María Tenorio
Digamos que el lugar se llamaba La Carreta. Nos habíamos detenido allí para estirar las piernas y almorzar luego de decenas de kilómetros recorridos desde El Salvador cruzando la frontera. Sentados a la mesa, los cinco del grupo esperábamos que la camarera nos llevara los refrescos y los sándwiches de pollo cuando oímos entrar un pícap con un poco usual cargamento: seis jovencitas vestidas estilo cabaret norteño --tops pegaditos, ombligos vistos, chores y botas negras-- acompañaban, en la cama del vehículo, a dos bocinas enormes de las que salía una canción que repetía incesantemente la palabra "pompas".
Las chicas descendieron de aquella plataforma y se instalaron junto a un solitario árbol de navidad, justo a un lado de nuestra mesa en el ranchón. No tardó en bajarse de la cabina del vehículo un panzón bien vestido y de poco sonreír que se acercó a la mujer mayor que estaba tras el mostrador en el restaurante. Era pleno mediodía en la frontera, del lado de Guatemala. Alguien de nosotros preguntó a la mesera de qué se trataba aquello. Para entonces las jovencitas hacían esfuerzos dispares por vencer la vergüenza y bailar al ritmo del musicón que nunca cesó. La mujer dijo que nuestra peculiar compañía promovía una revista. Eso y nada más.
No superábamos la extrañeza del espectáculo inesperado cuando una camioneta 4X4, a todo dar, apareció en el parqueo del ranchón. Descendió una pareja formada por una mujer joven, esbelta y entaconada, digamos muy guapa, y un tipo bajito y fornido, digamos nada guapo, con un arma corta de fuego adosada a su cincho. Una señora pistola. Él se acercó al mostrador a pedir una coca cola y cigarrillos mientras la chica se dirigía al baño. Completó el cuadro un personaje digno de mención: otro tipo, también bajito, fornido y nada guapo, vestido con bermudas y camiseta de marca, que conducía un pequeño perrito, también de marca, con una correa. Ambos habían salido de la 4X4 donde alcanzamos a ver una almohadota enorme y rosada en el asiento trasero cuando la guapa entaconada abrió la puerta.
Confieso que nos sentimos inquietos. Más inquietas, probablemente, mi madre y yo que hace 9 años vivimos un episodio propio de una película de Tarantino: un pícap interceptó la 4X4 en que viajábamos hacia Guatemala --aunque esa vez en otra ruta-- y cuatro de sus pasajeros, bien vestidos y mejor armados, pegados a nuestras puertas, dispararon múltiples veces contra nuestras ventanas. Salimos ilesas aquella vez las cuatro mujeres y los dos hombres gracias a que nuestro conductor no soltó el acelerador y logró zafarse del pícap que tenía contraminado nuestro carro luego de haberlo sacado de la carretera.
Los tipos de La Carreta y la señora pistola nos evocaron la lejana experiencia chapina y nos dieron ganas de huir. Pero decidimos vencer el temor, permanecer en el sitio y no darnos por aludidos. Cuando terminamos nuestro almuerzo, la 4X4 se había marchado, las "bailarinas" tomaban un refresco en la mesa de enfrente y el panzón seguía hablando con la del mostrador. Caro nos cobraron por una comida que nos supo a miedo, pero, como dijo mi madre, más hubiéramos pagado por salir de aquel lugar de fronteras.
Fotografía: www.guate360.com
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