
El 70% de las decisiones de compra se toma en el lugar de la venta. Ese lema, que leí hace unos días en el cine, se me vino a la cabeza el lunes 21 de diciembre, en el súper frente al frízer de los pavos, cuando me debatía entre cuál comprar para la cena navideña. La balanza se inclinaba hacia un bola-de-mantequilla (butterball turkey) de 14 libras, producido en Estados Unidos. El pecho-ancho nativo que yo buscaba estaba demasiado crecido, en tamaño --el menor pesaba 26 libras-- y en precio: la diferencia entre el gringo y el criollo era, nada más y nada menos, de 50 dólares.
Antes de meter el butterball en la carreta y dirigirme hacia la caja hice dos consultas para confirmar mi decisión de compra. La primera, con mi madre, quien me dijo que los chumpes gringos no agarraban sabor, pero que ni modo. Y la segunda, con las dependientas, quienes confirmaron las abismales diferencias en precios y medidas, y agregaron que los "americanos" estaban en oferta. Vino, pues, el gringo a nuestra mesa.
Salí cargando aquellas 14 libras, muy pensativa. Así ocurren los cambios culturales, la transculturación, me dije recordando mis clases con Abril Trigo. Para aceptar productos o prácticas culturales de otros pueblos más poderosos, nadie nos pone la pistola, no hay coerción. Simplemente alguna ventaja le vemos a esa novedad y, aunque a veces con resistencias, la aceptamos, nos la apropiamos, la procesamos, la consumimos a nuestro modo.
Así, el hecho de haber comprado el butterball no implica prepararlo con el terrible stuffing o relleno de pan, ni comerlo con gravy o recaudo, ni acompañarlo con mermelada de frambuesa. El de esta navidad será un pavo transculturado, chele y gringo, pero con salsa criolla, preparada con tomates, chiles y cebollas, diluida con vino blanco, y aderezada con el famoso "relajo" de especies, aceitunas, alcaparras y ciruelas pasas.
¿Cómo llegaron los bolas-de-mantequilla al frízer del supermercado?, me pregunté. No me cabe duda de que un agente transculturante, comprador de pavos al por mayor, tomó decisiones que afectaron la mía. Si sigo la máxima de mi abuelilta (piensa mal y acertarás), diría que esos chumpes les sobraron a los gringos para San Guivis y deben haber ofrecido un megalote --respecto del tamañito de nuestro mercado-- a un precio sin competencia. El comprador se dejo seducir por el precio, como yo. La industria nacional de los pecho-ancho, muy bien, gracias. A estas alturas, el gringo ya está cocinado.
Ilustración: Fotomontaje con pavo de "Dama con armiño", Leonardo da Vinci (FreakingNews.com)