martes, mayo 13, 2008

Nadie escribe libros

María Tenorio

Lo que sea que hagan, los escritores no escriben libros.
Roger E. Stoddard


Se sienta ante un papel o una pantalla en blanco a dejar ir letras y letras. Ya con fluidez, ya a trompicones, escribe y escribe. Con los diez dedos o a pica pollo. De mañana o de noche, de madrugada o de mañanita. En compañía de libros o en ausencia de ellos. Con diccionario online o sin conexión. En completo silencio o con fondo de musicón. Con la mente lúcida o con la conciencia perturbada. El escritor, para ser tal, tiene que escribir, ejercer el íntimo – cuando íntimo –oficio de escribir.

El producto de toda su labor se reúne en un manuscrito: una chorrera de páginas usualmente blancas cuajadas de caracteres legibles regularmente negros. Meses de trabajo. Nadie escribe libros. Para que ese haz de papeles llegue a adquirir la dignidad del objeto impreso que usted y yo conocemos como libro tiene que pasar por otras manos y por otros procedimientos que ya poco o nada tienen que ver con el inspirado – cuando inspirado – oficio de escribir.

Una editorial o alguien que hace de editor recibe el manuscrito y decide si vale la pena convertir aquel fajo de hojas en un libro. Preparar las páginas que orientan a quien viajará por el escrito: decirle los nombres de tantos participantes en la aventura de la confección del libro. Decidir el tamaño y tipo de la letra, el color de la tinta que va a emplearse, la calidad del papel, la posición de los números de las páginas. Diseñar una cubierta que, agraciada o desgraciada, posará su mirada en quienes se pasean frente a las vitrinas de algún establecimiento comercial ocupado en la venta de impresos. Pero antes de llegar ese destino intermedio, pendientes quedan otras tareas que ya poco o nada tienen que ver con el mal pagado – cuando pagado –oficio de escribir.

Metido todo aquel paquete de información en los miles de bites de un archivo electrónico, entra en juego la consagrada invención de Gutenberg y quienes hoy le sacan el jugo en organizadas empresas. Especialistas en materializar reproducciones de piezas impresas – libretas de créditos fiscales, revistas, tarjetas de boda y libros – ejecutan el último paso de la alquimia: transmutar aquella editada y diseñada realidad digital en lo que ha estado llamada a ser desde un principio: un libro, digno objeto soñado por quien entregó horas al apreciado – cuando apreciado – oficio de escribir.

1 comentario:

  1. Pero yo pienso:
    Todavía hay gente que escribe novelas en servilletas y poemas en la factura del super.

    Y pienso que algún día en una edición cuidada y minuciosa de obra completa de algún autor, quisiera encontrar -aunque crudamente como fotocopia o fotografía- esos pedazos de sevilleta, factura de super o libreta regalada en el hotel.

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