miércoles, agosto 04, 2010

Vivir de la literatura

María Tenorio

Guadalupe Castellanos sueña con dedicarse solo a escribir: vivir de sus libros. Por ahora se ha autopublicado un libro de cuentos infantil, "La historia sin fin de Alissa, una lata de soda", que comercializa en librerías locales. Formada como maestra de parvularia, descubrió su vocación literaria hace un par de años. Esto me contó mientras esperábamos que iniciara uno de los conversatorios del Encuentro Internacional de Escritores, organizado por la Secretaría de Cultura. "A ellos los miro allá arriba", me dijo refiriéndose a los cinco participantes de esa noche.

Veinticuatro horas después, en el mismo salón y en otro evento distinto, el narrador más prolífico del país confesaría que la literatura no le da para vivir. "No vivo de mis libros", dijo textualmente Horacio Castellanos Moya, el único salvadoreño multipublicado por una de las editoriales más fuertes del universo hispanohablante, Tusquets, con sede en Barcelona. El autor de "El asco" habló, en un conversatorio con Miguel Huezo Mixco patrocinado por el Centro Cultural de España, sobre cómo ha tenido que combinar el trabajo periodístico y el docente con el literario para ganarse la vida.

No pude evitar la asociación entre las confesiones de los dos Castellanos, que no son parientes y ni siquiera se conocen. Mientras ella aun no se considera "escritora", el otro es un profesional con más de una docena de títulos publicados y traducciones a varias lenguas. Después de oír a Horacio me pregunté si hay esperanza para Guadalupe. En lo que sigue les contaré por qué creo que no, pero también por qué creo que sí la hay.

El país que no existe

"A mí me gustan tus libros, lástima que no tengas país", le dijo el dueño de Tusquets a Castellanos Moya. Este creyó que se refería a su vida errante: el escritor ha vivido en México, en Guatemala, en El Salvador, en Canadá, en Costa Rica, en Alemania, en Estados Unidos y hasta en Japón. Sin embargo, no era así. "No tener país", para el mercado editorial, significa carecer de una red de consumidores de la nacionalidad del autor que asegure a la editorial un colchón de ventas para sus libros. En otras palabras, por más que muchos salvadoreños lean a Moya, tan poquitos adquieren sus libros que no conforman un mercado significativo para una editorial de la talla de Tusquets.

La cuestión no deja de ser paradójica. Horacio dio el salto a ser publicado por una editorial internacional, de amplísima distribución, a cambio de casi desaparecer para su país, donde sus libros apenas llegan y apenas se venden porque son muy caros y muy pocos los compran.

Los libros de literatura que se venden ampliamente aquí son los que se leen por obligación en el sistema educativo formal. Y punto. Pareciera que más allá de ese brevísimo canon escolar, el "país" se disuelve, se agota. Como dice Jesús Martín Barbero en su libro "De los medios a las mediaciones": "La posibilidad de 'hacerse naciones' en el sentido moderno pasará por el establecimiento de mercados nacionales, y ellos a su vez serán posibles en función de su ajuste a las necesidades y exigencias del mercado internacional" (164). El Salvador, para las letras, es un mercado incipiente y, visto desde una editorial grande de fuera, absolutamente irrelevante.

Producir cultura

La semana pasada el pequeño mundo literario de San Salvador tuvo una agenda excepcionalmente nutrida. Además del oficial Encuentro Internacional de Escritores y de los dos eventos en los centros culturales de España y México con Horacio Castellanos Moya, se inauguró la Fundación Claribel Alegría; se presentó un libro de crítica literaria de Beatriz Cortez, otro de historia literaria editado por Ricardo Roque Baldovinos y Valeria Grinberg Pla, el número 102 de la revista Cultura, una novela de Samia Bou Zaid y otros eventos más. Varios cientos de personas pulularon en todas esas actividades que, más allá de los anuncios pagados, apenas fueron cubiertas y difundidas por los medios de comunicación. Sin duda otro fenómeno relacionado con el país que no existe o, mejor dicho, con lo que no existe para el país.

Carlos Wynter Melo, uno de los participantes en el Encuentro, contó que ha conseguido vivir de la literatura en su natal Panamá: tiene una editorial, imparte talleres y escribe libros. Es una noción amplia que va un poco más allá de solo dedicarse a escribir, pero es un camino viable en países como estos donde los públicos lectores son pequeños y los mercados, embrionarios. Es una opción semejante a la de otros ámbitos de la producción cultural, en la que escritores se encuentran con cineastas y videoastas, artistas visuales, teatreros, bailarines, guionistas, dramaturgos, coreógrafos, entre otros.

Hoy por hoy, en este país y en los vecinos, la posibilidad de especializarse en algún ámbito del sector artístico-cultural es una excepción, un sacrificio o un mero anhelo. Que se haga realidad en un futuro pasaría, a mi juicio, por la creación de un mercado propio, idealmente centroamericano para que no fuera tan chiquito, que volviera autosostenible la producción de bienes culturales: no solo libros sino obras de teatro y danza, películas y documentales, música. Aquí Guadalupe tiene más esperanza que Horacio: ella misma puede contribuir a generar su propia demanda desde la escuela parvularia sembrando en los niños la afición por leer más allá de las aulas. La formación de públicos es fundamental para que El Salvador, por fin se vuelva, un "país que exista".

Ilustración: V. Kandinsky

1 comentario:

  1. Excelente artículo, María. Yo creo que los que amamos leer, debemos contagiar a nuestros vecinos o amigos de este grato placer.

    Gracias por permitirme opinar.

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