miércoles, enero 07, 2009

De visita en Catedral metropolitana

Miguel Huezo Mixco

La visita al centro de San Salvador --colmado de historia, memoria y olores-- es una de las estaciones del tour que ofrecemos a los amigos que vienen al país. Esto incluye, desde luego, la visita a la cripta de Oscar Romero, el obispo mártir, una de las personalidades más sobresalientes de la historia salvadoreña.

Repetimos la visita este domingo, con George Yúdice y Sylvie Durán, que llegaron el 1 de enero para celebrar aquí el nuevo año. George es una referencia obligada en los estudios sobre la cultura en el mundo entero. Sus padres, salvadoreños, emigraron en la década de los años 40 a Nueva York. Ese paseo por el centro era para él, en muchos sentidos, saltar de las imágenes de la televisión y de las postales al mundo real.

La ciudad comenzaba a desperezarse después de la resaca de la fiesta. En las calles, los promontorios de basura lucían como una pesadilla futurista. Cuando ingresamos a la cripta, tuve la clara sensación de que en ese lugar existen dos iglesias. Una es la iglesia de arriba, la de los altares bañados en pan de oro, coronada por una cúpula extravagante donde alcanzan a distinguirse algunos indios emplumados presentando ofrendas. La otra es la iglesia de abajo, la cripta de Romero, a la que se accede como descendiendo por la boca de un metro: medio abandonada, medio oscura… Paradójicamente, allí descansa uno de los seres más luminosos que ha dado este pueblo.

Son muchos los que aseguran que Romero hace milagros. Milagros pide el pueblo desesperado: curaciones (hacer andar a los tullidos y aliviar zozobras: soplos cardíacos que no son solo de amor). Pide también prodigios sociales. Esa tarde, leímos con cierto estremecimiento un mensaje, dejado sobre el féretro de Romero, en donde una madre le pedía el milagro de conseguir un empleo para su hija.

Subimos a la iglesia de arriba, caminamos entre los feligreses que llevan sus veladoras hasta la imagen de un Cristo tocado con la bandera nacional. Asediados por las preguntas de nuestros huéspedes, salimos a la calle bajando por la escalinata que un 8 de mayo, en 1979, se entintó de sangre. Desde allí, mirando la Plaza Barrios y el Palacio Nacional, fue inevitable recordar la marea humana escapando de las balas, aquel Domingo de Ramos del año 1980, durante los funerales de Oscar Romero.

De Catedral salimos en busca de uno de los mayores tesoros arquitectónicos del país: la iglesia del Rosario. George recordaba haber visto, durante una visita que realizó a El Salvador cuando era un niño, una iglesia “horrible” al lado de la Plaza Libertad. La plaza estaba colmada de gente. Una bandera nacional, desteñida y hecha jirones, papaloteaba decrépita al lado del monumento. “¡Esa es!”, exclamó George al ver la fachada de la iglesia. Cruzamos la calle en medio de un inconfundible olor a pipí.

La fachada luce triste y deteriorada. Hace mucho que no recibe una mano de pintura, por lo cual todavía es posible leer, aunque con dificultad, las pintas de las organizaciones sociales que se acuartelaron allí en los años 80. Sylvie no dejó de sorprenderse cuando reconoció, en la entrada, el emblema internacional que sirve para marcar los bienes culturales que deben salvaguardarse en caso de conflicto armado. Al cruzar la entrada quedamos arrebatados por el juego de luces de los vitrales. Un detalle de color en la tarde salvadoreña, emplomada con los altoparlantes de un vendedor de Cd pirateados. Todos tenemos la oportunidad de brillar, me dije. Así cerramos el primer tour del año 2009 por San Salvador.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de enero de 2009)

2 comentarios:

  1. Anónimo6:43 a. m.

    George Yúdice dice que lo que era "horrible" era la iglesia desde fuera. Esta vez, 30 años después de haberla vista justo antes que arrancara la guerra civil, la vi por dentro y me pareció un bello juego de luces, como si hubiéramos entrado en una catacumba irradiada de rojos, anaranjados y azules.

    Nos divertimos mucho en Ataco. Y estábamos cerca de Apaneca, donde nació mi mamá hace un poco más de 99 años. Gracias, George

    ResponderEliminar
  2. Compart on anónimo la experiencioa que las experiencias de la guerra no nos dejaron apreciar la Iglesia El Rosario. Cuando la visite como adulto quede impactado con la forma que entra la luz.
    Buen artículo para aquellos que estamos lejos.

    ResponderEliminar