María Tenorio
Todos tenemos una historia que recordar y que contar: dónde y cómo nos tomó la noticia de los ataques aéreos a las torres gemelas de Nueva York --el extinto World Trade Center-- aquel 11 de septiembre del 2001. Siete años después, les cuento mis memorias.
Yo estaba en Berlín, Alemania. Unos momentos antes, mi acompañante (mi actual ex marido) y yo habíamos ascendido a una ancha calle de la ciudad, desde una estación de metro cuyo nombre jamás registré. Recuerdo haber ido caminando en dirección al museo conocido como Checkpoint Charlie, dedicado al Muro de Berlín, cuando topamos con un grupo de unas quince personas agolpado frente a una vitrina, viendo tres pantallas de televisión. Había una extraña agitación en esa gente: como atraídos por un imán, nos detuvimos y fijamos la vista en los aparatos de TV.
Recuerdo haber visto un rascacielos disolviéndose en humo y polvo. Pensé que se trataría de una película, pero no me cuadraba por qué esa gente estaba frente a esa vitrina a media tarde, viendo esas imágenes y llamando por celular y diciendo cosas en lenguas que yo desconocía. Empecé a preguntar en inglés qué era lo que pasaba, pero nadie parecía comprender. Un muchacho, de repente, dijo "New York" y "attack". Las pantallas de TV ponían un letrero que tampoco me hacía sentido: "America under attack".
Recuerdo que no entendía lo que ocurría. Sin nadie con quien indagar ni cibercafés a la vista, nos dirigimos, pues, al Checkpoint Charlie, a seguir de turistas por dos días en Berlín. (La inolvidable visita de la mañana fue al Museo de Pérgamo, donde los alemanes exhiben los invaluables frutos de sus saqueos de antiguas ciudades griegas y mesopotámicas.) Tras una hora de recorrer el museo del Muro, que muestra variedad de intentos de cruce al Berlín occidental, mis nervios comenzaban a manifestarse.
Recuerdo, al salir del Checkpoint Charlie, haber preguntado por un cibercafé. La Internet tendría que develar el sentido de la inquietante frase "America under attack". Alguien indicó que había un lugar de esos --no eran muy comunes entonces en Berlín-- en el Sony Center en Postdamer Platz. El metro se encargó de llevarnos hasta ahí y tras dar muchas vueltas encontramos un café archimoderno con cinco computadoras conectadas a Internet. Habrían pasado unas dos horas desde el encuentro con el grupo frente a los televisores.
Recuerdo de forma muy vívida el teclado de aquellas máquinas. Era metálico, estaba en alemán y estaba incrustado en la mesa. Las teclas era frías. El sitio era inhóspito y nada familiar. Mis dedos eran incapaces de presionar las teclas y marcar la dirección de una página web para buscar noticias. El sitio de CNN no conectaba, pero sí los periódicos salvadoreños. Lo que aparecía en pantalla era insólito.
Recuerdo que la información me pareció muy escasa. Dos aviones comerciales habían chocado contra las torres gemelas en Nueva York a plena mañana. En aquel momento no se podía anticipar que los atentados continuarían, que el cielo gringo clausuraría el tráfico aéreo y que el regreso hacia Columbus, Ohio --donde había que reanudar los estudios de posgrado-- se postergaría hasta el 16 de septiembre.
Recuerdo ese día 16 porque los aeropuertos y los aviones se habían transformado de súbito en espacios hostiles. En Amsterdam, puerto de salida del vuelo transatlántico, todos los pasajeros fuimos interrogados por las razones de nuestro viaje. Todo entonces era sospechoso. El uniformado pegó una calcomanía roja en mi pasaporte.
Recuerdo que, durante el vuelo y desde mi asiento, vi a un hombre, que hacía cola para ir al baño, tocarse el tobillo derecho. Pensé que sacaría una navaja, nos amenazaría para desviar el avión y hacerlo chocar contra algo. La mujer que iba sentada al lado mío, una gringa chele en sus cincuentas, me preguntó de modo nada delicado por qué estaba viajando hacia "America" y que tenía yo, como extranjera, qué hacer allá. Le expliqué que yo era profesora en la universidad y que tendría que hacerme cargo de una clase en dos días.
Recuerdo que, después de los ataques, a los estudiantes extranjeros en los Estados Unidos nos pusieron más requisitos burocráticos para salir y entrar al país. El aeropuerto de Columbus, que era completamente abierto, clausuró la zona de las salas de espera y las puertas de salida para los acompañantes. Ese diciembre, recuerdo también, los boletos para viajar a San Salvador fueron los más baratos durante los cinco años de vida estudiantil en Ohio. La gringada tenía pánico de viajar en avión. Yo moría de ganas de sentir la "tranquilidad" de San Salvador.
Anteriormente a esa fecha, todo estadounidense en edad de tener memoria en el año de 1963, decía que recordaba lo que estaba haciendo cuando se dio cuenta que asesinaron a Kennedy, hoy se recuerdan de esa fecha hace 7 años. Algunos chilenos dicen que les opacaron su 11 de Septiembre, el de 1973 cuando derrocaron a Allende, una fecha que como latinoamericanos no debemos de dejar que se opaque.
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