
Poco antes de la medianoche del 31 de diciembre de 1986, hace 25 años, fallecía en su casa de Santa Tecla el dibujante Toño Salazar. Casi nadie se acordó de él. ¡Qué manía la de olvidar! Es casi peor que recordarlo todo.
Salazar es el más célebre de nuestros desconocidos. No existe nadie que se le compare. Igual que él, sus amigos fueron todos unos perfectos desconocidos. “Dime con quien andas...”.
Henri Cartier-Bresson lo fotografió muy joven en París. Julio Cortázar se contó entre sus mayores admiradores (en parte, porque los dos eran unos afrancesados). Alfonso Reyes y Luis Cardoza lo consideraban un genio. Su obra es muy apreciada. La colección Gudiol de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos atesora algunos de sus trabajos, con otros de Picasso y Miguel Covarrubias.
Nacido en 1897, Salazar causó una enorme impresión entre los tres o cuatro letrados salvadoreños de entonces cuando exhibió sus caricaturas. Los cronistas pregonaron el nacimiento de una estrella. Manuel Andino escribió este inolvidable párrafo: “¡Llenaos de orgullo y de vergüenza, polvorientos ciudadanos de San Salvador! De entre vosotros, mercaderes, escribientes y politiqueros, ha surgido el genial Toño Salazar, como en sórdido arenal una rara, estupenda flor... ¡Asombraos!”
Arturo Ambrogi le ayudó a conseguirse una beca para México. Y se fue, lejos, a vivir en hoteles de mala muerte, participando en las escandalosas tertulias de la bohemia. En la biografía sobre Porfirio Barba Jacob escrita por Fernando Vallejo, Salazar aparece en escena fumando hierba en el momento que llega, frenético, José Vasconcelos a reclamarle al colombiano los hirientes editoriales que dedicaba al presidente de México.
Aquellas cosas ocurrieron en 1920. Si la guerra interna ya nos parece lejana, 1920 es como otra galaxia. ¿Para qué recordarlo, pensarán los pragmáticos, si el país tiene cosas más urgentes?
En 1921 Salazar se embarca a Europa. En Holanda toma un tren rumbo a París. Expone en el Salón de La Araña, donde debuta Marc Chagall. Publica caricaturas de un montón de ilustres desconocidos: Stravinski, Blaise Cendrars, André Salmon y Kiki. Algunas de las mejores caricaturas de todos los tiempos salieron de su lápiz en esos días.
Su siguiente escala, en 1935,es Buenos Aires. Por ocho años, casi a diario, publica caricaturas políticas contra los generales, o generalísimos, es igual, Franco, Hitler, Mussolini y Perón. Como resultado, el marido de Santa Evita, y Santo Patrono de Cristina Fernández, lo expulsa de Argentina sin una mudada de ropa. Por un golpe de suerte, o mala suerte, eso nunca se sabe, Salazar ingresó al servicio diplomático del gobierno del coronel Óscar Osorio. La petición de su nombramiento la giró el ex comunista Julio Fausto Fernández y fue apoyada por Gabriela Mistral, compañera de tertulias en París.
Regresó a El Salvador en 1972, con Carmela, su mujer, después de 52 años de ausencia. Lo recordaban un puñado de poetas, músicos y locos. Uno de estos me llevó a su casa. Me encontré con un abuelo mundano y afectuoso que hablaba con toda naturalidad de sus amigos Pablo (Neruda), Miguel Ángel (Asturias) y Nicolás (Guillén)... Luego, sobrevino la pequeña gran guerra. Unos miraban sus muñequitos parisinos como los juguetes de un burgués alienado. Para otros, sus sátiras contra los generales resultaban terribles espejos para los jefes salvadoreños. Era un final odioso para un eterno disidente. Así comenzó su leyenda.
Aquejado por el mal de Parkinson, perturbado por la matanza y la vileza en que miraba sumergirse al país, murió el 31 de diciembre de 1986, hace 25 años, el más ilustre de nuestros desconocidos.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 19 de enero de 2012)
Foto: Toño Salazar en París, por Henri Cartier-Bresson