Miguel Huezo Mixco
El país se queda sin su Luna. Beatriz Alcaine ha anunciado
que se acerca el fin del ciclo de uno de los proyectos culturales y
empresariales más emblemáticos de la posguerra. La Luna Casa y Arte, fundada
por un grupo de visionarios artistas y gestores culturales, llega a su fin este
mes.
La mayoría de ellos provenían del exilio. Su apuesta era
reanimar el ambiente cultural de la capital salvadoreña. Echar luz sobre las
tinieblas que la guerra había arrojado sobre la ciudad y sobre los ánimos de
muchos artistas y creadores. Ellos sabían bien que en medio de la oscurana
vivían seres de luz: músicos, poetas, artistas, actores y actrices, bailarines,
mimos y comediantes dispuestos a dar lo mejor de sí para ayudar a crear un
espacio innovador, atrevido, donde la cultura de la posguerra pudiera germinar.
El proyecto se hizo realidad en 1991. Las notas de Beatriz
Alcaine recogen un dato revelador: más de 600 artistas y creadores pasaron por
ese lugar brindándole al público lo mejor de sí. Pero eso no fue todo. En La
Luna, la firma de la paz, en 1992, se hizo convivencia. Allí se produjeron
algunos de los primeros encuentros no formales entre los antiguos enemigos
enfrentados a balazos. Las paredes de La Luna fueron testigos de insólitas
conversaciones que ayudaron, en medio de la música y los tragos, a crearle una
temperatura amigable a la transición que vivía el país.
Por sobre todo, La Luna fue un lugar divertido. Un espacio
de encuentros y reencuentros. Fue una prueba, también, de la vitalidad
artística que permanecía oculta debajo de la gran roca del conflicto armado.
Fue un lugar desde donde se podía mirar hacia adelante con esperanza. No es
casualidad que La Luna cierre sus puertas en este ciclo. Los ánimos y condiciones
que la hicieron posible dejaron de existir. Ahora hay más desánimo que
ilusión.
El desencanto no es reciente. La crisis no es nueva. Sin
embargo, Beatriz Alcaine y sus colaboradores supieron resistir. Nunca se
cruzaron de brazos. La Luna supo reinventarse en los últimos años. Beatriz
misma, que trasladó sus cuarteles hasta Barcelona, vivió estos últimos años una
existencia anfibia entre Europa y Centroamérica.
Pero todo lo que comienza termina, y Beatriz, buena bruja,
sabe que no hay nada peor que los apegos, y estoy seguro de que el fin de este
ciclo se convertirá para ella en una enriquecedora escuela. En una histórica
carta, girada por los cuatro puntos cardinales se nos hace saber que septiembre
del 2012 será el último mes de La Luna, completando un “ciclo de dos décadas
con alegría, celebrando la magia que ha producido”, dice.
Beatriz no es de las personas que se cruzan de brazos.
Podemos estar seguros de que pronto tendremos noticias de sus nuevos
emprendimientos.
Como muchos otros, yo también conseguí establecer una
peculiar relación con La Luna. Fue un espacio cómplice y una entrada a una
dimensión desconocida. Mi espacio se hizo más ancho y denso gracias a La Luna.
He vuelto, hace algunos meses, después de mucho tiempo. Descubro con satisfacción
que allí siguen pululando seres extraordinarios provenientes de otros mundos.
Ellos --artesanos, metaleros, punkis y poetas recién nacidos-- extrañarán la
luz del satélite natural más grande de nuestro el Sistema Cultural. Ayer
miércoles, tocó a los poetas lanzar su último y emotivo aullido. El sábado 29
será la Gran Fiesta de Adiós. La del hasta siempre. “La vida no es esperar a
que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la lluvia".
(Publicado en La Prensa Gráfica, 27 de septiembre del 2012)
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