miércoles, febrero 16, 2011

Por qué no leo a los clásicos

María Tenorio

Aunque los libros clásicos, como cualquier producción literaria, son dignos de ser estudiados, no son para mí una opción de lectura por placer. Así como evito el cine hollywodense que promueven los periódicos y la televisión, mi consumo de literatura huye también del mainstream culto y consagrado. De dónde me viene esa rebeldía exactamente no lo sé. Sin embargo, una palabra resulta clave para entender el meollo de mi rechazo: universalidad.

De los libros clásicos se dice que cuentan historias o dibujan imágenes que trascienden la época en que fueron producidos, y que hablan de conflictos y sentimientos humanos de carácter universal. Se subraya su innegable calidad de modelo literario de todos los tiempos. Así, son propuestos como fuente de sabiduría en la que siempre habrá agua fresca para beber. Ítalo Calvino, en su Por qué leer a los clásicos, afirma que “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. No pasan de moda, se dice de ellos.

Aunque lo dicho en el párrafo anterior fuera cierto, esos valores no están contenidos de forma intrínseca en las obras clásicas. Son características atribuidas desde fuera. Los clásicos han sido “construidos” como tales en el tiempo y en el espacio. Durante décadas y durante siglos una sucesión de editores los ha publicado; una cadena de críticos los ha alabado; escuelas de académicos los han estudiado; incontables maestros los han enseñado y muchos intelectuales han contribuido a divulgarlos. Todas esas operaciones, sin las cuales los clásicos no serían tales, han dado forma al canon de la literatura occidental (que se hace llamar “universal”).

La supuesta “universalidad” de los clásicos ha sido proclamada desde un punto del planeta que mira a todos los demás hacia abajo y que se abroga el derecho de decir cómo debe ser y hacerse literatura: cómo se debe contar historias, cómo se debe plantear conflictos, cómo deben ser los personajes y los narradores, etc. Los modelos que ofrecen los clásicos son, aunque muy ricos y variados, eurocéntricos y, en ese sentido, nos enseñan a vernos a nosotros mismos --tercermundistas-- desde una perspectiva ajena.

Estoy consciente de que la lectura y el conocimiento de los clásicos han sido transmitidos de generación en generación como un acervo que identifica y distingue a una cultura, una sociedad o un grupo determinado. Así, por ejemplo, los clásicos ingleses forman la matriz del canon literario de la Gran Bretaña y del mundo angloparlante. Sin Charles Dickens, el autor de Oliver Twist, la cultura inglesa no sería la misma. Piénsese también en España e Hispanoamérica sin el Quijote, o en Italia sin La divina comedia. Los libros clásicos forman parte de los símbolos en los que se reconoce una cultura. Son, además, esos textos que no hace falta leer para estar al tanto de qué tratan: el cine, las artes plásticas, la música, la tradición oral culta y los resúmenes, entre otros, nos familiarizan con sus personajes, anécdotas y autores.

Ahora bien, sin negar el valor simbólico e histórico de los libros clásicos, me resisto a pensar que me convenga leerlos o, más aun, que debería hacerlo para ser culta, para adquirir vocabulario o para tener temas de conversación. Si un clásico me reportara placer, sin dudar lo leería; sin embargo, su aura de obra maestra universal en vez de atraerme, me disuade. 

Ilustración: Las señoritas de Avignon, de Pablo Picasso
(Publicado en Contracultura)

7 comentarios:

  1. Yo solo leo clásicos, y pocas veces me arrepiento (algunos hasta resultan ser muy divertidos, como las comedias griegas).

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  2. Anónimo7:56 p. m.

    hay de clásicos a clásicos, de géneros a géneros, pero así como los grandes músicos calientan con ejercicios básicos antes de realizar sus obras maestras, así también el artista literario retoma de vez en cuando estos clásicos para buscar inspiración, los clásicos para mí son arquetipos los cuales no indican como debemos ser pero son guías a seguir, la validez lo da el tiempo y si han durado tantos años algo de valederos tendrán...

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  3. curiosa tu opinión de los clásicos, aunque se supone que nosotros, los que dedicamos nuestro talento al arte literario (o lo intentamos) debemos leerlos, para saber, gustar y percibir cómo se escriben los buenos libros.
    A título personal, he leído algunos, otros se me han resisitido (claro, le hecho la culpa a éllos) pero si he tenido un placer al leerlos, tienen expresiones, frases, y giros argumentales geniales, por ejemplo las tragedias griegas, son memorables.
    A pesar de ésto, estoy de acuerdo contigo, esos clásicos son representantes de un zona geográfica muy determinada, para ser justos deberíamos tener a disposición los clásicos de oriente medio y del lejano oriente, así como leer a los nuestros, los latinoamericanos, los precolombinos. Pero el problema esta en la disposición para obtener esos libros, he ahí la dificultad.

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  4. Anónimo3:25 p. m.

    Yo diría que una obra literaria que se considere clásica es aquella que por su estilo literario y su contenido marca una tendencia. Un libro clásico captura la atención de diferentes lectores porque satisface la busqueda universal del sentido de las cosas, de la vida, asi el lector sea conciente o no de este proceso siempre sentirá la descarga emocional del mundo en la obra. Una obra clásica está avalada por el tiempo.
    Mariana

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  5. Anónimo5:30 p. m.

    Interesante punto de vista, María. La lectura es un placer y si lo que usted está leyendo ahora lo disfruta, siga por ese camino.

    Por otro lado,existe la posibilidad que esos libros que usted lee ahora, lleguen a ser clásicos en el futuro.

    Saludos.

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  6. María, qué alegre leer esto. Concuerdo. Yo (creo que) «aprendo» más de los libros que disfruto realmente que de aquellos que me ha tocado leer porque «hay que leerlos». Si realmente hubiera textos claves para ser «buen» escritor, bastaría con leerlos para serlo. Obviamente, no es así.

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  7. Este escrito propone ideas cautivantes, pero también algunas que no lo son. Empezando por estas últimas le diría, parafraseando a Gayatri Spivak, que discutir la universalidad de los clásicos en un discurso articulado según la epistemología del saber occidental, es trabajar en realidad con los mismos mecanismos utilizados desde siempre por el discurso colonial.

    El tema de la descentralización de las subjetividades, que a juicio mío es el trasfondo de su intervención, lo inauguró Marx, Nietzsche y Freud. Pero ha llovido mucho desde entonces, hasta el punto que el viso que adquirió gracias a pensadoras de la talla de Spivak, resulta adorable pero pertubador.

    Su acierto estriba en aquello que Merleau Ponty ya señaló: 'La conciencia es perceptiva y, por tanto, no existen certezas ideales y universales en el plano de las ideas'. El cogito cartesiano no puede hacerse universal. Este es el busilis. El planteamiento de Ponty naufraga en varios aspectos, sin embargo, nadie antes que él abordó este tema con tanto desenfado. A este respecto Lacan argüiría, que el goce del 'Otro' no debe imponersenos.

    He leido por ahí que los antiguos griegos conocieron la literatura Sangam de la India. Y leyéndola comprendieron, o al menos eso parece, que hay otras maneras de verse a uno mismo. Pero como usted bien señala, las operaciones (en este caso imperialistas) que le conceden su universalidad a un tipo de proclama en particular, prescindieron a la postre de aquella comprensión.

    Levi Strauss decía, bromeando pero en serio, que si los argivos en su apogeo hubieran decidido 'conquistar' América, por decir algo, otro gallo nos hubiera cantado.

    De niña, mi hermano me leía los clásicos de Grolier. Claro, No todos. Más adelante los leí, casi todos. No me arrepiento. Pero cuando me piden una recomendación prefiero nombrar a Kureishi, Kawabata, Roth, Lispector o Donoso. Solo en las colecciones de Casa de las Americas hay tantos libros estupendos pero que son casi desconocidos. Vagando por este blog me he topado con excelentes recomendaciones literarias. No había notado este post, hasta hoy. La felicito.

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