Estimado amigo:
Leí con mucho interés "Confieso que he reído", tu comentario sobre nuestra reciente producción de El Rey Lear. Lo primero que deseo comentar es la alegría que siento a ver que se suscitan reacciones razonadas de espectadores. Demasiado a menudo, los que creamos arte debemos conformarnos con un « que bonito » o un « no me gustó ». Y ahí quedamos. De modo que, gracias.
Tu artículo me provoca dos preguntas:
“¿Por qué no se puede reír en una tragedia?”
“¿Cómo hago para lidiar con los periodistas?"
Desearía, si estas de acuerdo, discutirlas contigo ( y con otros) en la plaza publica por este medio. Creo que ya estamos maduros en El Salvador para llevar la discusión a ese nivel, ¿no?
Cuando estrenamos “Sueno de noche de verano” en el Teatro Nacional (¡hace ya 10 años!) una espectadora me dijo que el trabajo era lindo, pero que eso no era Shakespeare. Al indagar la razón de su comentario me contestó que, bueno, ella no se había aburrido. Me di cuenta que la lucha sería larga para contrarrestar la noción que lo “clásico”- por tanto lo “culto” es aburrido; noción tan grabada dentro de nuestro ser por experiencias lamentables con profesores aburridos leyéndonos traducciones que intentan “elevar” nuestro intelecto.
El genio de Shakespeare radica también en su forma inimitable de mezclar lo cómico con lo trágico- igual que hace la vida misma. Basta con recordar la escena del portero borracho en “Macbeth” que interviene justo después del regicidio. En El Rey Lear, el Bufón acompaña a Lear –hasta que Lear se convierte en bufón. Luego comienza la tragedia.
Te concedo la razón al criticar la escena de la mano cercenada en nuestro montaje. Es un exceso al que nos dejamos ir por la misma naturaleza “gran guiñol” de la escena. Y, por lo general, me gusta desdramatizar a través del humor y así mantener el interés del público. Idiosincrasia mía.
Es un gran error “actuar trágico”. Los personajes no saben al entrar a escena que van a sufrir una tragedia. La interpretación puede cambiar mucho la percepción del espectador. La decisión de Lear de repartir su herencia en vida a cambio de manifestaciones públicas de amor desencadena la tragedia. Pero eso no lo sabe de entrada ni el publico, ni los personajes de la obra. Ahí también radica la fuerza del teatro: en hacer al público mismo dudar de sus convicciones.
No creo que un público sea estúpido. ¿Por qué las malas palabras, los insultos, todo lo referente a lo que sucede, como dice Lear “debajo de la cintura donde reina lo sulfúreo” suscita tanta risa en el público. ¿Inmadurez? ¿Falta de fogueo? No sabría dar la razón. La risa, nos enseña el filósofo Henri Bergson (1896), es la expresión de la libertad del individuo y se expresa mejor en comunidad.
Ahora mi segunda pregunta: “¿Cómo hago para lidiar con los periodistas?
Citas el artículo de Elena Salamanca en La Prensa Grafica: En el artículo titulado “El eterno Antonio Lemus Simún”, (Séptimo Sentido, p. 11), Roberto Salomón atribuye la risa del público al hecho de que algunos –o muchos— fueron a ver la obra “pensando que Toño Lemus (el actor principal de la obra) presenta (una) comedia. Y a la primera palabra que dice, ya se están riendo”. Es cierto, yo dije esto. Pero era un post scriptum a las varias razones que di en respuesta a la pregunta de la periodista: “¿A qué atribuye la risa del público?” Las primeras: a) al identificarse con lo que sucede en escena, b) al oír su lenguaje personal dicho en escena, no aparecen. ¿Qué hacer? Por un lado uno no quiere aparecer desagradecido ante tan gran cobertura mediática sobre la cultura. Tampoco es el papel del artista hacer la crítica de los críticos. Espero tu respuesta.
Roberto Salomón
Hola. Interesante lo que dice Roberto en su nota. Las obras de Shakespeare deben interpretarse con humor (cosa que no nos enseñan en el colegio cuando leemos a los clásicos), o no se disfrutan.
ResponderEliminarSaludos,