A los políticos se les achacan las peores virtudes. Sin embargo, no son los únicos que las padecen. Aunque debemos apresurarnos a decir que hubo notables excepciones, la recién finalizada jornada electoral hizo que algunos columnistas y líderes de opinión comenzaran a ser calificados por la gente con expresiones muy similares a las que suelen emplearse para los políticos.
Una de esas expresiones sostiene que esas plumas no parecen estar preparadas para la concertación y la unidad nacional que, como lo vienen diciendo personas de todos los signos ideológicos, será fundamental para enfrentar los desafíos que el país tiene por delante. Debemos evitar que los llamados a la unidad del país se conviertan en un simple recurso retórico de los políticos y de los analistas y articulistas que publican sus opiniones en los medios de comunicación.
Si lo están haciendo los partidos políticos, ¿por qué las entidades de comunicación masiva no pueden repensar el papel que tendrán a futuro sus plantillas de columnistas, como parte de una renovada línea editorial? Nadie está pidiendo que los columnistas políticos pierdan colmillo crítico. Se les pide que orienten, que analicen y que esclarezcan. Que contribuyan a la cohesión social y no a la polarización. Que usen más la cabeza y menos el hígado.
Los columnistas de los periódicos no fueron los únicos protagonistas. Pero por el peso social que sigue teniendo en El Salvador la palabra impresa, algunos de ellos se colocaron en las primeras líneas de la confrontación. Muchos opinamos que sus encendidos alegatos terminaron haciendo daño no solo al ambiente político sino también a sus defendidos y hasta a los mismos medios.
Los medios de comunicación han gozado en los últimos años de una amplia credibilidad. Las transformaciones editoriales, y no sólo tecnológicas, que experimentaron después de los Acuerdos de Paz, en 1992, los convirtieron en entidades prestigiosas. A finales del siglo XX, en este país recién salido de una larga y cruenta guerra interna se disfrutaba por fin de una cultura de libertad de expresión completamente nueva. Obtenerla fue muy costoso. Por ello, aunque no podemos admitir restricciones a la libre expresión, tampoco podemos hacernos del ojo pacho ante los abusos que se cometen en su nombre. Esto, además, puede tener un efecto de bumerang contra los intereses empresariales de los medios.
En 2005, una investigación del IUDOP revelaba que 28 de cada cien encuestados consideraban a los medios de comunicación como entidades confiables, solo debajo de las iglesias católica y evangélica, y por encima del resto de instituciones nacionales. En 2008, los medios descendieron a un cuarto lugar, con una aceptación entre la población menor al 20 por ciento (IUDOP). A nivel regional, los medios salvadoreños ocupan ahora una de las posiciones más bajas (la 14 entre 18 países latinoamericanos analizados) en cuanto a la credibilidad que tienen entre la población (Latinobarómetro, 2008).
Esa credibilidad es el principal, sino el mayor activo de la prensa. Es un valor especialmente apreciado por los sectores medios urbanos que tuvieron un papel clave en los eventos electorales de este año. Esa credibilidad, que tanto les ha costado construir a los medios, y a la cual ha dado una importante contribución el talante plural de sus colaboradores y columnistas, podría verse erosionada si muchos de estos persisten en mantener una posición pública abiertamente sesgada.
Esto podría provocar una estampida no solo de compradores y suscriptores sino también de anunciantes, sobre todo en un contexto de crisis como el que está viviendo el país. Más cabeza, menos hígado.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 19 marzo 2009)