miércoles, junio 23, 2010

Días de guardar con Monsiváis

Miguel Huezo Mixco

Admiré a Carlos Monsiváis desde mis días universitarios. Cuando, muchos años más tarde, Alfredo Sevilla, a la sazón agregado cultural de la embajada de México, me pidió que lo presentara al público salvadoreño, aquello se convirtió en el evento más emocionante del año 2002, y vaya que ese año tuve muchas emociones.

Naturalmente, mi primer contacto con Carlos Monsiváis fue a través de sus libros. Estamos en los años 70. Ingreso a la pequeña librería Barataria, propiedad de Héctor Samour, y me topo con su libro "Días de guardar". Lo hojeo y descubro que estoy frente a un escritor muy distinto a los que había conocido hasta entonces. Es un volumen de crónicas de grandes eventos en la vida de México: días de luto y dolor, pero también de fiesta y desmadre. Monsiváis utilizó en el texto titulares de periódicos, pintadas callejeras, malcriadezas y fotografías. Crónica periodística y ensayo cultural; historia nacional y vida cotidiana; modos de vestir y conversaciones, todo a la vez.

Yo estaba sin trabajo. Me habían corrido de la Dirección de Publicaciones (DPI). Como no tenía dinero para comprar el libro, llegaba todas las semanas a leerlo un poco. Por suerte, una reina de belleza, compañera de aula que no iba tan bien en lingüística y cuyo nombre no revelaré, me pidió que le diera unas clases, y como pago le pedí aquel libro codiciado.

Así que ya se pueden imaginar lo que sentí cuando Alfredo me pidió aquel encargo. Para entonces, yo era el director de la DPI. El tiempo había volado. Así nos vamos al día 28 de enero de 2002. Monsiváis entró por la puerta del Museo Nacional de Antropología (MUNA) donde no cabía un alfiler. El autor de "Escenas de pudor y liviandad" era como me lo había imaginado. Pequeño y robusto, de cara grande cuadrada. Una mezcla de Sancho Panza e ídolo azteca en saco. Le estreché la mano y subimos, yo detrás de él, al escenario.

Pues bien, hice la presentación de Monsiváis. Hablé de sus méritos y sus libros; y me tomé unos minutos para pedirle que pusiera todo su peso intelectual para llamar la atención sobre el drama de los migrantes centroamericanos en su paso por el territorio mexicano. Monsiváis pronunció una conferencia titulada "Identidades y la cultura de la tolerancia", y se refirió a mi petición en términos muy cordiales. Al día siguiente, salimos a caminar por el centro histórico de San Salvador. En las librerías se llevó una tremenda frustración: se encontró con las novedades de los grandes consorcios editoriales, y poco o nada de Centroamérica. "Aquí también se impone la dictadura del mal gusto", me comentó. Aquella jornada es unos de mis días de guardar favoritos...

Irónico, mordaz, antisolemne. Una colección de sus citas y comentarios, desperdigados en centenares de columnas, artículos, conferencia y libros, competiría con los, en general, ácidos comentarios de alguien como Oscar Wilde. Además, era una persona curiosa, hasta el morbo. Sus colecciones de dibujos, arte popular, chunches y caricaturas constituyen el patrimonio del Museo del Estanquillo que él fundó en la Ciudad de México.

Busqué de nuevo a Monsiváis cuando preparé la exposición retrospectiva sobre la obra de Toño Salazar para el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). Le escribí preguntándole si tenía caricaturas del fructífero periodo mexicano de nuestro artista. Monsiváis conocía bien la trayectoria de Salazar. Se mostró interesado en adquirir algunas de las caricaturas que tenía en venta la viuda de Alvaro Menéndez Leal, pero al final la transacción no fue posible. Esto me dio oportunidad de mantener con él alguna correspondencia que, por supuesto, no conservo.

En 2008, volvimos a encontrarnos. Esta vez en Tijuana, en el borde la frontera con Estados Unidos. Estábamos allí para reflexionar sobre las migraciones latinoamericanas, y yo tenía una breve ponencia sobre las representaciones que se hacen de los centroamericanos en el infierno de la zona de Tapachula, una de las rutas obligadas de nuestros compatriotas, donde padecen cualquier cantidad de vejaciones y algunos encuentran la muerte. Monsiváis daba la charla inaugural. El gran auditorio del Colegio de la Frontera Norte (El Colef) estaba lleno de gente. Alguien nos dijo que Monsiváis había llegado. Me acerqué a saludarlo. Me preguntó qué hacía en Tijuana y le conté sobre mi charla. Para mi sorpresa, recordaba aquella interpelación que le hice en el MUNA. "Sigues en eso, ya veo". Tuvo todavía tiempo para decirme que finalmente había conseguido algunas caricaturas de Salazar, de José Juan Tablada y James Joyce. "Tu paisano está en el Estanquillo, me dijo. Alguna vez haremos algo especial sobre él", me dijo.

Esa vez habló, entre otras cosas, de cómo la tecnología está cambiando las mentalidades, y de cómo el chat y el correo electrónico están ayudando a recuperar el arte de la conversación, "que no el de la ortografía", agregó. Nos hizo reir cuando dijo que pese a las grandes transformaciones que vive el mundo, el acto sexual sigue siendo muy tradicional. Decía cada ocurrencia y arrancaba aplausos. A sus reconocidas dotes de escritor habrá que agregar que además fue un particular orador. Apenas levantaba la vista de sus papeles, ni siquiera gesticulaba con las manos, pero conseguía conectar muy bien con la gente.

Ahora resulta que ha cambiado de domicilio. Si damos crédito a lo que se ha publicado, su última voluntad establece que sus cenizas sean regadas en el Zócalo de la Ciudad de México. Así que allí andará ahora, en medio de ese desmadre, como parte indisoluble de la biografía y el aire de México.

Sobre Monsiváis:

Textos académicos
Notas de periódicos
Videos y entrevistas
Documentales
Comentarios sobre cine mexicano

Una foto con Monsiváis

María Tenorio

El pueblo se llama Granville; el estado, Ohio; la universidad, Denison; el año es el 2000. En esas coordenadas conocí a Carlos Monsiváis, fallecido hace unos días. Lo escuché dictar una conferencia sobre la frontera entre México y Estados Unidos. Una par de compañeras dijeron que se trataba de un texto ya publicado... que Monsiváis subvaloraba a su audiencia ohaiense. A pesar de eso, me parecía una maravilla escuchar en vivo a este escritor mexicano. Al final del evento, me acerqué a él y le pedí una foto. Hoy queda para la memoria.

En ese tiempo recién había leído a Monsiváis. Estaba iniciando mi maestría en estudios culturales latinoamericanos en la Universidad Estatal de Ohio, en Columbus, cuando el profesor Abril Trigo nos pasó unos artículos sobre Cantinflas y el cine mexicano de la época de oro. Me resultó fascinante que alguien dedicara su pluma lúcida a figuras de la cultura mediática. Era uno de mis primeros contactos formales con los "estudios culturales".

Por cierto, en Denison University uno de los temas que la audiencia discutió con Monsiváis, pasada la conferencia, fue su paternidad de los estudios culturales latinoamericanos. Él no se hacía cargo de la misma, mientras el público le endilgaba la filiación. Sus crónicas/ensayos sobre temas tan variados como la festividad de la Virgen de Guadalupe, Luis Miguel y la lucha libre, entre otros, le hacían progenitor --o precursor-- de tal (in)disciplina a la que nos dedicábamos, supiéramos o no, la mayoría de los presentes.

Les cuento. Los estudios culturales latinoamericanos son la cara remozada de los estudios de literatura en la mayoría de universidades de los Estados Unidos y en algunas de estos países del sur. Significan una ampliación del objeto de estudio, así como de las teorías para analizarlo. En vez de limitarse a la literatura, incluyen el cine, la cultura mediática, las fiestas populares, la publicidad, la arquitectura; en vez de recurrir solo a teorías de crítica literaria, usan filosofía, política, sociología, sicología y cualquier cosa útil para interpretar "textos" culturales. 

Carlos Monsiváis era maestro en ese tipo de textos. Considerado un exponente del "realismo documental", era un observador agudo de lo que ocurría a su alrededor, ya fueran mimos callejeros, mundiales de fútbol, celebraciones cívicas, telenovelas o políticos mexicanos. Un crítico, sin pelos en la lengua, del nacionalismo mexicano y su vastedad de símbolos. Sus crónicas, con humor e ironía, destazaban y deconstruían fenómenos y escenas cotidianas de su ciudad, México D.F.

Él mismo se proyectó como figura mediática de la mexicanidad contemporánea en sus apariciones en la radio y la televisión. Dicen que era de los pocos intelectuales que la gente reconocía en la calle. Dicen que el sábado 19 de junio una fibrosis pulmonar lo sacó de este mundo. Fue un gusto conocer a Monsiváis; será un placer seguir aprendiendo de sus escritos. Aquí les dejo la foto.

Libros de Monsiváis en Google Books:
Monsiváis, Carlos. A ustedes les consta. Antología de la crónica en México. México D.F.: ERA, 1980.
Monsiváis, Carlos. Amor perdido. México D.F.: ERA, 1977.
Monsiváis, Carlos. Días de guardar. México, D.F.: ERA, 1970.
Monsiváis, Carlos. Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se organiza. México D.F.: ERA, 1987.
Monsiváis, Carlos. Los rituales del caos. México, D.F.: ERA, 1995.
Monsiváis, Carlos. No sin nosotros. Los días del terremoto 1985-2005. México D.F.: ERA, 2006.
Monsiváis, Carlos. Nuevo catecismo para indios remisos. México D.F.: Siglo XXI, 1982.
Monsiváis, Carlos. Salvador Novo: Lo marginal en el centro. México D.F.: ERA, 2000.

Monsiváis y compañías

Toño Salazar y Picasso en Marte

Miguel Huezo Mixco

Los dos genios duermen juntos, desde el 15 de junio, en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). Picasso ha regresado a estos lares con 29 litografías. La muestra recorrerá Centroamérica en los próximos meses. Salazar está presente, en la misma sala, con 18 bocetos de caricaturas que representan a Pablo Picasso.

Estos bocetos han permanecido guardados con decenas de estudios, fotografías, recortes de periódicos, notas de viaje y fotografías que Toño Salazar fue acumulando desde su primera exposición en San Salvador (1919). Ese chuncherío que anduvo jalando de México a París, de París a Nueva York, de Nueva York de vuelta a París, y luego a Buenos Aires, después a Montevideo y finalmente a San Salvador, constituye un inestimable fondo documental. No podemos imaginarnos los tesoros allí guardados.

Toño hizo sus primeras armas en México, dibujando para el diario El Universal. En poco tiempo alcanzó fama. México llegó a ser como su segunda patria. El "Diccionario biográfico ilustrado de la caricatura mexicana" (1997) incluye a Toño Salazar.

Carlos Monsiváis, el gran cronista de la Ciudad de México, fallecido este sábado 19 de junio, buscó incansablemente caricaturas de Salazar para sus colecciones de pinturas, grabados, fotografías, alcancías, maquetas, álbumes, calendarios, partituras y anuncios publicitarios. Todo esto constituye el patrimonio del alucinante Museo del Estanquillo. Allí se encuentra Salazar, durmiendo al lado de José Guadalupe Posadas, famoso por sus calaveras, y Miguel Covarrubias, entre otros.

Salazar fue un peregrino y fabulador. Decía que su decisión de irse a París fue producto de un accidente. Contaba que, un día, estando en México, saliendo del cine tropezó con la pierna de un hombre. En el acto se encendieron las luces y descubrió que el hombre tenía una pierna de palo. Cruzaron unas palabras. Hicieron amistad. El cojo le contó que era representante de un ballet sobre patines que iría a Francia al día siguiente. Le propuso que se fuera con él, y Salazar decidió irse a París.

Es muy probable que la historia no sea verdadera. Lo cierto es que Salazar se largó a Europa. Un tramo en barco, y otro en tren, en los días de Navidad del año 1922. Allí aprendió a hacer con cada personaje una “narración”. No buscaba crear efectos cómicos, sino producir seres con "extravagancia espiritual”, escribió. Expuso sus caricaturas en el Salón La Araña junto con Marc Chagall y Tsuguharu Foujita. Como en una especie de mantra cubista, repetía: “Yo creo que si una persona es larga y las demás la ven redonda, no importa que la hagamos cuadrada”.

Según sus memorias, Toño conoció a Picasso ese mismo año, en Montparnasse. “Este hombre tenía para mí cuatro ojos como los gatos. Debía buscarle mil rostros”, recordaba Salazar. El pintor malagueño fue uno de sus modelos favoritos a lo largo de su carrera. (No el único. Hizo decenas de caricaturas y estudios sobre Alfonso Reyes, César Vallejo y Porfirio Barba-Jacob).

Los bocetos colgados en el MARTE expresan su búsqueda incesante por captar la cambiante alma de Picasso. Hay que verlos. Están realizados sobre papel corriente. Algunos se forman con diferentes pedazos de papel sobrepuesto (collage) y emanan carácter y ternura.

Salazar fue parte de la revolución del arte del siglo XX. Una revolución que tuvo a Picasso como uno de sus comandantes. Ahora los dos hacen guardia, por unos días, en un recodo del planeta MARTE.

Ilustración: Caricatura de Pablo Picasso, por Toño Salazar

miércoles, junio 09, 2010

El principio del placer, de José Emilio Pacheco

El principio del placer, de José Emilio Pacheco
Ediciones Era, México, 1972 (16a reimpresión, 2008).
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Estoy encantada con mi primer acercamiento a las letras del mexicano José Emilio Pacheco (1939). El principio del placer se disfruta de principio a fin. Sus seis historias conjugan lo cotidiano y lo fantástico en un México de los sesentas, tan cercano y tan distante a la vez. Les comparto el enlace al libro en Google Docs por si se animan a hojearlo (MT).

Claribel Alegría, en un avión de papel

Miguel Huezo Mixco

Gar-Anat está situado en la Alhambra, en la vieja Granada. "Aquí descansan los peregrinos y abrevan las caravanas. Desde aquí se divisan Roma, Venecia, Ítaca, Jerusalén, El Cairo, Damasco, Tombuctú…", dice el panfleto colgado en su sitio Web. Este es un hotel para peregrinos, al que me he asomado por unos pocos instantes de la mano de la poeta Claribel Alegría.

Estuve en Managua la última semana de mayo y, como ya es costumbre, fui a buscar a Claribel para hablar de la poesía, el amor y los amigos, de la arrogancia del poder y la fragilidad de la vida. Acaba de cumplir 86 años y se encuentra a todo dar, gozando del afecto de sus hijos y amistades. Su mayor éxito es personal: vive cada momento con intensidad. Después de los rones, mientras esperábamos el taxi que la llevaría a ella a una cita con el dentista y a mí al hotel, en tono confidente me dijo que quería compartirme dos noticias.

Entramos a su pequeño estudio, limpio y ordenado. Me invitó a ocupar su silla, frente al ordenador y, con habilidad, accedió al sitio web del Hotel Gar-Anat. Leo que han bautizado con su nombre una preciosa estancia, situada entre otras dos que llevan, una, el de su amigo Ítalo Calvino, y, la otra, el de su admirado Constantino Cavafis.

Los propietarios del hotel le tenían reservada esta sorpresa cuando supieron que llegaría a Granada, en ocasión del Festival Internacional de Poesía, fecha que coincidió, por un azar, con la de su cumpleaños. A los interesados, les transcribo la dirección electrónica del hotel, para que conozcan la estancia dedicada a una de nuestras más reconocidas voces: http://www.hoteldeperegrinos.com/.

Pero la mejor noticia se la reservó para el final. Me cuenta que sus papeles personales fueron adquiridos, apenas unas semanas atrás, por la Universidad de Princeton, una de las más prestigiosas del mundo. Para culminar la compra, vino a su casa un especialista que evaluó, clasificó y empacó cuidadosamente los archivos de toda su vida. Así, lo que hasta hace solo unos días eran solo recuerdos ahora constituyen un tesoro universal.

Sus manuscritos, fotografías, libros autografiados por otros autores y cartas personales, han pasado a integrarse a una valiosa colección que incluye papeles de Lewis Carroll, Osip Mandelstam, T.S. Eliot, Robert Louis Stevenson y Woody Allen; y de latinoamericanos como Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar, José Donoso, Silvina Ocampo y Mario Vargas Llosa, entre otros. Allá va Claribel, en su avioneta de papel, a vivir a la biblioteca de Princeton, en medio de todos esos grandulones.

Unos pocos días después de la adquisición por parte de Princeton, Claribel recibió un pedido de nuestro amigo Carlos Henríquez Consalvi para que donara sus manuscritos al Museo de la Palabra y la Imagen de nuestro país. "Tuve que decirle que no, con mucho pesar", se excusa.

Me dice: "Sin mis papeles me he quedado como desabrigada... Apenas guardé para mí unas cartas de Bud" (Darwin Flakoll, su marido). Pero pronto se repone y me dice con una enorme sonrisa: "¿Qué te parece todo esto? ¿No crees que soy una mujer afortunada?". Le tomo las dos manos. Mirándola a los ojos le digo que me parece extraordinario, y la abrazo. La lluvia ha recomenzado a repicar en el tejado. Es Agatha, la primera tormenta del año. Si no fuera porque el taxi ha llegado, le hubiera pedido que nos tomáramos otro ron.

Foto: Claribel Alegría en Ciudad Darío, Nicaragua, en: Margaret Randall  

(Publicado en La Prensa Gráfica, 10 junio 2010)

Mudanza

María Tenorio

Lo primero, me dijo la Oma, es trasladar los dormitorios y la cocina. A esa lista mínima yo agregaría el comedor, pero eso es lo más fácil de todo: colocar las sillas alrededor de la mesa, cuidando de no dejar cajas que obstaculicen el lugar. En los cuartos hay que tener claro dónde va la cama, que opera como centro de gravedad de los demás muebles, tales como mesitas de noche, gavetero, ya ustedes saben. La cocina suele tener un espacio dedicado a la estufa y otro a la refrigeradora, lo cual ahorra una decisión de las muchas que se toman.

Las cosas menudas son las que dan más trabajo en la mudanza, pero aquí también hay consejos familiares que valen. La ropa de colgar se traslada en ganchos, en el baúl o asiento trasero del carro, sobre un cobertor o tela limpia; la de doblar, en maletines, cajas o incluso en bolsas de basura dobles. Los implementos de cocinar, de servir y de limpieza, sin envolver en papel periódico, se transportan en huacales o javas, listos para vaciarse al llegar a destino. Hay que hacer excepción de picheles de vidrio, donde la prensa escrita puede ser de utilidad.

La ubicación de lo pequeño (hablo aquí de lo utilitario, pues aun no hemos llegado a lo estético), en particular lo de cocina, puede tomar más tiempo del esperado si los espacios de destino resultan insuficientes o más limitados que los de procedencia. Entonces la colocación de ollas, platos, vasos y tópers, además de especies, galletas, cereales y latas, se vuelve una especie de dejá vu múltiple digno de un cuento de Cortázar.

El proceso apenas arranca con esos espacios básicos, a los que uniría luego el baño y el área del servicio. La posibilidad de limpiar los cuerpos y los cuartos es crucial para convertir la casa en un sitio habitable, de olores controlados y suciedades eliminadas. Y que no se me escape: los útiles de limpieza deben estar a la mano desde un inicio, ya que se vuelven de uso frecuente en las primeras horas o días en la nueva residencia.

Un par de jornadas de trabajo dedicado a la mudanza habrán transcurrido cuando lleguemos al estudio, la sala y la terraza. La organización del primer sitio requiere de muchas horas: la colocación de los libros en los estantes puede resultar divertida, no así la de carpetas, documentos anillados y, mucho menos, la de papeles sueltos ni otras pequeñeces inclasificables. El cuestionamiento de por qué guardamos tantas cosas ha surgido ya antes, pero en este espacio tiende a volverse repetitiva.

Todo va encontrando su lugar con nuestra ayuda y a costa de nuestro cansancio. Los cuadros y los adornos demandan no solo gusto y medida, sino capacidad de negociación con la media naranja. El metro del carpintero es un buen compañero en estas faenas de mudanza; asimismo son indispensables el martillo y los clavos. Una buena recomendación es sujetar el clavo con una tenaza para evitar triturarse los dedos.

Al final de todo, siempre habrá alguna caja mal puesta o algún objeto que ya no cabe en ningún lado. Ante esta realidad hay que mantener la calma. Los ejercicios de respiración pueden ser un buen aliado en el proceso de mudanza.

Ilustración: “Mudándose al palacio del Elíseo” (1913) de Raymond Poincare (1st Art Gallery)