En las calles se produce mucha riqueza. Empresas, personas, entidades sin fines de lucro, políticos y farsantes ponen sus anuncios en la calle para visibilizar sus servicios, sus productos y sus ofertas, ya sean estas comerciales o políticas. Publicidad y propaganda, da igual: el paisaje de las calles está dominado por incontables invitaciones a comprar, vender, comer, vestir y ser feliz. Son como una especie de gigantesca enredadera. Y como las enredaderas vegetales, también los anuncios necesitan, para encaramarse, de un poste, una pared, una estructura, una edificación, lo que sea, para hacerse notar y conseguir una clientela.
Todo mundo se siente con derecho a expresarse en ese “espacio público”, que en verdad no es tan público. Las paredes, los postes y las estructuras tienen "dueños". Esto produce todo tipo de disputas. Por ejemplo, en la 3ª. Calle poniente, en San Salvador, tiene lugar una sorda pelea entre los vecinos y la municipalidad capitalina. Esta ha bautizado la calle con el nombre de Schafick Handal. En respuesta, los vecinos tachan ese nombre con pintura negra. Otra de las batallas por el espacio callejero lo vienen escenificando las grandes empresas de telefonía que no se dan tregua colocando sus logotipos en lugares inimaginables, incluyendo casas muy pobres que parecen engullidas por estas supermarcas.
Los movimientos sociales también han venido recurriendo, desde hace muchos años, a la pinta y pega. En los años 70, los movimientos campesinos utilizaron las paredes para dar a conocer su demanda de recibir como pago once colones semanales y dos tiempos con arroz, tortilla y frijoles. Las paredes hablan, es verdad, pero no siempre se oyen.
Los artistas del aerosol, conocidos como grafiteros, tampoco parecen resignarse a dejar en manos privadas el uso de la calle. Pero también hay profetas, curanderos y prestamistas que colocan sus anuncios en la vía pública. Profesores que ofrecen en venta libros de álgebra con los problemas resueltos, circos, barras-show... Quien no tiene recursos para pagar anuncios publicitarios, recurre a la pega de sus avisos.
La repudiada pinta y pega de los partidos políticos se fundamenta en esa antigua práctica de usar la calle para lograr visibilidad. Solo que en este caso, los partidos políticos, especialmente los más grandes, no son movimientos alternativos, carentes de recursos, sino verdaderas maquinarias electorales con capacidad de compra de espacios en los medios de comunicación. Tras cada elección, puentes, piedras, árboles, túneles, aceras, paredes y casi todo, resulta manchado con los colores de los contendientes. Como si no fuera suficiente el bombardeo al que nos vemos sometidos durante las campañas, la pinta y pega siguen allí –por años-- como un mal sueño que se repite.
Si no es posible reglamentar este recurso de propaganda, o si no es posible hacer cumplir a los partidos algún código que los obligue a limitar esta actividad, el único recurso que nos queda es el de la presión moral. En las últimas semanas, la radio 102.9 ha emprendido una cruzada para impedir el uso de la pinta y pega en la campaña electoral. Los auspiciadores de esta iniciativa han creado un libro virtual, en su sitio Web, colectando decenas de firmas que repudian el uso abusivo de la pinta y pega. Algunos políticos que asisten a las entrevistas de esta prestigiosa radioemisora ya comprometieron su palabra en no permitir esa práctica. Está por verse si esta vez cumplirán su palabra.
Vínculo recomendado:
No pinta y pega. Radio 102Nueve
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