jueves, diciembre 26, 2013

Yo, el Grinch



Miguel Huezo Mixco


El Grinch, el duende creado por el célebre Dr. Seuss, suele ser visto como un cascarrabias incapaz de ser feliz. Sin embargo, también podría considerarse el ícono de los desertores del consumismo que predomina en las fiestas navideñas.

“He aquí el espíritu de la Navidad”, pensé, mirando con aprensión el marcador de gasolina. Me encontraba en medio de uno de los embotellamientos vehiculares que caracterizaron la temporada navideña de este año. Frente a mí, se extendía una larga cola de automóviles con las luces traseras encendidas, evocando una de esas películas donde una multitud intenta abandonar una ciudad amenazada por un ataque de extraterrestres. Eché un mirada por el espejo retrovisor. No había manera de escapar de aquel tormento.

Allí estaba, pues, a pocas horas de la Nochebuena, a mitad de la calle, aportando mi propia cuota de mortificación, peleando con dientes y uñas para defender mi puesto en la cola, ante las repetidas amenazas de otros que, más grandes, más vivos y menos pacientes, intentaban tomar atajos para avanzar.

La Navidad extrae lo peor de la cultura de matonería que domina la vida cotidiana de nuestra sociedad. Como en ninguna otra época del año, la gente se mira impelida a la compra y consumo de bienes y servicios, con un frenesí que mezcla el chantaje emocional con el alcohol y el uso desbocado del crédito. Existen estudios que advierten que la gran fiesta que celebra el inicio de la Era Cristiana propicia la depresión, especialmente entre mujeres y ancianos, por causa de la soledad y el abandono; en muchas partes del mundo los suicidios se duplican. El día después, tras la gran moronga, cuando el alisado se ha echado a perder, y el traje nuevo va al cubo de la ropa sucia, muchas familias se encuentran devastadas emocional y económicamente.

Como en el cuento de Dr. Seuss, los habitantes de esta Felicilandia tropical adornan sus casas con árboles iluminados y muñecos de nieve artificial, verdaderos fetiches de una estética ridícula y de mal gusto. La regla es infalible: apelar a los lugares comunes de la vida en familia y el espíritu navideño vuelven a la gente más vulnerable a vaciar sus bolsillos. La Navidad es una vasta y efectiva operación de mercadeo que oferta la felicidad, y que castiga a dos tercios de la población salvadoreña, que queda fuera de ese banquete, viviendo con más intensidad la exclusión, recogiendo las migajas que caen de las mesas bien servidas.

En ese mundo de dudosa dicha, solo el amargado Grinch dice lo que ninguno quiere escuchar: que esos abrazos no siempre son auténticos, que los buenos deseos no pasan de unas pocas horas, que la otra cara de la generosidad es la culpa, y que las luces multicolores no consiguen iluminar la vida gris de quienes viven en la rebusca, comiendo salteado, asediados por la violencia, muy lejos de la mano de dios.

Tales fueron mis cavilaciones en medio de aquella hilera de vehículos inmóviles. Recordé el cuento “La autopista del Sur” de Julio Cortázar que relata cómo millares de automovilistas, atascados por varios días, se ven obligados a conocer a sus compañeros de infortunio. En aquel descomunal tapón tiene lugar, inclusive, una historia de amor que, por supuesto, termina cuando los carros se ponen en marcha, y todos vuelven a toda prisa, pisando el acelerador, a ocupar sus roles frente al timón de sus vidas, medio llenas, medio vacías, sin mirar a los lados de la autopista. Hasta el próximo atasco.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 26 de diciembre de 2013)

jueves, noviembre 28, 2013

Mejorar la escuela para cambiar el país


Miguel Huezo Mixco


En Perquín, Morazán, uno de los mayores campos de batalla de la guerra civil, se ha puesto en marcha un innovador proyecto educativo. El colegio Amún Shéa tiene como fin crear un nuevo tipo de liderazgo comunitario utilizando como palanca la educación. Después de seis años de silencioso trabajo sus resultados son prometedores.


El poblado, de unos 4 mil habitantes, está en el corazón del antiguo mundo lenca. En la lengua de los antiguos habitantes del nororiente salvadoreño, Amún Shéa significa “tierra de semilla”. El centro escolar es una iniciativa de la Fundación Perquín para el Fomento de Oportunidades Educativas (PEOF, por sus siglas en inglés), una entidad sin fines de lucro presidida por Ron Brenneman, un norteamericano que llegó al país en 1987 para trabajar por el retorno de millares de familias salvadoreñas que abandonaron sus lugares por causa del conflicto.


En su libro “Perquin musings. A gringo´s journey in  El Salvador” (2013) Brenneman relata que después de muchos años presenciando cómo los proyectos de desarrollo derramaban dinero sin conseguir mejoras sostenibles en la vida de las personas, llegó a la convicción de que la única manera de esquivar la trampa de la pobreza es invirtiendo en la educación de los niños y niñas. Se puso manos a la obra. El centro educativo, ubicado en un paraje montañoso es una realidad. Imparte clases hasta el octavo grado y no hay duda de que está creando una generación de niños con una iniciativa y empoderamiento asombrosos.

“Educar es importante pero no se trata de cualquier tipo de educación”, asegura Brenneman. Su filosofía se sustenta en tres ejes: provocar un cambio cultural que transforme las actitudes de los niños frente a sus limitaciones y les prepare para asumir responsabilidades en su comunidad; poner en marcha un proceso de enseñanza-aprendizaje relacionado con los problemas de desarrollo socioeconómico de la zona; y crear oportunidades de trabajo digno para reducir la fuga del capital humano calificado y superar el estancamiento socioeconómico.

El recientemente publicado Informe sobre Desarrollo Humano 2013, del PNUD, sostiene que los rezagos económicos y sociales del país tienen a la base un sistema educativo que viene arrastrando deficiencias desde hace 200 años, y hace un llamado urgente a convertir la educación en un pilar del bienestar de la sociedad. El documento sugiere que El Salvador obtendrá mejores frutos en materia de desarrollo cuando caiga en la cuenta de que las principales inversiones deben realizarse durante la infancia y la adolescencia, una etapa crucial para la potenciación de las capacidades y libertades de las personas.

Amún Shéa está poniendo a prueba esta afirmación del PNUD, implementando en las montañas de Morazán un “modelo” construido a partir de las necesidades de su contexto.

El pasado mes de octubre, con Everardo Rivera, director de la ESEN, asistimos a una serie de presentaciones sobre el uso de remesas en el norte del departamento, la medición de la precipitación pluvial de este año, la crianza de tilapias para autoabastecimiento y hasta una demostración sobre la aplicación de la sucesión de Fibonacci, realizadas por niños entre 6 y 14 años de edad.
Actualmente, la PEOF gestiona apoyo financiero de entidades o filántropos nacionales y extranjeros interesados en facilitar acceso al programa a más niños y niñas, y en cualificar lo hecho hasta ahora. Para El Salvador es decisivo invertir en educación de calidad en zonas tradicionalmente rezagadas de las políticas públicas. Para el PNUD la inversión del estado en este rubro debiera alcanzar el 6% del PIB. ¿Es mucho? Derek Bok, quien fue presidente de la Universidad de Harvard, dejó dicho: “Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia”.

Foto: aula en el Centro Escolar "Amún Shea", Perquín

(Publicado en La Prensa Gráfica 28 de noviembre de 2013)


miércoles, noviembre 13, 2013

Cartas clandestinas


Miguel Huezo Mixco

Un manojo de 16 cartas escritas por Roque Dalton en la clandestinidad, desconocidas hasta ahora por el público y los estudiosos de su obra, arrojan luz sobre los últimos dos años de vida del poeta.

Quien da cuenta de este hallazgo es el escritor Horacio Castellanos Moya en un ensayo publicado el 4 de noviembre en Iowa Literaria, la revista web del programa de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa. El descubrimiento ocurrió en el curso de una investigación que realizaba el escritor en los archivos de la familia Dalton.


“Era una carpeta muy delgada, sin ningún distintivo, título o marca”, escribe Castellanos. Un primer grupo de cartas, firmadas por Dalton con el sobrenombre de “Miguel”, estaban dirigidas a su ex esposa Aída Cañas, a su madre María García y a “Frank”, la nueva pareja sentimental de Aída. De acuerdo con las fechas, las misivas fueron escritas entre junio y octubre del año 1973, mientras Dalton permanecía oculto en algún  lugar de Cuba, recibiendo entrenamiento antes de viajar a El Salvador para unirse al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).


Dalton había hecho creer a todo el mundo que se encontraba en Viet-Nam. Su compañera cubana de entonces, la actriz de teatro Miriam Lazcano, y su amigo, el novelista Julio Cortázar, entre otros, recibieron cartas de Dalton falsamente despachadas desde Hanoi. Aparte de sus camaradas involucrados en la jugada, quien sabía la verdad sobre su paradero era Aída, a quien Dalton encubre con el seudónimo de “Ana” en esta correspondencia.


El segundo grupo (trece, para ser exactos) contiene nueve cartas dirigidas a “Ana”; las restantes cuatro son respuestas de “Ana” a “Miguel”, y están fechadas entre diciembre de 1973 y enero de 1975, lapso que coincide con el periodo en el que Dalton permanecía clandestino en El Salvador.

Si hemos de creer en la veracidad de las fechas que Dalton puso a las cartas, este habría ingresado clandestinamente al país no el 24 de diciembre, como hasta ahora se ha sostenido, sino a principios de ese mes, como sostiene Castellanos Moya.

La correspondencia clandestina de Dalton lo revela, por un lado, como un fervoroso militante que miraba a sus compañeros de armas, entre ellos sus futuros homicidas, como personas con “solvencia moral”. “No son irresponsables y engañadores”, le escribe a “Ana”. Las cartas también dan cuenta de su interés en mantener el contacto con sus editores, faena en la cual Aída Cañas hacía las funciones de su asistente de confianza. Recordemos que ese periodo coincide con el proceso de publicación del poema-collage “Las historias prohibidas del Pulgarcito”, que vio la luz en 1974, en México.

Esta correspondencia clandestina lo muestra como un hombre preocupado por su familia y, de manera especial, por su madre, María García. Una parte importante de las cartas está dedicada a proveer instrucciones para que su madre (“mi señora”) realice sin tropiezos un viaje a Cuba para visitar a los hijos del poeta. Como anota Castellanos Moya, en cada una de las nueve cartas que le envió a “Ana”, está presente su madre.

Las indagaciones de Castellanos Moya revelan también un detalle poco conocido, su viaje a México, del que habla en una carta fechada el 29 de agosto. En la última, fechada el 5 de enero de 1975, cuatro meses antes de su asesinato, el viaje de su madre a La Habana se encuentra entre sus principales preocupaciones. No hay nada que indique que sus relaciones en el ERP estén pasando por un momento difícil. No sabe que sus días están contados.

Foto: María García y Roque

(Publicado en La Prensa Gráfica, 14 de noviembre de 2013)

jueves, octubre 17, 2013

¿Por qué hay mala onda con el "espanglish"? (II)


Miguel Huezo Mixco


La evolución de las lenguas tampoco se puede entender bien sin la comprensión de los avances científicos. El británico Isaac Newton, padre de la ciencia moderna, no escribió su obra capital en inglés, sino en latín, que era la “lingua franca” de sus días. Luego, fue el turno del alemán y, hasta principios del siglo pasado, el del inglés.

Debido al liderazgo estadounidense en ese campo “Cualquier científico del planeta tiene que dominar el inglés, tanto como tiene que saber matemáticas, física, química o biología”, sentencia JavierSampedro, experto en genética y biología molecular.

La Real Academia Española (RAE) no la tiene fácil. La industria del entretenimiento y las innovaciones tecnológicas y científicas dotan al idioma inglés de un prestigio social que se cuela en la vida cotidiana.

Hace unos días el escritor y académico español Arturo Pérez-Reverte, en su cuenta en Twitter, reveló: “Introduje personalmente la palabra (grafiti) en la última edición del diccionario de la RAE”. Líneas abajo, aprovechó el despiste de un tuitero, quien aseguraba  que la RAE había aceptado el término cocreta, para sentenciar que su uso era inaceptable. “Yo no lo acepto. Y otras cosas, tampoco”, sentenció. Los académicos promueven, con una mano, un proceso de asimilación de nuevos vocablos y, con la otra, libran una feroz resistencia para que el español siga teniendo “esplendor”. 

Uno de los mayores campos de batalla del español es Estados Unidos. De acuerdo con el Pew Hispanic Center la lengua de Quevedo y Darío cuenta con más de 37 millones de hablantes, siendo la lengua no-inglesa más hablada en los EEUU entre las personas de 5 años o más. Es también uno de los idiomas de mayor expansión, pues los hispanoparlantes se incrementaron en un 233% desde 1980, cuando había 11 millones de hablantes de español.

Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, asegura que la entidad que él dirige centra su actividad en promover que “los hispanounidenses hablen y escriban un español estándar, universal; y, huelga decir, un inglés esmerado”.
Las previsiones demográficas anticipan, sin embargo, que en menos de una década la cifra de hispano-hablantes bajará a dos tercios, al tiempo que la población de origen hispano que habla solamente inglés en el hogar comenzará a subir. Las nuevas generaciones de hispanos tenderán a perder el español, como ocurrió décadas atrás con el italiano, que ahora es una “rara avis” en la Little Italy de Nueva York.

En Estados Unidos hay cada vez más iniciativas destinadas a borrar el estigma de que el español es un idioma de ilegales, y a fomentar el estrechamiento de los vínculos con su herencia cultural hispana. Por ejemplo, programas que estimulen a los migrantes salvadoreños de tercera generación para que vuelvan periódicamente a sus lugares de origen y conozcan su historia, ayudarían a que más hispanos consideren nuestra lengua primordial para sus vidas.

Todavía es muy pronto para saber cuál será la evolución del español en Estados Unidos Una de las formas que adopta el nuevo paisaje de nuestra lengua es el “espanglish”, donde se mezclan préstamos y calcos del español y del inglés en un mismo pasaje discursivo. Otros, como los jóvenes “millennials”, de origen hispano, llevan en un bolsillo el inglés y en el otro el español. En Latinoamérica el inglés también bate con fuerza los peñones del español. El ser bilingüe no es solo una herramienta apreciada para insertarse con éxito en el mundo laboral, sino también en entornos sociales donde “party” suena más “cool” que decir “fiesta”.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 17 octubre de 2013)

Ilustración: Eduardo Chang

jueves, octubre 03, 2013

¿Por qué hay mala onda con el espanglish? (I)

Miguel Huezo Mixco


El idioma español fue el resultado de un antiguo proceso en el que concurrieron numerosas lenguas y dialectos. Hace unos mil años era solo una de las variedades dialectales del romance hispano. Fue la gente “menos ilustrada”, que asimilaba nuevas palabras y giros lingüísticos provenientes de otras culturas y lenguas, la que hizo posible el idioma de Cervantes.


En nuestros días el idioma inglés, principalmente el de Estados Unidos, se filtra en nuestra vida por muchos flancos: las nuevas tecnologías, la publicidad, la investigación científica, los viajes, la industria del entretenimiento, las migraciones... No pocos consideran que el uso de expresiones del inglés en el habla cotidiana muestra los “complejos de inferioridad”, “ignorancia” o “falta de identidad” de nuestras sociedades.


Periódicamente la Fundación del español urgente (Fundéu) difunde adaptaciones al español de expresiones como clúster, bróker, tuitear y resetear, bloguear, provenientes del inglés. “Ninguna lengua dura tanto tiempo sin cambios”, sentencia Antonio Alatorre, un experto en la historia del idioma español, autor del ameno y erudito libro “Los 1001 años de la lengua española” (cuarta reimpresión, 2010) del cual me he beneficiado para escribir este texto.


El latín, reconocido como la lengua madre de nuestro idioma, fue apenas una de las muchas ramificaciones de la lengua indoeuropea, originada en el extremo oriental de la península de Anatolia. Fue en esa zona donde se produjo una de las revoluciones culturales más importantes de la humanidad: la agricultura. Los excedentes de producción de los anatolios no solo se tradujeron en riqueza y expansión geográfica. Explica Alatorre que a medida que adoptaban la agricultura “iban aprendiendo a decir cómo se decía ‘sembrar’, ‘uncir los bueyes’, de la misma forma en que en nuestros días, al adoptar el “fax”, añadimos a nuestro vocabulario español la palabra fax.


La evolución de las lenguas no se puede entender bien sin la comprensión de la historia política en que se desenvuelven. Las invasiones visigodas de la península ibérica introdujeron en el vocabulario corriente la palabra ‘guerra’ y una serie de conceptos asociados a la codicia de territorios y riqueza, como ‘robar’, ‘botín’,  ‘devastar´, ‘esgrimir’, ‘blandir’... Para la mayoría de estos conceptos, comenzando por el de guerra, existían palabras equivalentes en latín (lengua impuesta, a su vez, por las anteriores invasiones romanas). Obviamente los usos bélicos de los invasores penetraron muy hondo en la sensibilidad de los sojuzgados, haciéndoles adoptar esas expresiones.


Siglos más adelante las invasiones árabes (los “moros”) introdujeron al dialecto castellano al menos 4 mil arabismos en áreas como la decoración, la jardinería, la horticultura y las obras de riego, que se corresponden a objetos o conceptos para los que no había en español palabras para designarlos. Los árabes, extraordinarios horticultores, expertos en equitación y tejedores, no solo enseñaron sus destrezas a los hispanos, sino también su manera de nombrar aquellos procesos y herramientas. ‘Añil’, ‘fanega’, ‘aceituna’, ‘almíbar’, ‘alfajor’ y ‘algoritmo’ son voces árabes. La noción misma de ‘cero’ se debe a los “moros”, quienes obligaron a que toda Europa abandonara la rústica numeración romana.


Las intrusiones del inglés en el lenguaje que usamos en nuestra vida cotidiana pueden mover a la burla, a unos, y a otros, a la indignación. La nuestra no es una lengua moribunda. Es la segunda más hablada en Estados Unidos. De lo que no cabe duda es de que estamos asistiendo a otro proceso de transformación del español. El espanglish es solo uno de los retoños de esos cambios. Volveré sobre el tema en quince días.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 3 de octubre de 2013)


jueves, septiembre 19, 2013

Nigel Short en El Salvador

Miguel Huezo Mixco

El ajedrez suele ser asociado con tipos aburridos clavados por interminables horas frente a un tablero. Nada más equivocado. El ajedrez, un precursor de los adictivos juegos electrónicos de nuestros días, consiste en un duelo en el que dos oponentes dirigen a 32 personajes con diferentes poderes, poniendo a prueba su capacidad de anticipación, memoria e imaginación, sin violencia


Es muy extraño. Ni un dirigente de la Federación Salvadoreña de Ajedrez asistió a las partidas de exhibición ofrecidas la semana pasada por el Gran Maestro Nigel Short, uno de los cien ajedrecistas más importantes del mundo.


Short (1965) comenzó a destacarse como un brillante jugador a la edad de nueve años. “El colegio era una pérdida de tiempo para mí”, declara cuando le preguntan por qué abandonó la escuela al finalizar la primaria. Muchos recuerdan que el niño-prodigio leía cómics mientras esperaba su turno para competir contra adultos en los torneos internacionales.


Campeón británico de ajedrez y autor de columnas sobre el juego-ciencia en reconocidos periódicos y revistas, Short tuvo su momento cumbre en 1993, cuando disputó la corona mundial contra Garry Kasparov, perdiendo por cinco puntos de diferencia.

Short ya no es aquel muchachito inglés que dejaba boquiabiertos a los maestros internacionales de ajedrez. Ahora es un grandulón de 48 años, de aspecto melancólico, que recorre el mundo jugando contra quien se le ponga enfrente. El sábado 14, en el auditorio de la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN), jugó simultáneamente contra 30 oponentes, la mayoría muy jóvenes. Lorena Zepeda (campeona centroamericana), Gustavo Aguilar (campeón nacional), Ricardo Chávez, Érick Godoy  y Rafael Zepeda, pueden presumir de que consiguieron empatarle al Gran Maestro.


El ajedrez suele ser asociado con tipos aburridos clavados por interminables horas frente a un tablero. Nada más equivocado. El ajedrez, un precursor de los adictivos juegos electrónicos de nuestros días, consiste en un duelo en el que dos oponentes dirigen a 32 personajes con diferentes poderes, poniendo a prueba su capacidad de anticipación, memoria e imaginación, sin violencia.
Introducir el ajedrez en la vida de los niños, dice Peter Dauvergne, de la Universidad de Sidney, ayuda a que ellos mejoren su capacidad para resolver problemas, así como sus habilidades en lenguaje y matemáticas. Los chicos también aprenden a tomar decisiones más precisas y a elegir entre varias opciones, suben sus notas en los exámenes y se concentran mejor, asegura.

El domingo 15, Short se enfrentó en el Museo Tin Marín a ajedrecistas provenientes de escuelas de San Marcos y de los colegios Externado San José, Escuela Americana y Oasis. La menor de sus oponentes fue Charliza Arriaza, de seis años. “Las niñas juegan mejor que los niños”, declaró Short al cierre de la agotadora jornada.

Ana Lidia de Flores, directora estudiantil de la ESEN, y Daniel Guttfreund, director del Tin Marín, anfitriones del Gran Maestro, promueven el ajedrez como una actividad clave en la formación de jóvenes y niños. Países como Israel, Armenia y Hungría lo han integrado a sus programas escolares.

El llamado juego-ciencia alcanzó popularidad cuando el norteamericano Bobby Fisher arrancó el campeonato mundial al ruso Boris Spasky, en el llamado “juego del siglo” (1972). Se estima que en nuestros días 600 millones de personas juegan ajedrez en el mundo. Los programas de computadora, como ChessBase, han elevado los estándares del juego. Chess.com ofrece una plataforma donde hasta aficionados, como yo, pueden jugar en línea y participar en foros con especialistas.

“El mundo del ajedrez está en una fase de renovación, y la mayoría de los expertos creen que ha llegado el momento para un cambio en su dirigencia al más alto nivel”, sostiene Short, en su columna en The Guardian.

La visita de Short fue reportada en la prensa y produjo intercambios en las redes sociales. Pero ni en el sitio web de la Federación Salvadoreña de Ajedrez ni en su página en Facebook se dijo una palabra sobre el evento.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 19 de septiembre de 2013)


Foto: Nigel Short (arriba) en sus inicios como ajedrecista, a los nueve años de edad, y a sus 48 años, jugando contra salvadoreños en la ESEN, Antiguo Cuscatlán.

jueves, septiembre 05, 2013

Color de rosa


Miguel Huezo Mixco


Intento explicarle a mi hija que el color rosa no es de uso exclusivo de las niñas. La moda, la cultura, el ambiente escolar y la publicidad influyen para que algunos colores se asocien a lo femenino y otros a lo masculino. El significado que socialmente se atribuye a los colores no es accidental, sino que responde a experiencias muy enraizadas desde la infancia.


Mi carné de un club de Santa Tecla es de color rosado. El de mi mujer, azul. El mundo no está al revés. Hace dos años decidimos hacer uso del beneficio de tomar la membresía pagando una cuota de ingreso menor por ser ella hija de un miembro del club.  Si bien ambos hicimos cabuda para pagarla y las mensualidades salen de nuestro presupuesto, por línea familiar la propietaria de la cuenta es ella.


Los estatutos establecen que los carné azules corresponden a los “jefes de familia”, por lo general varones, y los rosados a las esposas. La primera vez que ingresamos a las instalaciones con mis hijas la menor de ellas se sorprendió cuando le mostré mi tarjeta al encargado. “¿Por qué tenés un carné rosado? No eres una niña”, me dijo casi en un susurro, provocándome una sonrisa.


Hace unas semanas, en este mismo espacio, publiqué mis impresiones sobre la pieza teatral “Anafilaxis”, que hace una crítica demoledora a la homofobia. Mi texto llamaba la atención sobre el hecho de que la noción de “hombre” que domina en nuestra cultura ha provocado enormes daños y confusiones sociales. Un lector anónimo me hizo llegar un mensaje acusándome de “marica” que viste de rosado.


Este color no siempre tuvo un valor femenino. Eva Heller ha probado que durante el período rococó (1730-1760) hombres y mujeres habrían vestido de rosa. Su uso para diferenciar a las niñas de los niños parece haber iniciado, por razones prácticas, en los orfanatos de Francia, en la segunda mitad del siglo XIX. Los pioneros en su uso discriminatorio fueron los nazis, que identificaban a los prisioneros homosexuales con una insignia rosada de forma triangular.


El rosa, o rosado, no es un solo color. Bajo ese nombre se encuentra toda una gama de coloraciones similares. Rosados, aunque diferentes, son el carro de la Barbie, el vestido que lució Adele en la entrega de los Grammy 2013, y algunas de las prendas de lencería diseñadas por Rosie Huntington-Whiteley.

Pero no todo es color de rosa. Entre las heroínas de Disney Blancanieves usa blusa azul y saya amarilla. En su noche mágica Cenicienta lleva un vestido celeste, de un tono similar al de la Bella Durmiente, cuyo príncipe azul, sorpresa, usa una capa de intenso color rosa.



Algunos piensan que su tenaz asociación con la feminidad amenaza con restringir las libertades de la niñez. No hay razones para pelear contra el rosa. “Rosa fue un amor a primera vista/ Rosa cuando apago la luz/ El rosa es como el rojo pero no tanto/ El rosa me eleva como una cometa”, dice el estribillo de la canción Pink, de la legendaria banda Aerosmith.

En su libro ilustrado “¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?” (2012), Raquel Díaz Requera cuenta la historia de Carlota, una niña con un armario atiborrado de vestidos rosa, que desea vestir de rojo, verde o violeta, y convertirse en una chica aventurera. Sonará ingenuo, pero el color del vestido no debiera detener a nadie para lanzarse al mundo, como es el caso de la intrépida Dora, la exploradora, que se mete en aprietos vistiendo una camiseta rosada.
Foto: Biplano, manipulado con Retromatic
(Publicado en La Prensa Gráfica, 5 de septiembre de 2013)

lunes, septiembre 02, 2013

Pasteles de barro para Seamus Heaney


Miguel Huezo Mixco

“La autoindagación siempre es arriesgada: puedes acabar haciéndole más caso al forense que llevas dentro que al hombre capaz de accidentarse que eres”

Ha muerto Seamus Heaney. Los obituarios de los periódicos y revistas del mundo lo califican como la figura más importante de la poesía irlandesa posterior a William Butler Yates. Pero Heaney no fue un dublinés, como Yeats o James Joyce u Oscar Wilde, sino un hijo de campesinos. 

Nació en 1939 en medio de ciénagas, en las afueras del condado de Derry, en Irlanda del Norte. Excepcionalmente pudo ir a la escuela. Los libros más importantes en su casa eran las libretas de racionamiento. Todos sus antecesores habían dedicado su vida entera a trabajar la tierra. “Pesa menos la pluma que la pala”, le decían sus padres, animándolo a iniciar una carrera que le convertiría en un reputado académico (enseñó en Berkeley, Harvard y Oxford), culminando con la recepción del premio Nobel de Literatura en 1995.

La idea del poema como una “excavación” estuvo presente desde sus primeros textos. Su conocido poema Digging (Cavando), de su libro “Muerte de un naturalista” (1966) pone en escena a los labriegos golpeando la tierra. El poema termina diciendo:

“Pero no tengo pala para seguir a hombres como aquellos.
Entre el pulgar y el índice
descansa agazapada la pluma.
Cavaré con ella”
Cuando alcanzó celebridad, Heaney le dio rienda a sus memorias de niño pobre. Sus primeros contactos con la lectura tuvieron lugar en la biblioteca escolar, donde leía a la luz de una lámpara de petróleo. También leía los cómics que circulaban entre los chicos de su pueblo por la proximidad de una base militar norteamericana.

Propulsada por el Nobel, su obra poética comenzó a poner en aprietos a los traductores. Es una amalgama de irlandés e inglés británico, con numerosas evocaciones de la vida campesina y claves de las tradiciones de su región. Que yo sepa, no muchos se han atrevido a verterla al español.

Heaney fue un nacionalista que se opuso a la dominación británica y un explorador de las tradiciones irlandesas. Una y otra cosa definieron en buena medida su idea y práctica de la poesía. No son pocos sus poemas que tienen como trasfondo la resistencia católica contra la ocupación británica de Irlanda del Norte. Pero sus simpatías políticas no fueron incondicionales. En un relato de la sombría y peligrosa vida cotidiana en Belfast, epicentro del conflicto armado, Heaney advierte que su sensibilidad se encuentra dividida entre el instinto racial y religioso y el amor humano y la razón.

“La mitad de nuestra sensibilidad tiene una estructura mental que deriva del hecho de pertenecer a un lugar, de tener unos antepasados, una historia, una cultura, como quieran llamarlo. Pero la conciencia”, añade, “es resultado de lo que Lawrence denominó ‘las voces de mi educación’”. Voces, dice, que tiran de uno hacia los traumas políticos y culturales y también hacia las experiencias del mundo que está más allá de la trampa del conflicto. En el drama de la política Heaney se inclinaba a entender su posición como la de alguien que se encuentra actuando en una obra dentro de otra obra.

En su conferencia “De la emoción de las palabras” pronunciada en 1974 en la Royal Society of Literature, Heaney expone su concepción de la poesía como adivinación, como revelación del yo a uno mismo, y como parte de un esfuerzo de restauración de la cultura. Para él, los poemas son fragmentos de un “continuum”, comparables a los descubrimientos de piezas arqueológicas (un tiesto, una figurilla, una máscara) de las que emana un aura desconocida y que dotan al conjunto monumental de valor y autenticidad.

Una parte de su programa estético lo escribió tempranamente en Versos para mí, de su libro “Puerta a las tinieblas” (1969). Desearía escribir --dice-- poemas encorvados y fuertes, atados con correas, que exploten en silencio, sin violencia, haciendo sonar una música clara, como la de “la sierra adentrándose en la madera seca”. Aspira a escribir, declara, poemas sin artificio. Define: “Artificio es la habilidad para hacer. Sirve para ganar concursos (...) Puede hacerse gala del artificio sin necesidad de referencias a las emociones o al yo (...) pero no tiene nada que ver con lo que llamamos voz”.

Le otorga, en cambio, un papel central a la “técnica” que, contra lo que suele pensarse, no está referida solo al modo en que el poeta trabaja las palabras y su dominio de la métrica y del ritmo, sino a la actitud del autor hacia la vida. “Implica el descubrimiento de modos de salirse de sus límites cognitivos habituales” para acceder a un estado que se encuentra a medio camino entre los orígenes de la emoción y las estratagemas formales que sirven para expresarla.

Heaney teorizó sobre la dificultad de distinguir entre emociones convirtiéndose en palabras y palabras convirtiéndose en emociones. Sostuvo que el autor no debe arriesgarse a tratar de ser demasiado consciente de los procedimientos que sigue. “La autoindagación siempre es arriesgada: puedes acabar haciéndole más caso al forense que llevas dentro que al hombre capaz de accidentarse que eres”, sentencia.

En su idea estética la memoria tiene un valor central. En su Requiem for the Croppies (Requiem por los campesinos) relata cómo de las fosas comunes donde yacían los masacrados de una de las revueltas campesinas del siglo XVIII brotan espigas de cebada que provenía de los granos que los ‘croppies’ llevaban en sus bolsillos para ir comiendo durante la marcha. Esa metáfora de renacimiento le sirve para indicar la profundidad de la revuelta irlandesa en la segunda mitad del siglo XX.

Ese texto resume su tentativa de dotar a los hechos del pasado de un conjunto de imágenes y símbolos que hagan justicia a “la intensidad religiosa de la violencia en toda su deplorable autenticidad y complejidad”. El uso del calificativo de “religiosa” no es gratuito: apela no solo al sentido sectario, sino también a la historia misma de su pueblo, en donde la Madre Irlanda, la Shan Van Vocht, numen territorial de origen indígena, fue suplantada por un culto masculino introducido por tipos como Oliver Cromwell, el fundador de la Mancomunidad de Inglaterra, cuyo dios está encarnado en la figura de un rey que vive en Londres.

La poesía tenía para Heaney un papel en el establecimiento de una relación significativa entre el presente y el pasado. Un esfuerzo que, en las circunstancias de enfrentamiento que vivía Irlanda, adquiría un carácter de urgencia. “Una cosa es formar un poema y otra, muy distinta, es forjar, como dice Stephen Dedalus, la conciencia increada de la raza”, escribió.

Heaney fue un escritor implicado en los acontecimientos de su Irlanda natal, y excavó con la fruición de un labriego para poner a la luz una poesía con resonancias nacionalistas. La Academia Sueca falló a su favor la entrega del Nobel por una “obra caracterizada por su belleza lírica y su profundidad ética, que hace surgir los milagros de lo cotidiano y el pasado vivo”. 

“Pasteles de barro son la comida de los muertos”, escribió Heaney en su canto fúnebre a la muerte de Joseph Brodsky. “Pasteles de barro”, pues, para el poeta campesino.

(Publicado en El Faro, 2 de septiembre de 2013)

Foto: Heaney en la escuela, el cuarto, de pie, de derecha a izquierda.

Vídeo de su funeral en Dublín: http://www.theguardian.com/books/video/2013/sep/02/irish-poet-seamus-heaneys-funeral-dublin-video

Bono (U2) y Seamus Heaney: http://www.theguardian.com/books/2013/sep/01/bono-seamus-heaney-tribute-poetry

miércoles, agosto 21, 2013

Vidas minadas

Miguel Huezo Mixco

La guerra causa estragos de todo tipo. Los peores tienen lugar en los cuerpos de las personas. Dolor, frustración, marcas indelebles. Es en los cuerpos donde se termina expresando esa vaga noción de “enemigo” que es la justificación última del uso de la violencia para eliminar y herir personas.


Todo, o casi todo, se puede reconstruir después de un conflicto. Más tarde o más temprano los puentes sobre los ríos vuelven a tenderse. Los edificios se erigen. Los sistemas de distribución de energía se echan a andar. Lo que es muy difícil reconstruir son las vidas de las personas física y psicológicamente exhaustas. Combatientes militares y personas civiles, heridos, amputados de sus miembros, con sus sentidos disminuidos por la pérdida parcial o total de la vista o el oído, miran que, pasada la guerra, las cosas, mal que bien, comienzan a funcionar, menos sus propios cuerpos.


En 2007 el fotógrafo Gervasio Sánchez publicó un libro admirable: “Vidas minadas”, destinado a hacer evidentes los efectos devastadores de las minas antipersonales sembradas, y a menudo olvidadas, en los campos de batalla. Su proyecto le llevó a visitar Camboya, Angola, Mozambique, Bosnia, Nicaragua y El Salvador, para hacer estupendos retratos  de personas cuyas vidas fueron despedazadas por las minas, pero que siguen viviendo con valor y coraje.


La lectura de ese libro vuelve inevitable reflexionar sobre las vidas minadas que dejó la guerra interna en El Salvador. Hace unos días alguien escribía en su muro de Facebook que los combates que tuvieron lugar en el marco de la ofensiva guerrillera de noviembre de 1989, en San Salvador, habían matado la “inocencia” de millares de jóvenes urbanos nacidos en derredor a 1970.


Si esa pérdida se entiende como la entrada a una experiencia social diferente, más cruda y brutal, podríamos decir que los jóvenes campesinos se quedaron sin “inocencia” bastantes años antes, en una fecha que podría fijarse en 1974. El 29 de noviembre de ese año se produjo la matanza de campesinos en el cantón La Cayetana, en la falda del volcán Chinchontepec, que marcó el inicio de la larga cadena de asesinatos masivos de civiles.


No hay una sola persona en este país que no tenga una gran historia que contar sobre aquellos años. No dudo de que la sociedad vive todavía, y vivirá por muchos años más, sus secuelas. El país entero debió someterse a una terapia post-traumática. Pero en medio de los cantos de reconciliación y el festín de la fugaz recuperación económica de posguerra, hubo muchos olvidados.

“Un pueblo nuevo se levanta de las cenizas de una guerra en la que todos fueron injustos. Los miran, desde el infinito, los que sucumbieron. Los están mirando, desde la esperanza, los que esperan”, declamaron los redactores del Acuerdo de Paz.

Los lisiados encarnan como pocos el drama de esos que esperan. Sus capacidades están mermadas. La mayoría de las veces tienen pocas posibilidades de rehabilitación. Si la mayoría de personas en El Salvador enfrentan barreras casi infranqueables desde el momento en que nacen, en el caso de los lisiados se convierte en una marginación radical. Las limitaciones que experimenta ese grupo humano, imperceptibles para quienes no tienen discapacidades visuales, motrices o auditivas, acentúan la discriminación. La pobreza se ceba sobre ellos con mayor intensidad. Son seres marcados por el fuego. Vidas minadas. Carne de cañón de las batallas electorales.

Como escribió Jon Lee Anderson, quien ha cubierto como periodista incontables guerras en todo el mundo, incluida la de El Salvador, “La indiferencia humana es uno de los legados sociales más comunes de los conflictos armados prolongados”.

Foto: Manuel Orellana, víctima de una mina, y su hijo, por Gervasio Sánchez

(Publicado en La Prensa Gráfica, 21 de agosto de 2013)

jueves, agosto 08, 2013

Anafilaxis, o los límites del culo

Miguel Huezo Mixco


La creencia de que ser “hombre” es resultado exclusivo de una condición biológica  y unos atributos físicos ha provocado enormes daños y confusiones con repercusiones sociales. La pieza teatral “Anafilaxis” realiza una valiente exploración sobre esa forma de entender la masculinidad.


La historia es sencilla. Con ocasión del deceso de su padre, dos hermanos se reencuentran. La comunicación afectiva entre los dos está interrumpida. Son incapaces de mostrar dolor o ternura. La sola posibilidad de abrazarse les resulta agobiante. En sus cabezas resuenan las lecciones de hombría que recibieron de un padre autoritario y distante, y de una abuela que les inoculó la idea de que los varones no lloran, no se asustan, ni aman, y se entienden a golpes.


Los infelices hermanos, el padre y la abuela son representados sin transiciones por los dos únicos actores (César Pineda y Rodrigo Calderón) en escena. Esta es una buena manera de exponer que l,a hombría es producto de una trama (y una trampa) social, heredada de una vieja tradición que establece el comportamiento que se espera de un varón.


Aunque el enfoque de género ha puesto a la luz las brechas sociales y económicas, la explotación laboral y la violencia en los espacios domésticos contra las mujeres, todavía tiene una deuda importante en la comprensión de cómo el cuerpo del varón constituye una encrucijada que ubica en el ano el punto donde se condensan los límites de lo masculino.


Casi al comienzo de la obra, los dos personajes juegan usando unas cuerdas, desnudos de pies a cabeza, como niños. Dura solo un momento. Los distantes hermanos pronto vuelven a cubrirse con sus ropas, para repetir la historia de gritos, choques y acusaciones recíprocas de “culeros”.


La obra es una representación de la “homofobia”, la obsesiva aversión hacia las personas homosexuales que alcanza a quienes, sin serlo, exhiben conductas de “mamaítas”: débiles, sensibles, afeminados.


¿Es posible construir otras masculinidades diferentes de los estereotipos del macho gritón que aborrece el color rosa? Esta es la interrogante que deja “Anafilaxis” en la cabeza de los espectadores. El tema es controversial y despierta susceptibilidades. La obra es dinámica y captura la atención, aunque, a fuerza de insistir en las trabazones de los personajes, llega a volverse innecesariamente repetitiva. La buena noticia es que obtuvo una buena respuesta del público desde que inició sus presentaciones, en julio, primero en el Teatro Nacional y luego en el Poma.


En la producción de esta pieza experimental participó un combo de talentosas mujeres. Jorgelina Cerritos (actriz y dramaturga, ganadora del Premio de Teatro Latinoamericano George Woodyard) produjo el libreto a partir de las memorias de infancia de los actores. Eunice Payés, bailarina y directora artística de la obra, introdujo movimientos corporales de flexibilidad y gracia que hacen contrapunto a las expresiones agresivas de los personajes. Isabel Guzmán, actriz destacada en “Incendios”, compuso e interpretó la música y las canciones que refuerzan momentos dramáticos de la puesta en escena.



El título escogido para la obra resulta ser una provocación. La RAE define como anafilaxia la sensibilidad exagerada del organismo a la acción de ciertas sustancias orgánicas, alimenticias o medicamentosas. Ello afecta los sistemas respiratorio, vascular y cardiaco, produciendo ahogo, caos, taquicardia e hipotensión. Las repetidas picaduras de abejas e insectos pueden provocar ese tipo de reacciones descontroladas, muy similares a las que suelen experimentar muchas personas frente a quienes transgreden los códigos de conducta esperables de los varones.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de agosto de 2013)