Francisco Andrés Escobar
He recibido mensajes preguntando por las “Croniquillas”. No saldrán más. La reorganización de las páginas sabatinas de opinión y un deterioro de mi salud coinciden para imposibilitar la producción y difusión de estos materiales.
Las “Croniquillas” nacieron como un proyecto de consignar el sentir, pensar y hablar de nuestras comunidades populares de base. Se organizaron en torno de don Sofonías Pereira y de su esposa, en quienes busqué plantear la familia humanamente pulcra. A ellos los rodeé de una corte de hombres y mujeres que representaban lo contrario, pero también lo más real de nuestra nacionalidad: gañanes, borrachitos, prostitutas, diversos integrantes del lumpen. A todos quise abordarlos en sus vicios y virtudes, con misericordia por su condición de personas. Todas sus historias salieron, no de la imaginación desbocada, sino de la investigación sobre la vida, que suele ir más allá de toda imaginación.
También el uso del lenguaje de toda esta corte popular vino de la observación sobre el decir de nuestra gente. Con ello, traté de vivir lo que las academias esperan de quienes trabajamos con la palabra: rescatar ese universo lingüístico que vive en las entrañas del pueblo. En efecto, en uno de los últimos boletines de la Academia Salvadoreña de la Lengua, un ilustre miembro establece: “Bajar a lo popular, a la conversación diaria, al parloteo, al güiri güiri de la familiaridad, es entrar en alegre ambiente de ingenio y de libertad de pasiones y de pasioncillas sueltas, de intereses que no se ocultan, de humor que todo lo salpica con su gracia y, al menor descuido, de la vulgaridad que saca la caja de lustre o deja ver la punta del corvo”.
Sé que, a veces, los personajes, sus historias o sus decires urticaron, más que la sensibilidad, los prejuicios sociolingüísticos de algún lector o lectora, que se soliviantó de ánimos. En realidad, eso fue, creo, además de ausencia total del sentido del humor, presencia de la exclusión con que algunos sectores circunstancialmente mejor puestos castigan a los menos favorecidos, olvidando que son también hermanos de origen, integrantes de nuestra patria mayor.
Quisiera expresar otros conceptos, pero en respeto del espacio, me quedo con un simple: adiós y gracias. Fui feliz haciendo lo que hice. Fue una discreta manera de servir y de comprobar que la palabra mantiene su poder estremecedor de conciencias, más allá del soporte tecnológico que la sostenga.
Ilustración: Miquel Barceló, Fotos.org