jueves, noviembre 22, 2012

En inglés, plis

María Tenorio

No creo que El Salvador adopte el inglés de forma oficial en las próximas décadas, pero estoy convencida de que esa lengua está transformando definitivamente nuestro idioma. Hace unas semanas, mis alumnos de redacción en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN) recogieron muestras de nombres de distintos tipos de empresas en el país y los clasificaron. Así, listaron nombres de gimnasios, pupuserías, kínderes y farmacias, entre otros. Esta exploración confirmó no solo la penetración del inglés, sino también la convivencia con el español, en nuestra nomenclatura comercial.

Hasta donde ha llegado la exploración de mis estudiantes, dos tipos de negocios donde el inglés es dominante son los gimnasios y los salones de belleza. Ocho de cada diez de estos locales tienden a adoptar nombres en esa lengua. Podríamos especular que, al estar asociados con estilos de vida modernos, ambas clases de establecimientos apelan al prestigio estadounidense para ofrecer sus servicios de cuidado personal. El cultivo de la belleza del cuerpo, el rostro y el pelo usa diversidad de técnicas, procedimientos y productos llegados desde el extranjero.

En cuanto a los nombres de gimnasios, algunos ejemplos son: Super Body, Sculpture, Svelty Forever, World Gym, Little Gym, Iron Power, Curves, Body Flex Fitness, Bally Sport Center, Atlethic Gym, Fitness 360. La muestra proviene de Páginas Amarillas y el ámbito geográfico cubierto fue todo el territorio nacional. Las palabras body, power, iron, fit, gym, sport son algunas de las favoritas en este tipo de establecimientos que, según el reporte presentado en mi clase, se originaron a mediados del siglo XIX en Alemania y los Estados Unidos.

Para los salones de belleza, Fashion, My Space, Beauty Nails, Essence, Look Station, Perfect Spa, In Style, Six Sense y Blush Hair & Beaty son ejemplos de nombres recogidos. Algunos mezclan inglés y español, como Sonia’s Salón y Sala de Belleza Beauty Choice. Mis alumnos investigaron una muestra de 40 locales de este rubro situados en San Salvador y La Libertad.

La penetración del inglés es ostensible, aunque no de forma tan abrumadora como en los casos anteriores, en otro tipo de establecimiento comercial y, a la vez, educativo: los kínderes. Mis alumnos encontraron que algunos centros parvularios situados en las zonas más prósperas de la ciudad tienen nombres en inglés: Fastrack kids, Little to Big, Children’s, Happy Faces, ABC Bilingual School, Teddy’s Care, American Children’s Paradise, Power Kids. El nombre, no me cabe duda, aludirá a la oferta educativa bilingüe de esas escuelas. Asimismo, algunas denominaciones en español fueron reportadas en áreas de menor poder adquisitivo: Días Felices, Arco Iris, El Mundo de los Niños, Niños Felices, son algunos ejemplos.

En contraste con lo anterior, mis estudiantes reportaron dos tipos de establecimientos prácticamente impermeables, por el momento, al inglés. Se trata de las farmacias y las pupuserías. Me resulta fácil especular que estas últimas, por vender comida propia del país, se apegan a la lengua nacional en sus denominaciones. En cambio, con las farmacias no resulta tan inmediata la asociación con el castellano. ¿Será que para ofrecer productos que cuiden de la salud hay que darse a entender con toda la población? Veamos algunos ejemplos.

En las farmacias de Antiguo Cuscatlán predominan los nombres de santos. San Rafael, San Nicolás o Virgen de Guadalupe son algunos ejemplos; aparecen también otras denominaciones como Farmacias Económicas, Uno, Camila o Bonanza. Sin embargo, al menos en la muestra que presentaron mis alumnos, ningún nombre de farmacia incorpora el inglés.

En cuanto a las pupuserías o ventas de platillos típicos, la tendencia dominante es bautizarlas con nombres de mujeres. Así, en Olocuila encontramos las pupuserías Claudia, Cecilia, Carmensita, Margot, Zoila, Juanita y Glorita, entre otras. No obstante, la influencia anglosajona se notaría, aquí, en nombres femeninos como Wendy, Vicky, Mary o Cristy.

Esta exploración de nombres de negocios nos acerca al fenómeno que se relaciona con el enorme prestigio que, para la mayoría de salvadoreños, tienen los Estados Unidos de América. Ese país tiene mucho de lo que nos gustaría tener a nuestra disposición. En busca de su aura de modernidad, avances tecnológicos y abundancia de recursos, la nomenclatura comercial se rinde, no sin algunas resistencias, ante el idioma de ese gigante.

(Publicado también en ContraCultura, El Salvador)

Los mejores poetas de El Salvador (II)

Miguel Huezo Mixco

Del examen de cuatro libros recientes que coleccionan lo mejor, o lo más representativo, de la poesía de El Salvador se extraen 57 nombres propios. Como expliqué en mi entrega anterior, solo tres de estos gozan de la consideración unánime de los autores que tuvieron a su cargo las selecciones. Claribel Alegría, Roque Dalton y Alfonso Kijadurías, ¿son los mejores poetas del país?

Independientemente de las respuestas que puedan darse, el hallazgo se presta para completar mi columna del jueves 6 con algunas reflexiones. La primera es que en las selecciones de poesía lo literario es apenas uno de los muchos aspectos que se consideran a la hora de hacer un libro de ese tipo.

Las antologías de poesía --o de narrativa-- son hechas por tres tipos de personas: los que conocen, los que presumen conocer y los que se aproximan de manera circunstancial al mundo literario de un país o una región.  Agregaré que con frecuencia los antólogos se asesoran de personas que “están en el ambiente”, que les aconsejan a quienes incluir y a quienes tachar. En pocas palabras, el resultado de sus decisiones está influido por “simpatías” y “antipatías” personales.

En segundo lugar, los antólogos tampoco pueden sustraerse de las “tradiciones” nacionales. Para el caso, en una antología general de poetas salvadoreños es forzoso incluir a Francisco Gavidia, a quien la tradición establece como el “fundador” de las letras cuscatlecas. Sustituir a Gavidia por Rubén Darío, el auténtico patrono de la poesía centroamericana, aunque literariamente pueda ser justo, sería considerado como una incorrección política o un disparate.

En tercer lugar, los antólogos tampoco pueden escapar a las tendencias del gusto y al contexto político del momento. Entre 1884 y 2000 se publicaron al menos quince antologías generales de poesía salvadoreña. Una lectura atenta de esos libros nos ayudaría a establecer los vaivenes del gusto literario a lo largo de más de cien años. Sería un material invaluable para una historia de la sensibilidad.

En cuarto lugar, las antologías pueden ser una lección sobre la impermanencia. En todos esos años los cielos literarios han sido surcados, como aviones de propulsión a chorro, por centenares de nombres propios... Muy pocos resisten la prueba de la memoria. Es una dinámica parecida a la evolución por selección natural.

Francisco Gavidia es uno de esos sobrevivientes. En 1884 despuntaba como joven prometedor. Aunque en las últimas décadas apenas ha habido reediciones de sus poemarios --y muy pocos recuerdan los títulos de esos libros -- Gavidia ha conseguido mantener su prestigio de poeta bastante intacto hasta nuestros días. No así Juan Cotto, que ha desaparecido del mapa. Ni Lilian Serpas, recordada a duras penas. El caso de Alfredo Espino es todavía más extraño. Aunque no suele ser tomado muy serio en la “ciudad letrada” de Guanacolandia, este personaje ha sorteado los rigores del tiempo sin necesidad de intérpretes.

Regreso a la pregunta. ¿Son Claribel, Roque y Kijadurías los mejores poetas del país? La respuesta es irrelevante. Su presencia unánime en la punta del iceberg de la poesía nacional es la señal de un fenómeno que no es solo literario. Su posición sobresaliente en cuatro colecciones de poesía publicadas por autores no salvadoreños en los últimos tres años, no es producto de la casualidad.

Esto probaría que, comenzando el siglo XXI, hay un viraje en las preferencias literarias respecto de los 
anteriores consagrados: Claudia Lars, Raúl Contreras, Hugo Lindo y Alberto Guerra Trigueros, entre otros. 

(Publicado en La Prensa Gráfica, 22 de noviembre del 2012)

Foto de Claribel Alegría.


miércoles, noviembre 07, 2012

El xendra y la utopía


María Tenorio

Hace unos días vi en un cine comercial de San Salvador una película hondureña de ciencia ficción, El xendra. Aunque parezca un sueño o una fantasía, lo que les cuento es verdad. ¿No creen que mi experiencia podría considerarse una rareza?

En primer lugar, lo califico así porque en esta ciudad las salas de cine están principalmente dedicadas a la oferta “mainstream” norteamericana, es decir, a lo producido para el gran público desde nuestro vecino del Norte. La exhibición de otro tipo de cine se da, sobre todo, como parte de festivales promovidos por distintas entidades --embajadas, universidades, instituciones del gobierno, etc.--, pero, casi siempre, fuera de lo comercial.

Segundo, porque la producción cultural de otros países centroamericanos no suele llegar con facilidad a esta capital (y presumo que los productos salvadoreños tampoco son accesibles para públicos de las otras ciudades de la región). Esto es, las industrias creativas enfrentan dificultades para penetrar los mercados más allá de sus fronteras nacionales. Dicho de otro modo: no hay un mercado centroamericano establecido para la producción creativa.

En tercer lugar, lo raro de El xendra no es solo que haya compartido cartelera con comedias románticas y películas de miedo, norteamericanas y “comerciales” todas ellas, sino que trata un tema muy actual con recursos propios del cine de ficción más “moderno”. Y, a mi juicio, sale adelante con dignidad en su empeño. Esto es, es una película de suspenso entretenida, con una trama que mantiene el interés. Cuenta una historia que ocurre en San Salvador y en las selvas de Honduras después del 21 de diciembre de este año e involucra a ovnis y a extraterrestres.

Aquí puedo enunciar un cuarto lugar: los protagonistas son científicos centroamericanos, formados en universidades extranjeras, que viven en Centroamérica. Que habiten por estos lares es lo extraño. Lo más usual es que quienes estudian alguna carrera muy especializada en el extranjero permanezcan en ciudades donde puedan desarrollarse profesionalmente. Bueno, la película es una ficción.

En relación con los científicos, El xendra me recordó a un cuento emblemático de Hugo Lindo, escritor salvadoreño del siglo pasado que trató temas de ciencia ficción. El relato al que aludo se titula “Espejos paralelos” y habla sobre la posibilidad del altísimo desarrollo de las ciencias y de la investigación en la región al grado que los premios Nobel son ganados por centroamericanos en las últimas décadas del siglo XX. 

No me cabe duda de que Lindo y el director de la película, Juan Carlos Fanconi, comparten algunas obsesiones y, sobre todo, la utopía de una Centroamérica “desarrollada”, donde la investigación científica es preponderante. Pero no quiero aquí hablar sobre lo que pudo ser y no será, sino más bien invitarlos a que vean El xendra y a que lean “Espejos paralelos”, que son dos muestras de buenos productos culturales hechos en el istmo. Son dos anuncios de la utopía que ya están aquí. 

Para terminar les cuento que desconocía el trabajo de Fanconi, quien a principios del milenio dirigió la película Almas de medianoche. Del elenco sí conocía a Boris Barraza, actor y sicólogo salvadoreño, que hace el papel de uno de los cuatro científicos protagonistas del filme. También conocía a Dinora Alfaro, quien representa a una dependiente de Starbucks en San Salvador, en un rol secundario. Los demás protagonistas son de origen guatemalteco (Juan Carlos Olyslager), costarricense (Rocío Carranza y Fabián Sales), y hondureño (Álvaro Matute y Jaime Joint). Los remito a una nota del periódico tico La Nación en caso de que quieran más información sobre El xendra.

Los mejores poetas de El Salvador

Miguel Huezo Mixco

Solo tres poetas gozan de la simpatía, el gusto o la complicidad de los autores de cuatro importantes publicaciones recientes, que coleccionan y valoran el arte poético de El Salvador. De los 57 nombres considerados, solo Claribel Alegría, Roque Dalton y Alfonso Kijadurías gozan de unanimidad. A continuación explico cómo he llegado a esta conclusión.

Mis fuentes son cuatro libros publicados en el extranjero. Ya sea por el buen nombre del compilador o el del editor, o de ambos, los cuatro pueden considerarse fuentes con autoridad. En esos volúmenes se nombran 57 poetas. Como he dicho: únicamente 3 aparecen en todos los libros usados para la muestra; a esos los denominaré “sobresalientes”. Estos son seguidos de cerca por otros 4 poetas, que aparecen en tres de los libros (“segundo nivel”). Luego, otros 14 aparecen en 2 ocasiones (“tercer nivel”), y 36, la mayoría, son considerados una sola vez (“cuarto nivel”).

Intento utilizar un método para extraer conclusiones objetivas y medibles a partir de las valoraciones subjetivas (justas o injustas, eso no importa) de los autores de esos libros. Es solo un ejercicio de entretenimiento que muestra la estima que se tiene sobre la obra de esos 57 poetas.

El primero de los libros seleccionados es Pájaro relojero. Poetas centroamericanos, publicado en 2009 por el sello de la prestigiosa editorial Galaxia Gutemberg, de Barcelona. Su autor es el poeta Mario Campaña. Su intención, dice en el prólogo, es recoger las “más altas voces de la poesía de Centroamérica”. Es interesante: los únicos tres salvadoreños que escoge son los mismos que invariablemente aparecen citados, junto a otros más, en los otros libros escogidos para realizar esta muestra.

El segundo es Puertas abiertas. Antología de poesía centroamericana, publicado en 2011 por el Fondo de Cultura Económica, de México. El antologador, el novelista Sergio Ramírez, incluyó únicamente autores vivos, entre los cuales se cuentan 10 de El Salvador. Aquí también se repiten Claribel Alegría y Alfonso Kijadurías. Dalton, como sabemos, fue asesinado en 1975, y no se incluye una selección de poemas suyos. 

A diferencia de los demás libros considerados, el de Ramírez es el único que no tiene la pretensión de ser una antología general desde el siglo XX. Por ello me remití a su bien documentado prólogo, donde menciona y pone en contexto a los principales autores que antecedieron a su selección de “vivos”. De El Salvador menciona a Roque Dalton. El otro es Francisco Gavidia. Así, Dalton alcanza la cuarta mención, y Gavidia sube un peldaño agregándose al reducido grupo de poetas del segundo nivel.

El tercer libro no es una antología, sino la Enciclopedia de Poesía y Poética de la Universidad de Princeton, considerada la obra de referencia más completa y autorizada sobre la poesía en el mundo. Su edición de 2012 incluye por primera vez una reseña sobre El Salvador, que comienza en el siglo XIX y llega hasta nuestros días. Como pueden imaginarse, tampoco en ese librote de 1640 páginas faltan Claribel, Dalton y Kijadurías.

El cuarto es la reciente Antología. La poesía del siglo XX en El Salvador, publicada por Visor, de España. Entre los 27 autores que incluye Fernando Valverde hay nombres que se repiten, otros desaparecen y surgen otros nombres. Pero los infaltables son los mismos.

Las antologías de poesía no son justas ni injustas.Son ríos que arrastran mierda y flores. Obedecen al gusto o al capricho. Este ejercicio da para hablar. Pero lo que sí puede concluirse es que, hoy por hoy, los poetas que sobresalen son Claribel, Dalton y Kijadurías.

A continuación, una tabla resumen de los resultados encontrados.

Tabla


(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de noviembre de 2012)