Una vez Charlie Byrd aterrizó en El Salvador. Fue un 4 de noviembre hace treinta y cinco años. Su disco “Jazz samba” (1962), realizado con Stan Getz, había renovado la escena del jazz en Estados Unidos. Cuando llegó a El Salvador estaba en su momento de gloria. Para su sorpresa, a la entrada del Teatro Presidente, donde iba a presentarse, se encontró con una protesta pacífica de un grupo de artistas salvadoreños.
Aquella olvidada protesta no tenía ninguna relación con los movimientos sociales protagonizados por el Bloque Popular Revolucionario (BPR) o el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU). La verdad, las reivindicaciones de los artistas no han estado en la mira ni de los revolucionarios ni de los conservadores.
Entre quienes llegaron aquella noche al Teatro Presidente portando pancartas estaban algunos miembros de la crema y nata de la música popular salvadoreña: los músicos Paco Palaviccini y Lito Barrientos, el actor Eugenio Acosta y el tenor Eduardo Fuentes.
La protesta se originó en el hecho de que la visa de trabajo otorgada al célebre guitarrista norteamericano había sido extendida sin consultar, como lo establece la ley, al sindicato de artistas de variedades. Además, la contratación del artista, en su condición de extranjero, no había incluido el pago del porcentaje destinado a los artistas locales que establece la ley.
Byrd envío a los artistas locales, a través de su manager, un mensaje de reconocimiento a la justeza de su reclamo. Un testigo directo de aquellos hechos, quien me ha referido esta historia, asegura que un funcionario de la embajada de Estados Unidos intentó buscar un arreglo. Los artistas, en un gesto amistoso, accedieron a que se realizara el concierto de Byrd, dejando clara la necesidad de que se respetasen sus derechos. Finalmente, Charlie Byrd tocó...
El nombre de Byrd está asociado con el despertar de los artistas salvadoreños. A mediados de los años 70, temas tales como el acceso a redes de protección social o el derecho a la organización de los artistas, se pusieron por primera vez sobre la mesa. El Sindicato General de Artistas de Variedades (SGAV) y la UGAASAL firmaron, inclusive, un histórico convenio con sus homólogos de México (ANDA y FITE), para proteger en aquel país los derechos de los intérpretes salvadoreños.
Pasaron 35 años. Los derechos laborales y previsionales de escritores, directores y actores de teatro, radio, cine, Internet y televisión; folcloristas, circenses, titiriteros, músicos, bailarines, escenógrafos, técnicos de audiovisuales y dramaturgos, no integrados al mercado formal, sigue sin llamar la atención del Estado.
Abundan los ejemplos de artistas que han vivido de la caridad y que han muerto en medio de la pobreza. La celebración del bicentenario hubiera sido una buena ocasión para iniciar un proceso que permita que los artistas accedan a servicios de salud y coticen para retirarse con dignidad. No es un sueño imposible. Cuando las autoridades se decidan a emprender esa transformación deberán volver sus ojos a la noche en que el Charlie Byrd vino a tocar su guitarra en San Salvador.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 13 de octubre de 2011)
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