Ha publicado un solo libro de poemas y una novela. No creo que se le haya visto en un festival de poesía. Tampoco es un personaje habitual de los encuentros de narradores. Su nombre es Róger Lindo. Tiene poco más de 50 años, vive en Los Ángeles (California) donde ejerce el periodismo. Es un hombre tan reservado que suele volverse invisible. De hecho, su presencia en la literatura salvadoreña desafía hasta a quienes presumen de estar bien informados.
Independientemente de cuántos lo conozcan, sus (hasta ahora) dos únicos libros lo han instalado como un poeta y narrador de primera línea. Su vida está entrelazada con el conflictivo periodo de los años 70 y 80, pero su obra está muy lejos de ser un testimonio de su paso por las organizaciones sociales o los campamentos de Chalatenango.
Su libro de poemas “Los infiernos espléndidos” (1998) transcurre más bien entre los matorrales de las pasiones interiores: se escuchan más los suspiros del alma que los estallidos de los cazabobos. De su padre nicaragüense heredó la admiración –que yo comparto-- por una de las tradiciones poéticas más ricas de la lengua española: la de Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos. Su novela “El perro en la niebla” (2006) es una obra de ficción que cuenta las andanzas de un joven entre las encrucijadas de una era. Sus libros son, y no son, eso que frecuentemente se nombra como poesía o novela “de la guerra”.
Cuando la guerra terminó, Róger quiso instalarse en México pero los planes no funcionaron. Comenzó a ganarse la vida haciendo periodismo mientras su mujer terminaba la carrera de medicina en California. Las circunstancias les hicieron quedarse en Los Ángeles. Róger es de los que piensan que la distancia no le impide vivir en El Salvador las 24 horas del día. “He salido del país, pero este no ha salido de mí en ningún momento”, asegura. A sus hijos, crecidos en un barrio acomodado de Los Ángeles, les dice que viene de un planeta que estalló, pero adonde siempre vuelve. No ha erigido con su pluma un altar a la mentira, ni besa el híspido anillo del poder como un mono satisfecho. Tampoco se propone como un héroe.
La atención del público y los políticos de Estados Unidos hacia la condición de los salvadoreños en el norte se debe en parte a la pluma de Róger. Él fue uno de los primeros que escribieron de manera sistemática sobre el nuevo país salvadoreño que había nacido en Estados Unidos. Ese era el tema habitual de las columnas que escribía para la revista Tendencias, la principal publicación salvadoreña de la postguerra. Luego, hizo algo similar para La Prensa Gráfica, cuando su sección de cultura valía la pena.
Frente a la obra de Róger Lindo no puedo, ni quiero, usar el antifaz de la “crítica imparcial”. Admiro su obra y su persona, y quiero que sus libros, tan francos, tan exigentes, sean leídos y apreciados por más personas. Desafortunadamente, su novela, publicada en España, no ha llegado a El Salvador. Quizás no llegará. Con Róger, Horacio Castellanos Moya y Roberto Rodríguez (un escritor todavía secreto) constituimos hace años un colectivo que jamás intentó proponerse como una “generación”, ni siquiera como un “grupo literario”. Desde la literatura y la vida, cada uno, a su manera, estamos volviendo, todas las horas, a ese planeta que estalla en pedazos.
(Publicada en La Prensa Gráfica, 17 de abril, 2008)
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