María Tenorio
¿En qué te puedo servir?, le dije a Edwin (nombre ficticio) desde el escritorio mientras con mi mano derecha lo invitaba a sentarse. Se le veía preocupado, se mordía las uñas igual que cuando toma un examen. Es que mire, María, estamos por terminar ciclo y tengo claro que no voy a pasar su materia. Pues sí, asentí. Es que mire, continuó, en el colegio yo odiaba las clases de Lengua y Literatura. Jamás le encontré sentido a lo que me daban para leer ni a lo que nos dejaban para escribir. Desarrollé una especie de parálisis hacia el español... porque no me ocurre lo mismo con el inglés. Ajá, y cómo te explicás que te haya ocurrido eso, indagué.
Entonces el universitario me contó que le dieron a leer libros “horribles” que no tenían nada que ver con su vida real ni con su vida imaginaria (sus sueños, deseos, aspiraciones). Difícilmente recuerda algún título leído. (Yo, en mi mente, los nombraba: El cantar del mío Cid, La Ilíada, Don Segundo Sombra.) Luego, los deberes que le asignaban consistían en redacciones de 800 palabras --más largas que este texto que usted lee-- explicando los sentimientos o los conceptos de un poema o un cuento, a partir de las ideas de su cabeza. (Esto último me pareció un exceso desde el punto de vista del joven, pero también desde el del profesor. Yo también odiaría la literatura, pensé. Me pregunté cómo aquel docente no se aburriría de leer y de corregir tanto palabrerío. ¿Es que era masoquista?)
Mi mirada hacia Edwin cambió desde aquel momento. Me imaginé sola ante un poema de Darío o de García Lorca; ante un cuento de Azorín o de García Márquez. ¿Cómo haría para producir 800 palabras en torno a un escrito probablemente ajeno a mi mundo real o imaginario? ¿Cómo me las arreglaría para armar cinco, seis o siete párrafos bien encadenados, donde expresara ideas claras y distintas, que además resultaran significativas, a partir de un poema o de un cuento? La respuesta mía, de Edwin y de la mayoría de estudiantes sería parecida: escribir paja para llenar el espacio fijado por el docente sin preocuparse mayor cosa por la estructura, por el contenido, por la calidad de la lengua escrita. En otras palabras, echarle levadura a cada frase, a cada párrafo, hasta alcanzar la extensión requerida.
La conversación con Edwin me hizo entender una de las inquietudes más frecuentes de mis alumnos en torno a la escritura. Muchos creen que la clase de redacción se trata de vomitar letras en el papel o en la pantalla. Se sienten desamparados ante la hoja en blanco y algunos, como este chico, llegan a desarrollar verdaderas fobias hacia las actividades académicas centradas en la lengua.
Desde hace años enseño redacción a estudiantes de primer año, de distintas carreras, en una universidad privada de El Salvador. La materia no está orientada a producir textos literarios, tampoco a repasar gramática u ortografía. Más bien ofrece estrategias para defenderse por escrito en el ámbito académico y, luego, en el profesional. Es decir, pretende que se consiga claridad y corrección al responder exámenes y escribir informes, ensayos, resúmenes, etc.
Edwin me ha dejado pensando en mi práctica como docente. ¿Qué tareas son adecuadas para jóvenes menores de 20 años? ¿Cómo hacemos para que no se congelen ante la pantalla en blanco? Las respuestas que, por el momento, se me ocurren pasan por el uso intensivo y guiado de internet... pero de eso hablamos otro día.
Ilustración: Retrato de Azorín, por Ignacio Zuloaga, 1941
Quizá mi opinión se relacione con el tema, o talvez no.
ResponderEliminarAun con lo sonso o elitista que pueda sonar esto, admito que los mejores lectores jovenes que conozco en este perezoso país, ejecutan sus lecturas en lengua inglesa, y ello como resultado de haber estudiado en un 'buen' colegio bilingüe...porque vaya que hay muchos malos. Pero, en lo concerniente a su manejo de las artes verbales en lengua castellana, todos son unas penosas vacas echadas. Y perdón por el absolutismo.
¿Por qué ocurre esto? Pues no sé; aunque voy a barruntar que se debe al cotejo que realizan estos jóvenes de manera 'inconsciente', entre la eficiencia y economía de la narrativa inglesa y la circunspección del acantocastellano.
La hipótesis a que llegó, después de escuchar a su alumno María, me parece válida; sin embargo, dudo que esa fóbia resulte, únicamente, del engorroso trámite de pedirle vertir en palabras su parecer al alumno, sobre una literatura que es ajena a sus inclinaciones.
Como dice Iris M. Zavala: 'Leer es elegir'. Y con todo lo que esta frase puede implicar, lo cierto es que el cerebro de muchos jovenes 'bilingües' elige leer en inglés en detrimento del español. El verdadero bilingüismo es una entelequia. Claro, sus excepciones habrán.
Creo que el problema empieza desde el momento en que no hay planes de lectura que inviten a los niños a leer. Se tiene la idea que los clásicos deberían ser el primer escalón, cuando debería ser lo contrario.
ResponderEliminarLa lectura debería ser para los niños una experiencia divertida. Con el paso de los años, y ya con el hábito adquirido, se puede ampliar su abanico de autores. La lectura ayudaría a los niños a mejorar su redacción, siempre con la orientación de sus maestros.
YO TAMBIÉN ODIÉ LA LITERATURA
ResponderEliminarNo me avergüenza decir que yo me gradué del colegio sin haber leído la gran mayoría de obras maestras de la literatura, obligatorias en las clases de Idioma Nacional y Letras. De hecho, es la realidad del 80 % de los jóvenes en el colegio.
Esto definitivamente tiene que ver con los programas diseñados para primaria y educación media, que no ofrecen planes atractivos para inculcar el hábito de la lectura. Concuerdo totalmente con Arbolario en ese sentido.(Hola, S.!) Tiene que ver también con los hábitos de nuestra sociedad en general, pues en El Salvador no se promueven el teatro, la ópera, el cine basado en literatura, o la música clásica, que son ramas cuya asociación a la literatura es bastante frecuente.
Como docente de lenguaje y literatura y redacción (en inglés y español), también sufro ideando maneras de cubrirles con dulce colorado las obras obligatorias, para que las mastiquen aunque sea a regañadientes y sí creo que soy afortunada de vivir en la era digital donde los recursos en línea son ilimitados. ¡Benditos sean la internet, las redes sociales, sus hermanos y primos!
Sueño con que un día se reúnan (nos reunamos) un grupo de profesionales para diseñar programas de estudio más efectivos y que respondan a las necesidades de nuestros alumnos. ¿Se animan?
Hola María, gracias por el nuevo artículo. Me siento identificado como alumno y docente pues nunca me gustaron los textos de la escuela, siempre leí otros libros que eran de mi interés y que jamás escuché de ellos en clase. Creo que lo peor en nuestro sistema educativo es la tradición. Por cierto yo aprendí a leer con las historietas, incluso ese mundo del "comic" es un territorio invaluable del lenguaje. Saludos.
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