, lo amenazaran de muerte y así poderse acoger a un programa para escritores perseguidos. Y otro dijo que, aunque cayera mal, todo lo que decía en el libro era verdad. Una alumna que se sintió fuera por desconocer la obra se fue con el propósito de leerla.
La discusión me pareció muy rica. Como con pocas obras literarias, mi clase estaba muy animada, peleándose la palabra, atreviéndose a comentar, tomando posición. Estos libros provocadores e iconoclastas les hablan a estos jóvenes veinteañeros, les transmiten mensajes con sentido. Comprobé que El asco se ha constituido, 12 años después de su publicación, en referente de las letras salvadoreñas finiseculares. Me atrevería a decir que es la obra literaria salvadoreña contemporánea más conocida y más leída (remítase al número de reimpresiones que lleva en la editorial Arcoiris). La virgen de los sicarios me sorprendió gratamente con su éxito entre los que la amaron y los que la odiaron.
Ilustración: René Magritte
Hace unos días leímos y discutimos en mi clase de literatura la novela corta La virgen de los sicarios del colombiano Fernando Vallejo. No pudimos evitar comparar, con la de nuestro país, la realidad de violencia que se narra en el periplo del narrador por su natal Medellín. Los asesinatos a sangre fría, sin aparente razón, ocurrían en las páginas del relato así como en las de los periódicos salvadoreños. Un mundo mayormente masculino donde las pasiones se expresan a tiros y vuelve trizas la seguridad ciudadana.
El tono de La virgen, mordaz y cínico, pero muy lúcido, también nos llevó a otra asociación con lo conocido y cercano: El asco de Horacio Castellanos Moya. La mayoría de mis estudiantes habían leído este breve pero sustancioso memorial de agravios de Edgardo Vega, un salvadoreño que ha renegado de su país y ha hecho su vida en Canadá como profesor de historia del arte. Una historia, para más coincidencias, semejante a la del mismo Fernando Vallejo que desde 1971 se autoexilió en México, donde ha hecho toda su producción creativa en cine y literatura.
La agresividad con que los dos textos arremeten contra instituciones que, a la mayoría de los mortales, ofrecen seguridades vitales provoca en los lectores reacciones encontradas. La virgen de los sicarios descarga su arma retórica contra la música popular, los políticos, los pobres y la iglesia católica. Por su parte, El asco se deja ir contra la cerveza Pílsener, las pupusas, los cocteles de conchas, los hermanos maristas, la clase media y los "chupaderos". En mi clase se armó claramente un mapa de filias y de fobias.
En cuanto a La virgen hubo quienes se quejaron de que la lectura les incomodaba demasiado por involucrar relaciones homosexuales entre un hombre mayor y un adolescente. A otros les pareció de arrogancia excesiva el narrador por creerse dueño de la verdad y no aceptar críticas. Pero hubo quien me dijo que había entresacado una frase del libro para ponerse como "nick" en su cuenta de Facebook y que le encantaba el tono vallejiano. Otro estudiante no se quitó la expresión de agrado del rostro cuando oía a sus indignados compañeros.
Respecto de El asco --que no leímos en este curso, pero que los alumnos comentaron--, las posiciones fueron semejantes. Hubo quien quiso descalificar al autor por ser hondureño. Otro estudiante sacó a la luz una teoría conspiratoria según la cual Moya escribió esta novela con el perverso fin de que los salvadoreños lo odiaran, lo amenazaran de muerte y así poderse acoger a un programa para escritores perseguidos. Y otro dijo que, aunque cayera mal, todo lo que decía en el libro era verdad. Una alumna que se sintió fuera por desconocer la obra se fue con el propósito de leerla.
La discusión me pareció muy rica. Como con pocas obras literarias, mi clase estaba muy animada, peleándose la palabra, atreviéndose a comentar, tomando posición. Estos libros provocadores e iconoclastas les hablan a estos jóvenes veinteañeros, les transmiten mensajes con sentido. Comprobé que El asco se ha constituido, 12 años después de su publicación, en referente de las letras salvadoreñas finiseculares. Me atrevería a decir que es la obra literaria salvadoreña contemporánea más conocida y más leída (remítase al número de reimpresiones que lleva en la editorial Arcoiris). La virgen de los sicarios me sorprendió gratamente con su éxito entre los que la amaron y los que la odiaron.
Ilustración: René Magritte
Las zozobras de Alfonso Quijada
Miguel Huezo Mixco
Silencioso como siempre vino al país Alfonso Quijada Urías. Este hombre de pelo y barba blancos que el próximo diciembre cumplirá setenta años, es uno de los poetas salvadoreños más importantes de todos los tiempos. Se escapa las veces que puede del terrible invierno de Vancouver, Canadá, y viene a refugiarse por unos meses a su casa de Quezaltepeque, en la falda norte del volcán de San Salvador.
Ese ritual suyo y de su esposa Celia, de empacar-desempacar-volar-y-volver-a-volar, como dos halcones peregrinos, vienen realizándolo desde hace muchos años. Una y otra vez, a la hora de despedirnos, la pregunta obligada es cuándo volveremos a vernos. “En uno o dos años”, suelen responder.
Esta vez fue diferente. Aunque Quijada nos dijo que no lo sabe, y que prefiere dejar el porvenir en manos de lo incierto, esperamos que cuando el invierno arrecie de nuevo en el norte se riegue la bola de que Alfonso, como Gulliver, ha vuelto al país de los enanos.
Antes de marcharse, a finales del pasado mes de abril, Alfonso me ha dejado una copia de su inédito libro de poemas titulado “Zozobras completas”. Quijada sabe que la poesía no suele instalarse entre las certezas, ni crece en tierra firme, sino en los naufragios. De allí su título. Por los vientos que soplan, es probable que este poemario no encuentre quien lo publique en El Salvador.
“Zozobras completas” está compuesto de cinco partes. En las dos primeras, “Tristia” y “Kaos”, el poeta propone una visión sombría de la vida dominada por la “belleza inocente de la mercadería”. Solo la creación (artística, literaria) pareciera salvar a la humanidad de su ruina. Ambas partes recuerdan el tono que ya caracterizaba la poesía de Quijada desde “Sagradas escrituras” (1969), su primer libro.
En “Profanaciones”, la tercera parte, Quijada Urías experimenta más con el lenguaje. Busca el exceso expresivo y apuesta por emplear un tono más coloquial en sus composiciones. Escribe, por ejemplo: "Déme mamita colesterol del fino para el débil miocardio, su espesa mantequilla, el chicharrón más puro (…) Que detengan los glóbulos su tráfico, calle su radical sentencia el matasanos de turno”.
La cuarta parte, “Fragmentos de una destrucción”, está escrita en verso libre. La muerte es la presencia más frecuente en esta sección del libro. No la mira con espanto, sino como un incidente reiterado. “Tres veces me enterraron y estoy vivo./ Salgo de mi ataúd/ salgo silbando,/ en busca de mi perro y de mi halcón”, se ufana.
En “Nuevas profanaciones”, la quinta y última parte, Quijada se pega como un indio al pecho de la tierra para escuchar los pasos de las guerras del mundo, sus ajetreos marciales, la maligna belleza del desastre, “el sofisticado y último crepúsculo pintado por los dioses del odio y la venganza”.
Quienes deseen conocer su poesía es posible que encuentren en algunas librerías sus poemarios "Toda razón dispersa", "Obscuro" y "Escara musa", publicados el siglo pasado por la DPI.
La obra de Alfonso Quijada Urías es extraña y exigente, y a pesar de su escasa difusión trasciende tiempos y fronteras. A lo largo de su vida, este poeta ha creado una voz inconfundible. A su sensibilidad pueden aplicarse las palabras del antiguo poeta chino Hau-Yu: “Cuando el equilibrio de las cosas se rompe, el cielo escoge entre los hombres aquellos más sensibles y los hace hablar”.
(Publicada en La Prensa Gráfica 11 de junio de 2009)
Ilustración: René Magritte
Silencioso como siempre vino al país Alfonso Quijada Urías. Este hombre de pelo y barba blancos que el próximo diciembre cumplirá setenta años, es uno de los poetas salvadoreños más importantes de todos los tiempos. Se escapa las veces que puede del terrible invierno de Vancouver, Canadá, y viene a refugiarse por unos meses a su casa de Quezaltepeque, en la falda norte del volcán de San Salvador.
Ese ritual suyo y de su esposa Celia, de empacar-desempacar-volar-y-volver-a-volar, como dos halcones peregrinos, vienen realizándolo desde hace muchos años. Una y otra vez, a la hora de despedirnos, la pregunta obligada es cuándo volveremos a vernos. “En uno o dos años”, suelen responder.
Esta vez fue diferente. Aunque Quijada nos dijo que no lo sabe, y que prefiere dejar el porvenir en manos de lo incierto, esperamos que cuando el invierno arrecie de nuevo en el norte se riegue la bola de que Alfonso, como Gulliver, ha vuelto al país de los enanos.
Antes de marcharse, a finales del pasado mes de abril, Alfonso me ha dejado una copia de su inédito libro de poemas titulado “Zozobras completas”. Quijada sabe que la poesía no suele instalarse entre las certezas, ni crece en tierra firme, sino en los naufragios. De allí su título. Por los vientos que soplan, es probable que este poemario no encuentre quien lo publique en El Salvador.
“Zozobras completas” está compuesto de cinco partes. En las dos primeras, “Tristia” y “Kaos”, el poeta propone una visión sombría de la vida dominada por la “belleza inocente de la mercadería”. Solo la creación (artística, literaria) pareciera salvar a la humanidad de su ruina. Ambas partes recuerdan el tono que ya caracterizaba la poesía de Quijada desde “Sagradas escrituras” (1969), su primer libro.
En “Profanaciones”, la tercera parte, Quijada Urías experimenta más con el lenguaje. Busca el exceso expresivo y apuesta por emplear un tono más coloquial en sus composiciones. Escribe, por ejemplo: "Déme mamita colesterol del fino para el débil miocardio, su espesa mantequilla, el chicharrón más puro (…) Que detengan los glóbulos su tráfico, calle su radical sentencia el matasanos de turno”.
La cuarta parte, “Fragmentos de una destrucción”, está escrita en verso libre. La muerte es la presencia más frecuente en esta sección del libro. No la mira con espanto, sino como un incidente reiterado. “Tres veces me enterraron y estoy vivo./ Salgo de mi ataúd/ salgo silbando,/ en busca de mi perro y de mi halcón”, se ufana.
En “Nuevas profanaciones”, la quinta y última parte, Quijada se pega como un indio al pecho de la tierra para escuchar los pasos de las guerras del mundo, sus ajetreos marciales, la maligna belleza del desastre, “el sofisticado y último crepúsculo pintado por los dioses del odio y la venganza”.
Quienes deseen conocer su poesía es posible que encuentren en algunas librerías sus poemarios "Toda razón dispersa", "Obscuro" y "Escara musa", publicados el siglo pasado por la DPI.
La obra de Alfonso Quijada Urías es extraña y exigente, y a pesar de su escasa difusión trasciende tiempos y fronteras. A lo largo de su vida, este poeta ha creado una voz inconfundible. A su sensibilidad pueden aplicarse las palabras del antiguo poeta chino Hau-Yu: “Cuando el equilibrio de las cosas se rompe, el cielo escoge entre los hombres aquellos más sensibles y los hace hablar”.
(Publicada en La Prensa Gráfica 11 de junio de 2009)
Ilustración: René Magritte
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