Miguel Huezo Mixco
La posguerra salvadoreña tiene un antes y un después. La línea divisoria
está marcada por un evento: la llegada a semifinales de la selección
salvadoreña de fútbol de playa. No recuerdo un acontecimiento que haya
producido tanta euforia como la victoria de los muchachos de La Pirraya,
o que alguien me corrija.
A este país le ha costado mucho encontrar razones para tener ilusiones.
No solo nos ha faltado creatividad para encontrarle rumbo al país, sino
que también no hemos sido capaces de encarar ni siquiera nuestro pasado.
La presente celebración del bicentenario “en poco difiere de los
panfletos amarillentos que nos describen las ceremonias y discursos de
las celebraciones del centenario”. No lo digo yo, sino un respetable
grupo de historiadores: Carlos Gregorio López, Sajid Herrera, Héctor
Lindo Fuentes y Rafael Guido Vejar.
Ellos dicen, con razón, que ahora sabemos más sobre los acontecimientos del 5
de noviembre de 1811, pero que las entidades públicas y privadas están
celebrando la fecha con un atraso de cien años. Habría que añadir que
conocer el pasado no es solo tener mejor información sobre lo que
ocurrió hace dos siglos, sino también extraer lecciones sobre lo que,
como sociedad, hemos hecho y, sobre todo, por qué lo hicimos de esa
manera.
Por ejemplo, la historia debiera ayudarnos a entender cómo fue que los
pobres se terminaron haciendo cargo del país. Entre los más favorecidos
del país existe un rito de paso mediante el cual los jóvenes, de ambos
sexos, al terminar sus estudios secundarios, se largan al extranjero, a
estudiar y a olvidarse de su país.
El Salvador, en los últimos 20 años, ha sobrevivido gracias al dinero que
mandan los que tuvieron que irse para encontrar una vida mejor. Si
queremos encontrar modelos de patriotismo no necesitamos remontarnos
doscientos años atrás.
Los migrantes no hacen retórica: actúan. De
acuerdo con las estadísticas del Banco Central de Reserva, entre 1997 y
2009 ellos inyectaron más de 31 mil millones de dólares a la economía
salvadoreña. Nadie ha soltado tanta plata para que este país a la
deriva se mantenga a flote.
El triunfo de la selección de playa es uno de los pocos acontecimientos
que, en los últimos años, han electrizado de alegría a este país. A
riesgo de que alguien diga que estoy alentando el odio de clases, aquello
fue posible por los pobres. Por si hiciera falta añadirle simbolismo al
evento, recordemos que estos deportistas juegan descalzos. Su coraje y
comportamiento profesional han dejado al país con la boca abierta.
Desde
su triunfo en Rávena, no solo los italianos, sino también muchísimos
compatriotas, han tecleado en sus computadoras buscando La Pirraya, la
isla de donde son originarios estos pescadores, un lugar que no está muy
lejos de donde, hace solo unos días, el expresidente Lula da Silvia
lanzó el programa Territorios de Progreso.
Ojalá que el triunfo de la selección de playa sea interpretado por los tomadores de decisiones
políticas como un signo de que deben volver sus ojos, no solo hacia el
fútbol, sino hacia ese tesoro escondido que es la Bahía de Jiquilisco.
Para evitar que sea depredado y saqueado. Para convertirlo en un símbolo
de que sí se puede.
La mayor hazaña de los Héroes de La Pirraya no consistió solo en colocarse
entre los cuatro mejores equipos del mundo en esa disciplina, sino en
que le dieron al país una cucharada de ilusión. Hasta las estupideces de
algunos personajes se vieron con condescendencia. El país experimentó
un extraño y olvidado sentimiento de hermandad que, la verdad, terminó
demasiado pronto.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 15 de septiembre de 2011)
Imagen: Frank Velásquez, goleador.
La verdad, me dan ganas de llorar al leer sus palabras, Miguel; quizás haya un poco de alegría y quizás un poco de tristeza mezcladas. Sentimientos encontrados en este país de aberrantes contrastes.
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