miércoles, septiembre 26, 2012

Últimos días en La Luna


Miguel Huezo Mixco

El país se queda sin su Luna. Beatriz Alcaine ha anunciado que se acerca el fin del ciclo de uno de los proyectos culturales y empresariales más emblemáticos de la posguerra. La Luna Casa y Arte, fundada por un grupo de visionarios artistas y gestores culturales, llega a su fin este mes.

La mayoría de ellos provenían del exilio. Su apuesta era reanimar el ambiente cultural de la capital salvadoreña. Echar luz sobre las tinieblas que la guerra había arrojado sobre la ciudad y sobre los ánimos de muchos artistas y creadores. Ellos sabían bien que en medio de la oscurana vivían seres de luz: músicos, poetas, artistas, actores y actrices, bailarines, mimos y comediantes dispuestos a dar lo mejor de sí para ayudar a crear un espacio innovador, atrevido, donde la cultura de la posguerra pudiera germinar.

El proyecto se hizo realidad en 1991. Las notas de Beatriz Alcaine recogen un dato revelador: más de 600 artistas y creadores pasaron por ese lugar brindándole al público lo mejor de sí. Pero eso no fue todo. En La Luna, la firma de la paz, en 1992, se hizo convivencia. Allí se produjeron algunos de los primeros encuentros no formales entre los antiguos enemigos enfrentados a balazos. Las paredes de La Luna fueron testigos de insólitas conversaciones que ayudaron, en medio de la música y los tragos, a crearle una temperatura amigable a la transición que vivía el país.

Por sobre todo, La Luna fue un lugar divertido. Un espacio de encuentros y reencuentros. Fue una prueba, también, de la vitalidad artística que permanecía oculta debajo de la gran roca del conflicto armado. Fue un lugar desde donde se podía mirar hacia adelante con esperanza. No es casualidad que La Luna cierre sus puertas en este ciclo. Los ánimos y condiciones que la hicieron posible dejaron de existir. Ahora hay más desánimo que ilusión. 

El desencanto no es reciente. La crisis no es nueva. Sin embargo, Beatriz Alcaine y sus colaboradores supieron resistir. Nunca se cruzaron de brazos. La Luna supo reinventarse en los últimos años. Beatriz misma, que trasladó sus cuarteles hasta Barcelona, vivió estos últimos años una existencia anfibia entre Europa y Centroamérica.

Pero todo lo que comienza termina, y Beatriz, buena bruja, sabe que no hay nada peor que los apegos, y estoy seguro de que el fin de este ciclo se convertirá para ella en una enriquecedora escuela. En una histórica carta, girada por los cuatro puntos cardinales se nos hace saber que septiembre del 2012 será el último mes de La Luna, completando un “ciclo de dos décadas con alegría, celebrando la magia que ha producido”, dice.

Beatriz no es de las personas que se cruzan de brazos. Podemos estar seguros de que pronto tendremos noticias de sus nuevos emprendimientos.

Como muchos otros, yo también conseguí establecer una peculiar relación con La Luna. Fue un espacio cómplice y una entrada a una dimensión desconocida. Mi espacio se hizo más ancho y denso gracias a La Luna. He vuelto, hace algunos meses, después de mucho tiempo. Descubro con satisfacción que allí siguen pululando seres extraordinarios provenientes de otros mundos. Ellos --artesanos, metaleros, punkis y poetas recién nacidos-- extrañarán la luz del satélite natural más grande de nuestro el Sistema Cultural. Ayer miércoles, tocó a los poetas lanzar su último y emotivo aullido. El sábado 29 será la Gran Fiesta de Adiós. La del hasta siempre. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la lluvia".

(Publicado en La Prensa Gráfica, 27 de septiembre del 2012)

Luna de fin de siglo


María Tenorio

Su existencia me la anunció en 1992 Francisco Domínguez, amigo y colega: Mari --me dijo-- van a abrir un lugar que se llamará La Luna. Imaginate qué chivo, cuando vayás allí dirás “Vamos a La Luna”. Me pareció juguetón el nombre del lugar, como los de esos bares que se llaman La Oficina o La Biblioteca. Lo que no imaginé en aquel momento, hace veinte años, es que ese bar-café me seduciría hasta el punto de convertirse en mi sitio nocturno favorito, tanto así que mi fiesta de bodas se celebraría en ese “espacio abierto al tiempo, la magia y la imaginación”.

Frecuenté La Luna religiosamente los fines de semana y de manera ocasional entre semana, durante los noventa. Se hizo tan mi casa que ha sido el único antro al que me he atrevido a llegar sola. Me encantaban las pinturas que aparecían en sus paredes, los móviles que reclamaban viento, las sillas y las mesas pintadas a mano o decoradas con recortes de revistas. Incluso llegué a portar un carnet que me acreditaba como “Amiga de La Luna” y decía ser válido “toda la vida”. Era muy útil pues servía para no pagar la entrada. Recuerdo haberlo recibido luego de la boda, en julio de 1995.

Estética lunar

La Luna generó un espacio propio a una estética que mezclaba lo bohemio, lo urbano, lo jipi y, sobre todo, lo juguetón. Esa estética alternativa, que huía de la seriedad, al dar nuevos y cambiantes significados a las cosas cotidianas cuestionaba la rigidez de los conceptos que prevalecían en el mundo de afuera. En ese sentido, significó una ruptura radical con la recién terminada guerra donde, dependiendo de donde estuvieras, unos eran buenos y los otros, malos. En La Luna las cosas podían ser no de otro modo, sino de otros miles de modos.

Recuerdo, por ejemplo, que en el menú los sandwiches se llamaban “brujas de arena” o sand witches. También inolvidables son los programas mensuales que, en distintos formatos, anunciaban las actividades culturales de cada día. Siempre estaban impresos en blanco y negro y sus diseños eran hechos a mano, con dibujos y detalles creativos. Ningún otro sitio hacía nada parecido.

Los selenitas

¿Quiénes estaban detrás de todos y cada uno de los detalles creativos, artísticos o juguetones que aparecían en todos lados? No olvidaré un desnudo estilo Matisse que decoraba las paredes de un baño de mujeres habilitado en la entrada, que luego desaparecería para nunca más volver. Ese ha sido mi favorito de todos los tiempos lunares.

De tanto llegar conocí a la Bea Alcaine, a la Gracia Rusconi, la Carmen Elena Trigueros y a la Daniela Heredia, selenitas por naturaleza; me hice amiga de Julito Molina, el encargado de la música. Conocí también a Pedro Portillo, quien más de una vez me leyó el tarot. Tito Hasbún fue otro amigo que hice allí. Escuché la música de Carlos Walter, Neto Buitrago, Hugo Fajardo, Carlos Romero y tantos otros que habrán sido la tortura de los vecinos de la calle Berlín.

Renovarse y morir

La Luna renovó la escena nocturna capitalina, convirtiéndose en un polo de atracción para quienes buscaban diversión y para quienes producían arte. Muchos conceptos desarrollados en su espacio lo trascendieron y dieron fruto en otros bares, restaurantes y cafés. Lo creativo-juguetón fue adoptado, sin miedos ni complejos, por otros sitios.

Hoy le ha llegado el momento de despedirse. Nos lo anunciaron así, en un comunicado, los selenitas que la han mantenido en pie durante los últimos años. No solo mi matrimonio acabó en divorcio. La Luna cierra su ciclo este septiembre tras veinte años de posguerra.

(Publicado en ContraCultura, 27 de septiembre de 2012 

miércoles, septiembre 12, 2012

La literatura no la hacen solo los escritores


María Tenorio

En El Salvador hay muchos escritores, creámoslo o no. Más allá de la calidad de lo que producen, más allá de que publiquen libros, más allá de que tengan pocos o muchos lectores, hay gente que dedica su tiempo a hacer literatura. A escribir cuentos, poemas, ensayos y hasta novelas. A los más jóvenes, probablemente, les gustaría profesionalizarse. Muchos tienen el sueño de ganarse la vida decentemente trabajando en eso que les apasiona. Pocos pueden formarse o entregar su jornada laboral completa a ese quehacer creativo.

Es que los escritores no pueden hacer literatura ellos solos. Necesitan de otros profesionales para que su producción adquiera sentido: de editores que conviertan los manuscritos en libros, de libreros que vendan esos artículos, de periodistas y de críticos que orienten al público sobre qué leer, y, finalmente, de lectores que consuman esa producción. Todo ese encadenamiento de quehaceres y profesiones es lo que Tania Pleitez, en su estudio sobre el estado actual de la literatura salvadoreña, llama “tejido literario”. Sobre ese interesante texto quiero comentarles en los párrafos que siguen.

La investigación Literatura. Análisis de situación de la expresión artística en El Salvador ha sido publicada por la Fundación AccesArte, en Salvador, en versión digital en CD. Se trata de un libro de 431 páginas que desmenuza las condiciones en que se ha producido, difundido y consumido literatura en el país en las últimas tres décadas, de 1981 al 2011. El estudio fue llevado a cabo entre el 2010 y el 2012 por Tania Pleitez Vela, con la colaboración de Susana Reyes.

El enorme valor de esta investigación, a mi juicio, es que hace descender a la literatura de la nube en que se la suele colocar para situarla con los pies en la tierra: como un campo de producción humana que tiene componentes creativos, de inspiración, pero también materiales, comerciales y de mercadeo. Tania explora las distintas instancias del tejido literario posando la lupa en el factor humano --material e inmaterial-- de cada una de ellas.

Entre carencias y deseos

De la lectura de este trabajo se concluye que las condiciones en las que se da la literatura en este país se caracterizan por las carencias y por los deseos. Como dije al principio, escritores hay, pues muchos tienen la voluntad de escribir y sueñan con ver sus manuscritos convertidos en libros. No obstante, como señala el estudio, faltan escuelas para autores. Hoy por hoy, solo la Universidad de El Salvador mantiene la carrera de Letras; la UCA cerró Letras antes del nuevo milenio y la Francisco Gavidia no sostuvo la carrera por mucho tiempo. Esta carencia es solventada de forma discontinua e insuficiente por talleres de formación en espacios tanto del sector público como del privado.

En el siguiente eslabón de la cadena aparecen los editores de literatura: la casa editorial del Estado, la DPI, y algunas editoriales comerciales publican a autores nacionales. Lo hacen para responder o para estimular a la escasa demanda nacional: las ediciones suelen constar de pocos cientos de ejemplares que, muchas veces, son comercializados durante largos periodos de tiempo si no es que terminan embodegados por lustros.

Las editoriales tendrían capacidad para producir más libros si los eslabones que siguen no fueran tan débiles. Tania Pleitez enfatiza que una de las mayores carencias en el tejido literario salvadoreño es la promoción ligada a la investigación. Para que los libros alcancen a su público es indispensable que los medios de comunicación ofrezcan una vitrina de lo que se produce en el país. Esa vitrina supone comentarios, notas críticas, análisis, reseñas, síntesis, que hablen sobre la producción literaria y la valoren, la recomienden, la promuevan, la difundan. Dos tipos de profesionales intervienen en este momento de la cadena: los críticos literarios y los periodistas culturales. Quienes ejercen esos oficios actualmente se pueden contar con los dedos de la mano. En este momento solo hay un suplemento literario impreso en el país: el Tres Mil del Diario CoLatino; los grandes periódicos apenas cubren, y de manera muy superficial, la producción literaria.

En relación con los libreros, el estudio de AccesArte apunta que ha habido mejores tiempos en el país para sus empresas. Sin embargo, como estamos hablando de literatura salvadoreña, cuando visitamos una librería notamos que la oferta nacional casi nunca ocupa los estantes más visibles, mucho menos las vitrinas; por el contrario, se encuentra en la parte trasera. Sin duda, se vende menos que los libros importados de México, Estados Unidos, Colombia o Argentina.

Al final de la cadena están los lectores. En El Salvador, tres de cada cuatro personas dice “leer libros”; sin embargo, los textos religiosos --y no los literarios-- son los más favorecidos. El estudio del PNUD (2009) que ofrece esos datos también revela que informarse y saber más es la razón que mueve a la mayoría de los lectores (58%), mientras una minoría (18%) asegura leer por placer y diversión.

El documento Literatura. Análisis de situación de la expresión artística en El Salvador está disponible para leer en línea o descargar aquí.

(Publicado en ContraCultura, 12 septiembre 2012)

Una nueva mirada a la literatura

Miguel Huezo Mixco


Desde sus orígenes en el siglo XIX, la literatura salvadoreña se ha desarrollado de espaldas a la sociedad. Un reciente estudio realizado por la escritora Tania Pleitez Vela sugiere que el encuentro entre literatura y sociedad es indispensable para que El Salvador se enriquezca como país.

Para la mayoría de la población la literatura sigue siendo algo lejano y ajeno a sus vidas. El analfabetismo afecta al 16 por ciento de la población salvadoreña; la pobreza hace que los libros ocupen un lugar muy secundario dentro de las necesidades prioritarias de las personas, aun entre muchas de aquellas que saben leer y escribir.

El estudio, titulado “Literatura. Análisis de situación de la expresión artística en El Salvador” (AccesArte, 2012),  señala que el sistema educativo estatal sigue siendo muy precario, y que la mayoría de los maestros, especialmente los rurales, apenas consiguen una preparación que les permita orientar a sus alumnos hacia el gusto por la lectura.

El diagnóstico subraya que la actividad del periodismo cultural o literario, que tiene enorme importancia para la difusión de las publicaciones y el consumo del libro, “es francamente mínima” en El Salvador.

Al igual que la inmensa mayoría de la sociedad salvadoreña, los autores y autoras han sido excluidos de los sistemas de protección social. La legislación destinada al fomento y protección de la literatura cuando no está desfasada es letra muerta. En conjunto, todo pareciera conspirar para marginar e invisibilizar las artes literarias. Véase sino la propuesta que hizo pública la Secretaría de Cultura, hace unas semanas, en la que se ignora olímpicamente a los escritores.

A pesar de todas estas adversidades, en El Salvador nunca se ha dejado de producir literatura, “aún en los períodos más difíciles de nuestra historia reciente”, sostiene la autora.

Para propiciar el encuentro entre la literatura y su público, Tania Pleitez Vela realiza una bien documentada aproximación a la historia literaria salvadoreña. Asimismo, indaga sobre la formación profesional de los autores, la difusión de la producción literaria, el acceso y consumo de la cultura literaria, y la preservación de los textos literarios. Sus hallazgos son tan interesantes como inquietantes. Hay tanto por hacer.

El estudio también pone en evidencia que las grandes fracturas del país, expresadas en un modelo económico excluyente y en la polarización política, social y cultural, inciden también en el carácter y la visibilidad de las letras salvadoreñas. Es decir: la práctica política también tiene un alto grado de responsabilidad en la ignorancia que caracteriza a este país.

Tania Pleitez Vela es salvadoreña. Posee un doctorado en Poética del verso y la prosa por la Universidad de Barcelona. Su labor profesional y docente ha estado dedicada en los últimos doce años al estudio de la literatura hispanoamericana. Participa en conferencias literarias y publica ensayos. También es autora de una biografía sobre la poeta suicida Alfonsina Storni.

La publicación de su estudio coincide con el momento en que están puestos sobre la mesa dos proyectos de ley nacional de cultura. Más allá de las anécdotas risibles que han dominado las opiniones en torno a la propuesta presentada por Secultura, los escritores y escritoras deben hacer oír sus reivindicaciones y defender sus intereses.

Esta investigación forma parte de una serie de diagnósticos del estado actual de la expresión artística en El Salvador, realizada por la Fundación AccesArte y que serán publicados en los próximos meses. El objetivo principal de la mencionada entidad es ayudar a fortalecer el papel de la cultura en los procesos de desarrollo integral.

El estudio puede leerse en línea y descargarse desde aquí

(Publicado en La Prensa Gráfica, 13 septiembre 2012)

Foto: Tania Pleitez