miércoles, noviembre 12, 2008

Rescatar el centro histórico de San Salvador, ¿para quién?

María Tenorio

Soy usuaria ocasional del centro histórico de San Salvador: me gusta visitarlo, recorrer sus calles, mostrárselo a los amigos que vienen del extranjero, tomarle fotos y, de vez en cuando, realizar compras. Pero me considero, sobre todo, una paseante en el centro, alguien que va ahí por distracción. Aunque también, ahora que lo pienso, voy ahí en busca de “centro” para mi yo urbano.

No hago vida cotidiana en el centro. No necesito atravesarlo a diario para tomar el bus que me lleva a casa. No tengo un canasto con dulces en la esquina de la Plaza Barrios. No trabajo en una tienda que vende usados frente a la plaza Morazán. No soy una desempleada en busca de trabajo ocasional, ni me reúno con mis amigos en la plaza Barrios para conversar. Ni vendo magnolias en el portal La Dalia. Pero reconozco que el centro histórico le da “centro” a la ciudad donde vivo. No me la imagino, ni quiero imaginármela, sin él.

En cierto modo, soy una expulsada del centro histórico. De niña, a mediados de los setenta, iba todos los días al centro a estudiar. Mi colegio, el Corazón de María, quedaba frente a la Confitería Americana, cerca de la avenida España. La oficina de mi padre quedaba en el centro. Con mi madre nos íbamos en bus al centro, después en carro, y lo caminábamos. Ella hacía compras en almacenes Bach, frente al parque Hula Hula; en Simán (entonces no había Simán Galerías ni Simán La Gran Vía) y en otras tiendas cuyos nombres no recuerdo. Los útiles escolares los comprábamos en la cuadra de las librerías, atrás del parqueo Morazán. Una vez, y de eso me acuerdo bien, a ella le robaron el reloj: se lo arrebataron de la izquierda mientras con la derecha me afianzaba bien a mí, que habré tenido unos cinco o seis años. En una farmacia cercana le curaron la lastimadura. Fue un susto expulsor, asumo hoy a la distancia.

El corazón de la urbe, espacio público por excelencia, es un espacio donde muchos capitalinos se cruzan (lo transita a diario un millón de personas); pero donde muchos otros jamás se cruzarán (sus usuarios predominantes pertenecen a sectores medios y bajos). Un espacio donde se hace visible lo carencial en forma de falta de higiene y salud públicas; de privatización y descuido de plazas, calles y aceras; de abandono de estructuras arquitectónicas con valor patrimonial o sin él; de contaminación auditiva, olfativa y visual. Un espacio donde habitan cerca de dos mil familias –según datos del año 2000—en condiciones precarias, muchas en mesones con deficientes servicios básicos. Un espacio al que muchos temen por la percepción dominante de inseguridad y violencia en sus calles.

Sin embargo, el centro también es un espacio económico vivo. Basta darse una vuelta por sus calles, plazas y mercados para darse cuenta de la actividad frenética que moverá buena cantidad de dólares cada día. El centro histórico mueve a muchos actores sociales, de los sectores público y privado, a preocuparse y ocuparse de él como objeto de "rescate". Muchos proclaman el deseo de mejorar las condiciones urbanas de esa zona de la capital. Los candidatos a alcaldes, por ejemplo, no lo pueden excluir de su agenda de ofrecimientos electorales.

Ahora bien, ¿para qué y para quién quiere "rescatarse" el centro histórico? Según experiencias en otros países, algunos proyectos en áreas urbanas pauperizadas se convierten en "reconquistas" del espacio que sustituyen a la población. Ese es un riesgo que no puede obviarse. ¿Por qué ocurriría esto? Porque la revalorización de la tierra y de las edificaciones en el área rehabilitada atraería a quienes podrían asumir los nuevos costos, expulsando a los que carecen de recursos para financiar los espacios “recuperados”.

Un informe de FUNDASAL del 2005 cuestiona si en el país hay verdadera intención de mejorar las condiciones urbanas del centro histórico: la (gran) empresa privada “no tiene interés en invertir en el centro” porque tiene su mirada en los centros comerciales situados en El Espino; las instancias gubernamentales, dice el reporte, “tienen el rescate del centro histórico como un estandarte político” y, por su parte, los vendedores y los habitantes temen la expulsión y el desalojo violentos e improvisados.

En el centro histórico de San Salvador ha habido proyectos muy puntuales que no han realizado grandes transformaciones en el entorno. Me refiero a la recuperación de las plazas Morazán, Barrios y Libertad, tomadas por el comercio informal y la violencia, que la alcaldía y dos empresas de telefonía emprendieron entre 1999 y 2000. En su momento tuvo que intervenir el Cuerpo de Agentes Metropolitanos (CAM) para sacar a los vendedores informales y reubicarlos en áreas designadas. Hoy día estas plazas funcionan como puntos de encuentro o lugar de paso de usuarios del centro, con unas pocas ventas ambulantes o pequeños puestos.

El centro histórico de la ciudad seguirá siendo objeto de estudios, discusiones, proyectos y políticas públicas. La carga simbólica que tiene es, hoy por hoy, irrenunciable para muchos salvadoreños que lo sueñan de otros modos. Sin embargo, hay un actor que debe hacerse cargo del proyecto o los proyectos del centro histórico y ese es el sector público; no solo por ser responsable del bien común sino porque es el único que puede desarrollar una visión a largo plazo y cuenta con los instrumentos para coordinar iniciativas privadas. La pregunta que dejo aquí es para quién se rescatará el centro histórico: ¿para construir una ciudadanía más incluyente en el corazón de la capital y, por extensión, en el país? o ¿para sustituir a sus ocupantes actuales por otros con mayor capacidad adquisitiva?

2 comentarios:

  1. Crecí en San Salvador y no conozco del centro de mi ciudad más allá de lo que se podía visitar en los 80´s, como Simán Centro y quizás la catedral. Cuando me mudé a vivir a Guatemala, me sorprendió la importancia que el centro tiene para la cultura y el arte de esta ciudad. Entonces me replaneteé qué había pasado con el centro de San Salvador, e intenté visitarlo, llevándome una gran desilusión. La falta de interés borró edificios y huellas históricas, además de ser casi intransitable.
    Durante estos años he buscado reconstruirlo a través de libros, fotografías, pero es tan difícil. Y cuando voy a la Zona 1, aquí en Guatemala (a veces incluso por las noches, cosa impensable en San Salvador) a un bar, a un café, al teatro o simplemente a caminar, no logro dejar de sentir la nostalgia por una centro propio que no conocí y que hoy por hoy, aún siento impenetrable. Gracias por este post. La revisita se hace necesaria. Saludos.

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  2. Yo vivo enamorado de la historia de mi pinche paísito y siento nostalgia de los días en que mi abuelo fue joven e iba a la plaza La Libertad a escuchar tocar a las orquestas de marimbas que se presentaban por ahí, mientras la gente conversaba sobre las cotidianías de ese entonces y esperaban al tranvía que venía con los pasajeros que entraban a la ciudad. Hoy, yo sigo yendo al centro y visito algunos de los lugares que mi abuelo pudo o no haber visitado, pero que, de seguro, aún viven en su memoria de difunto... y me da cólera. Siento asco de los rencores políticos y económicos que me han privado, como ciudadano, como joven, de vivir esa parte de mi historia y se la han cedido a un montón de gente que no sabe dónde está parada ni para qué sirve la ciudad. Todavía, me da más rabia cuando veo las heces fecales, los orines y la basura que inunda a esta ciudad que no sé si algún día fue bella. Ahora, solo me puedo conformar con las cáscaras de lo que pudo haber sido y no es justo.


    Gracias por el post.
    sarnahuixtli.blogspot.com

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