Miguel Huezo Mixco
“La autoindagación siempre es arriesgada: puedes acabar haciéndole más caso al forense que llevas dentro que al hombre capaz de accidentarse que eres”
Ha muerto Seamus Heaney. Los obituarios de los periódicos y
revistas del mundo lo califican como la figura más importante de la poesía
irlandesa posterior a William Butler Yates. Pero Heaney no fue un dublinés,
como Yeats o James Joyce u Oscar Wilde, sino un hijo de campesinos.
Nació en 1939 en medio de ciénagas, en las afueras del
condado de Derry, en Irlanda del Norte. Excepcionalmente pudo ir a la escuela. Los libros más importantes en su casa eran las libretas de racionamiento. Todos sus antecesores habían dedicado su vida entera a trabajar la tierra. “Pesa menos la pluma que la pala”, le decían
sus padres, animándolo a iniciar una carrera que le convertiría en un reputado
académico (enseñó en Berkeley, Harvard y Oxford), culminando con la recepción
del premio Nobel de Literatura en 1995.
La idea del poema como una “excavación” estuvo presente
desde sus primeros textos. Su conocido poema Digging (Cavando), de su libro
“Muerte de un naturalista” (1966) pone en escena a los labriegos golpeando la
tierra. El poema termina diciendo:
“Pero no
tengo pala para seguir a hombres como aquellos.
Entre el
pulgar y el índice
descansa
agazapada la pluma.
Cavaré con
ella”
Cuando alcanzó celebridad, Heaney le dio rienda a sus
memorias de niño pobre. Sus primeros contactos con la lectura tuvieron lugar en
la biblioteca escolar, donde leía a la luz de una lámpara de petróleo. También leía los cómics que circulaban entre los chicos de su pueblo por la proximidad de
una base militar norteamericana.
Propulsada por el Nobel, su obra poética comenzó a poner en
aprietos a los traductores. Es una amalgama de irlandés e inglés británico, con
numerosas evocaciones de la vida campesina y claves de las tradiciones de su
región. Que yo sepa, no muchos se han atrevido a verterla al español.
Heaney fue un nacionalista que se opuso a la dominación
británica y un explorador de las tradiciones irlandesas. Una y otra cosa
definieron en buena medida su idea y práctica de la poesía. No son pocos sus
poemas que tienen como trasfondo la resistencia católica contra la ocupación
británica de Irlanda del Norte. Pero sus simpatías políticas no fueron
incondicionales. En un relato de la sombría y peligrosa vida cotidiana en
Belfast, epicentro del conflicto armado, Heaney advierte que su sensibilidad se
encuentra dividida entre el instinto racial y religioso y el amor humano y la
razón.
“La mitad de nuestra sensibilidad tiene una estructura
mental que deriva del hecho de pertenecer a un lugar, de tener unos
antepasados, una historia, una cultura, como quieran llamarlo. Pero la
conciencia”, añade, “es resultado de lo que Lawrence denominó ‘las voces de mi
educación’”. Voces, dice, que tiran de uno hacia los traumas políticos y
culturales y también hacia las experiencias del mundo que está más allá de la
trampa del conflicto. En el drama de la política Heaney se inclinaba a entender
su posición como la de alguien que se encuentra actuando en una obra dentro de
otra obra.
En su conferencia “De la emoción de las palabras”
pronunciada en 1974 en la Royal Society of Literature, Heaney expone su
concepción de la poesía como adivinación, como revelación del yo a uno mismo, y
como parte de un esfuerzo de restauración de la cultura. Para él,
los poemas son fragmentos de un “continuum”, comparables a los
descubrimientos de piezas arqueológicas (un tiesto, una figurilla, una máscara)
de las que emana un aura desconocida y que dotan al conjunto monumental de valor y
autenticidad.
Una parte de su programa estético lo escribió tempranamente
en Versos para mí, de su libro “Puerta a las tinieblas” (1969). Desearía
escribir --dice-- poemas encorvados y fuertes, atados con correas, que exploten
en silencio, sin violencia, haciendo sonar una música clara, como la de “la
sierra adentrándose en la madera seca”. Aspira a escribir, declara, poemas sin
artificio. Define: “Artificio es la habilidad para hacer. Sirve para ganar
concursos (...) Puede hacerse gala del artificio sin necesidad de referencias a
las emociones o al yo (...) pero no tiene nada que ver con lo que llamamos
voz”.
Le otorga, en cambio, un papel central a la “técnica” que,
contra lo que suele pensarse, no está referida solo al modo en que el poeta
trabaja las palabras y su dominio de la métrica y del ritmo, sino a la actitud
del autor hacia la vida. “Implica el descubrimiento de modos de salirse de sus
límites cognitivos habituales” para acceder a un estado que se encuentra a
medio camino entre los orígenes de la emoción y las estratagemas formales que
sirven para expresarla.
Heaney teorizó sobre la dificultad de distinguir entre
emociones convirtiéndose en palabras y palabras convirtiéndose en emociones.
Sostuvo que el autor no debe arriesgarse a tratar de ser demasiado consciente
de los procedimientos que sigue. “La autoindagación siempre es arriesgada:
puedes acabar haciéndole más caso al forense que llevas dentro que al hombre
capaz de accidentarse que eres”, sentencia.
En su idea estética la memoria tiene un valor central.
En su Requiem for the Croppies (Requiem por los
campesinos) relata cómo de las fosas comunes donde yacían los masacrados de
una de las revueltas campesinas del siglo XVIII brotan espigas de cebada que provenía de los granos que los ‘croppies’ llevaban en sus bolsillos para
ir comiendo durante la marcha. Esa metáfora de renacimiento le sirve para indicar la profundidad de la revuelta irlandesa en la segunda mitad del siglo
XX.
Ese texto resume su tentativa de dotar a los
hechos del pasado de un conjunto de imágenes y símbolos que hagan justicia a
“la intensidad religiosa de la violencia en toda su deplorable autenticidad y
complejidad”. El uso del calificativo de “religiosa” no es gratuito: apela no
solo al sentido sectario, sino también a la historia misma de su pueblo, en
donde la Madre Irlanda, la Shan Van Vocht, numen territorial de origen
indígena, fue suplantada por un culto masculino introducido por tipos como
Oliver Cromwell, el fundador de la Mancomunidad de Inglaterra, cuyo dios está
encarnado en la figura de un rey que vive en Londres.
La poesía tenía para Heaney un papel en el establecimiento
de una relación significativa entre el presente y el pasado. Un esfuerzo que,
en las circunstancias de enfrentamiento que vivía Irlanda, adquiría un carácter
de urgencia. “Una cosa es formar un poema y otra, muy distinta, es forjar, como
dice Stephen Dedalus, la conciencia increada de la raza”, escribió.
Heaney fue un escritor implicado en los acontecimientos de
su Irlanda natal, y excavó con la fruición de un labriego para poner a la luz
una poesía con resonancias nacionalistas. La Academia Sueca falló a su favor la
entrega del Nobel por una “obra caracterizada por su belleza lírica y su
profundidad ética, que hace surgir los milagros de lo cotidiano y el pasado
vivo”.
“Pasteles de barro son la comida de los
muertos”, escribió Heaney en su canto fúnebre a la muerte de Joseph Brodsky.
“Pasteles de barro”, pues, para el poeta campesino.
(Publicado en
El Faro, 2 de septiembre de 2013)
Foto: Heaney en la escuela, el cuarto, de pie, de derecha a izquierda.
Vídeo de su funeral en Dublín:
http://www.theguardian.com/books/video/2013/sep/02/irish-poet-seamus-heaneys-funeral-dublin-video
Bono (U2) y Seamus Heaney:
http://www.theguardian.com/books/2013/sep/01/bono-seamus-heaney-tribute-poetry