miércoles, diciembre 10, 2008

¿Por qué somos consumistas?


Miguel Huezo Mixco

Hace unos días, mientras me encontraba en el extranjero en una encerrona de trabajo, mi hija mayor Mariana me dejó una “llamada perdida”. Le respondí con un mensaje de texto recordándole que no me encontraba en el país. Mariana me respondió con otro mensaje: "tengo apendicitis". Mi alarma fue enorme y comencé a idear la manera de regresar de inmediato a San Salvador. Intercambiando mensajes con mi hija (uno camino al hospital, otro en la sala de espera, uno más después de sus exámenes), seguí con detalle la evolución de su malestar y supe casi de inmediato, esa misma tarde, que el médico había descartado la apendicitis.

Momentos como ese me hacen sentir muy afortunado de tener un teléfono móvil. Se ha vuelto consustancial a mi vida. No soy la excepción. En 1997 en El Salvador operaban unos 20 mil celulares. En 2006 pasaron a ser más de 6 millones. El celular se ha expandido con la velocidad de una epidemia y suele ser citado como el mejor ejemplo de que nos hemos convertido en una “sociedad consumista”. Aparte de ser útil para responder a una emergencia y mantener vivos los lazos afectivos, el teléfono está moldeando nuestra vida social.

¿Por qué la austera sociedad salvadoreña, recién emergida de una dolorosa guerra civil, adoptó tan fácilmente el consumismo? En parte, porque no tuvimos otro camino. Las decisiones macroeconómicas emprendidas a principios de los años 90 necesitaban consumidores para impulsar las ruedas de la economía. Sus promotores tuvieron un enorme éxito: El Salvador es ahora el séptimo país con el consumo privado (como porcentaje del PIB) más alto en el mundo, y según el Banco Central de Reserva el año pasado el consumo agregado del país fue equivalente al 106% del PIB.

Empujados por aquellas políticas económicas, en pocos años dejamos de ser un sociedad de productores para convertirnos en una de consumidores. El orgullo de "consumir lo nuestro", promovido entre 1960 y finales de los 80, estuvo sostenido por una racionalidad económica que ayudaba a fijar las identidades en bienes exclusivos de una comunidad nacional. La economía "abierta" de los años 90 nos hizo entrar en una nueva racionalidad y en una nueva cultura. Una emblemática empresa salvadoreña que se dedicó por décadas a la producción y venta de zapatos, ahora prefiere traerlos, más baratos, desde China. La ancestral cultura del maíz también se modificó de forma drástica: el consumo de pan fabricado con trigo importado supera el gasto nacional en el consumo de derivados del maíz. Pese a que nunca antes hubo en El Salvador tanto dinero como ahora --en parte gracias a las remesas-- las tasas de ahorro de nuestros días se encuentran al nivel de hace tres décadas. Si el país quiere cambiar esas prácticas deberá apelar a algo más que a reproches moralistas y campañas de publicidad: tendrá que darle un nuevo rumbo a la política económica.

Todos experimentamos cierto malestar con el tipo de sociedad que somos. Sin embargo, como sostiene el sociólogo Z. Bauman, consumir se ha convertido en un camino para que los excluidos de ayer comiencen a sentirse socialmente incluidos. Aunque se le considera como el lugar de lo superfluo y un epítome de los pecados capitales (gula, pereza, soberbia, etc.), el consumo está moldeando nuestras identidades sociales y culturales. Lo que uno posee o es capaz de llegar a tener se ha vuelto una parte fundamental en la construcción de la nueva identidad salvadoreña.

(Foto "1000 mobiles" de Gaetan Lee, tomada de Flickr, bajo licencia de Creative Commons.)

4 comentarios:

  1. Excelente artículo. Vale la pena profundizar en el tema. Hacer foros y, discusiones sobre esto antes de que "nos consumamos"

    Gracias Miguel y María por darnos este espacio para reflexión, enseñanza, arte y conocimiento.

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  2. Así que habría que cambiar el eslogan de El Salvador. Ya no "El Salvador trabaja," sino "El Salvador consume."
    Saludos
    George

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  3. Estoy de acuerdo. De acuerdo y alarmanda. Mi vecina de 7 años tiene celular y quiere un Ipod y una lapto real, la de sus Barbies, una de juguete, ya no le gusta.
    A los 7 años yo no tenía ni una radio.

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  4. Anónimo9:44 a. m.

    La identidad (al igual que muchísimas categorías sujetas a discusión y análisis) se transformó en el discurso sobre la identidad. Esto significa que aquello que alguna vez fue concreto o mejor aun, que continúa siéndolo, en la práctica no es ¨ni camagua ni elote¨, es pura simulación.

    El autor del artículo señala acertadamente que para modificar cualquier hábito compulsivo se requiere algo más que opiniones beatas. Sin embargo, atribuirle a un giro de nuestra política económica el primado para la solución de este malestar del consumo ocioso, me parece que redundaría en lo mismo, es decir, pura simulación.

    Ni la religión, la política, la tecnología o el consumo son vías para alcanzar la salvación, eso lo sabemos. Pero el consumismo aun con su tufillo ideológico, ¿será una de esas estrategias que se ha internalizado individual o colectivamente tendientes a reconfigurar micrológicamente las relaciones existentes de poder?. ¡Y si nos equivocamos! Y en realidad no existe ese orden sociosemiótico constituido o el interaccionismo simbólico mínimo, necesario para sostener que el consumo esta moldeando nuestras identidades sociales y culturales. Al fin y al cabo, los índices (como porcentaje del PIB) son letra muerta y las identidades en la multiplicidad de su exégesis, siempre se mantienen en tránsito.

    No obstante el artículo no deja de ser persuasivo y, me permite recordar aquella definición de Nestor G. Canclini: ¨La identidad se define por la pertenencia a una comunidad de consumidores, esto es, a un grupo reducido de sujetos que comparten gustos, deseos y pactos de lectura de ciertos bienes simbólicos¨.

    Salud.

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