miércoles, febrero 06, 2013

Pablo Antonio

Miguel Huezo Mixco

Pablo Antonio Cuadra vivió una época perturbadora y veloz. Entre las refriegas de Sandino contra los gringos, y la llegada de una edad que conoció por vez primera aparatos que desafiaban el entendimiento --la radio, la luz eléctrica y el automóvil--, escribió poemas que se cuentan entre los mejores de la lengua española.

Cuadra nació el
4 de noviembre de 1912 y murió un 2 de enero, hace once años. Fue el jefe de la Vanguardia, el movimiento literario que colocó a Nicaragua entre los países con las tradiciones poéticas más importantes de nuestra lengua. 

Sus escritos llenan ocho gruesos tomos. Están publicados en la Colección Cultural Centroamericana (Fundación Uno). Abarcan poesía, ensayos, crítica literaria, teatro y narrativa. Hay que buscarlos, ponerlos en la mesilla, bajo la lámpara, y devorarlos.

Los dos volúmenes que compilan sus poemas pueden leerse como a uno le dé su real gana. De atrás para adelante o saltando de un libro a otro. De cualquier forma, el goce está asegurado. El lector mirará asomar entre las páginas animales, árboles e insectos, y también el brillo y los sonidos de las ciudades magníficas que el poeta visitó.

Cuadra hundió su nariz en el folklore nicaragüense. Su poemario “Canciones de pájaro y señora”, diría él, fue resultado del “cortocircuito de dos infancias: la mía y la de mi pueblo”. Uno lo lee y da la impresión de que era un hombre de caminar con la mirada baja, como si buscara signos entre las piedras y las aguas. Mira a la selva como una novia, y al Tiempo como un dios hecho de momentos.

La Vanguardia... Es verdad que en ese nombre hay un eco de los movimientos artísticos europeos de los que fueron contemporáneos Cuadra y su pandilla. El mundo les importaba mucho, pero les importaba más Nicaragua. Así, ese grupo de zapadores, formado por los poetas José Coronel Urtecho, Manolo Cuadra, Luis Alberto Cabrales y Joaquín Pasos, dirigieron la mirada hacia su país. No todo fue de su gusto.

Cuadra regresó de Sudamérica a Nicaragua en 1934, apenas unos pocos días después del asesinato de Sandino. Este mes de febrero se cumplirán 79 años de la muerte espantosa, fría, a traición, de aquel héroe. Alberto Guerra Trigueros dejó dicho que, por causa de ese crimen, sobre ese pueblo alegre y bullanguero cayó una maldición que no se borrará en todos los siglos de los siglos.
 
Abro al azar el tomo I de la poesía de Cuadra. El poema se llama Agosto. Está dedicado al elefante de un circo que en su día pasó por el norteño municipio de Comalapa, en Chontales. En la escena emerge de pronto un elefante, que se mueve entre la gente con la corpulencia del Orden. El pueblo lo ataca “Con gritos / con piedras / con antorchas” (...) “Costó vidas su muerte. / Como antaño aplausos...”. Al final, miraron hundirse a aquella mole, por efecto de su propio peso, del mismo modo en que caen los tiranos.

Como el viejo pescador o el carpintero, Pablo Antonio arroja la red, golpea con el mazo y el cincel. Sonríe con una ligera mueca, sosteniendo apenas su encorvada estatura. Sus gafas de miope apuntan al trágico azul de Nicaragua. Se escucha el grito de una garza planeando sobre el agua. Pablo Antonio Cuadra enciende una relumbrosa lámpara y entra a la noche arrastrando los pies. El capitán de la Vanguardia suspira al mirar el paso vertiginoso de los tiburones en el lago.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 7 de febrero de 2013)
Foto: Pablo Antonio Cuadra


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