miércoles, octubre 01, 2008

Carlos Monsiváis en Tijuana

Miguel Huezo Mixco

La garita de San Ysidro, en Tijuana, es una rendija entre dos mundos. Estuve allí el pasado fin de semana con colegas y amigos que habíamos llegado a Tijuana, México, para participar en el Encuentro de Latinidades II. El evento, organizado por el Convenio Andrés Bello, reunió a estudiosos de América Latina y España para dialogar sobre las transformaciones culturales protagonizadas por los migrantes latinoamericanos en todo el continente y en la Europa mediterránea.

Al final del encuentro algunos decidimos cruzar la frontera más transitada del mundo, ubicada a unos pocos minutos de nuestro hotel, al lado del fatídico “muro de tortilla”. En esa zona de la frontera se produce día y noche la migración salvaje, la de los "sin papeles" que buscan trabajo en Estados Unidos, entre los que se cuentan millares de salvadoreños. Para estos nuevos constructores de América no hay una puerta de oro, sino un muro. Esa barda almenada que domina el paisaje del norte de Tijuana, también está presente en las pesadillas de millones de familias a uno y otro lado de esa frontera. Ese muro está íntima y confusamente ligado al hecho mismo de ser “latino”. Yo tenía, pues, que tocar, oler, odiar esa frontera.

Pasar por aquel lugar fue una especie de peregrinación. Al momento de cruzarla, entre la multitud que caminaba hacia las ventanillas de control, como quien va en una romería, recordé las palabras que solo unos días atrás había pronunciado Carlos Monsiváis --uno de los más brillantes intérpretes de la cultura latinoamericana-- en la inauguración del evento: la travesía del migrante, aunque la haga a solas, siempre es un asunto relacionado con su tribu: los parientes, los amigos, el barrio, el cantón… En la garita de San Ysidro me sentí parte de esa tribu, y agradecí la lucidez del escritor mexicano.

Admiro la obra de Monsiváis desde mis días de estudiante. Por eso, cuando en el recinto del Colegio de la Frontera Norte (El Colef), sede principal del evento, me dijeron que Monsiváis había llegado, me escabullí con la intención ir a saludarlo. Hace algunos años tuve el honor de presentarlo en el Museo Nacional de Antropología (MUNA) de San Salvador y, poco después, cuando el Museo de Arte (MARTE) me encargó la curaduría de la exposición retrospectiva de la obra artística de Toño Salazar --el migrante salvadoreño más notable, fallecido en 1986-- Monsiváis respondió mis correos electrónicos donde le hacía preguntas relacionadas con la estadía de nuestro artista en México. Desde entonces supe que Monsiváis y yo tenemos un gran amigo en común.

Bajando las escaleras alcancé a verlo: grueso, pequeño, con el pelo blanco y revuelto. Me acerqué. “--Hola Carlos… ¿Me recuerdas?”, le dije, mientras le estrechaba la mano. Como no estaba seguro que me recordaba, me apresuré a decirle: “--Te mandé el catálogo de Toño Salazar…”. Monsiváis sonrió y respondió que sí, que lo había recibido y que me recordaba. “--Estuvimos en El Salvador”, me dijo, asertivo.

En ese momento, un avispero de periodistas se abalanzó sobre él con sus micrófonos y teléfonos móviles. Monsiváis les pidió, con un ademán, que esperaran un momento. “Oye”, me dijo en tono confidente, “finalmente conseguí algunas caricaturas originales de Salazar, entre ellas una de José Juan Tablada y otra de James Joyce”. Los pocos minutos que siguieron los dedicamos a hablar de nuestro común amigo. Me preguntó cómo estaban las cosas en El Salvador. Algo le dije, rápidamente. Los periodistas lo esperaban. Nos despedimos. Volví a mi asiento. Minutos más tarde, Monsiváis ingresaba al auditorio a hablar con las palabras de nuestra tribu.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 2 de octubre de 2008)

Enlaces sugeridos:

Conferencia magistral de Carlos Monsiváis

El Centro Cultural Tijuana

1 comentario:

  1. Toño Salazar era un genio. ME gusta mucho lo que escribe, por eso visito seguido este lugar.

    Saludos.

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