María Tenorio
La iglesia mormona se originó en los Estados Unidos; no debería extrañarme que el cielo mormón sea gringo a más no poder. Hace unos días lo visité, en compañía de mi tía abuela. El salón celestial se sitúa dentro del Templo de San Salvador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, esa llamativa edificación blanca alzada en el municipio más rico del país, en las cercanías del centro comercial Multiplaza. Llegamos, como muchos otros, por curiosidad, atraídos por su magnificencia, aprovechando la anunciada “casa abierta” que finaliza el sábado 23 de julio.
Mi tía y yo fuimos muy bien tratadas durante toda la visita. Primero se nos instruyó con un video breve sobre la iglesia mormona; luego se nos guió dentro del templo y finalmente, se nos convidó a un refrigerio. Así, tuvimos la oportunidad de transitar por las diferentes edificaciones del complejo: la capilla, donde se realizan los servicios dominicales; el templo, “centro espiritual” donde se realizan “ordenanzas sagradas”; y la recepción, donde hay un comedor y áreas sociales.
Una peculiaridad de la estructura mayor, el templo, es que no consta de una sola nave donde se congregan los miembros de la iglesia frente a un púlpito; por el contrario, posee una estructura más parecida a los salones de actos de un hotel. Todos los cuartos están pulcramente amoblados y decorados, de acuerdo con su función, desde el piso hasta el cielo, en un estilo sobrio y claro. Por ejemplo, las paredes de la sala de instrucciones están cubiertas con el mural de un idílico bosque donde habitan torogoces y tigrillos, entre otras especies. El bautisterio bien podría ser el jacuzzi de una mansión, de no ser por los doce bueyes que sostienen la pila bautismal y que solo se ven al asomarse a la orilla de la misma.
Llama la atención el lujo de los detalles que configuran cada ambiente. Lo único que me sorprendió, en aquel derroche de riqueza, fue que muchos cuadros con escenas de la vida de Jesucristo fueran meras reproducciones. Pensé que encontraría pinturas originales de artistas locales. Salvo esa deficiencia, me parece que los mormones se han lucido no solo en la arquitectura y la localización de su templo, sino también en sus interiores. No es extraño que “cualquier cristiano” mire el lugar con admiración.
Pero permítanme llevarlos al cielo mormón. “El salón celestial --dice el brochure que nos entregaron durante la visita-- simboliza nuestro hogar eterno en el reino de Dios y nos recuerda las recompensas de una devoción fiel”. Lo describo como una especie de lobby de un hotel de lujo, clásico al estilo gringo, con muebles de madera de finos acabados y sofás forrados en tonos de beige, sobre una alfombra clara, con una impresionante lámpara colgante de cristal, y un amplio ventanal en forma de arco. Mientras, en silencio, se nos dejaba contemplar sus detalles pensé que, definitivamente, ese no es mi cielo.
Entre las paredes del cielo mormón sentí frío. Su estilo me comunicó rigidez. Es un lugar bello, sin duda. Pero carece de la belleza que a mí me gusta y me hace sentir cómoda. Podría imaginarme allí sentados a los señores gringos de saco y corbata que aparecían en el video que nos presentaron inicialmente: los apóstoles de la iglesia mormona. Pero no me imaginaba a mí misma usando aquellos sillones. La experiencia me dejó pensando en la escasa inocencia de lo que nos gusta y lo que no nos gusta, en las raíces estéticas de la intolerancia.
Desde hace años me intriga cómo se relacionan lo bello y lo bueno. Lo que me gusta me parece aceptable y deseable; lo que no me gusta, tiendo a rechazarlo. Así, las sociedades tienen su estética dominante, lo que se ve bien para vestir, construir, decorar. Las “personas de bien” siguen esa tendencia. Las clases sociales y las subculturas juveniles también poseen sus estéticas: muchas veces lo que es bien visto en unas, es considerado de mal gusto en otras. Las diferencias estéticas entran en conflicto cuando se sobrepasan límites; entonces lo feo también se ve como inaceptable e incluso como “malo”. En nuestra forma personal-social-cultural de leer las apariencias de los fenómenos se funda, muchas veces, la intolerancia. Eso ocurre con las tendencias estéticas de las maras, que están estigmatizadas por una serie de símbolos contrarios a las estéticas dominantes. Los tatuajes en el cuerpo son un ejemplo gráfico de ello.
Mi experiencia con el cielo mormón no fue tan drástica. No lo viví como inaceptable ni, mucho menos, como malo. Pero es demasiado gringo, demasiado pulcro, demasiado descolorido, demasiado “cherche” para mi gusto tendiente más hacia la estética rústica y colorida de la hacienda mexicana.
La iglesia mormona se originó en los Estados Unidos; no debería extrañarme que el cielo mormón sea gringo a más no poder. Hace unos días lo visité, en compañía de mi tía abuela. El salón celestial se sitúa dentro del Templo de San Salvador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, esa llamativa edificación blanca alzada en el municipio más rico del país, en las cercanías del centro comercial Multiplaza. Llegamos, como muchos otros, por curiosidad, atraídos por su magnificencia, aprovechando la anunciada “casa abierta” que finaliza el sábado 23 de julio.
Mi tía y yo fuimos muy bien tratadas durante toda la visita. Primero se nos instruyó con un video breve sobre la iglesia mormona; luego se nos guió dentro del templo y finalmente, se nos convidó a un refrigerio. Así, tuvimos la oportunidad de transitar por las diferentes edificaciones del complejo: la capilla, donde se realizan los servicios dominicales; el templo, “centro espiritual” donde se realizan “ordenanzas sagradas”; y la recepción, donde hay un comedor y áreas sociales.
Una peculiaridad de la estructura mayor, el templo, es que no consta de una sola nave donde se congregan los miembros de la iglesia frente a un púlpito; por el contrario, posee una estructura más parecida a los salones de actos de un hotel. Todos los cuartos están pulcramente amoblados y decorados, de acuerdo con su función, desde el piso hasta el cielo, en un estilo sobrio y claro. Por ejemplo, las paredes de la sala de instrucciones están cubiertas con el mural de un idílico bosque donde habitan torogoces y tigrillos, entre otras especies. El bautisterio bien podría ser el jacuzzi de una mansión, de no ser por los doce bueyes que sostienen la pila bautismal y que solo se ven al asomarse a la orilla de la misma.
Llama la atención el lujo de los detalles que configuran cada ambiente. Lo único que me sorprendió, en aquel derroche de riqueza, fue que muchos cuadros con escenas de la vida de Jesucristo fueran meras reproducciones. Pensé que encontraría pinturas originales de artistas locales. Salvo esa deficiencia, me parece que los mormones se han lucido no solo en la arquitectura y la localización de su templo, sino también en sus interiores. No es extraño que “cualquier cristiano” mire el lugar con admiración.
Pero permítanme llevarlos al cielo mormón. “El salón celestial --dice el brochure que nos entregaron durante la visita-- simboliza nuestro hogar eterno en el reino de Dios y nos recuerda las recompensas de una devoción fiel”. Lo describo como una especie de lobby de un hotel de lujo, clásico al estilo gringo, con muebles de madera de finos acabados y sofás forrados en tonos de beige, sobre una alfombra clara, con una impresionante lámpara colgante de cristal, y un amplio ventanal en forma de arco. Mientras, en silencio, se nos dejaba contemplar sus detalles pensé que, definitivamente, ese no es mi cielo.
Entre las paredes del cielo mormón sentí frío. Su estilo me comunicó rigidez. Es un lugar bello, sin duda. Pero carece de la belleza que a mí me gusta y me hace sentir cómoda. Podría imaginarme allí sentados a los señores gringos de saco y corbata que aparecían en el video que nos presentaron inicialmente: los apóstoles de la iglesia mormona. Pero no me imaginaba a mí misma usando aquellos sillones. La experiencia me dejó pensando en la escasa inocencia de lo que nos gusta y lo que no nos gusta, en las raíces estéticas de la intolerancia.
Desde hace años me intriga cómo se relacionan lo bello y lo bueno. Lo que me gusta me parece aceptable y deseable; lo que no me gusta, tiendo a rechazarlo. Así, las sociedades tienen su estética dominante, lo que se ve bien para vestir, construir, decorar. Las “personas de bien” siguen esa tendencia. Las clases sociales y las subculturas juveniles también poseen sus estéticas: muchas veces lo que es bien visto en unas, es considerado de mal gusto en otras. Las diferencias estéticas entran en conflicto cuando se sobrepasan límites; entonces lo feo también se ve como inaceptable e incluso como “malo”. En nuestra forma personal-social-cultural de leer las apariencias de los fenómenos se funda, muchas veces, la intolerancia. Eso ocurre con las tendencias estéticas de las maras, que están estigmatizadas por una serie de símbolos contrarios a las estéticas dominantes. Los tatuajes en el cuerpo son un ejemplo gráfico de ello.
Mi experiencia con el cielo mormón no fue tan drástica. No lo viví como inaceptable ni, mucho menos, como malo. Pero es demasiado gringo, demasiado pulcro, demasiado descolorido, demasiado “cherche” para mi gusto tendiente más hacia la estética rústica y colorida de la hacienda mexicana.
Ilustración: Panal y abejas, símbolo mormón (tomado del blog Made for you by Mrs Woo)
Fotos de los salones del templo
Fotos de los salones del templo
Concido con usted María. No somos amantes de lo "cherche". ¡Me gustó mucho la entrada!
ResponderEliminarPues a mi me parece ese edificio un arquitectónico de mal gusto !
ResponderEliminarEl tema de la estética/ semiotica y de la moralidad es interesante. Parte del mismo concepto animal del hombre de la noche y el día, por su protección.
Hay estéticas muy interesantes, lo bello y horrible también es subjetivo. Le sugieron lea a Arnold Hauser y la historia del arte.
Slds
Buen artículo amiga :)
ResponderEliminarCoincido con lo del cielo, no es mi cielo, yo prefiero un espacio abierto con naturaleza dónde pueda correr y sentir la brisa. Por otra parte, que no existiera un pulpito choco mucho con mi arraigada cultura católica.
ResponderEliminarYo tambien participe en ese open house, pero realmente a mi me gusto, como depende como lo mires, si lo miras del punto de vista arquitectonico vas a tener muchos gustos diferentes, su lo ves desde el punto de vista de donde se origina, tambien porque pensaras es de EU o de Alemania o de Francia depende pero yo pienso Dios no vera eso, realmente pienso como sera estar en la presencia de Dios algun dia, he leido la biblia y creo que estar en la casa de Dios es como estar en una casa de Orden, creo que Dios es perfecto, por eso nos creo y aun el hombre no ha creado una maquina tan perfecta como el cuerpo humano, por lo tanto la casa del señor es algo que no va a nuestro gusto si no a lo que Dios es: Pulcro, Digno, Amoroso, Valioso, Tranquilo, Perfecto.
ResponderEliminarYo tambien participe en ese open house, pero realmente a mi me gusto, como depende como lo mires, si lo miras del punto de vista arquitectonico vas a tener muchos gustos diferentes, su lo ves desde el punto de vista de donde se origina, tambien porque pensaras es de EU o de Alemania o de Francia depende pero yo pienso Dios no vera eso, realmente pienso como sera estar en la presencia de Dios algun dia, he leido la biblia y creo que estar en la casa de Dios es como estar en una casa de Orden, creo que Dios es perfecto, por eso nos creo y aun el hombre no ha creado una maquina tan perfecta como el cuerpo humano, por lo tanto la casa del señor es algo que no va a nuestro gusto si no a lo que Dios es: Pulcro, Digno, Amoroso, Valioso, Tranquilo, Perfecto.
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