miércoles, septiembre 29, 2010

A la sombra de Zambra

María Tenorio


Dicen que hay escritores que escriben cientos de páginas y, luego de editarlas, se quedan apenas con unas decenas. No sé si será un mito o si de veras existirán seres tan generosos con sus lectores como para podar todo lo irrelevante y entregarles la esencia. En todo caso, me gusta pensar que eso, precisamente, ha logrado el chileno Alejandro Zambra en sus dos novelas publicadas hasta ahora: Bonsái (Anagrama, 2006) y La vida privada de los árboles (Anagrama, 2007).

Se trata de dos libros mínimos por su extensión, pero máximos por el extremo cuidado de su lenguaje. No es casualidad que sean las dos primeras narraciones emprendidas por un poeta que cultiva, modela y acaricia cada palabra. La prosa de Zambra dista de ser espontánea, como la enredadera que invade el jardín vecino. Es más bien un bonsái producido con maña y artificio, a fuerza de alambres, torceduras y cortes. A propósito de esto el autor escribió: "Escribir es como cuidar un bonsái (...): escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada; escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir". 

Y lo que Zambra quiso decir fueron historias de gente común, ordinaria, perteneciente a su mundo universitario, doméstico, chileno. Sus relatos versan sobre jóvenes que se enamoran. "Es una historia de amor, nada demasiado particular: dos personas construyen, con voluntad e inocencia, un mundo paralelo que, naturalmente, muy pronto se viene abajo", dice La vida privada de los árboles (p. 103). Las dos novelas arbórea y temáticamente emparentadas hablan sobre parejas que se interrumpen, mujeres que se ausentan, árboles que se transforman, noches que se alargan.

Una peculiaridad de ambos libros es la aparición, por momentos, del narrador que comenta sobre los acontecimientos y los personajes, situándolos o descolocándolos para el lector, indicándole --muchas veces-- cómo debe leer la novela: "Pero en este relato la madre de Anita y Anita no importan, son personajes secundarios", dice en Bonsái (p. 47). Esta estrategia autorreflexiva pone en evidencia que contar historias es un truco y que tras él hay un artífice que junta las palabras. La crítica literaria Macarena Silva C. ha señalado, a este respecto, que Zambra construye, más que ficciones, metaficciones donde la escritura revela su carácter de simulación y fingimiento.

Finalizo con una breve presentación del autor de esta pareja de novelas minimalistas. Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es poeta, narrador y crítico literario. Es colaborador asiduo de periódicos chilenos y también de extranjeros. Reside en su país, donde es catedrático de la Universidad Diego Portales. Además de las obras aquí comentadas, ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003). Su obra ha recibido muy buena crítica.

Extracto de La vida privada de los árboles (2007)

(Publicado en Contrapunto, 27 septiembre 2010)

Ilustración: "El árbol de la vida" de Gustav Klimt

Estética del cinismo

Miguel Huezo Mixco

Por un golpe de suerte he conseguido hace pocas semanas una colección casi completa de Tendencias, la revista emblemática de la transición salvadoreña de la guerra a la paz. Releo aquellas páginas y pienso que esta sociedad, pese a todo, tenía enormes expectativas sobre aquel experimento de construcción democrática a la salvadoreña. Han pasado menos de dos décadas y es inevitable preguntarnos: ¿Qué nos pasó, como país, como sociedad? ¿Dónde se volvió a torcer el camino?

Cuando la guerra interna finalizó, en 1992, El Salvador tenía la oportunidad de entrar a uno de los mejores momentos de su historia. No solo la economía mostraba signos de recuperación, también los ánimos de la gente parecían abrirse a los vientos de la transformación que estaba experimentando el país. Los cambios ocurrían en la vida pública y en la vida cotidiana. Con todo, en los bajos fondos de aquellas ilusiones, seguía activada un bomba de tiempo. Para decirlo con el título de un libro de Álvaro Menen Desleal, aquella fue una "Revolución en el país que edificó un castillo de hadas".

Contra lo que esperábamos, en pocos años, como un topo, se fue abriendo paso el desencanto. Se irradió por todos los resquicios de nuestra sociedad, comenzó a oxidar la convivencia pudriendo las relaciones políticas. Si ahora el aire nacional está enrarecido y apesta es porque también caminamos encima de los cadáveres de numerosas ilusiones.

La cosa no para allí. El desánimo ha formado una nueva subjetividad: la del cinismo elevado a una categoría estética. Sus alcances ya están presentes en numerosas obras de escritores y artistas. Beatriz Cortez, una de las principales estudiosas de las letras salvadoreñas y centroamericanas de nuestros días, dice que esta sensibilidad permeada por el desencanto bien podría llamarse "estética del cinismo". Esta sensibilidad, añade, no es tan nueva: comenzó a hacerse manifiesta desde mediados del siglo XX, particularmente en la obra de Roque Dalton.

Tras una década de lecturas, investigaciones y debates sobre un importante grupo de obras literarias centroamericanas, ha publicado un libro titulado precisamente Estética del cinismo. Pasión y desencanto en la literatura centroamericana de posguerra (Guatemala, F&G, 2010).

Beatriz dirige desde hace algunos años el Programa de Estudios Centroamericanos en la Universidad Estatal de California, Northridge --hasta donde sé, el único en su especie en todo el mundo. Pocas personas como ella mantienen un diálogo crítico permanente con las letras salvadoreñas y centroamericanas.

Una de las tesis de Beatriz Cortez es que esas obras carecen del espíritu romántico de las letras del periodo revolucionario que comienza en la década de los años 70 del siglo pasado. Más bien realizan retratos de nuestras sociedades sumergidas en el caos, la violencia y la corrupción. El cinismo --expresado ya sea como obscenidad descarnada o grosería-- sirve como una especie de tabla que permite a los autores sobrenadar en un mar oscuro y desesperanzador. Para Beatriz Cortez mucha de la literatura de nuestros días es expresión de un proyecto identitario fallido.

La estética del cinismo está presente, por ejemplo, en narraciones de Álvaro Menen Desleal, Rafael Menjívar Ochoa, Horacio Castellanos Moya, Jacinta Escudos y Claudia Hernández, entre otros. Es una literatura que explora los secretos y pasiones más oscuras, y revela los entretelones de una sociedad dominada por el consumo, el dinero y la frivolidad. Es la marca del fin de las ilusiones en este país que, a sangre y fuego, edificó un castillo de hadas.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 30 septiembre 2010)

Ilustración: "Ángel anarquista" de Antonio Bonilla

miércoles, septiembre 15, 2010

La casa de los sueños


Miguel Huezo Mixco

Por favor vayan a ver la exposición "Arquitectura de remesas. Sueños de retorno, signos de éxito", en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). Fotógrafos, arquitectos, antropólogos y artistas comparten sus particulares enfoques sobre las migraciones internacionales.

Lo que a mediados de los años 70 comenzó como una huida desesperada, ahora constituye una de las mutaciones culturales más importantes del último siglo en Centroamérica. Los migrantes han cambiado nuestros países no solo por el dinero que envían a sus parientes, sino porque transformaron el metabolismo de la sociedad entera. Su efecto más profundo y duradero es cultural. La exposición "Arquitectura de remesas", que ocupará hasta mediados de octubre una de las salas del máximo centro artístico del país, es una prueba de esto.

Durante los años 2009 y 2010 un equipo multidisciplinario documentó y examinó la influencia de las remesas económicas y sociales en seis comunidades de Guatemala, Honduras y El Salvador, para dar cuenta del surgimiento de una arquitectura híbrida que comenzó a extenderse a partir de los años 90 del siglo pasado.

La arquitectura de remesas es una arquitectura sin arquitectos. Popular. Hecha por albañiles. Trazada al pulso. Arquitectura de mano de obra. Está constituida por casas, o casotas, que se yerguen como ídolos del éxito en las tramas urbanas de los pequeños poblados del interior: sobresalen entre los pinares de Chalatenango o enjoyan las laderas de San Mateo Ixtatán. Son palacios que, a la vez, hacen más crudas las desigualdades. Como los pobres, los migrantes construyen donde pueden y como quieren.

La exposición interpela no solo el gusto imperante; también a unos de los principales personajes del mercado inmobiliario de nuestros países: Los arquitectos, cuyos "ojos ven a los de arriba y a los de en medio", pero no a los de abajo, dicen los autores. En el caótico mundo urbano de nuestros día la arquitectura de las remesas también ha venido a dar una contribución al crecimiento desordenado.

Con todo, esos caserones que reproducen en sus paredes íconos del consumo (como el emblema de Nike) y subrayan hasta el cansancio su lealtad a la nueva madre patria (la bandera de Estados Unidos), son la cara amable de las migraciones. Son la materialización de un sueño y el grito de su triunfo.

En la exposición también participan el Colectivo La Torana (Guatemala), los artistas visuales Simón Vega (El Salvador) y Léster Rodríguez (Honduras), y el documentalista Ian Ingelmo (España). Las fotografías están a cargo de detacados artistas como Walterio Iraheta, Andrés Asturias, Andrea Aragón y Daniel Chauche. La museografía es de muy buena calidad.

La muestra es solo una pequeña parte de un trabajo mayor que está contenido en un hermoso libro del mismo nombre. Esta publicación informa sobre los hallazgos de la investigación en la que participaron profesionales de la antropología, la historia y la arquitectura. En tanto las migraciones constituyen un fenómeno que "integra lo humano, lo demográfico, lo histórico, lo económico, lo geográfico, lo estético, lo técnico constructivo", las tradiciones y hasta lo no vivido, para abordarlas se requería un enfoque multidisciplinario, sostienen los autores.

Las áreas culturales y geográficas delimitadas para la investigación fueron la maya, la garífuna y la mestiza. Este trabajo, patrocinado por la Red de Centros Culturales de España en Centroamérica, incluyó una aproximación a los entornos domésticos de las familias de migrantes en los tres países seleccionados, lo que les permitió registrar visualmente las innovaciones y rasgos de esta nueva arquitectura.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 16 septiembre de 2010)

Blog de la muestra: http://arquitecturadelasremesas.blogspot.com/

Fotografía: Magdalena muestra un regalo de su esposo en San Mateo de Ixtatán, por Andrea Aragón

domingo, septiembre 05, 2010

Siete preguntas intempestivas para el monstruo de siete cabezas

Amparo Marroquín Parducci

¿Qué no nos estallaron las fronteras? ¿Qué fue de esas palabras… país, tierra, migrantes? ¿Qué rabias y condenas nos habitan, qué gestos al final nos invadieron? ¿Por qué se calló tanto, tanto tiempo? ¿Con qué cara miramos la cara de la muerte? ¿En qué paredes pintamos la rabia, con qué grito gritamos para matar esos nuevos silencios? ¿Por qué nombrar estos 72 y no a todos los otros, esos… desaparecidos, desencontrados, silenciosos?

Ilustración: Nuestra Señora de las setenta y dos piedades. Por Renato Mira

miércoles, septiembre 01, 2010

¡Pinches centroamericanos...!


Miguel Huezo Mixco

La expresión es bien conocida por los migrantes centroamericanos. "Pinches güeyes, muertos de hambre". El infierno comienza al pasar la frontera entre Guatemala y México. "Todas las centroamericanas son putas. Todos esos chavos son maras". Pero no hay opción: quien quiera alcanzar el "sueño americano" tiene que cruzar todo México.

Para sortear agresiones, maltratos, secuestros, violaciones, robos, explotación, los migrantes tratan de volverse invisibles, viajan de noche, se ocultan en los montes y se internan por caminos de extravío en terrenos poblados por toda clase de fieras.

(Yo me asomé una vez a ese abismo. Salía de una guerra de diez años y creía haberlo visto todo. Llegué hasta Tapachula. Luego hice mi peregrinación hasta "el muro de tortilla", en Tijuana. Me di cuenta de que nuestra historia es como un collar de cuentas inyectadas con sangre.)

Así es la vida de los migrantes centroamericanos en México: "discreta, fugaz y anónima", tal como la ha descrito Rodolfo Casillas, un estudioso que ha mapeado las rutas que utilizan nuestros paisanos en camino a Estados Unidos. Discreta, fugaz y trágica, agreguemos. La matanza en Tamaulipas es solo otra confirmación de que las migraciones centroamericanas constituyen una auténtica crisis humanitaria.

Estos pinches centroamericanos son "Los migrantes que no importan" (Icaria Editorial, 2010), como se titula el libro del periodista salvadoreño Óscar Martínez, que junto con los fotógrafos Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras --autores, a su vez, del libro de fotografías "En el camino" (Blume, 2010)-- recorrieron centenares de kilómetros al lado de migrantes.

El libro de Martínez no hace retórica. Se va directo a los golpes. Comienza declarando que su libro fue producto de la rabia y de la miopía que miraba crecer en la rutina de las redacciones. Lo que sigue son historias hechas a golpes, como si estuviera cincelando la cara amoratada de una sociedad desesperada por sobrevivir, así sea bajando al propio infierno.

Sin dejar de reconocer los valiosos trabajos de periodistas que han escrito sobre este mismo tema, este libro es un punto y aparte. Esta "ópera prima" de Óscar Martínez pertenece a la estirpe de obras como "Operación masacre" de Rodolfo Walsh. Nada tiene que ver con el testimonio. Se podría leer como una novela construida con varias líneas argumentales alrededor de personas que juegan con la muerte.

"Los migrantes que no importan" retrata los numerosos ángulos de esa industria de la delincuencia, de la cual se lucran los Zetas y también policías municipales, estatales y patrulleros. Unos y otros forman parte de una maraña maldita en la que participan poblados enteros convertidos en verdaderos nidos de ratas a la espera de los pinches centroamericanos para chuparles la sangre.

El libro está dedicado a Alejandro Solalinde, cuya obstinación en mantener abierto un albergue para los migrantes en Ixtepec, Oaxaca, cerca de la línea del tren, le ha llevado a sufrir el hostigamiento de autoridades e incluso de muchos pobladores infectados de odio xenófobo hacia los viajeros.

Unos 500 mil centroamericanos se internan cada año en esos parajes de muerte. La mayoría de ellos sufre algún tipo de abuso, especialmente las mujeres. Las atrocidades que se cometen allá contra nuestros paisanos son el sórdido revés del bordado de la admirable cultura mexicana. Pero si bien el sufrimiento de los migrantes ha llegado a límites intolerables y su situación en materia de seguridad es cada vez peor, no hay manera de que la transmigración por México se detenga.

Con sus propias características la tragedia de los centroamericanos en México es comparable a crisis humanitarias como las de Somalia y el Congo. Hasta ahora el Estado mexicano ha mostrado incapacidad y, a menudo, falta de voluntad para afrontar este problema. La solución no será mexicana: requiere atención integral, coordinada y amparada por una supervisión internacional. Ojalá que los 72 muertos de Tamaulipas nos ayuden a entenderlo.

Foto de Edu Ponces/Ruido

(Publicado en La Prensa Gráfica, 2 septiembre 2010)

En el camino: las fotografías

En el camino. México, la ruta de los migrantes que no importan, de Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras, Blume, Barcelona, 2010.
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Los migrantes están en el último escalón de la cadena alimenticia de la lucrativa industria del secuestro. Este libro de fotografías --contiene más de un centenar-- sienta cátedra en retratar las condiciones en que estas víctimas de todo hacen el camino, pasando por México rumbo a Estados Unidos.

Víctimas de todo, dije: de sus países de origen y de los eufemísticamente llamados países de tránsito o receptores; víctimas del narco y de los policías y patrulleros mexicanos; también de la xenofobia y de los tratantes de humanos; de las redes internacionales de prostitución y contrabando.

El libro es producto de un proyecto de colaboración entre el colectivo Ruido (al que pertenecen los fotógrafos) y el periódico digital El Faro. Pocas veces el camino de los parias de nuestro tiempo estuvo tan bien representado en sus múltiples facetas como en este libro. Por lo demás, un libro muy bien editado (MHM).

Una lectora ordinaria

María Tenorio

Me la imaginaba de otra manera. Su nombre y la forma en que fue anunciada (con el cromo de una oveja en su sitio web), me hicieron pensarla bien loca, deschavetada, mucho menos seria. Pero la encuentro bastante "ordinaria". Qué bien, ¿no? Me refiero a la recién aparecida revista cultural Ordinaria.

Por Facebook y por los periódicos me enteré de que su lanzamiento sería el viernes 27 de agosto, así que decidí ir al Museo Tecleño para dar fe del evento y llevarme mi ejemplar gratuito de la revista. Aquí lo tengo conmigo, ya manchadito porque he encontrado varios errorcillos (trabajo como correctora de estilo).

Para comenzar, estoy encantada con la revista. Como objeto, es muy linda, muy revista cara. Papel couché, ilustraciones full color, diseño cuidado, créditos, nota editorial, artículos serios, breves biografías de los colaboradores, y una página dedicada a los anuncios. Una revista soñada hecha realidad. A mi juicio, la letra es muy chiquita, pero aun así es agradable de leer. 

En cuanto a su contenido, trata temas que pocas veces se imprimen en papel; asuntos que, a veces, pienso que nos interesan solo a tres o cuatro gatos (quizás somos seis o siete). Por ejemplo, el que se refiere a la deficiente formación de la sensibilidad estética en el sistema educativo formal, que tiene repercusiones en la formación de audiencias para los hechos artísticos y culturales. Un artículo bien armado, firmado por Dalia Chévez y Antovelly Cisneros.

También me gustó el texto de Gonzalo Vásquez, quien entrevistó a trabajadores de mantenimiento y vigilancia de museos y teatros, haciéndolos hablar sobre el arte, el sector cultural, y su experiencia laboral en el mismo. Un buen toque de la revista. Por otra parte, no me entusiasmó demasiado la entrevista a Héctor Samour, el secretario de Cultura del gobierno. Esperaba encontrar alguna novedad respecto de las entrevistas suyas publicadas en otros medios de comunicación; pero no fue así.

Novedad fue para mí que, anunciando los créditos que había encargados de edición y corrección, la revista tuviese tantas erratas y errores. Entre las más graves:dar a Arturo Menéndez, el joven cineasta, el nombre su padre, el pintor, César Menéndez (p. 21). Otro error en nombre propio: el colaborador Adán Vallecillo se convirtió en "Valecillo" en el índice. Múltiples son las esdrújulas no tildadas (por ejemplo: desórdenes, p. 15; diálogo, p. 20; estómago, p. 33; música, mecánico, p. 34). Y no sigo, pero hay más. La revista está demasiado bien hecha como para descuidarla.

¿Quiénes editan Ordinaria? La verdad es que no sé mucho de ellos. Son todos jóvenes, creativos, activos. A quien más conozco --aunque personalmente lo conocí en el lanzamiento-- es a Javier Ramírez/Nadie: poeta, bloguero, feisbukero, estudiante de Comunicaciones de la UCA... y corrector de la revista. Los otros miembros del equipo son Dalia Chévez, Antovelly Cisneros, Teresa Andrade, Gonzálo Vásquez, Natalia Domínguez y Fiorella Nasser, según su página de créditos. Lástima que la revista no incluye breves bios de ellos (solo de los colaboradores).

El tiraje de su primer número fue posible gracias al patrocinio de Índole Editores. Se distribuye de forma gratuita en algunos museos, centros culturales, universidades y cafés del Gran San Salvador. Me pregunto cómo se financiará la publicación de los próximos números. Este es --y seguirá siendo-- el talón de Aquiles de este tipo de publicaciones. ¿Publicidad, suscripciones, patrocinios, donaciones? Sea cual sea la forma de financiamiento, ojalá se asegure su continuidad. Le deseo a Ordinaria los mejores augurios. Que se siga publicando. Que se lea y se discuta. Que remueva el adormecido ambiente cultural salvadoreño.

(Publicado en Contrapunto, 30 agosto 2010)

Fotografía de Sandro Stivella, publicada en Ordinaria 1