miércoles, julio 21, 2010

La cárcava

Miguel Huezo Mixco

La cárcava del reparto Las Cañas, en Ilopango, es la imagen perfecta de este país. La sociedad salvadoreña vive como los habitantes de Las Cañas, siempre a un paso del desastre. En este país nadie puede sentirse completamente a salvo: tarde o temprano, la gran cárcava nacional puede alcanzarnos.

Pienso en esto mientras veo las imágenes del impresionante hueco que crece cuatro metros por día, a una velocidad mayor que las obras de mitigación que está realizando allí, contrarreloj, el Ministerio de Obras Públicas. 54 familias han tenido que desalojar a toda prisa la urbanización y este fin de semana lo harán muchas más. En este país la pobreza, la exclusión y la desigualdad son más persistentes que las lluvias. No nos mojan a todos por igual, pero por su causa la sociedad entera, aun los más privilegiados, vivimos rezagados social, cultural y económicamente. Es común, entre salvadoreños, referirnos a nuestro país como un hoyo.

No es necesario insistir en los datos sobre la capacidad destructora de la cárcava de Las Cañas, algo que los medios de comunicación están sirviendo de manera abundante en estos días. Lo que está de fondo, más allá de la urgencia de realizar puntuales y bien ejecutadas acciones de mitigación, es otro tipo de reconstrucción; porque, así se consiga atenuar los daños y eventualmente se establezcan normas más severas para los constructores, volverá a quedar pendiente la necesidad de convertir a El Salvador en una comunidad humana incluyente y no violenta. Algo que nunca ha sido, desde que nació como república.

El país que hace solo unos años se presentó como un campeón en la apertura comercial, en realidad ha vivido siempre al borde de una cárcava. En ese hueco unos caen al fondo más pronto que otros: Un tercio de nuestra población vive en la pobreza, y nuestros indicadores sociales ocupan los últimos lugares de Latinoamérica.

Este país cárcava ha obligado a millones de salvadoreños a correr todos los riegos que uno se pueda imaginar para encontrar en Estados Unidos las oportunidades que no tienen aquí. Esa multitudinaria escorrentía de personas, conformada en su mayoría por jóvenes, ha erosionado nuestras familias y maneras de convivir. Se ha producido un cambio cultural que no siempre ha sido para bien. Así, mientras unos se han afanado en contar y especular con los ríos de dinero que vienen de nuestros migrantes, la cárcava ha seguido creciendo.

La verdad es que esa cárcava se abrió mucho tiempo atrás. Ella terminó empujando a millares de campesinos a dejar sus caseríos y cantones para salvar sus vidas. Quizás no sea de buen gusto recordarlo, pero los cementerios clandestinos de las fatídicas pandillas son solo un pálido reflejo de las innumerables fosas comunes que se excavaron durante la guerra. No solo los golpes de pico y pala de los sepultureros, sino también los gritos de victoria que acompañaron a los partes de guerra, volvieron más honda nuestra cárcava.

Las lágrimas de las viudas y los huérfanos, las de los subempleados y las de los marginados, las de los torturados y los secuestrados, las de los enfermos que nunca recibieron una medicina y las de los ancianos que han vivido de la caridad sin una pinche pensión de retiro, ayudaron a reblandecer la tierra. Nunca hubo dispositivos para mitigar ni medir esos goteos, pero basta una mirada a nuestra historia para saber que han sido copiosos. Es probable que los ingenieros no estén de acuerdo, pero yo creo que esos fluidos han vuelto más profunda nuestra maldita cárcava histórica.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 22 julio 2010)

Imagen, tomada de: www.enriquevilamatas.com

El entorno Facebook

María Tenorio

Margarita me presentó a Nátali hace unas semanas. Su nombre no se me hizo extraño: Nátali era una de las recomendaciones de amistad ("Personas que quizás conozcas") que aparecía con cierta frecuencia en mi página de Facebook (FB). Así lo dije, con toda espontaneidad, provocando risas ajenas. En otras palabras, FB se había anticipado a la realidad. Hoy, por supuesto, Nátali y yo mantenemos el contacto en la red social virtual.

No puedo afirmar, como otros, que FB haya cambiado mi vida. Pero sí es cierto que ha generado un entorno que tiene una dinámica propia, una especie de realidad paralela, como esas que Borges imaginaba. Me gusta aprovechar ese entorno para múltiples fines, desde informarme, pasar el rato o comunicarme con gente a la que no suelo ver, hasta vender mis creaciones de bisutería o mostrar los textos que publico. De vez en cuando, como en el encuentro con Nátali, FB y la realidad se trenzan, y uno confirma que la dimensión paralela no es, de ningún modo, meramente imaginaria.

Aquí cabe recordar algo que aprendí en una clase del profesor Ignacio Corona sobre la narración de hechos ficticios o reales. Ambos se pueden verter en los mismos modelos narrativos (crónica, cuento, novela, reseña histórica, etc.); la diferencia no radica en la forma, tampoco en el contenido. Un texto de ficción y uno de no ficción solo se distinguirían por la materia extraliteraria de los cuerpos --vivos, adoloridos, gozosos o muertos-- que están detrás de un escrito basado en hechos reales.

FB, en buena medida, podría compararse con esa narrativa de no ficción: detrás de cada cuenta con nombre propio está el correspondiente cuerpo sustentándola y alimentándola. En ese sentido esa dimensión paralela tiene textura física e incluso podría materializarse en un momento dado. Me ocurrió una tarde, en la presentación del documental "Mujeres en el camino" de Marcela Zamora: el semivacío auditorio de Fepade encarnaba más de la mitad de mi entorno FB. Sin embargo, también podría darse el caso de que alguien se invente nombres ficticios para crear cuentas (dice Umberto Eco que signo es todo lo que puede usarse para mentir). Que alguien decida desdoblarse, que se ensaye como personaje, que juegue con los que están de buena fe.

En mi entorno FB tuvo lugar, hace unas semanas, el aparecimiento de una chica guapa a la que nadie conocía pero que todos --caballeros, en su mayoría-- comenzaron a agregar como amiga. Roberto escribió en el muro un llamado de alerta: puede que esta mujer sea la creación de alguien que quiere infiltrarse en la red de periodistas. ¿Para qué, podría preguntarse usted? Pues para mantenerse al tanto de las informaciones que se intercambian, los temas que se discuten, las quejas que se profieren, las filias y las fobias que se revelan. La sospecha no me pareció infundada: todos sus amigos pertenecían al gremio periodístico salvadoreño, pero nadie la conocía de nombre ni físicamente. La chica sigue activa en FB y tiene 125 amigos, 46 de ellos en común con esta que escribe. Aun no sé si alguien da fe de su existencia corpórea.

Cómo agregar amigos en FB

Conocer a alguien previamente es tan solo uno de los criterios para aceptar o agregar amigos en esta red social, de acuerdo con un estudio realizado por alumnos de Sicología de la Universidad de Buenos Aires. Aunque presumo de ser selectiva a la hora de modelar mi entorno FB, he de confesar aquí que no conozco físicamente a todos y cada uno de mis contactos o "amigos". Muchas veces agrego personas (amigos de mis amigos, o amigos de los amigos de mis amigos) con quienes comparto intereses, vislumbro afinidades o conozco de referencia. (Otras veces agrego gente por ansiedad.)

Por ejemplo, si me pide amistad alguien que es amigo de la Elena, de Élmer o de Miguel, probablemente lo aceptaré. Es el caso de Javier Ramírez Nadie, a quien no tengo el gusto de conocer físicamente, pero sé que es chero de mis cheros, estudiante de la UCA, bloguero, escritor, etc. En cambio, si quien me pide amistad tiene en común conmigo solamente sitios institucionales (como PNUD, Política Estéreo, la Secretaría de Cultura o Contrapunto) o personalidades públicas (como el columnista Paolo Lüers, la escritora Jacinta Escudos o la académica mexicana Rossana Reguillo), es probable que no acepte su amistad. La referencia es demasiado vaga, puede tratarse de un mero coleccionista de contactos. Y me resisto a ser coleccionada.

Aceptar indiscriminadamente todas las solicitudes de amistad es un patrón frecuente en los jóvenes de 15 a 20 años llamados "nativos digitales", según el estudio argentino, y en las personalidades de perfil público, agregaría yo. Entre los "inmigrantes digitales", mayores de 30 años, lo usual es hacer amigos en FB a partir del conocimiento previo o de los intereses en común, trasladando al terreno virtual, en términos generales, las relaciones que mantienen fuera de la red.

Entre mis amistades FB figuran amigos, parientes, excompañeros de estudios y de fiestas, y colegas del trabajo con quienes he tenido vínculos afectivos. Pero también, gente dedicada a los múltiples oficios de la escritura y la creación estética, que suelen "colgar" enlaces a fotografías, blogs, noticias o sitios web que pueden resultarme interesantes y a quienes puedo reciprocar con lecturas, escrituras y otras producciones. No niego que los contactos se me han crecido demasiado y es posible que tenga gente que me colecciona como un nombre más (y viceversa). Creo que mi entorno FB pide una limpieza.

(Publicado en Contrapunto, 20 julio 2010)

Ilutración: Joven sentada en un cementerio, de Eugene Delacroix

miércoles, julio 07, 2010

El lugar del cuerpo

María Tenorio

Elena tiene una vida secreta: por las noches su hermano se mete en su cama y la viola. Jamás habla de eso con nadie, pero luego de un silencio de décadas lo cuenta en una novela. Una novela corta que habla sobre su huída, su obstinada búsqueda del placer y su imposibilidad para reconciliarse con el mundo. 

El lugar del cuerpo (Alfaguara, 2009) cuenta la vida de una latinoamericana que se estableció en Europa, volvió a su país luego de treinta y un años sin visitarlo, con el prestigio de varios libros publicados. Es la narración del desencanto de una mujer “exitosa” que luchó por amar y nunca lo consiguió. Es la historia de una mujer sola a las puertas de la muerte.

Con lenguaje fracturado, el boliviano Rodrigo Hasbún (1981) construye este texto donde mezcla, en proporciones justas, temas que no pasan de moda: el incesto, la migración, el amor, el sexo. Lo hace sin aludir, casi nunca, a topónimos; jamás menciona cuál es el país o la ciudad de origen de Elena o de sus varios maridos. Tampoco emplea muchos nombres propios ni ofrece mayores referencias para que el lector se ubique.

Este libro, que llegó a mis manos por la gracia de una amiga que estudia un posgrado en Bolivia, me recuerda, en varios sentidos, la narrativa de estas latitudes. Bien podría considerarse hermana de El desencanto, la novela de Jacinta Escudos que habla sobre los múltiples experimentos sexuales de una chica que no se siente a gusto con ninguno. También, por la crítica y ridiculización del país de origen de Elena, recuerda a El asco, de Horacio Castellanos Moya.

Pero, en cierto sentido, El lugar del cuerpo excede a sus pares salvadoreños al atreverse a atacar no solo al país o al sexo, sino la misma profesión del escritor: “Hay escritores que todavía creen que sus libros sirven para algo. Hay escritores todavía comprometidos con su sociedad, como si ellos fueran mejores hombres que todos los demás y pudieran cambiar algo” (p. 93), dice Elena cuando asiste a una mesa redonda para presentar su último libro, el primer libro de este autor desconocido que se llama Rodrigo Hasbún.

El gol más cantado



Miguel Huezo Mixco

En 1969 en El Salvador pasaron muchas cosas terribles. Pero también se produjo el gol más cantado de toda la historia nacional, un 8 de octubre, en Kingston, Jamaica. En esa fecha, la selección nacional de fútbol se jugaba su pase para estar presente en la Copa del Mundo México 70. Era la primera vez que el país participaba en una eliminatoria mundialista, y el nivel de expectativa sobre el desempeño del equipo rozaba en el delirio. Como dije, pasaban cosas terribles.

Ese año, al tiempo que la selección protagonizaba el evento deportivo salvadoreño más importante del siglo XX, millares de campesinos que habían emigrado a Honduras por necesidad eran obligados a regresar al país a punta de machete. En los días más álgidos de aquella crisis, la misión Apolo colocó al primer astronauta en suelo lunar. “¿Cómo es posible que el hombre pueda caminar por la superficie de la Luna y un salvadoreño no pueda transitar seguro por las veredas de Honduras?”, dijo el presidente Fidel Sánchez Hernández en un discurso al país. Luego sobrevino la guerra. Con mi padre nos subimos al tejado para mirar los avioncitos hondureños tirando bombas sobre el cuartel San Carlos. “La guerra del fútbol”, la llamó el periodista Ryszard Kapuscinski. Un título tan exitoso como estúpido para semejante tragedia.

Desde entonces, cada vez que viene un Mundial me resulta inevitable recordar aquella saga. Me ocurrió también durante el siguiente conflicto: la guerra civil. Allá presenciamos, con dificultades que es fácil imaginar, tres mundiales. Terminada la guerra comenzó una nueva. La primera del siglo XXI, que se cobra 14 vidas diarias. Una amiga me aseguraba que la Copa del Mundo de Sudáfrica iba a reducir la escalada de violencia que nos desangra. Desgraciadamente se equivocó. Este 20 de junio, en pleno Mundial, ocurrió la matanza del microbús, en Mejicanos.

Vuelvo al terrible 1969 y a otro junio: la escuadra salvadoreña se enfrenta y vence (3-2) a su similar de Honduras. El gol de la victoria fue anotado por un estudiante de Ingeniería llamado “Pipo” Rodríguez. Sin embargo, aquel tanto que enloqueció al país y caldeó los ánimos nacionalistas, no es el gol más cantado de la historia salvadoreña. Este se anotó, como dije, en Kingston, Jamaica, en la culminación de una ronda de partidos entre El Salvador y Haití.

El primer encuentro, en Puerto Príncipe, terminó con victoria (2-1) para los salvadoreños. El sueño de la clasificación al Mundial parecía a punto de realizarse. Pero las cosas no salieron como se esperaban y El Salvador, en su propia casa, fue humillado por los haitianos con un rotundo 3-0.

El juego de desempate fue el 8 de octubre. Toda nuestra familia se reunió en derredor al receptor de radio. Una estación local transmitía el partido en directo. Recuerdo que el locutor, con un aire racista, repetía: “Negra la noche. Negra --refiriéndose al público asistente-- la gradería del estadio de Kinsgton”. Y añadía, aludiendo al uniforme del equipo nacional: “¡Sólo El Salvador es blanco en medio de esta negrura!”.

El partido terminó empatado en el tiempo reglamentario. Vino el tiempo extra. Aquel gol, el más cantado de la historia patria, se produjo en el minuto 14. La jugada comenzó con un tiro de esquina sobre el arco haitiano. En medio del caos del área chica, el delantero salvadoreño “Mon” Martínez saltó para cabecear la pelota y crucificar al portero Francillón. El grito de gol se escuchó hasta la Luna. Por primera vez estábamos metidos en un Mundial.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de julio del 2010)

Fútbol salvadoreño en la Web:
El balón cuscatleco
El Salvador en las eliminatorias para la Copa del Mundo