miércoles, abril 29, 2009

Tapabocas

María Tenorio

Me cuenta mi abuelo que cuando él tenía unos 20 años comenzaron a usarse los tapabocas. Antes la gente exhibía, sin pudor, sus labios y sus narices por la calle. No les daba vergüenza mostrar esos tres orificios tan íntimos en los buses o en los centros comerciales. Los adultos iban a trabajar con la mitad inferior del rostro al descubierto. ¡Increíble!

Entonces allá por el año 2009 cayó una peste sobre la humanidad. Mató a muchísimas personas en todo el planeta, en los cinco continentes, en los países ricos y en los pobres. Por más que buscaban vacunas y tratamientos, los efectos de la bacteria o virus sobre el organismo se lo acababan en pocos días. Parecía una gripe, pero también afectaba el estómago. Era algo terrible.

Antes de la plaga, recuerda mi abuelita, algunos hombres se quitaban todos los pelos de la cara. A eso se le llamaba afeitarse. Había otros que se dejaban una hilera peluda sobre el labio superior, un bigote. Las mujeres, por su lado, lucían sus bocas con toda naturalidad y acentuaban el color con unos crayones gruesos a los que llamaban pintalabios o lápiz labial. He visto un par de esos artefactos en la vitrina de la sala de la niña Isa, mi vecina que colecciona antigüedades.

La peste estaba asociada con el cerdo. Mi abuela comenta que aquí en El Salvador ese animal tenía muchos nombres. Le decían tunco, chancho, cuche, cochino, puerco. Era gordo y rosado. Ahora solo lo conocemos por los libros de texto. Cuando yo estaba chiquito aparecía en todos mis libros de colorear. Y mi madre me leía el cuento de los tres cerditos. Me parecían unos animales tiernos. Pero hubo que acabar con esa especie maldita. Fue una extinción provocada por los humanos.

Me cuesta imaginarme cómo la gente podía ser tan desinhibida. Si a mí me da pena que mis padres y mis hermanas vean que me están saliendo pelitos alrededor de la boca. Y en aquellos tiempos de mis abuelos exhibir esas partes privadas era lo normal. No era que desconocieran los tapabocas o mascarillas. Pero solo se usaban como accesorios para protegerse del polvo, la contaminación o las enfermedades.

Hasta que cayó la plaga del cerdo. Los gobiernos comenzaron a distribuir mascaritas. Eran bien sencillas, de papel, como las que hoy llevan los pobres. (La niña Isa tiene un tapabocas celestito en la vitrina de los pintalabios.) Con el paso del tiempo se dieron cuenta de que las personas no podían andar por ahí, con sus partes superiores al aire. Una cuestión de higiene hizo dar ese paso hacia la civilización.

Yo no recuerdo el primer tapabocas que cubrió mi cara cuando nací. Me lo bordó a mano mi tía, según dicen, al igual que los rosaditos de mis hermanas, decorados con perlitas enanas. Mi abuela se enorgullece de esas mascaritas. Son todas plisaditas, de lino egipcio. Cuando tenía dos años, dice mi madre, mi papá me trajo una de marca Puma cuando fue de viaje a Nueva York. Es chivísima, no ha pasado de moda, quizás hasta le sirva a mis hijos. Está guardada en mi baúl de recuerdos.

2 comentarios:

  1. Anónimo4:52 p. m.

    Un cuento truculento.

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  2. A mí esto me ha recordado mucho el cuento "La flor del Espíritu Santo", de Jacinta.

    Y veo que las catástrofes y su consiguiente histeria colectiva te estimulan!

    Me gustó.

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