jueves, junio 23, 2011

Prensa clandestina

Miguel Huezo Mixco

La lucha armada en El Salvador, iniciada en los años 70, ¿fue un acto de legítima defensa frente al militarismo, o fue una opción equivocada que desangró a nuestra sociedad? ¿Pudo acaso evitarse la guerra civil? ¿Hay enseñanzas que podamos tomar del tipo de debate ideológico que se libró en los años 70?

Estas preguntas quedaron flotando en el ambiente durante la presentación del libro “Prensa clandestina. El Salvador, 1970-1975” (Biblioteca Gallardo/Flacso, 2011), el pasado 31 de mayo. Sin embargo, ya es tarde para intentar cambiar el curso de los eventos. El país que tenemos es resultado de lo que hemos hecho y dejado de hacer.

“Prensa clandestina” saca por primera vez a la luz tres documentos que muestran el debate político e ideológico que sostenían en aquellos años las recién formadas organizaciones guerrilleras Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y el Partido Comunista Salvadoreño (PCS).

Es interesante revisitar, a la luz del presente, aquellos documentos en un país que, en muchos sentidos, es diferente al de los años 70 del siglo pasado.

Los tres documentos son una pequeña parte de una serie de publicaciones ideológicas que circularon secretamente entre los militantes de las organizaciones armadas, y que estuvieron destinadas a moldear el pensamiento de sus respectivas membresías.

Este tipo de publicaciones fueron elaboradas por las dirigencias de las mencionadas organizaciones. La autoría del escrito titulado Grano de Oro, contenido en el libro, se le atribuye a Rafael Arce Zablah. Otros dirigentes como Felipe Peña Mendoza, Salvador Cayetano Carpio y Schafik Jorge Hándal, entre otros, también participaron en la redacción de los demás documentos contenidos en el volumen.

Los fundadores del movimiento armado le dieron un enorme valor a la producción de estos documentos. Una de sus principales utilidades era que servían para fijar posiciones políticas y para animar la “lucha ideológica” en la que participaban, principalmente, estudiantes, maestros y trabajadores.

Uno de los principales ejes de aquel debate consistía en trazar una línea que diferenciara a las nacientes organizaciones guerrilleras respecto del PC salvadoreño, a quien consideraban “un puente entre la burguesía y el pueblo”. El PC, a su vez, antes de decidirse a “tomar las armas”, señalaba a las FPL y al ERP  como grupos “ultraizquierdistas” de pensamiento pequeño burgués. En todo aquel debate, por llamarle de alguna manera, se echaba mano de un aparato teórico que iba desde Marx y Lenin hasta Althusser y Debray.

Aquellos acalorados enfrentamientos, que tenían lugar en auditorios universitarios y locales sindicales, a menudo terminaban en insultos y riñas tumultuarias. El asesinato de Roque Dalton, en 1975, y el de Mélida Anaya Montes, en 1983, son ejemplos de la saña con que se libraban aquellas disputas “ideológicas”.

Las organizaciones guerrilleras insistían en la necesidad de “pasar a la acción”. Consideraban a los “intelectuales” como personajes habladores pero incapaces de luchar efectivamente. Con todo, aquella “vanguardia revolucionaria” también contaba entre sus filas a algunos intelectuales, entre quienes estaban los autores de estos documentos.

Más allá del valor y el coraje que se tuvo para enfrentar a regímenes verdaderamente sanguinarios, una buena parte del sectarismo que caracterizó, y sigue caracterizando, a una parte de la izquierda salvadoreña, tiene su matriz en la prensa clandestina. Esta constituye una parte importante de la historia de las ideas, y también de la falta de ideas, de la izquierda salvadoreña de los últimos cuarenta años. No se puede menos que agradecer su publicación en un país con tan poca memoria.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 23 de junio de 2011)

Foto: Alinari-TopFoto.

Ser salvadoreño ¿es un estigma?


María Tenorio

En medio de todos nuestros desacuerdos nacionales, quizás en un punto podamos estar de acuerdo: ser salvadoreño es una condición un tanto ingrata. Digo “quizás” porque algunos dirán que, violencias y corrupciones aparte, se sienten orgullosos de esta nacionalidad. Para demostrarlo esgrimirán símbolos de identificación tales como las pupusas, el queso duroblandito, la Pílsener, la Selecta. A usted se le ocurrirán otros más de similar calibre, es decir, de carácter provinciano, aldeano o, como decía mi querido profesor Paco Escobar, municipal.

Horacio Castellanos Moya, autor de  El asco, habló sobre el tema que titula este texto el miércoles 21 de junio en la noche, junto a Amparo Marroquín y Miguel Huezo Mixco, en el Centro Cultural de España en San Salvador. Quiero recoger aquí una de sus participaciones que explica, en buena medida, esa carencia de símbolos de identidad que nos hacen, ante otras naciones, sentirnos chiquitos, estigmatizados o, como prefiero decir, acomplejados: las élites fundadoras y formadoras de este país han visto con desprecio, precisamente, al país (a su gente y a sus recursos, añado). Es decir, no se han ocupado de generar productos de valor con los que cualquier ciudadano de a pie se pueda identificar. Entonces, al salir de este país o al conversar con extranjeros, uno se siente sin credenciales para presentarse.

En esa lógica, no es extraño escuchar comentarios de “eso no parece de aquí” ante algún producto de buena calidad. “Ese café es tan bueno que no parece de aquí”, “esas pinturas tan bien hechas no parecen salvadoreñas”, “en ese parque te sentís como si no estuvieras en El Salvador”. Un par de estudiantes de mi clase de redacción, luego de visitar por primera vez el Museo de Arte de El Salvador (MARTE), dijeron que ese lugar tan lleno de arte no parecía estar en San Salvador.

Ante esa carencia simbólica que nos coloca en desventaja respecto de otras nacionalidades, se apela al ámbito metafísico para lograr la identificación: los salvadoreños somos trabajadores. En palabras de Castellanos Moya, nos caracteriza el “ADN de la sobrevivencia, el gene guanaco” de salir adelante incluso en las condiciones más adversas. A esto se refirió Ignacio Martín-Baró, uno de los jesuitas asesinados en 1989, al investigar la identidad salvadoreña en la década de los ochenta; para él, la representación dominante del salvadoreño trabajador ocultaba relaciones sociales y laborales muy injustas. Dicho de otra forma, esa representación es la contracara de la explotación que han padecido y padecen millones de compatriotas dentro y fuera del territorio nacional.

Expresión de esa carencia simbólica es la tan extendida noción de que es necesario “rescatar” nuestra cultura, limitada esta a las producciones y tradiciones ancestrales y no tan ancestrales. En este caso, la mirada se vuelca al pasado en busca de lo que no se halla en el presente: símbolos de identidad que nos hagan sentir únicos, orgullosos y dignos. Identificarnos con lo indígena o sentir que eso concentra la “esencia” de la salvadoreñidad es una construcción simbólica que debemos a los intelectuales de hace un siglo, es decir, es una ficción que nos hemos creído.

Pero eso no es malo, todo lo contrario; necesitamos ficciones que creernos, así como productos visibles, con los que identificarnos para superar nuestro sentido de pequeñez, para dejar sin valor la frase de Castellanos Moya: “mis personajes tendrán siempre la misma enfermedad... serán salvadoreños”.

(ContraCultura)

miércoles, junio 08, 2011

Una seria y una lait

María Tenorio

Dos obras teatrales hicieron de mi sábado pasado un día excepcional. Una era seria; la otra, lait. La primera, titulada De novo, trataba sobre los errores que se cometen en los tribunales de migración estadounidenses y que son decisivos para la vida de la persona juzgada. La segunda, Viejos, ofrecía momentos cotidianos de siete adultos mayores representados por títeres. Ambos espectáculos, cada uno en su estilo, me resultaron disfrutables.

¿Justicia migratoria?

De novo es un montaje documental del grupo estadounidense Houses on the Moon que se presentó el sábado, con un lleno total, en un salón del Palacio Tecleño. Encarna el drama de Edgar Guzmán Chocoy, un adolescente que creció en Guatemala y en los Estados Unidos entre pandillas y una familia transnacional. La pieza recrea el juicio de deportación del muchacho y las fatales consecuencias de su regreso al país natal. El texto de la obra está construido a partir de transcripciones de las cortes de inmigración, entrevistas, cartas y otros. La intención de los trabajos de Houses on the Moon, basado en Nueva York, es contar historias no conocidas y generar conciencia sobre problemas sociales que no llegan a los medios de comunicación.

El escenario está ambientado de forma relativamente sencilla y no demasiado vistosa: a ambos lados, dos paredes falsas se forman con estructuras metálicas de las que cuelgan documentos; la tercera pared, la del fondo, está formada por una pantalla que recibe las proyecciones de fotografías de Donna Decesare; unas cuantas cajas de documentos están colocadas estratégicamente en el piso para ser usadas durante la obra. Se emplean, además, unos cilindros metálicos que los actores tocan para marcar cambios o agregar dramatismo a las escenas.

Ofrecida por primera vez en El Salvador y en Centroamérica, De novo me dejó impresionada. El magnífico trabajo actoral consiguió que, como espectadora, terminara diluyendo la diferencia entre actor y personaje, y acabara queriéndolos a todos. Son realmente conmovedoras las actuaciones de Arturo Castro (Edgar), Paula Poucel (abogada defensora), Socorro Santiago (madre de Edgar) y Mauricio Leyton (juez), todos profesionales latinos formados en los EE.UU.

Queribles

Viejos, por su parte, es un espectáculo dirigido y actuado por el argentino Sergio Mercurio, el titiritero de Banfield, y la brasileña Rosimari Jacomelli. Se ha presentado en el Teatro Luis Poma, en San Salvador, durante los últimos años, con mucho éxito. Y no es de extrañar. Se trata de un espectáculo muy entretenido donde cobra realidad la fantasía de los títeres, a quienes también uno termina queriendo.

Tronco y sus colegas son unos viejos excepcionales, construidos y manipulados por el mismo Mercurio, quien produce sus caras, sus cuerpos, sus voces y sus gestos. Confieso que me enamoré del Profesor, quien ingresaba a una institución para gente de la tercera edad y recibía una clase de dibujo, con participación de un sujeto del público. Me pareció simplemente entrañable.

Es muy cómica --aunque algo gritona-- la secuencia de la pareja de Arturo y Rose en la cama. Mientras ella no puede parar de hablar, reclamando la atención de su marido, él apenas profiere monosílabos. Un número conmovedor es el del abuelo y su nieto, donde los títeres están formados por las piernas y pies de Mercurio. En posición horizontal, este coloca sus piernas de tal manera que los pies forman los rostros de los personajes. Sorprendente, ingenioso y tierno.

Foto: De novo, tomada de la página de Facebook de Houses on the Moon Theater Company

(Publicado en Contracultura)

Libros electrónicos














Miguel Huezo Mixco

Hace unos días, en Facebook, la noticia de que Amazon vende más libros en formato digital que en papel provocó una serie de reacciones entre amigos y conocidos: periodistas, escritores y catedráticos universitaros.

Percibí, en general, alguna, sino mucha, resistencia hacia el libro electrónico. Este es un sentimiento muy común. En países como México, Colombia y España, la industria editorial tiene miedo, con razón, de que el libro electrónico (ebook) provoque la quiebra de empresas y la pérdida de puestos de trabajo. Esos temores no son los que se viven en El Salvador.

En este país, donde no existe una industria editorial importante, y donde la brecha digital sigue siendo abismal, el libro de papel tiene vida para largo. Aquí las resistencias vienen por otro lado. En parte, son resultado de que muchas personas educadas miran al libro como el icono por excelencia del saber y el conocimiento.

Yo también adoro los libros. En materia de libros he sido y sigo siendo un fetichista. A menudo los compro no para leerlos sino simplemente para poseerlos. Pero quien no haya tenido un dispositivo electrónico de lectura no sabe de lo que se pierde.

Me volví un usuario de estos dispositivos en la Navidad del año pasado, cuando mi mujer me obsequió un Kindle. Desde entonces, no puedo separarme de él. Lo llevo a las interminables esperas en bancos, servicios de telefonía o consultorios médicos. Lo uso en aeropuertos, aviones y hoteles. Donde quiera que voy llevo conmigo una carga de más de 100 libros... en un chunchito que pesa poco más de una libra.

Un libro electrónico puede leerse usando una computadora, pero la experiencia del dispositivo portátil es otra cosa. Se trata de un fenómeno nuevo que no puede compararse con el libro, como convencionalmente lo entendemos. Además, la lectura de ebooks y la de libros en papel no son experiencias excluyentes. Sigo teniendo una biblioteca de libros, que se agranda día a día. Mi biblioteca electrónica es todavía pequeña, pero me ha producido una experiencia de lectura no solo gratificante sino también práctica.

Este dispositivo me permite tener acceso instantáneo, vía Wi-Fi, a libros que aquí no veré ni en sueños. Por ejemplo, hace dos semanas leí una reseña sobre el libro Joseph Brodsky: A Literary Life, de Lev Loseff (Yale University Press, 2011), y decidí comprarlo. Me resultó más barato que traerlo por courrier y lo tuve en mis manos en menos de dos minutos. Asimismo, mi pequeña biblioteca electrónica en español de autores japoneses (a la fecha, treinta libros) me habría costado mucho dinero, y reunirla, en formato convencional, habría tomado años.

El Kindle, como otros dispositivos similares, constituye una herramienta valiosa para la investigación académica. Permite hacer, en segundos, búsquedas simultáneas de nombres y palabras en decenas de libros, y es posible disponer en forma ordenada de los subrayados y las notas. Las notas y comentarios pueden ser leídos por terceros en la Red y compartirse a través de Facebook.

Pronto, manejar estos cacharros será asunto obligado de la enseñanza en cualquier universidad civilizada. Es conveniente dejar de mirar con sospecha esta revolución que está ocurriendo en el mundo del libro y abrirse a las nuevas posibilidades que nos ofrece.

Termino diciendo que con el libro electrónico no todo es miel. La oferta en español sigue siendo pobrísima. Aunque la piratería ha puesto a disposición de los lectores millares de libros, a menudo estos presentan fallas graves. De esto hablaremos, talvez, en otra ocasión.

Ilustración: cuevas de Altamira

(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de junio de 2011)