miércoles, agosto 20, 2008
Obsesión por la palabra impresa
Tirana memoria, de Horacio Castellanos Moya

Esperamos encontrar en este libro --según lo que anticipa una ojeada rápida-- conflictos familiares y personales, convulsiones políticas e historia salvadoreña novelada desde los cuarentas hasta los setentas. Esperamos, también, la narración vertiginosa y el lenguaje desenfadado que caracterizan al escritor centroamericano.
Lea entrevista reciente al escritor en el periódico argentino Página/12:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3139-2008-08-17.html
El primer viernes de Elena Salamanca

Un color naranja fresco y apetitoso cubre los nueve relatos que incluye Elena Salamanca (San Salvador, 1982) en su primer libro. Último viernes nos conduce por anécdotas de personajes que me recordaron mi vida y otras vidas. Nos sitúa en nueve escenarios distintos y distantes desde sus 94 páginas que puso en papel y tinta la Distribuidora de Publicaciones e Impresos, DPI, en su colección Nueva Palabra.
El cuento "más antiguo" es el titulado "La desafinada canción de Rolando", parodia de una confesión del sacerdote Césare Sabboesso Mare de la Cisterna e Fiore ante el tribunal de la Santa Inquisición en 1423. Con fino humor Elena reúne una amalgama de anacronismos voluntarios y referencias al imaginario de la historia europea en un relato situado en la Tierra de los Ángeles, denominación que da a la actual Inglaterra.
Otro cuento que marca un momento histórico sin decirlo explícitamente es "Yemayá", narración muy sentida de denuncia social. La historia de Yemayá y su abuela transcurre en 1932 en algún lugar occidental del país donde la autoridad "visitaba" las humildes residencias de los campesinos en cacería de indígenas y "comunistas".
Algunos cuentos construyen escenarios más urbanos, como es el caso de "Ángelus dominicus walking down the citizen nominis tu is becoming better", cuyo protagonista vive en el pasaje Guirola, en San Salvador, o "Certezas de él", que transcurre en el espacio doméstico de la pareja y en consultorios médicos de alguna ciudad del mundo occidental.
Los relatos de Elena narran momentos clave de la vida de sus protagonistas: son historias de liberación, de muerte o de toma de conciencia que marcan un antes y un después. La existencia de los personajes no es igual después del punto y aparte que cierra cada cuento. Hombres y mujeres --muchas veces emparejados o desencontrados-- son puestos al borde, en experiencias límite, que los llevan más allá de sus neurosis y sus obsesiones, definiendo el sentido de su trajinar por este mundo.
"Certezas de él", "Yemayá", "'V'" y "La desafinada canción de Rolando" son mis cuentos favoritos de esta primera colección que publica Elena. Los cuatro están marcados por la presencia y la actuación de mujeres (y, a veces, hombres) fuertes que se terminan haciendo cargo de sus vidas, o de sus muertes, luego de atravesar momentos difíciles, confusos o de enorme emotividad.
Si le suena familiar a usted el nombre de Elena Salamanca será porque habrá leído alguno de sus reportajes en la extinta Revista Dominical o en la sección cultural de La Prensa Gráfica o bien en la reciente publicación Séptimo Sentido. La joven periodista publica su primer libro luego de haber sido distinguida con varios premios literarios (Concurso del Instituto de Derechos Humanos de la UCA, 2003 y 2004; Juegos Florales de Ayutuxtepeque, 2004; Premio Nacional de Medio Ambiente en prensa escrita, 2005). Además fue finalista del premio Alfaguara El Salvador 2004 de novela con su título Pan y leche, aun inédito. Ojalá pronto veamos otro título de Elena.
Guerra, prensa y lenguaje

Temprano llegaba el soldado Rainer María Rilke, todos los días, a su pequeño escritorio en el Archivo de Guerra, en la ciudad de Viena, vistiendo un uniforme que –dicen-- le hacía lucir ridículo. El autor de las célebres “Elegías de Duino”, aunque estaba lejos de la batalla, formaba parte de un ejército de escritores al servicio de los planes del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial.
Rilke no llegó allí por su voluntad sino a través de una serie de acontecimientos que comenzaron con una convocatoria para presentarse a filas. El poeta Rilke, tras ser examinado y declarado apto para el servicio militar, pasó a recibir un rápido adiestramiento militar. Su suerte parecía echada. Para su fortuna, en el último instante, la decisiva intervención de una mano protectora hizo posible que en vez de ir al frente, el poeta fuera a parar al Archivo de Guerra. Lejos, muy lejos, de los tiros y los obuses, pero de alguna manera al servicio del enfrentamiento militar.
Aquella guerra, la primera gran guerra moderna, en la que participaron 32 naciones, requería no sólo de operarios en las fábricas, oficiales en los puestos de mando y soldados en la línea de fuego, sino también de publicistas. La guerra era una mercancía que reclamaba que todas las fuerzas, aun las del intelecto, se volcaran a su favor, dice Adan Kovacsics, en su libro “Guerra y lenguaje” (Acantilado, 2007).
Rilke trabajó por algunos meses del año 1916 en aquel Archivo realizando una especie de trabajo de contabilidad, después de negarse a realizar el trabajo de embellecer la carnicería. A su lado había otros escritores --entre ellos Stefan Zweig-- dedicados a reelaborar y pulir con gusto artístico las descripciones de los combates enviados desde la línea de fuego, fabricando actos de heroísmo que luego se publicaban en los periódicos. En el Archivo se publicaron colecciones de libros y revistas, y hasta se llegó a tener un grupo literario integrado por oficiales alemanes aficionados a las letras, bajo el mando de un tal Emil von Belobreska. “Más que un cuartel del ejército”, dice Kovacsis, “(el Archivo de Guerra) parecía una peluquería literaria altamente profesionalizada”.
La poco conocida historia de ese Archivo le sirve al autor de “Guerra y lenguaje” para reflexionar sobre las relaciones entre guerra, política, lenguaje y periodismo. Kovacsis relata el rol que jugaron en aquella época muchos escritores y periodistas para sugerir que las palabras no sólo están inseparablemente ligadas a la organización política y social, sino que “son” esa organización. El lenguaje –sentencia-- constituye un verdadero órgano social.
Kovacsis analiza, entre otros temas, el papel de la prensa y de algunos intelectuales clave (Karl Kraus, Walter Benjamín, entre otros) en la Primera Guerra Mundial. Y asegura que esos momentos de confrontación suelen caracterizarse por la aridez intelectual. “Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de palabras. A la crueldad se suma la frivolidad verbal”, sentencia. No sólo la frivolidad de los contendientes directos, sino también la de los escritores y periodistas.
Esa relación entre guerra y lenguaje sigue presente en nuestros días. Su objetivo, como en los tiempos del soldado Rilke, es convertir a las palabras en un cemento capaz de unir voluntades frente a enemigos reales o imaginarios. En medio de la campaña política salvadoreña, este libro resulta una lectura provocadora y lúcida.
miércoles, agosto 06, 2008
De cartas y temas de conversación
La presentación de Rey Lear: confieso que he reído

http://www.laprensagrafica.com/cultura/1093747.asp
Héctor Ismael Sermeño asegura que el elenco es uno de los más representativos en la historia teatral nacional:
http://www.diariocolatino.com/es/20080711/trazosculturales/56847/
http://tierradecollares.blogspot.com/2008/07/qu-le-pasa-nuestro-pblico.html
Otro bloguero, René, pensaba que el director provocaba las risas de manera intencional:
http://renefigueroa.blogspot.com/2008/07/el-rey-lear-simn.html
El propio Antonio Lemus asegura que la obra será recordada por siempre:
http://www.elmundo.com.sv/PDF/280608opinion.pdf
¿Por qué no hablar de política?

¿Es usted de esas personas que pasan por encima las primeras páginas de los periódicos y se detienen, por primera vez, hasta que ven las ofertas de los súperes? O, incluso más, ¿usted comienza a leer los periódicos por en medio o por atrás, en busca de las notas sobre los artistas de cine y las páginas culturales? ¿Le interesa más conocer el último proyecto de Gael García Bernal que saber si Arturo Zablah va o no va en la fórmula con Ávila, o si Funes participó en la Bajada del Salvador del Mundo en Los Ángeles, California?
Le confieso que soy una de esas personas que daría una respuesta afirmativa a las preguntas arriba formuladas. Si fueran parte de un cuestionario yo respondería "casi siempre" a todas ellas. La política --esa que llena las primeras páginas de los periódicos, los primeros minutos de los noticieros, los espacios de opinión de la mayoría de columnistas y analistas, las conversaciones de un montón de gente seria y no tan seria-- no me interesa. Escasamente hablo o sé sobre ella... a menos que me vea obligada a hacerlo por razones laborales.
¿Por qué no hablar de política? Porque hay cientos de temas mucho más interesantes para una conversación con el prójimo o conmigo misma. El accidente de Álvaro Torres en Chalatenango, las películas que no están dando en el cine, la representación del rey Lear que recién terminó en el Poma, el abuso de la música a-todo-volumen para atraer compradores en cierto tipo de almacenes, el insomnio de Jacinta Escudos, la moda Emo entre los adolescentes, los múltiples usos de los blogs o lo extraño que han caído estas vacaciones de agosto... ¿ya sabe usted que el gobierno regresa a trabajar el jueves 7 y no el lunes 11?
Mi profesora de "Idioma Nacional" en sexto grado, doña Mati de Aguilar, nos enseñó con su gutural voz de recitadora que "de política y de religión no se debe hablar en reunión". Su argumento era que, en las dos materias, cada persona tenía su propia posición y no podía asumir que los demás pensaran o creyeran como ella. Además, una reunión social no debe convertirse en terreno de lucha para ganar prosélitos. Los políticos y los religiosos eran temas, sigo citando lo que recuerdo de doña Mati, que podían despertar pasiones y generar desagradables polémicas. No se debía hablar sobre estos asuntos, pues, más allá de la intimidad... del hogar o de la propia subjetividad.
Los que se apasionan por la política y gustan de comentar sobre el chambre que nutre los distintos medios de comunicación día a día me dirán que doña Mati andaba errada, que aquellos eran otros tiempos --los ochentas, por cierto-- y que la política no solo es interesantísima, sino también fundamental para la vida del país y del mundo. Ciertamente, tienen razón. Sin embargo, también la tengo yo que he hecho de la política un espacio de no-consumo, así como tampoco compro películas pirateadas, música en inglés ni veo televisión (todo lo anterior, salvo de manera excepcional).
No hablar de política no significa, en mi caso, carecer de una posición ciudadana frente a los asuntos de la cosa pública. Ejerzo el derecho al voto desde hace veinte años y espero hacerlo una vez más el año próximo, aunque no sepa en qué fecha exacta serán las elecciones. Pero podría pasar por debajo de agua todos estos meses, sin enterarme sobre lo que hacen o dejan de hacer Rodrigo o Mauricio, las fotos que se toman o dejar de tomar, los amigos con quienes se juntan o se dejan de ver. Demasiada anécdota, demasiado enredo, demasiada información para mi gusto. Me marea.
A veces pienso, en el fondo, que confío en la incipiente democracia del país funciona y seguirá funcionando... o, simplemente, que la vida sigue y se mueve con independencia de los tejes y manejes de ese enrevesado asunto que da de comer a los medios de comunicación.
Cartas a María

Miguel Huezo Mixco
Pocos secretos han sido tan celosamente guardados en La Prensa Gráfica como la identidad de “María”, la autora de una columna de consejos sentimentales que tiene ya cuatro décadas de publicarse de manera ininterrumpida. Celos, infidelidades, desengaños, ilusiones rotas –temas 'eternos', que han nutrido y siguen avivando la literatura, el cine, el las teleseries y las conversaciones familiares-- son algunos de los temas sobre los que María ha opinado a lo largo de todo este tiempo.
¿Sirven para algo las cartas en esta época de mensajes electrónicos? Claro que sí. “Cartas a María”, el nombre de la columna citada, es quizás uno de los últimos bastiones de la literatura epistolar. Sus cartas han intentado, casi por cuarenta años, ofrecer respuestas a las grandes pasiones de nuestros días. Digamos, de paso, que los mensajes de texto de nuestros teléfonos móviles son una nueva forma de la literatura epistolar. A estos se les podrá reprochar la ausencia de belleza literaria, pero tengamos por seguro que en esos apresurados envíos también se condensan sentimientos profundos. Son, si se nos permite decirlo, un nuevo tipo de verso.
¿Quién es ‘María’? No lo sé y quizás nunca lo sabremos. María ha aconsejado a los desencaminados, alentado a los desalentados y sacudido a los hechizados, instalada en el respeto a valores tradicionales. Pero más que al catecismo, ha recurrido al sentido común y al tacto humano para responder a temas espinosos, utilizando pocas palabras, y, sobre todo, sin sermonear. Más allá de que se compartan todos sus puntos de vista, es admirable el trabajo de esa anónima persona que, de ser verdaderas las cartas que recibe, se habría convertido en la mayor confidente de tres generaciones de lectores, hombres y mujeres.
El tipo de cartas que le llegan a María se escriben cuando el corazón vive trances complicados en los que se va la vida. No hay pasiones pequeñas. Mortales comunes y corrientes, al igual que muchos de los grandes héroes de todos los tiempos, se han sumergido en pasiones inopinadas. Algunos consiguen reconstruirse. Otros, en cambio, no logran sobrenadar entre la leche verde del mundo. Y otros, peor aún, viven retorcidos por efecto de uno de los filtros más mortíferos que conoce la sinrazón: la culpa.
Los quebrantos de amor son parte consustancial de la condición humana. El joven que ha ofrecido una boda fastuosa, pero que no puede costear; la mujer enamorada de un pobretón que no encuentra la comprensión de sus padres; el que no sabe si responder a su corazón o a su raciocinio; aquellos que no pueden más con sus secretos y sienten que el alma se les abre en una hemorragia de espinas; y también aquellos que a causa de sus decisiones sienten la mirada quemante de sus censores o sus rivales; la engañada, el desengañado y el defraudado; los que buscamos palabras de aliento y manoteamos para no ahogarnos en un vaso de agua, y todos los que quisiéramos que el amor no acabara aunque terminen los besos.
Que la inestabilidad y la inconstancia son las grandes máximas del amor es una regla que puede deducirse de las consultas y respuestas publicadas en la columna de María. Y que es en el conflicto permanente entre la identidad y la alteridad de los amantes donde se encuentra la llave (apenas una de las llaves) para aniquilar --y también para avivar-- al huidizo amor. Pues para nuestra sorpresa, querida María, bien lo sabemos, el corazón se cansa de lo uniforme, inclusive si es la felicidad.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 7 de agosto de 2008)
Ilustración: M.C. Escher