miércoles, noviembre 24, 2010

La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (I)

María Tenorio

Evexa Yanira, Carlos José, Nereyda Jakinot, Norma Elizabeth, Charmy Igor, Ana María, Eduardo Ernesto y Fermín Tolín son algunos ejemplos de la inmensa variedad de nombres, raros y comunes, que llevamos los salvadoreños. Una exploración de la guía telefónica del 2010, realizada por mis alumnos de clase de Lenguaje, muestra que para identificarnos usamos, modificamos y mezclamos palabras procedentes de diversas tradiciones. Por ejemplo, ¿sabía usted que el tan repetido Carlos es de origen germánico, que Ana es hebreo y que Yamilet es árabe? ¿Se ha dado cuenta de la cantidad de apelativos de procedencia anglosajona que se vuelven cada vez más populares? ¿Sabe que en El Salvador hay una ley que regula la asignación de nombres propios?

Clasificar todos los nombres que llevamos los salvadoreños excede las pretensiones de este ensayo. Sin embargo, no está de más hacer el ejercicio de imaginar un termómetro con una gradación que vaya desde lo más común hasta lo más extraño: común sería lo que se encuentra con mayor frecuencia en las páginas del directorio telefónico, lo que más se repite; extraño, lo que se halla poquísimas veces o quizás tan solo una. Así, por ejemplo, Yubiny Alcides, Filermina, Elman Heltar y Mery Hilweh resultan muy extraños: no esperaría verlos varias veces en el mencionado libro, ni solos ni combinados. Modesto Amado, Ignacia de Jesús y Celsa Orbelina son menos raros, en tanto tienen mayores probabilidades de repetirse. Juan Pablo, Leslie Tatiana, William Javier, Marta Alicia, Edwin y Daysi son nombres comunes que esperaríamos ver muchas veces.

En algunos casos, lo extraño de los nombres puede volverse ambiguo (¿es persona o cosa?, ¿es hombre o mujer?) o incluso menoscabar la imagen de su portador, a quien identifica e individualiza. Esto fue reconocido legalmente en El Salvador hace 20 años con la promulgación de la Ley del Nombre de la Persona Natural, cuyo artículo 11 regula que nuestro nombre propio no sea "lesivo a la dignidad humana, impropio de personas o equívoco respecto al sexo". En la fuente que usamos en este texto –la guía telefónica del 2010– encontraremos, lógicamente, infracciones a la veinteañera ley, ya que la mayoría de los dueños de líneas de teléfono han de ser mayores de 20 años.

Alta frecuencia


Los nombres más comunes, situados en un extremo del termómetro virtual, son José y María. Ambos son de origen hebreo: Yosefyah y Maryam, respectivamente. Designan a la pareja que, según la tradición cristiana, recibió a Dios hecho hombre en la Tierra. Son apelativos que extrañamente se usan solos: son tan frecuentes que su poder de individualización está muy mermado. Algunas combinaciones que aparecen en el directorio telefónico son las muy usadas José Antonio, José Luis, María Teresa y María Elena; y las menos comunes José Mauro, José Abelino, María Florinda y María Orfilia.

También es posible combinar los dos nombres más populares entre ellos; María José y José María identifican, respectivamente, a una mujer y a un hombre. Siguen, de esta manera, la citada Ley del nombre que permite usar nombres del otro género mientras estén precedidos por uno que determine el sexo; en otras palabras, el primer nombre de una pareja define el sexo de quien lo porta. Ese sería el caso de José Dolores o María René. Por otra parte, María posee variantes compuestas como Maribel (María Isabel) y Marisol (María del Sol), de uso frecuente en nuestro país. En el caso de José, tenemos derivados femeninos como Josefina y Josefa. Este último identifica a mi centenaria abuela, a quien siempre hemos llamado Chepita.

A la pareja de nombres más populares les siguen el latino Juan, el hebreo Ana y el germánico Carlos, que aparecen en muchísimas combinaciones. Juan José, Carlos Antonio, Ana Julia, Juan Ramón, Ana Merisi, Carlos Heriberto, Ana Delia y Carlos Odir sirvan como ejemplo de mezclas tanto comunes como inusuales.

Como sabemos, lo más frecuente en nuestra cultura es asignar dos nombres a cada persona. La referida Ley del nombre convierte esa costumbre en norma jurídica al restringir la formación del nombre propio "a dos palabras como máximo". En este sentido, las partículas "de", “del”, "de la" y otras similares no se consideran una palabra más sino parte del nombre al que acompañan. Muestra de ello serían Salvadora de los Ángeles, Joel de Jesús, Maritza del Pilar, Aracely del Tránsito, Franklin de Dios, Jesús de la Cruz, Inocente del Rosario, Reina de la Paz, Natividad de las Mercedes o Jaime del Carmen.

Hay que decir aquí que, por lo menos antes de la ley, poner tres nombres a los hijos no era raro en el país. Así la guía telefónica registra a José Carol Alvino, Francisca Ana Iris, Carlos Napoleón Enrique, Ana Lorena Ligia, Carlos Francisco Gerardo, María Blanca Luz y Pedro Félix Antonio. La que esto escribe también carga con su propio trío: Ruth María de los Ángeles.

Si hablamos de los nombres castellanos, que se impusieron en estas tierras durante la época colonial (siglos XVI a XIX), notaremos que vienen de varias fuentes culturales. Bajo la tradición cristiana, en la Península Ibérica se difundieron nombres de origen hebreo, latino y griego. Con estos convivieron apelativos árabes, aunque pocos se integraron en la corriente onomástica hispana. Además, luego de las Invasiones Bárbaras adquirieron mucho prestigio los nombres germánicos, uniéndose al bagaje anterior. Así, Ruth, Isabel, Miguel y David son de origen hebreo. Del latín son de uso frecuente Pedro, Pablo, Julia y Beatriz. Del griego nos vienen apelativos como Eugenia, Alicia, Dora, Alejandro, Nicolás y Andrés. De origen germánico son Álvaro, Elsa, Karla, Alberto, Carolina, Rodrigo y Adolfo. Y, por último, árabes son Fátima, Xiomara y Omar.

En la próxima entrega comentaré sobre los nombres de origen anglosajón que se usan en el país, así como sobre algunos apelativos que infringen la Ley del Nombre de la Persona Natural, aunque son medianamente comunes entre nosotros.

(Publicado en Contracultura)

Foto: Monumento a la Memoria y la Verdad, Parque Cuscatlán, San Salvador

miércoles, noviembre 10, 2010

Viene una Revuelta

Miguel Huezo Mixco

El escritor Horacio Castellanos Moya, autor de "El asco" y otras ocho novelas, vendrá al país el próximo 14 de diciembre para asistir a la presentación de su nuevo libro "Breves palabras impúdicas". El lanzamiento de este libro romperá una maldición ya que Horacio no publica un nuevo título en El Salvador desde 1996, cuando la DPI lanzó "Baile con serpientes".

La publicación de "Breves palabras impúdicas" se hace bajo el sello de la Colección Revuelta, un nuevo proyecto editorial auspiciado por el Centro Cultural de España de El Salvador (CCESV). Con esta obra Revuelta comenzará a publicar y distribuir de manera gratuita una serie de libros de autores salvadoreños consagrados y emergentes. De hecho, junto con el libro de Castellanos se presentará también "Agua inhóspita" de Vladimir Amaya, una compilación de sus poemas cuya selección estuvo a cargo del también poeta René Rodas.

La Colección Revuelta, que saltará a la palestra literaria con esos dos volúmenes, será un territorio de encuentro entre nuevos y viejos modos de hacer libros y literatura. No solo porque permitirá la confluencia de varias generaciones de autores, sino también porque los libros se producirán simultáneamente en formato convencional (papel) y electrónico. La portada de cada uno de los libros ha sido diseñada por un artista visual. En esta primera dupla las cubiertas están a cargo de los reconocidos artistas Walterio Iraheta y Verónica Vides.

Revuelta surge para dar una respuesta, aunque sea pequeña, a la incesante producción de literatura de los autores salvadoreños que no encuentra suficientes cauces en las editoriales privadas, universitarias ni tampoco en la casa editora estatal. Bien sabemos que muchos manuscritos valiosos se encuentran engavetados. Y aunque ahora existe la posibilidad de publicar en blogs o sitios web personales, en El Salvador la publicación de un libro, que pueda tocarse y olerse, sigue siendo la aspiración de todo autor.

Este es el caso del joven poeta Vladimir Amaya que empleó sus propios recursos económicos para publicar "Una madrugada del siglo XXI" (2010), la primera antología de poetas jóvenes salvadoreños nacidos a partir de 1980. Como Amaya, existen otros talentos en busca de un editor que revise, seleccione, sugiera y ponga en valor su trabajo.

Los textos de Castellanos provienen de conferencias que el autor pronunció entre los años 2004 y 2008 en España, Francia y México. Algunas están publicadas en la revista electrónica Istmo. Su ensayo "La guerra, un largo paréntesis" apareció en la edición española de la revista Letras Libres, en 2004. El conjunto constituye una selección de textos indispensables para aproximarse al pensamiento del principal novelista salvadoreño de nuestro momento.

Los libros se distribuirán gratuitamente en bibliotecas públicas y municipales, así como en embajadas y consulados salvadoreños en el exterior. El CCESV también los pondrá en manos del público que visita sus instalaciones. Para los fetichistas, como yo, una cantidad limitada de ejemplares será numerada y firmada por los autores el día de la presentación.

En su formato electrónico, los libros se alojarán en el sitio web del Centro Cultural de España, que contará con un sistema de conteo de descargas. Esto, entre otras cosas, permitirá conocer más sobre los lectores. Finalmente, la colección tendrá un blog que servirá como plataforma de difusión y animación a través de redes sociales.

En el ambiente incierto y desesperanzador que vive el país, esta colección de libros de literatura aspira a revolver un poco el ambiente cultural con una propuesta refrescante e innovadora. Viene una Revuelta, sí.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 11 de noviembre 2010)

Fotografía: Gitanos andaluces, tomada de http://www.upbustleandout.co.uk/zahara/home/zahara_home.htm

"Japón"

María Tenorio

Pocas películas resultan tan inquietantes como Japón (2002) de Carlos Reygadas. Imágenes suyas regresan de cuando en cuando a mi cabeza para interrogarme; lo mismo que su extraño y breve título que nada tiene que ver con la isla nipona, con su gente o su cultura. Su fotografía es memorable; sus personajes, crípticos pero encantadores; y su trama, extraña pero verosímil. El joven director mexicano logra un producto fílmico que recuerda las narraciones y recrea la imaginería de Juan Rulfo.

Japón tiene una forma muy peculiar de contar el cuento, a ratos parecida al documental, a ratos parecida a la poesía, con ritmo lento y pausas largas. Trata sobre un hombre que huye de la ciudad y se refugia en un pueblito, con el solo propósito de suicidarse. De sus encuentros en la ruta hacia la muerte está tejida la historia. En ella los diálogos son escasos y la información contextual, casi nula. No sabemos nada sobre la vida pasada de los personajes; por ejemplo, jamás se nos dice por qué el hombre quiere matarse o quién ha sido la mujer en cuya casa se aloja. Los espectadores nos enfrentamos con personajes extremos: los protagonistas son callados, mantienen el ceño fruncido y no sonríen; los personajes de fondo son, en buena medida, gente bulliciosa, hombres borrachos, niños alegres. Todos viven entre barrancos y conviven con los animales, en un ambiente alejado de la vida urbana, sus artefactos y sus preocupaciones.

La cinta captura la atención a fuerza de imágenes que desconciertan. En momentos claves, la cámara se acerca tanto al objeto que lo vuelve irreconocible. Es el caso de la imagen inicial de la película, que presenta un enjambre de luces sobre un fondo oscuro; cuando empieza el movimiento nos damos cuenta de que se trataba del tráfico detenido al interior de un túnel. También hay imágenes perturbadoras y grotescas, que prefiero no comentar para mantener el interés de quien ha leído hasta aquí. La banda sonora, cargada de música sinfónica, completa el carácter poético y virtuoso del trabajo de Reygadas.

Luego de ver la película me enteré a través de la gran enciclopedia de nuestros tiempos que Carlos Reygadas tiene una forma muy peculiar, incluso un tanto dogmática, de hacer cine. Uno de sus principios es no emplear actores profesionales; por el contrario, busca gente que, en la vida real, tiene un perfil parecido al del personaje que va a representar. Algo semejante ocurre con las locaciones, para las que rechaza la falsificación de escenarios. Como explica en una entrevista: “si partes de algo auténtico puedes transformarlo y entonces [lograr] que cobre sentido. (...) a mí me interesan mucho los decorados naturales.”

Otra particularidad de su trabajo es el uso de la cámara: a ratos la imagen tiembla y se tambalea, a ratos describe círculos, viaja o se acerca hasta confundir la visión. La película tiene imágenes aéreas muy impresionantes, como la del hombre tirado al lado de un caballo muerto a orillas de un barranco. También movimientos extravagantes, como el del final que captura los restos de un accidente sobre la línea del tren en un inexplicable zigzag aéreo de la cámara.

Con técnicas como las de Japón, Reygadas ha creado otras dos películas: Batalla en el cielo (2005) que gira en torno a una pareja que secuestra un niño; y Luz silenciosa (2007) que narra la infidelidad de un hombre de una comunidad menonita del norte de México. Es una suerte que las tres cintas estén disponibles en uno de los pocos rentavideos que sobreviven en San Salvador.

(Publicado en Contracultura)