Miguel Huezo Mixco
“Cantó la cigarra durante todo el verano, retozó y descansó, y se ufanó de su arte, y al llegar el invierno se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano”. Así dice la conocida fábula La cigarra y la hormiga, de La Fontaine (1621-1695), que cuenta la historia de cómo la hormiga trabajó y cosechó, mientras la cigarra moría de hambre por haberse dedicado a la juerga y el descanso.
Esta fábula suele ser recordada cuando se habla de la importancia del trabajar duro. Muchos salvadoreños se sienten plenamente identificados con la fábula. La caracterización de ser personas laboriosas, que salen adelante a pesar de las adversidades es, probablemente, la principal marca de identidad de esta sociedad.
Pero como lo señala el Informe sobre Desarrollo Humano 2007-2008, del PNUD, esta caracterización positiva ha ocultado la dura realidad del subempleo, y ha propiciado una actitud de tolerancia social hacia este fenómeno. En El Salvador, dice la publicación, cuatro de cada diez salvadoreños trabajan en lo que sea con tal de obtener algún ingreso, aunque no logren cubrir el costo de la canasta básica o trabajen menos de 40 horas semanales.
La mayoría de personas de este país afamado de ser tan trabajador no está cubierta por las redes de protección social de pensiones y salud. Los sistemas que funcionan con aportes de empleados y empleadores –el ISSS, el INPEP y las AFP – apenas cubren a una quinta parte de los trabajadores. Quienes están en peores condiciones son los jóvenes y las mujeres. Dos de cada tres jóvenes están desempleados o subempleados. Las mujeres no sólo están en desventaja respecto de los hombres por razones de su sexo, sino que además ganan salarios más bajos a pesar de que, como lo prueba la información disponible, ellas trabajan más que los hombres. Somos una sociedad de hormigas que trabajan sin parar, pero todo ese esfuerzo no le está arrojando dividendos claros a la mayoría de la gente.
Los salvadoreños no tenemos un gen especial que nos convierte en campeones del trabajo. Como apunta el Informe del PNUD, son las circunstancias históricas las que han moldeado nuestro carácter. Desde los remotos tiempos de la Colonia hasta nuestros días, el empleo ha sido visto como una manera de extraer la fuerza del trabajador con bajos costos para poder competir en mejores condiciones en el mercado internacional. Por muchos años se consideró a los trabajadores salvadoreños, y especialmente a los indígenas, como haraganes, hasta que los éxitos de los migrantes en Honduras, a principios del siglo pasado, cambiaron esa percepción.
Como advierte el Informe, detrás de la representación del “salvadoreño trabajador”, que tanto nos enorgullece, está el drama de millares de trabajadores en la ‘rebusca’ y de migrantes dispuestos a arriesgar su vida a cambio de mejores oportunidades. Y aunque trabajar duro es percibido como el principal mecanismo de superación, la realidad es que El Salvador es uno de los cinco países de América Latina donde existen menos expectativas de progreso, de acuerdo a Latinobarómetro.
En El Salvador necesitamos cambiar nuestra mentalidad de hormiguero. El trabajo duro nos debiera permitir ser también un poco como la cigarra de la fábula: sin abandonar ese carácter laborioso, necesitamos condiciones para cantar y soñar. Para no sufrir las adversidades de la mala fortuna se debe proveer al conjunto de la sociedad --y especialmente a los más necesitados-- de trabajos justamente remunerados y de instituciones de seguridad social que nos resguarden de los riesgos propios de vivir y trabajar. Ojalá llegue para El Salvador el tiempo de las cigarras.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 24 de julio de 2008)
Ilustración: M.C. Escher
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