miércoles, julio 08, 2009

Clarice Lispector. Una historia complicada

Miguel Huezo Mixco

La felicidad es una actividad clandestina. La idea no es mía, sino de Clarice. La historia de Clarice es aparentemente simple: nació en Ucrania y emigró con sus padres a Brasil cuando era una bebé con un apellido de apariencia equívoco: Lispector. Ese era su nombre: Clarice Lispector. Escritora. Pero no es su historia la que voy a contarles sino otra, salida de su libro “Donde estuviste de noche” (1974).

Es una complicada historia de amantes revuelta con infelicidad. Comencemos por la mujer del médico. No sabemos su nombre, solo que era la amante de un hombre rico que usaba un alfiler en su corbata, y que ella colgaba una toalla blanca en la ventana para indicarle al amante, que podía entrar.

Y luego está el médico, que cuidó con devoción a la hija del amante de su mujer. La hija del hombre que se cogía a su mujer se llamaba Jandira; tenía 17 años y era fogosa, de ojos y cabellos hermosos. Lo de los ojos hermosos no lo cuenta Clarice, es de mi cosecha. Porque no pude imaginármela de otra manera cuando, leyendo el cuento, me enteré de su tragedia.

Jandira tuvo una gangrena. El cuento no dice cómo enfermó. Pero eso no importa. El asunto es que tuvieron que amputarla. Aquí aparece el cuarto personaje: su novio. Este miró a Jandira con muletas, colmada de una alegría patética que aquel no alcanzó a mirar, y simplemente la cortó. “Novia desfigurada no quería”.

Cuenta Clarice que todos, hasta la sufrida madre de la muchacha, le imploraron al novio que fingiera amarla, lo que no sería tan penoso —le dijeron— pues la novia tenía los días contados. Y en efecto: tres meses más tarde, con los hermosos ojos que yo le he atribuido, extrañando al novio y asustada con la muerte como niña que tiene miedo a la oscuridad (así la describe Clarice, en un párrafo inolvidable), la jovencita murió.

La historia se complica. El novio, de apellido Bastos, cuando todavía era el novio de la hija del hombre que era la amante del médico que la atendió, tenía una mujer. No sé si me explico. Es un enredo. A mí me costó entenderla, pero ese es el estilo de Clarice. La mujer tenía celos de Bastos. Nunca sabemos porqué. Tampoco importa. Una noche, mientras aquel dormía, le deslizó un hilo de agua hirviendo dentro del oído. Antes de desmayarse, Bastos sólo tuvo tiempo de dar un grito que podemos adivinar debió ser horrible. Casi muere, pero no murió.

Ella cumplió una breve condena en la cárcel y al salir, no se imaginan, Bastos y la mujer volvieron a estar juntos. El amor, quién lo entiende. Para entonces, Jandira ya había muerto, hace tiempos, lo cual nos trae a cuentas al médico que la cuidó. Ahora sabemos que este siempre supo que su mujer era amante del padre de la niña. Y que también lo sabía su mujer. Digo, la esposa del hombre de corbata con alfiler. Pero nunca le dijo nada, pues este –dice Clarice-- era rico y la gente respeta y halaga mucho a los triunfadores.

No sé qué destino tuvo toda esta gente, concluye diciendo Clarice. Y añade: “¿Qué hacer con esta historia? Tampoco lo sé, la doy de regalo a quien la quiera, pues estoy harta de ella”. No me reprochen esta manera de terminar la historia. “Todo lo que escribí es verdad y existe”, dijo una vez. Es el estilo de Clarice.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 9 julio 2009)

1 comentario:

  1. Anónimo10:44 a. m.

    Líndisima columna!, acepté la invitación de tomar en mi vida ese enredo maravilloso que dejo de regalo.

    Roxana Delgado

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