María Tenorio
--Durante diez días, me dijo el doctor Garay, usted debe observar al perrito. Si lo regalan, se muere o desaparece de su vista, inmediatamente se viene a la unidad de salud, y la vacunamos contra la rabia.
Con esa advertencia y el pinchazo de la vacuna contra el tétano en el brazo derecho, concluyó mi visita a la Unidad de Salud Barrios tras haber sido víctima de una mordida canina. Dos perritos, a los que nunca había visto, se me prendieron de las piernas y uno de ellos me clavó los dientes en la derecha, en el gemelo interior. El incidente ocurrió mientras yo caminaba, como casi todas las mañanas, para hacer un poco de ejercicio, a varias cuadras de distancia de mi casa. Ya en esta, me lavé la herida con yodo pues alguna noción tenía de que la saliva de esas bestias domésticas es altamente infecciosa.
--Tiene que observar que el perro tenga una conducta normal, me dijo el doctor Garay. Si ha perdido apetito o ha dejado de tomar agua, si pasa escondido bajo un mueble huyendo de la luz, si babea en exceso, si camina raro: esos son síntomas de rabia. Si usted nota algo extraño en el perrito, inmediatamente se viene a la unidad de salud, y la vacunamos contra la rabia.
Mi misión era clara. Debía aproximarme a la casa de esos vecinos, contarles la historia y solicitarles su permiso para observar a los perritos (nunca supe cuál me atacó, pues ambos lucen igual, misma raza, misma edad). Acompañada de Miguel, toqué el timbre de la casa de los canecitos a eso de las 3 de la tarde. Tras la ventana apareció una niña de unos 12 años diciendo "no está, no está" y yo no había preguntado por nadie. Le adelanté a la susodicha, quien dijo no vivir allí, que yo había sido mordida por uno de los ladradores animalitos que bien escuchábamos al otro lado de la pared. Aquel intento fallido me llevó a la escritura: redacté una nota dirigida a los "estimados vecinos de la casa 3" contando la historia y la prendí en la chapa de la puerta.
--Hoy por hoy la prioridad es el perro, me dijo el doctor Garay. Y la más interesada en observarlo es usted. Nosotros enviaremos un inspector, pero se imaginará que aquí hay doscientos perros que observar y apenas unos pocos inspectores. Así que le recomiendo que cada dos días visite al perrito y, en caso de notar algo extraño, inmediatamente se viene a la unidad de salud, y la vacunamos contra la rabia.
La escritura dio resultados. Unas horas más tarde, la vecina estaba en mi casa acompañada por su hijo preadolescente. Me trajo las cartillas de vacunación, que escaneé para revisar detenidamente, y me dijo que los perritos nunca habían mordido a nadie y que, además, jamás salían de la casa si no era acompañados. Pues qué mala suerte tuve, le respondí. Al final murmuró un "disculpe", tras insinuar que la conducta de sus mascotas debía haber sido defensiva. Enseñándole la mordida le expliqué a la vecina, cuyo nombre nunca supe, que yo no había provocado a los canecitos de ninguna manera y que vagaban solos por la calle.
--Las mordidas se clasifican en graves y leves, me dijo el doctor Garay, según la distancia respecto de la cabeza. Recuerde que la rabia es una infección cerebral y es incurable, o sea mortal. Su mordida es leve, porque es en la zona abajo del ombligo. Pero aun así puede pasarle la rabia. Así que, ya sabe, en los casos que le he dicho, inmediatamente se viene a la unidad de salud y la vacunamos contra la rabia.
Mis posteriores visitas a los perritos no fueron nada agradables. Cada vez que llegaba me encontraba con un miembro de la familia distinto ante quien debía presentarme. Mirándome con extrañeza accedían a mostrarme a sus mascotas, tras la ventana, rechinando en los dientes un "si los perritos están sanos". Parecía que yo era la agresora y ellos los ofendidos.
--La rabia se transmite de animal a humano, oígame bien, me dijo el doctor Garay. Si el animal está infectado y muestra signos de rabia en los próximos días, es muy probable que se la haya pasado. A eso debemos prestarle atención. Por eso debe estar vigilante. Si observa algún signo extraño, o si los perritos desaparecen de su vista, se viene a la unidad de salud y la vacunamos contra la rabia.
Pasaron los diez días en que mi tranquilidad dependía del bienestar de esos animalitos, cuya especie siempre me ha resultado indiferente o, más bien, considero incómoda para compartir casa con los humanos. Si bien no necesité la vacuna contra la rabia, dentro de un par de semanas debo tomar el refuerzo de la dolorosa antitetánica. Además, mi pierna todavía tiene las marcas de los tres dientes que jamás sabré si fueron de Manchita o de Mota, que así identifican las cartillas de vacunación a mis agresores.
Foto: El Estratográfico, Flickr