Miguel Huezo Mixco
Decía Roberto Bolaño que la única patria para un verdadero escritor es su biblioteca, no importa que esta se encuentre en estanterías o dentro de su memoria. Yo perdí una patria durante la guerra: una biblioteca de unos dos mil volúmenes. Al terminar "el conflicto" la fui reconstruyendo poco a poco. Se convirtió en mi nueva patria y un poco en mi cruz, lo cual es una tautología porque la patria de uno también es su cruz.
Si mi biblioteca es mi patria yo he sido un expatriado impenitente. Por diferentes razones, en los últimos quince años he vivido en once casas diferentes. En ese mi exilio, que me ha llevado a andar por la vida como un perro que busca su hueso, casi nunca he tenido juntos a todos mis libros. Cuando he conseguido reunirlos, como por obra de una maldición, me veo forzado a dejarlos, con el riesgo de perderles, o se convierten en objetos de complicadas negociaciones.
Ahora, solo una pequeña parte de mi patria está conmigo. La otra, la más grande, vive en mi memoria mientras llega el momento en que todas esas voces --poetas, narradores, fotógrafos, pintores, filósofos, aventureros-- se reúnan en sus nuevos anaqueles como en derredor de una hoguera. Desde que recomencé mi expatriación, abandonando y recobrando mis libros, desde que me hice trizas, desde que me rejunté solo por pedazos, desde que me exilio en inesperados vecindarios, soy el habitante de una patria descuartizada.
Se me ocurre hablar sobre esto en medio de la lectura, quizás tardía, de la obra del chileno Roberto Bolaño, cuyo nombre, hasta hace poco, no significaba mucho para mí. Sabía quién era, desde luego. Inclusive, teníamos amigos en común. Pero su nombre para mí solo era el de alguien repentinamente exitoso --o exitosamente repentino-- que ilustraba las listas de precios de los catálogos literarios. Y así como me resisto a leer las novedades que emergen de los premios patrocinados por los grandes consorcios editoriales, con esa misma obstinación me negaba a leer a Bolaño. Ni siquiera su muerte en 2003, lamentada en todas las lenguas, consiguió decidirme a comprar uno solo de sus libros.
Hace poco sucumbí al encanto de su pluma. Por obra y gracia de una lectora de literatura latinoamericana, leí "Amuleto". Es esa breve novela Bolaño cuenta la historia de Auxilio Lacouture, una uruguaya exiliada en México, que conoció a la olvidada poetisa Lilian Serpas, y que durante la invasión del ejército a la UNAM, en 1968, escapó de los milicos escondiéndose, con los calzones en los tobillos, en los servicios sanitarios de la Facultad de Filosofía y Letras. Desde ese mirador, a donde su memoria vuelve, Auxilio mira pasar el torbellino del pasado como una exhalación de aire caliente, y escucha entonar un canto a una generación de jóvenes latinoamericanos que marchan al exilio y la muerte. Un canto que es un canto de guerra y un canto de amor.
He decido robarme ese libro. No el libro en sí, que es de María, y que se encuentra alojado, como huésped de honor, en un entrepaño de mi pequeña patria, mi patria descuartizada. Me he robado algo que tiene que ver con la pasión, con el coraje y el arrebato, y con la lealtad a asuntos intangibles, como la mayor parte de las cosas que valen la pena, y con la legitimidad de la aventura, y con el alivio de reconocer que nunca es tarde para nada.
(Publicado en La Prensa Gráfica el 30 de octubre de 2008.)
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