jueves, septiembre 29, 2011
Líneas paralelas que se juntan
María Tenorio
La señora era especialista en líneas rectas, frunces perfectos y simétricos plisados. Se dedicaba a vestir ventanas con los mejores trajes del momento. Mi madre contrató sus servicios cuando yo tenía 10 años y mi hermana, 8. Recién nos habíamos mudado a una casa en la colonia Santa Fe, que mis padres habían comprado. Casa definitiva merecía inversión en cortinas: nadie me dijo esa ecuación, pero la aprendí desde entonces. Las anteriores casas alquiladas donde vivimos no tenían cortinas memorables. Tal vez eran cortinas prestadas, improvisadas o sencillas.
Las ventanas del dormitorio que mi hermana y yo compartíamos recibieron un par de alegres cortinas en cuyo diseño dominaba el verde encendido, matizado con chispas de rosa, amarillo y celeste. El motivo era una especie de jardín impresionista, dibujado a pinceladas, sobre una tela gruesa, cuyo revés blanco y ahulado defendía nuestro espacio de las inclemencias del tiempo. El juego del “cuarto de las niñas” incluía dos pares de cubrecamas, unos amarillos y otros rosados, que iban atravesados por rectas franjas de la impresionista tela de las cortinas. Y, por último, lo completaban dos sobrefundas con revuelo, que cubrían almohadas decorativas en cada cama.
En el trabajo de las líneas rectas, como en cualquier otro en este mundo, también había una división sexual bien definida. Si la señora se dedicaba a las verticales, un caballero era el encargado de instalar las horizontales: las galerías adosadas a la pared, sobre la ventana. Estas lineales estructuras metálicas, de color blanco, daban soporte a una hilera de ganchitos plásticos que se desplazaban a voluntad al halar de un cordel, también blanquísimo, destinado a caer junto a la recta de la cortina. Además, había otra galería fija, sin ganchitos, sobre la anterior, cuyo propósito era sostener un revuelo o cortina muy corta que ocultaría el aparataje metálico de la mirada humana.
Una vez instaladas las galerías, venía el proceso de unión de las rectas. En la parte superior de las cortinas, en cada pliegue o alforza se colocaría un ganchito metálico en forma de letra “n” de carta, que iría ensartado en los ganchitos plásticos blancos de la galería. Luego, un equipo humano ayudado por una escalera procedería al matrimonio de las verticales y las horizontales. El éxito del proceso se medía cuando alguien halaba suavemente del cordel y la cortina se abría o cerraba a voluntad.
Visitar a la costurera especializada, buscar diseños de las cortinas, cotizarlas, escoger las telas, ir a comprar las galerías, esperar unas semanas para que las cortinas estuvieran listas: de ese proceso me acordé el domingo mientras colgaba un par de cortinas con tirantes prêt-à-porter (listas para usar), compradas en una ferretería cerca de la casa a la que recién me he mudado. De plano, pensé, que China nos ha hecho la vida más fácil a algunos, aunque se ha pasado llevando a otros. Hoy habrá menos señoras especialistas en líneas rectas.
Ilustración: Grabado de George Smith, The Cabinet-Maker's & Upholsterer's Guide, Londres, 1826. Tomado de George Glazer Gallery.
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