Miguel Huezo Mixco
Hace unos días, en Facebook, la noticia de que Amazon vende más libros en formato digital que en papel provocó una serie de reacciones entre amigos y conocidos: periodistas, escritores y catedráticos universitaros.
Percibí, en general, alguna, sino mucha, resistencia hacia el libro electrónico. Este es un sentimiento muy común. En países como México, Colombia y España, la industria editorial tiene miedo, con razón, de que el libro electrónico (ebook) provoque la quiebra de empresas y la pérdida de puestos de trabajo. Esos temores no son los que se viven en El Salvador.
En este país, donde no existe una industria editorial importante, y donde la brecha digital sigue siendo abismal, el libro de papel tiene vida para largo. Aquí las resistencias vienen por otro lado. En parte, son resultado de que muchas personas educadas miran al libro como el icono por excelencia del saber y el conocimiento.
Yo también adoro los libros. En materia de libros he sido y sigo siendo un fetichista. A menudo los compro no para leerlos sino simplemente para poseerlos. Pero quien no haya tenido un dispositivo electrónico de lectura no sabe de lo que se pierde.
Me volví un usuario de estos dispositivos en la Navidad del año pasado, cuando mi mujer me obsequió un Kindle. Desde entonces, no puedo separarme de él. Lo llevo a las interminables esperas en bancos, servicios de telefonía o consultorios médicos. Lo uso en aeropuertos, aviones y hoteles. Donde quiera que voy llevo conmigo una carga de más de 100 libros... en un chunchito que pesa poco más de una libra.
Un libro electrónico puede leerse usando una computadora, pero la experiencia del dispositivo portátil es otra cosa. Se trata de un fenómeno nuevo que no puede compararse con el libro, como convencionalmente lo entendemos. Además, la lectura de ebooks y la de libros en papel no son experiencias excluyentes. Sigo teniendo una biblioteca de libros, que se agranda día a día. Mi biblioteca electrónica es todavía pequeña, pero me ha producido una experiencia de lectura no solo gratificante sino también práctica.
Este dispositivo me permite tener acceso instantáneo, vía Wi-Fi, a libros que aquí no veré ni en sueños. Por ejemplo, hace dos semanas leí una reseña sobre el libro Joseph Brodsky: A Literary Life, de Lev Loseff (Yale University Press, 2011), y decidí comprarlo. Me resultó más barato que traerlo por courrier y lo tuve en mis manos en menos de dos minutos. Asimismo, mi pequeña biblioteca electrónica en español de autores japoneses (a la fecha, treinta libros) me habría costado mucho dinero, y reunirla, en formato convencional, habría tomado años.
El Kindle, como otros dispositivos similares, constituye una herramienta valiosa para la investigación académica. Permite hacer, en segundos, búsquedas simultáneas de nombres y palabras en decenas de libros, y es posible disponer en forma ordenada de los subrayados y las notas. Las notas y comentarios pueden ser leídos por terceros en la Red y compartirse a través de Facebook.
Pronto, manejar estos cacharros será asunto obligado de la enseñanza en cualquier universidad civilizada. Es conveniente dejar de mirar con sospecha esta revolución que está ocurriendo en el mundo del libro y abrirse a las nuevas posibilidades que nos ofrece.
Termino diciendo que con el libro electrónico no todo es miel. La oferta en español sigue siendo pobrísima. Aunque la piratería ha puesto a disposición de los lectores millares de libros, a menudo estos presentan fallas graves. De esto hablaremos, talvez, en otra ocasión.
Ilustración: cuevas de Altamira
(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de junio de 2011)
Un post en formato de publicidad de Amazon, no?
ResponderEliminarPublicidad o no, es una verdad. La ventaja también esta en el precio y además es un dispositivo que no molesta la vista.
ResponderEliminarhttp://www.ereaderiq.com/
ResponderEliminarNo es propaganda, solo una recomendación
saludos
Detesto del kindle la tibieza de su sinergia con la industria del comic. Discusiones acaloradas sobre su potencial económico se están llevando acabo entre empresarios, programadores, editores, escritores, ilustradores y consumidores. Claro, la batuta la atizan los tres primeros. Solo imaginar que en un mismo dispositivo quepa todo el trabajo de Naoki Urasawa, René Goscinny, Carlos Nine, las hermanas Giussani, Carlos Zéfiro, el de todos los escritores que participaron en la historieta Fantomas (la versión mexicana), etcétera, así como el de sus ilustradores respectivos (en caso de que el autor no fuera ilustrador a la vez), hace que se me ponga chinita la piel. La colección completa de las tiradas originales (y aun de sus ediciones subsiguinetes, en caso de haberlas) de las buenas novelas gráficas de todos los autores e ilustradores del planeta, cuesta 'zichorromilquinientosmillones' de dólares. De poder cargarlas al kindel, su precio bajaría a solo chorromilquinientos.
ResponderEliminarLe recomiendo especialmente a Urasawa, Miguel. Un saludo.