miércoles, noviembre 25, 2009

Yo me llamé Haroldo


Miguel Huezo Mixco

A media tarde me llega un correo. No conozco al remitente. El mensaje contiene un programa de las proyecciones para el fin de año en Buenos Aires del documental "Haroldo Conti. Un retrato postergado".

No he visto el documental, pero conozco a Conti. Ese novelista argentino, maestro de escuela primaria, nadador y navegante, marcó mi vida. Es una historia que comienza en 1975. Ese año Conti ganaba el Premio Casa de las Américas con su novela "Mascaró, el cazador americano", y la vida de miles de jóvenes salvadoreños, incluida la mía, se estaba rompiendo en pedazos. Yo era un estudiante de letras. Me había ido de la casa de mis padres con Irma, mi mujer, también estudiante. Vivíamos cerca de la fábrica El León, en el barrio San Miguelito, en una casa llena de libros y amigos. La fábrica estaba en huelga y en la sala, la biblioteca y los dormitorios de aquella casa se escuchaban, como el rumor de una marea, los altoparlantes de los trabajadores. Allí conocimos a Haroldo Conti. Quiero decir, en esos días llegó su novela a nuestras manos.

"Mascaró" cuenta la historia de un circo que deambula por los pueblos argentinos. Sus personajes --el príncipe Patagón, Sonia la bailarina, el enano Perinola, Mascaró y Oreste-- son una partida de excéntricos. Uno de los números del circo comenzaba con una imitación de los hábitos animales y terminaba siendo una reflexión sobre la libertad humana. Un día, mientras representaba el vuelo del cisne, Oreste recibe un garrotazo y despierta en una jaula donde un gorila en uniforme lo muele a palos.

A menudo la realidad y la ficción se parecen demasiado. El 4 de mayo de 1976, un escuadrón ingresó a la casa de Haroldo y su mujer sometiéndolos a un interrogatorio violento. A Conti se lo llevaron con rumbo desconocido. En el archivo de la fatídica Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dipba) --que fue desclasificado y está bajo custodia y gestión de la "Comisión por la Memoria"-- existe un documento que establecía que “Mascaró” propiciaba “la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas”.

En El Salvador firmamos un manifiesto pidiendo su libertad y lo reprodujimos en una modesta revista de literatura que publicábamos. La policía nos tenía bajo vigilancia. Como el circo de Patagón, cada quien agarró su camino. Irma cayó en la jaula del gorila donde fue torturada y asesinada. En mi propio camino adopté el nombre de Haroldo. Han pasado muchos años y todavía encuentro gente que me llama de esa manera. Mis amigos a menudo me regalan noticias sobre la vida de aquel entrañable desaparecido. Ahora, este correo me lo ha traído de nuevo.

El documental "Haroldo Conti. Un retrato postergado" es un ejemplo de cómo honrar a las víctimas y mantener viva una memoria que nos haga más fuertes y compasivos. Es además una hermosa muestra de lealtad. La idea fue concebida en los años 70 por el cineasta Roberto Cuervo, que conoció a Conti y decidió hacer un retrato sobre su vida. El proyecto quedó interrumpido por la tragedia: primero, el asesinato de Conti; luego, Cuervo falleció en un accidente de tránsito. Pasaron los años. Su hijo Andrés Cuervo recuperó el material filmado y completó aquel retrato. El filme se estrenó hace unas semanas en Buenos Aires. Hago cuentas: han pasado 33 años desde que Haroldo apareció en nuestras vidas. En un tráiler del documental colgado en YouTube, pude escuchar su voz diciendo: "la vida es una especie de
borrador que uno nunca termina de pasar en limpio".

Enlaces sobre Haroldo Conti:

Haga clic aquí y descargue "Mascaró, el cazador americano", de Haroldo Conti

Haga clic aquí para ir a la web de El retrato postergado

Haga clic aquí para conocer el dictamen de la inteligencia policial sobre "Mascaró"

(Publicado en La Prensa Gráfica, 26 noviembre 2009)

¿Es salvadoreño George Yúdice?

María Tenorio

"Creo que George Yúdice es salvadoreño", me dijo el profesor Ignacio Corona refiriéndose al autor del artículo sobre narrativa testimonial que discutimos en clase. Transcurría el invierno del 2000 en Columbus, Ohio. Apenas mi segundo trimestre en la maestría en estudios culturales latinoamericanos. "¿De veras? No me suena que sea salvadoreño", le respondí a Corona pensando que el único compatriota Yúdice al que yo conocía era la Tencha Céliber. Me parecía muy raro no saber de un intelectual "nuestro" destacado en el exterior.

Cuatro años y medio después, el supuesto salvadoreño reapareció en mi vida. Entonces Miguel Huezo Mixco, a quien acababa de conocer, me preguntó si no me interesaba entrevistarlo. "George Yúdice viene a San Salvador en calidad de asesor de Concultura", me dijo. Me sentí contenta de ubicar a ese señor en mi mapa de referentes académicos y culturales. Yo estaba entonces, recién regresada de Columbus, sentada en el escritorio de editora de la sección cultural de La Prensa Gráfica.

Me emocionaba saber que vería cara a cara a un autor que, además, estaba bajo sospecha de ser salvadoreño. Para preparar mi entrevista busqué su CV en Internet: profesor en la Universidad de Nueva York, autor de El recurso de la cultura y Política cultural, investigador de la música juvenil en Brasil. Me leí rápidamente un artículo suyo sobre la relación entre cultura y economía. También busqué una foto suya en la web para identificarlo. Entre las preguntas que preparé no podía dejar fuera aquella que me sugirió Corona. La salvadoreñidad de Yúdice me intrigaba.

Lo que ocurrió en el hotel Radisson esa mañana, antes de la entrevista, merece un párrafo. Me presenté temprano, pues tenía la costumbre de ser puntual, y me senté en un sofá del lobby a esperarlo. Habíamos quedado de encontrarnos ahí. Entonces apareció, justo frente a mi sofá, el mismo hombre de la foto, aunque con menos pelo, en arrumacos con una chica mucho menor que él. Sentí algo de vergüenza, me quedé sentada sin ser notada y esperé que la escena romántica finalizara para presentarme ante mi entrevistado.

Cuenta George, hoy amigo, que aquella mañana le hice una de las preguntas más difíciles de su vida. ¿Es usted salvadoreño? Imagino que hubiera querido decirme que no, pero le debe haber parecido políticamente incorrecto. Entonces me contó que sus padres eran salvadoreños, que emigraron a Estados Unidos en los cuarentas, y que él nació y se crió allá. Que no se sentía salvadoreño por crianza, me dijo, "crecí como norteamericano". Pero que se identificaba con el país por razones académicas, políticas y latinoamericanas.

Desde ese momento a esta parte, George ha seguido visitando El Salvador: como asesor, como conferencista, como profesor, como turista, como amigo, como rastreador de raíces. Yo no sé si él se sienta más salvadoreño que en el 2004, cuando aquella entrevista. Quizás se sienta más tico, me decía Miguel hace unos minutos, pues su esposa, Sylvie Durán --la chica de aquella mañana-- es costarricense. George es neoyorquino, fue mi respuesta. En todo caso, aquí nos encanta "apropiárnoslo". Los salvadoreños pasamos buscando motivos para sentirnos orgullosos. Y George es uno de ellos.

"La cultura no se reduce al arte ni a lo estético": Entrevista a George Yúdice

Ilustración: "In the Mood" de Eva Ryn Johannissen

miércoles, noviembre 11, 2009

¿Por qué se fue Antoine Chasse de El Salvador?

Miguel Huezo Mixco

Su verdadero nombre es otro, pero en Barcelona, a donde emigró, ha comenzado una segunda vida y ahora se llama Antoine Chasse. Salió de El Salvador hace dos años. Nos encontramos en la rambla del Raval, el antiquísimo barrio que se ha convertido en un laboratorio multicultural, donde se mira gente de todo el mundo, incluidos catalanes.

Antoine es un joven escritor e incipiente trotamundos que ahora disfruta de ese placer desconocido para los salvadoreños de caminar por una ciudad donde hay aceras y los automovilistas le ceden el paso a los transeúntes; y hay parques donde uno puede sentarse y tomarse de la mano con la novia sin temor a que le peguen un tiro por robarle el teléfono.

Cuando lo miré --barbado, con el pelo largo y tatuado de los brazos-- me di cuenta de que Antoine ha conseguido salirse de la envoltura de miedo en la que se movía en San Salvador. Es cierto que allá es un inmigrante y que su pasaporte provoca sospechas de inmediato, y que le está tocando realizar trabajos muy duros para sobrevivir, pero me ha dicho que de allá únicamente lo sacarán a la fuerza, porque no quiere volver a este lugar donde la gente se mata y se muere por una nada.

No es solo que en El Salvador no haya trabajo, o que se pague mal. El asunto principal, me dijo, es de calidad de vida. Esto no tiene que ver solo con satisfacer necesidades básicas materiales, que de alguna manera Antoine las tenía resueltas aquí, sino con la posibilidad de ser tratado con respeto aunque no seas un mono metido en una camisa de marca.

“Solo pensá en los fines de semana salvadoreños” --me dijo, mientras caminábamos por el Parque Güell--. “La delincuencia arrea a la gente a los centros comerciales, donde otros te aguardan para esquilmarte por un vaso de agua. No podés ir a comerte un sorbete sin pasar por la experiencia de tener al lado a un tipo con escopeta. No podés subirte a un bus sin el riesgo de que en cualquier momento vas a ser robado y humillado", añadió.

Eran las 10 de la noche en Barcelona y la noche apenas comenzaba. Más que en el país donde nació, Antoine tiene una fe sencilla y obstinada en sí mismo. La misma que ha hecho que tres de cada diez salvadoreños se larguen de este país como huyendo de la peste. Y que hayan preferido enfrentar la sed, los traficantes de humanos y las ponzoñosas serpientes del desierto antes que volver la vista hacia El Salvador.

Antoine Chasse pertenece a una nueva generación de desencantados que creen que la sociedad salvadoreña se pudrió y que estamos en un callejón del que se puede salir solo saltándose el muro. Este 9 de noviembre fue inevitable recordar las palabras del joven Antoine mientras miraba en la televisión los vídeos de archivo de los jóvenes alemanes derribando el muro de Berlín, alternándose con las imágenes de los sobrevivientes de la tragedia que provocaron en El Salvador las lluvias torrenciales del fin de semana.

Hoy por hoy no hay nada que detenga a los salvadoreños en ese viaje alucinante de encontrarse a sí mismos en trabajos y espacios más dignos. Eso que comúnmente se llama "buscar oportunidades".

Ilustración: Hugo Pratt/ Capitán Corto Maltés

(Publicado en La Prensa Gráfica, 12 de noviembre de 2009)

Pero qué tragedia, niña

María Tenorio

Hola, niña, pero contame cómo te fue, qué tal te trataron los españoles. Algo piedras son los de Madrid, ¿va? Mejor te hubieras quedado unos días más por allá, niña. Mirá en qué momento regresaste, solo a encontrarte con esta catástrofe. Nosotros todos bien, niña. Pero tengo una tragedia cercana. La familia de la Toyita está de luto. Nos enteramos apenas hace unas horas, porque a la Toyita no le tocó salida este fin de semana y recién la llamó su hermana. Resulta que una prima de ellas se acompañó con uno de Verapaz y el año pasado se fueron a vivir para allá. Y hoy están desaparecidos, junto con la hijita de meses. No, vos, se me hace chiquito el corazón. Y la prima se crió con la Toyita, así que ya te imaginarás cómo está la pobre, desconsolada, esperando encontrar los cuerpos entre los escombros para darles sepultura. El Gordo ya le ofreció contribuir para los féretros de los tres, es bien generoso mi Gordo.

Y mis hijos tanto qué joden a la Toyita. Ni hoy que está de luto le dan agua, niña. La Alexia cuando regresa de la Escuela le pasa pidiendo gaseosa, pan con mantequilla y galletas. Y Bruno es otro, vos. Qué monos más huevones son mis hijos. Ven tele echados en la cama y no se levantan para nada. Son bien servidos. No sé cómo va hacer la Alexia cuando sea ama de casa. Ni Bruno si se casa con una feminista. "Traeme leche con chocolate, Toyita." No serían nada sin la famosa Toyita. Pero son rebuenos también. En la Escuela les han pedido que donen su ropita vieja para la gente damnificada de esta tormenta que nos tomó por sorpresa.

Fijate que con la Alexia sacamos su ropita de bebé, que yo se la tenía guardada en la bodega para cuando ella tuviera sus niños. Pero la mona me dijo: Mami, es tiempo de que donemos esa ropa, hay gente que la necesita. Qué linda, bien consciente. Puesi, hasta las lágrimas se me salieron cuando vi los suetercitos tan lindos, vos. Aquellos que trajimos de Miami cuando iba a nacer la Alexia, ¿te acordás? Que ese año el viaje de shopping fue solo de cosas para la bebé. Con decirte que hasta ganas me dieron de tener otro, pues. Pero tanto que cuestan los monos. Y estos dos se quieren ir a estudiar fuera.

Por cierto, a propósito de viajes, ¿cómo te fue en el tuyo? Tu hermana me ha contado que has regresado enamorada de Madrid, que hasta estás pensando en irte a vivir allá. Es que es precioso, es otro mundo. La gente es tan culta, tan educada. Mirá cómo cuidan sus buses y su metro. No que aquí es terrible. Dice la Toyita que los mareros asaltan en los buses. A ella le han quitado tres veces el celular, el que le paga su hermano que vive en Los Ángeles. Y siempre van repletos de gente, que parece ganado cómo se transporta nuestra pobre gente. Nada que ver con el transporte público de allá. Te apuesto que ni extrañaste andar en carro. Pero no más llegás aquí y, decime, no queda de otra.

Yo recuerdo que la última vez que estuve en España, cuando al Gordo lo invitaron a una reunión de ganaderos, disfruté tanto de caminar por las calles, en el centro de la ciudad. Es que aquí no se puede, vos. Esta ciudad está pensada para carro. En el paso a desnivel para ir a Multiplaza o en el de Santa Elena ni siquiera hay acera. A la gente de a pie le toca caminar sobre la calle, pegadito a la barda. El otro día siguiendo la recomendación de la Bessy me fui al Mercado Central a comprar asuntos para la piñata de Brunito. De plano, salen más baratos y hay una variedad de cosas que ni te cuento. Pero, mirá, niña, me raspé el pie derecho. Recién me había hecho el pedicure la Tere cuando se me zafó la sandalia porque me trabé en una cáscara de guineo toda prieta y chuca. Ay, no, toda fregada quedé del talón y del dedo gordo.

Bueno, vos, te voy dejando. El Gordo se queja de mis cuentas de celular, pero ni modo. Que se haga cargo. Ya me llegó mi turno en el salón y hoy me toca tinte. Ahí nos vemos el sábado, en el cumpleaños de la hermana de tu concuña.

Foto de Kika, de Pedro Almodóvar