miércoles, diciembre 23, 2009
Navidad con turkey
El 70% de las decisiones de compra se toma en el lugar de la venta. Ese lema, que leí hace unos días en el cine, se me vino a la cabeza el lunes 21 de diciembre, en el súper frente al frízer de los pavos, cuando me debatía entre cuál comprar para la cena navideña. La balanza se inclinaba hacia un bola-de-mantequilla (butterball turkey) de 14 libras, producido en Estados Unidos. El pecho-ancho nativo que yo buscaba estaba demasiado crecido, en tamaño --el menor pesaba 26 libras-- y en precio: la diferencia entre el gringo y el criollo era, nada más y nada menos, de 50 dólares.
Antes de meter el butterball en la carreta y dirigirme hacia la caja hice dos consultas para confirmar mi decisión de compra. La primera, con mi madre, quien me dijo que los chumpes gringos no agarraban sabor, pero que ni modo. Y la segunda, con las dependientas, quienes confirmaron las abismales diferencias en precios y medidas, y agregaron que los "americanos" estaban en oferta. Vino, pues, el gringo a nuestra mesa.
Salí cargando aquellas 14 libras, muy pensativa. Así ocurren los cambios culturales, la transculturación, me dije recordando mis clases con Abril Trigo. Para aceptar productos o prácticas culturales de otros pueblos más poderosos, nadie nos pone la pistola, no hay coerción. Simplemente alguna ventaja le vemos a esa novedad y, aunque a veces con resistencias, la aceptamos, nos la apropiamos, la procesamos, la consumimos a nuestro modo.
Así, el hecho de haber comprado el butterball no implica prepararlo con el terrible stuffing o relleno de pan, ni comerlo con gravy o recaudo, ni acompañarlo con mermelada de frambuesa. El de esta navidad será un pavo transculturado, chele y gringo, pero con salsa criolla, preparada con tomates, chiles y cebollas, diluida con vino blanco, y aderezada con el famoso "relajo" de especies, aceitunas, alcaparras y ciruelas pasas.
¿Cómo llegaron los bolas-de-mantequilla al frízer del supermercado?, me pregunté. No me cabe duda de que un agente transculturante, comprador de pavos al por mayor, tomó decisiones que afectaron la mía. Si sigo la máxima de mi abuelilta (piensa mal y acertarás), diría que esos chumpes les sobraron a los gringos para San Guivis y deben haber ofrecido un megalote --respecto del tamañito de nuestro mercado-- a un precio sin competencia. El comprador se dejo seducir por el precio, como yo. La industria nacional de los pecho-ancho, muy bien, gracias. A estas alturas, el gringo ya está cocinado.
Ilustración: Fotomontaje con pavo de "Dama con armiño", Leonardo da Vinci (FreakingNews.com)
Los fantasmas de Scrooge
La película "Los fantasmas de Scrooge", recientemente exhibida en el país, cuenta la historia del ricachón que el día de Navidad experimenta una transformación en su vida. Ebenezer Scrooge es ávaro, egoísta e incapaz de pagar salarios justos a sus empleados. Aparte de su dinero, no le importa nada. Pero una noche, en las vísperas de la Navidad se le aparece el espectro de su socio, Jacob Marley, fallecido años atrás.
Marley le cuenta que por su propia maldad está condenado a arrastrar eternamente una pesada cadena, y le advierte a Scrooge que deberá llevar una cadena aun más pesada cuando muera. Antes de retirarse, el espectro le anuncia la visita de otros tres espíritus, que no tardan en presentarse, uno tras otro.
El fantasma del pasado lo hace recordar su infancia melancólica y sus tempranas ambiciones de poseer riquezas. El del presente le muestra la vida de uno de sus empleados más leales quien, pese a vivir en medio de estrecheces, mantiene un espíritu positivo. El del futuro le muestra la fosa en donde será enterrado, a donde no se llevará nada.
El encuentro con los fantasmas le produce a Scrooge una honda impresión, al punto que su vida se transforma y se convierte en un bienhechor que procura la felicidad de sus empleados, amigos y parientes.
La película está basada en "Un villancico de Navidad", un cuento del inglés Charles Dickens (1812-1870). Desde su publicación en 1843, la historia del rico arrepentido que sale de su casa deseándole a todo mundo una "feliz navidad", se convirtió en un clásico para niños. A través de los años ha sido representada en el cine, el teatro, los dibujos animados y la radio, en infinidad de adaptaciones.
Dickens, que a su vez había tenido una infancia muy difícil, reflejaba la realidad de la Inglaterra de la "revolución industrial", donde una gran parte de la población vivía en condiciones infrahumanas. Con todo, Dickens parecía creer en la bondad del espíritu de las personas y en su capacidad para cambiar.
Scrooge, sin tener que renunciar a sus riquezas, se desprende de una pequeña parte de ellas para asegurar una vida más digna para los menos favorecidos, y asegurar su propia tranquilidad.
La actitud compasiva de Scrooge, hay que decir, no ha sido la más frecuente. Desde que el mundo es mundo, los poderosos suelen castigar a los pobres sometiéndolos a un duro régimen de trabajo y exigiéndoles el pago de tributos. Gracias a su enorme poder no solo son capaces de eludir un tributo proporcional a sus riquezas sino que también suelen representarse ante los demás como grandes benefactores ("somos los que damos empleo", "somos el sector productivo").
La historia de Dickens se exhibió en los cines de El Salvador en uno de los diciembres más críticos de los últimos años. La crisis económica ha empobrecido a millares de familias. Los expertos dicen que en pocos meses hemos retrocedido a los niveles de pobreza de hace más de una década. Desde su 4x4, nuestro Scrooge intenta mirar con indiferencia la creciente miseria. Se consolará quizás pensando que los pobres son pobres porque así lo quiere Dios.
Esta noche, como en todas las navidades, se repetirá frente a nuestras narices la historia de Dickens. Pero los fantasmas de Scrooge –la corrupción, la intolerancia y la codicia-- azotarán, sin éxito, las puertas de los poderosos.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 24 de diciembre de 2009)
Lea: Un villancico de Navidad, de Charles Dickens
Ilustración: Mr. Monopoly (Hasbro)
miércoles, diciembre 09, 2009
Cultura y Riqueza
Nadie puede dudar de la importancia de la publicidad en el mundo de nuestros días. Mientras las vallas nos informan sobre productos, bienes o servicios que están disponibles, sus mensajes también van moldeando la conducta de las personas. Por ello, la publicidad ha llegado a convertirse en uno de los elementos centrales de la cultura de nuestro tiempo... a menudo más influyente que la música sinfónica, el teatro o los libros de poesía.
La cultura ahora está constituida por un campo que incluye la publicidad, los medios de comunicación y el diseño, al lado de las bellas artes, las artesanías y la gastronomía. Es posible que muchos se sientan incómodos con esta idea de la cultura que contradice la arraigada noción que la ha definido como el conjunto de las actividades humanas más excelsas. La cultura ya no es lo que era para nuestros padres y abuelos. Como lo prueba un informe publicado esta misma semana por el PNUD, la cultura en El Salvador es también un sector de importancia económica, pero su aporte a la riqueza del país ha pasado desapercibida.
De acuerdo con el informe "Desarrollo humano y dinámicas económicas locales: Contribución de la economía de la cultura", en el año 2004 de cada 100 dólares del PIB nacional, 1.4 fueron generados por el sector cultural salvadoreño. Además, de cada cien salvadoreños que contaban con trabajo en ese mismo periodo, al menos uno laboraba en el sector cultural. Asimismo, el valor agregado promedio --esto es, la suma total de remuneraciones, ganancias e impuestos-- generado por un trabajador del sector cultural fue de poco más de mil dólares mensuales.
Desde luego, sus potencialidades económicas no deben hacernos olvidar que la cultura, ante todo, le otorga sentido a nuestra existencia y nos enriquece espiritualmente, además de favorecer la inclusión en sociedades fracturadas como la salvadoreña. Como en el cuadro de Las dos Fridas, se trata de procesos que se retroalimentan.
Aunque las administraciones culturales de El Salvador han asignado recursos económicos principalmente a la conservación del patrimonio cultural, a las artes y las letras, Concultura poco a poco se fue abriendo a la idea de que la cultura también puede ayudar a mejorar la salud de la economía. Las administraciones de Gustavo Herodier (1999-2004) y Federico Hernández (2004-2009) mostraron un creciente interés hacia el papel de la cultura como un motor del desarrollo. Lamentablemente, algunos documentos claves producidos en esos años, que permitirían estudiar ese proceso, no están disponibles en la Web de la actual administración cultural.
Las investigaciones sobre el papel de la cultura en el desarrollo todavía están en pañales. Para no ir muy lejos, México, un país con un enorme desarrollo en la gestión de su patrimonio y en las industrias culturales (cine y libros, para citar dos ejemplos) publicó sus primeras investigaciones sobre el tema apenas en 2004. A partir de entonces, México comenzó a analizar los mercados culturales y a definir políticas mejor documentadas para atender a los diversos públicos.
Hace unas semanas la Secretaría de Cultura del nuevo gobierno salvadoreño anunció la creación del Instituto de investigaciones centroamericanas Pensamiento y Cultura. De lo dicho por los responsables de ese proyecto es fácil deducir que ese instituto privilegiará las investigaciones históricas y arqueológicas, campos importantísimos en donde hay tanto por hacer. Sin embargo, algunos esperamos que dedique una parte de su atención a las investigaciones sobre cultura y desarrollo, en un espectro amplio que incluya las migraciones, el consumo y los medios de comunicación. Este tipo de investigaciones serán invaluables, entre otras cosas, para que las autoridades nacionales y locales diseñen políticas y programas culturales realistas.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 10 diciembre 2009)
Descargue "Desarrollo humano y dinámicas económicas locales: Contribución de la economía de la cultura"
De berenjenas y limones
Me encanta comer berenjena, pero no sé por qué extraña racionalidad antiortográfica la pienso siempre escrita con "g". Me gustaría más que esa legumbre fuera, además de morada, lisa y brillante, "berengena". (No admito la "verengena": la imagino churuca.) Debo confesar que, como poco escribo la palabra, cada vez que lo hago enfrento tremendas dudas que resuelvo gracias al diccionario en línea de la RAE (Real Academia Española).
Sé que mis vacilaciones berenjeniles se deben, en cierta medida, a que el vocablo me es más frecuente en el habla que en la escritura. Sin embargo, no puedo negar, en ese caso particular, cierto atavismo "berengénico" que me atrae hacia la letra ge en desmedro de la jota. Menos mal que nunca me ha tocado escribir la palabra en el pizarrón, durante una clase de lenguaje. Me daría pena que mis alumnos me vieran más dudosa de lo normal. Supongo que, después de esta entrada en Talpajocote, me quedará grabado que, aunque yo quiera otra cosa, berenjena se escribe con "j".
Hace unos días me ocurrió algo semejante con una expresión que nunca había visto en papel y que hoy, por primera vez en mi vida, escribo: "al alimón". Esa pareja de palabras que significa "conjuntamente", alude a producciones realizadas a dos (o más) voces o manos. Así, por ejemplo, la canción We are the world (1985) fue interpretada al alimón por el difunto Michael Jackson junto a Lionel Richie, Stevie Wonder, Tina Turner y varios famosos más.
Célebre, aunque menos cercano, es el Discurso al alimón (1933) que los poetas Neruda y García Lorca dedicaran a Rubén Darío. De ahí se tomaría el nombre para caracterizar las composiciones poéticas a cuatro manos, tipo "cadáver exquisito" de los surrealistas, pero con los ojos abiertos. En cristiano: se produce un poema al alimón cuando sus creadores van viendo lo que el otro ha escrito, a diferencia de los "cadáveres exquisitos" a secas donde cada escribiente agrega una línea al texto sin saber lo que ha dicho el anterior. Estas son técnicas juguetonas que usaron los surrealistas hace casi un siglo, en la búsqueda de sus berenjenales interiores.
Ahora bien, les confieso que cuando había dicho o escuchado esa expresión, algún instinto "berengénico" me hacía imaginarla cítrica. Es decir, "a la limón". Figúrense ustedes. Hoy he aprendido que la mentada expresión, original del mundo taurino, se refiere a un lance en el que dos toreros usan el mismo capote para dejar pasar al toro. El pobre animal se las ve frente a cuatro amenazantes ojos humanos sin saber que aquello se llama al alimón.
La expresión, que de cítrico apenas tiene el sonido de sus sílabas, es muy útil en terrenos creativos para referirse a los trabajos de colaboración entre artistas o productores culturales. Vean la bella ilustración realizada al alimón por Elena Ospina (colombiana) y Gustavo Aimar (argentino). O visiten el blog que se titula Al alimón, cuyos propietarios escriben a dos manos. Y por qué no recomendarles que exploren este mismo Talpajocote, que producimos al alimón --una entrada de uno, otra del otro-- Miguel y yo desde hace dos años.
Ilustración: "Pique en rojo y amarillo" de Pablo Picasso, 1959