miércoles, mayo 28, 2008

Los indígenas en el país del siglo XIX

María Tenorio

Borrar y marginar a los indígenas en el país no es un fenómeno reciente. Si el Censo 2007 reduce a la población indígena a la mínima expresión, en los periódicos salvadoreños de la primera mitad del siglo XIX apenas merecieron alguna mención. En aquel entonces constituían una parte gruesa de la población nacional: el 43% del total de habitantes en 1807; el 23%, en 1837. Cuando los periodistas de aquella época hacían referencia a los pobladores nativos los pintaban como seres nobles e ingenuos (el tópico del buen salvaje) o como sujetos viciosos.

El estereotipo del buen salvaje describía a los nativos como personas buenas, pero no preparadas para enfrentar las dificultades de la vida. Eran como niños necesitados de alguien que los orientara y defendiera. Un ejemplo de esta representación se encuentra en el periódico El Salvador Rejenerado (así, con jota), de 1845, donde se exalta el patriotismo de “los pueblos de Quezaltepeque y Arcatao, principalmente la parte indíjena de ellos” por su colaboración con un contingente militar. Es claro, en ese texto, el recurso a infantilizar a los indígenas cuando dice:

“esos pobres, esos infelices, cuyo único ramo de industria es trabajar lazos, redes & & o sembrar milpas habían sentido sobre sí el yugo de la opresión de los Malespines: arrancados de la sencillez y monotonía de su vida pacífica, habian sido llevados a recibir la muerte en guerras gratuitas y desesperadas o a presenciar escenas de carniceria...”.

Los indígenas eran buenos –llevaban una “vida pacífica”– pero también eran “salvajes”, es decir, no eran modernos ni “civilizados” ni se involucraban en el desarrollo ni el uso de la razón. Ligado a esto estaba su “sencillez” y la facilidad con que, en el caso mencionado, fueron “llevados a recibir la muerte” por el bando militar contrario al de quien escribe.

El segundo estereotipo, el de los seres viciosos, retrataba a la población indígena comportándose de forma contraria a “la civilización” al entregarse al alcoholismo y carecer de la disciplina del trabajo. En 1840, un artículo del periódico oficial, llamado entonces Correo Semanario del Salvador, naturalizaba la “proporcion tan fuerte en el indijena á los licores fermentados” y explicaba como esta práctica afectaba su rendimiento en el trabajo: “es casi la mitad del año la que se pierde por los estancos en el trabajo de los jornaleros” quienes además de beber “todos los Domingos, y dias de dos cruces, se pierden los lunes del año en lo que se llama quitarse la goma”. Esa falta de disciplina debida al vicio era razón suficiente para castigarlos y someterlos a trabajos forzados.

Los buenos salvajes, al igual que los viciosos e indisciplinados, no eran seres aptos para gobernarse ni para vivir en la modernidad a la que se aspiraba en el siglo XIX. Eran demasiado buenos, demasiado sencillos, demasiados pacíficos en tiempos de guerra; eran demasiado borrachos, muy poco laboriosos en tiempos cuando se necesitaba mano de obra para construir el país independiente. De borrarlos, marginarlos e invisibilizarlos se encargarían quienes manejaban la pluma y dirigían la cosa pública: los blancos y los mestizos (ladinos se les llamaba entonces). Hoy, según el Censo, son menos del 1% de la población total.

Foto de Carl Hartman, 1896, cortesía del Museo de la Palabra y la Imagen.

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1 comentario:

  1. Aquí en España, querida María, con toda y la herencia de estudio americano sevillano, siguen teniendo esa imagen de "los pobres" indígenas. Al caso que una de mis maestras americanistas me cae re mal por hueca, que dice "los pobres indios" y frases como: "Fray Bartolomé de las Casas nos perjudicó mucho con sus crónicas".
    NOs! Como si ella aún fuera el Reino de los Felipes y los Carlos.
    Buenas entradas!

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