miércoles, agosto 20, 2008

Obsesión por la palabra impresa

Los libros son objetos con un encanto especial. En esta entrega, Talpajocote habla sobre tres de ellos: le presenta, en primicia, la última novela de Horacio Castellanos Moya, Tirana memoria; reseña el primer libro de Elena Salamanca, Último viernes; y comenta Guerra y lenguaje, un estudio sobre la relación entre ambos fenómenos, del chileno Adán Kovacsics.

Tirana memoria, de Horacio Castellanos Moya

La fecha de la primera edición de la última novela de Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, Honduras, 1957) dice "septiembre de 2008", pero el libro ya salió de la imprenta y Talpajocote lo tiene en primicia. Aun no lo hemos leído y daremos el beneficio de la duda a Tusquets, la casa editora, que considera que esta es "la novela más ambiciosa" del autor. Ciertamente es la más larga que le conocemos: 358 páginas.

Esperamos encontrar en este libro --según lo que anticipa una ojeada rápida-- conflictos familiares y personales, convulsiones políticas e historia salvadoreña novelada desde los cuarentas hasta los setentas. Esperamos, también, la narración vertiginosa y el lenguaje desenfadado que caracterizan al escritor centroamericano.

Lea entrevista reciente al escritor en el periódico argentino Página/12:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3139-2008-08-17.html

El primer viernes de Elena Salamanca

María Tenorio

Un color naranja fresco y apetitoso cubre los nueve relatos que incluye Elena Salamanca (San Salvador, 1982) en su primer libro. Último viernes nos conduce por anécdotas de personajes que me recordaron mi vida y otras vidas. Nos sitúa en nueve escenarios distintos y distantes desde sus 94 páginas que puso en papel y tinta la Distribuidora de Publicaciones e Impresos, DPI, en su colección Nueva Palabra.

El cuento "más antiguo" es el titulado "La desafinada canción de Rolando", parodia de una confesión del sacerdote Césare Sabboesso Mare de la Cisterna e Fiore ante el tribunal de la Santa Inquisición en 1423. Con fino humor Elena reúne una amalgama de anacronismos voluntarios y referencias al imaginario de la historia europea en un relato situado en la Tierra de los Ángeles, denominación que da a la actual Inglaterra.

Otro cuento que marca un momento histórico sin decirlo explícitamente es "Yemayá", narración muy sentida de denuncia social. La historia de Yemayá y su abuela transcurre en 1932 en algún lugar occidental del país donde la autoridad "visitaba" las humildes residencias de los campesinos en cacería de indígenas y "comunistas".

Algunos cuentos construyen escenarios más urbanos, como es el caso de "Ángelus dominicus walking down the citizen nominis tu is becoming better", cuyo protagonista vive en el pasaje Guirola, en San Salvador, o "Certezas de él", que transcurre en el espacio doméstico de la pareja y en consultorios médicos de alguna ciudad del mundo occidental.

Los relatos de Elena narran momentos clave de la vida de sus protagonistas: son historias de liberación, de muerte o de toma de conciencia que marcan un antes y un después. La existencia de los personajes no es igual después del punto y aparte que cierra cada cuento. Hombres y mujeres --muchas veces emparejados o desencontrados-- son puestos al borde, en experiencias límite, que los llevan más allá de sus neurosis y sus obsesiones, definiendo el sentido de su trajinar por este mundo.

"Certezas de él", "Yemayá", "'V'" y "La desafinada canción de Rolando" son mis cuentos favoritos de esta primera colección que publica Elena. Los cuatro están marcados por la presencia y la actuación de mujeres (y, a veces, hombres) fuertes que se terminan haciendo cargo de sus vidas, o de sus muertes, luego de atravesar momentos difíciles, confusos o de enorme emotividad.

Si le suena familiar a usted el nombre de Elena Salamanca será porque habrá leído alguno de sus reportajes en la extinta Revista Dominical o en la sección cultural de La Prensa Gráfica o bien en la reciente publicación Séptimo Sentido. La joven periodista publica su primer libro luego de haber sido distinguida con varios premios literarios (Concurso del Instituto de Derechos Humanos de la UCA, 2003 y 2004; Juegos Florales de Ayutuxtepeque, 2004; Premio Nacional de Medio Ambiente en prensa escrita, 2005). Además fue finalista del premio Alfaguara El Salvador 2004 de novela con su título Pan y leche, aun inédito. Ojalá pronto veamos otro título de Elena.

Guerra, prensa y lenguaje

Miguel Huezo Mixco

Temprano llegaba el soldado Rainer María Rilke, todos los días, a su pequeño escritorio en el Archivo de Guerra, en la ciudad de Viena, vistiendo un uniforme que –dicen-- le hacía lucir ridículo. El autor de las célebres “Elegías de Duino”, aunque estaba lejos de la batalla, formaba parte de un ejército de escritores al servicio de los planes del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial.

Rilke no llegó allí por su voluntad sino a través de una serie de acontecimientos que comenzaron con una convocatoria para presentarse a filas. El poeta Rilke, tras ser examinado y declarado apto para el servicio militar, pasó a recibir un rápido adiestramiento militar. Su suerte parecía echada. Para su fortuna, en el último instante, la decisiva intervención de una mano protectora hizo posible que en vez de ir al frente, el poeta fuera a parar al Archivo de Guerra. Lejos, muy lejos, de los tiros y los obuses, pero de alguna manera al servicio del enfrentamiento militar.

Aquella guerra, la primera gran guerra moderna, en la que participaron 32 naciones, requería no sólo de operarios en las fábricas, oficiales en los puestos de mando y soldados en la línea de fuego, sino también de publicistas. La guerra era una mercancía que reclamaba que todas las fuerzas, aun las del intelecto, se volcaran a su favor, dice Adan Kovacsics, en su libro “Guerra y lenguaje” (Acantilado, 2007).

Rilke trabajó por algunos meses del año 1916 en aquel Archivo realizando una especie de trabajo de contabilidad, después de negarse a realizar el trabajo de embellecer la carnicería. A su lado había otros escritores --entre ellos Stefan Zweig-- dedicados a reelaborar y pulir con gusto artístico las descripciones de los combates enviados desde la línea de fuego, fabricando actos de heroísmo que luego se publicaban en los periódicos. En el Archivo se publicaron colecciones de libros y revistas, y hasta se llegó a tener un grupo literario integrado por oficiales alemanes aficionados a las letras, bajo el mando de un tal Emil von Belobreska. “Más que un cuartel del ejército”, dice Kovacsis, “(el Archivo de Guerra) parecía una peluquería literaria altamente profesionalizada”.

La poco conocida historia de ese Archivo le sirve al autor de “Guerra y lenguaje” para reflexionar sobre las relaciones entre guerra, política, lenguaje y periodismo. Kovacsis relata el rol que jugaron en aquella época muchos escritores y periodistas para sugerir que las palabras no sólo están inseparablemente ligadas a la organización política y social, sino que “son” esa organización. El lenguaje –sentencia-- constituye un verdadero órgano social.

Kovacsis analiza, entre otros temas, el papel de la prensa y de algunos intelectuales clave (Karl Kraus, Walter Benjamín, entre otros) en la Primera Guerra Mundial. Y asegura que esos momentos de confrontación suelen caracterizarse por la aridez intelectual. “Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de palabras. A la crueldad se suma la frivolidad verbal”, sentencia. No sólo la frivolidad de los contendientes directos, sino también la de los escritores y periodistas.

Esa relación entre guerra y lenguaje sigue presente en nuestros días. Su objetivo, como en los tiempos del soldado Rilke, es convertir a las palabras en un cemento capaz de unir voluntades frente a enemigos reales o imaginarios. En medio de la campaña política salvadoreña, este libro resulta una lectura provocadora y lúcida.

Publicado en La Prensa Gráfica, 20 de agosto de 2008.

miércoles, agosto 06, 2008

De cartas y temas de conversación

En esta entrega de Talpajocote publicamos tres textos: una carta que Miguel envió al director de la revista Séptimo Sentido con su opinión sobre el drama shakespereano El Rey Lear, cuya temporada en el Poma recién terminó; un texto de María donde expone razones y sinrazones para no hablar de política; y la columna de Miguel de La Prensa Gráfica sobre la sección de "Cartas a María".

La presentación de Rey Lear: confieso que he reído

San Salvador 5 de agosto de 2007.


Señor Roberto Valencia,
Editor de Séptimo Sentido.


Estimado Roberto:
Quiero expresar mi desacuerdo con la valoración que se ha hecho de la puesta en escena de Rey Lear, un montaje de Roberto Salomón basado en la obra de William Shakespeare, y que se aborda en la edición del 3 de agosto de Séptimo Sentido. Me explico.



Después de la impresionante primera escena, cuando el rey aparece con sus hijas Goneril, Regan y Cordelia, la condesa de Kent, sus yernos, etc., y a medida que en la obra se producían escenas hilarantes, comencé a sentirme confundido sobre si aquello era un drama o una malograda comedia. Salí del teatro con el sabor de que el director había intentado realizar una interpretación libre de la obra, salpicándola con ribetes cómicos. Busqué en el programa si se advertía algo al respecto, pero al no encontrar ninguna aclaración me quedé más desconcertado.


En el artículo titulado “El eterno Antonio Lemus Simún”, de Elena Salamanca (Séptimo Sentido, p. 11), Roberto Salomón atribuye la risa del público al hecho de que algunos –o muchos— fueron a ver la obra “pensando que Toño Lemus (el actor principal de la obra) presenta (una) comedia. Y a la primera palabra que dice, ya se están riendo”. Desde mi experiencia, las cosas no ocurrieron así. Jamás había visto al señor Lemus en las tablas. Fui al Teatro Poma a ver el trabajo de Salomón y de ese grupo de actores, y confieso que me reí en varias ocasiones.


Por ejemplo, en la escena en que se tortura a la condesa de Gloster, interpretada por Isabel Dada, sobre todo cuando la infeliz mujer es sacada de escena, a toda velocidad, a bordo de una silla secretarial. ¿Y qué decir del instante en que una mano de goma, que se supone ha sido amputada, sale volando por el escenario, convirtiendo el horror en una ocurrencia divertida? La condesa de Kent, pese al esforzado Francisco Cabrera, a ratos parece la parodia de un noble amanerado. En estos y otros tramos buena parte de la concurrencia, incluido yo, nos reímos de buena gana.


Algunos comentaristas han atribuido las risas a la estupidez del público. Pero creo que hay algo en la obra que no la deja convertirse en la “gran” tragedia que quiere ser. Ese “algo”, sea lo que sea, no es culpa de Antonio Lemus. Su actuación, digo de paso, también tuvo momentos cómicos y fuera de lugar. Lemus tiene presencia escénica, sí, pero tampoco es el "eterno" en el que algunos quieren convertirlo. La obra tiene numerosos méritos, sin duda. Es “Una representación digna y bella”, como la llama con acierto Ricardo Lindo. Fuera de este comentario, mucho de lo que se ha escrito sobre el montaje, y que la periodista Elena Salamanca llama “la crítica”, son notas muy próximas a la adulación.


Finalizo diciendo que Roberto Salomón está haciendo un esfuerzo encomiable reciclando a los sobrevivientes de aquella tanda de artistas de los años 70, e incorporando a nuevos talentos, algunos formados directamente sobre las tablas, para mantener vivo al teatro en El Salvador.


Con ruegos de que le dé espacio a esta carta, me suscribo atentamente,


Miguel Huezo Mixco




(Texto completo de la carta enviada al editor de Séptimo Sentido, de La Prensa Gráfica)
Ilustración para Sueño de una noche de verano, de W. Shakespeare.

...............................................................................................................................



¿Quiere leer más sobre lo que se ha dicho de la obra?



Élmer Menjívar eleva al director a condición de monarca:
http://www.laprensagrafica.com/cultura/1093747.asp

Héctor Ismael Sermeño asegura que el elenco es uno de los más representativos en la historia teatral nacional:
http://www.diariocolatino.com/es/20080711/trazosculturales/56847/



En su blog, Salvador Canjura, atribuye las risas durante la obra a la estupidez del público:
http://tierradecollares.blogspot.com/2008/07/qu-le-pasa-nuestro-pblico.html


Otro bloguero, René, pensaba que el director provocaba las risas de manera intencional:
http://renefigueroa.blogspot.com/2008/07/el-rey-lear-simn.html

El propio Antonio Lemus asegura que la obra será recordada por siempre:
http://www.elmundo.com.sv/PDF/280608opinion.pdf

Ricardo Lindo la considera una representación digna: http://www.centroamerica21.com/edicion66/pages.php?Id=263

¿Por qué no hablar de política?

María Tenorio

¿Es usted de esas personas que pasan por encima las primeras páginas de los periódicos y se detienen, por primera vez, hasta que ven las ofertas de los súperes? O, incluso más, ¿usted comienza a leer los periódicos por en medio o por atrás, en busca de las notas sobre los artistas de cine y las páginas culturales? ¿Le interesa más conocer el último proyecto de Gael García Bernal que saber si Arturo Zablah va o no va en la fórmula con Ávila, o si Funes participó en la Bajada del Salvador del Mundo en Los Ángeles, California?

Le confieso que soy una de esas personas que daría una respuesta afirmativa a las preguntas arriba formuladas. Si fueran parte de un cuestionario yo respondería "casi siempre" a todas ellas. La política --esa que llena las primeras páginas de los periódicos, los primeros minutos de los noticieros, los espacios de opinión de la mayoría de columnistas y analistas, las conversaciones de un montón de gente seria y no tan seria-- no me interesa. Escasamente hablo o sé sobre ella... a menos que me vea obligada a hacerlo por razones laborales.

¿Por qué no hablar de política? Porque hay cientos de temas mucho más interesantes para una conversación con el prójimo o conmigo misma. El accidente de Álvaro Torres en Chalatenango, las películas que no están dando en el cine, la representación del rey Lear que recién terminó en el Poma, el abuso de la música a-todo-volumen para atraer compradores en cierto tipo de almacenes, el insomnio de Jacinta Escudos, la moda Emo entre los adolescentes, los múltiples usos de los blogs o lo extraño que han caído estas vacaciones de agosto... ¿ya sabe usted que el gobierno regresa a trabajar el jueves 7 y no el lunes 11?

Mi profesora de "Idioma Nacional" en sexto grado, doña Mati de Aguilar, nos enseñó con su gutural voz de recitadora que "de política y de religión no se debe hablar en reunión". Su argumento era que, en las dos materias, cada persona tenía su propia posición y no podía asumir que los demás pensaran o creyeran como ella. Además, una reunión social no debe convertirse en terreno de lucha para ganar prosélitos. Los políticos y los religiosos eran temas, sigo citando lo que recuerdo de doña Mati, que podían despertar pasiones y generar desagradables polémicas. No se debía hablar sobre estos asuntos, pues, más allá de la intimidad... del hogar o de la propia subjetividad.

Los que se apasionan por la política y gustan de comentar sobre el chambre que nutre los distintos medios de comunicación día a día me dirán que doña Mati andaba errada, que aquellos eran otros tiempos --los ochentas, por cierto-- y que la política no solo es interesantísima, sino también fundamental para la vida del país y del mundo. Ciertamente, tienen razón. Sin embargo, también la tengo yo que he hecho de la política un espacio de no-consumo, así como tampoco compro películas pirateadas, música en inglés ni veo televisión (todo lo anterior, salvo de manera excepcional).

No hablar de política no significa, en mi caso, carecer de una posición ciudadana frente a los asuntos de la cosa pública. Ejerzo el derecho al voto desde hace veinte años y espero hacerlo una vez más el año próximo, aunque no sepa en qué fecha exacta serán las elecciones. Pero podría pasar por debajo de agua todos estos meses, sin enterarme sobre lo que hacen o dejan de hacer Rodrigo o Mauricio, las fotos que se toman o dejar de tomar, los amigos con quienes se juntan o se dejan de ver. Demasiada anécdota, demasiado enredo, demasiada información para mi gusto. Me marea.

A veces pienso, en el fondo, que confío en la incipiente democracia del país funciona y seguirá funcionando... o, simplemente, que la vida sigue y se mueve con independencia de los tejes y manejes de ese enrevesado asunto que da de comer a los medios de comunicación.

Cartas a María


Miguel Huezo Mixco


Pocos secretos han sido tan celosamente guardados en La Prensa Gráfica como la identidad de “María”, la autora de una columna de consejos sentimentales que tiene ya cuatro décadas de publicarse de manera ininterrumpida. Celos, infidelidades, desengaños, ilusiones rotas –temas 'eternos', que han nutrido y siguen avivando la literatura, el cine, el las teleseries y las conversaciones familiares-- son algunos de los temas sobre los que María ha opinado a lo largo de todo este tiempo.


¿Sirven para algo las cartas en esta época de mensajes electrónicos? Claro que sí. “Cartas a María”, el nombre de la columna citada, es quizás uno de los últimos bastiones de la literatura epistolar. Sus cartas han intentado, casi por cuarenta años, ofrecer respuestas a las grandes pasiones de nuestros días. Digamos, de paso, que los mensajes de texto de nuestros teléfonos móviles son una nueva forma de la literatura epistolar. A estos se les podrá reprochar la ausencia de belleza literaria, pero tengamos por seguro que en esos apresurados envíos también se condensan sentimientos profundos. Son, si se nos permite decirlo, un nuevo tipo de verso.

¿Quién es ‘María’? No lo sé y quizás nunca lo sabremos. María ha aconsejado a los desencaminados, alentado a los desalentados y sacudido a los hechizados, instalada en el respeto a valores tradicionales. Pero más que al catecismo, ha recurrido al sentido común y al tacto humano para responder a temas espinosos, utilizando pocas palabras, y, sobre todo, sin sermonear. Más allá de que se compartan todos sus puntos de vista, es admirable el trabajo de esa anónima persona que, de ser verdaderas las cartas que recibe, se habría convertido en la mayor confidente de tres generaciones de lectores, hombres y mujeres.


El tipo de cartas que le llegan a María se escriben cuando el corazón vive trances complicados en los que se va la vida. No hay pasiones pequeñas. Mortales comunes y corrientes, al igual que muchos de los grandes héroes de todos los tiempos, se han sumergido en pasiones inopinadas. Algunos consiguen reconstruirse. Otros, en cambio, no logran sobrenadar entre la leche verde del mundo. Y otros, peor aún, viven retorcidos por efecto de uno de los filtros más mortíferos que conoce la sinrazón: la culpa.


Los quebrantos de amor son parte consustancial de la condición humana. El joven que ha ofrecido una boda fastuosa, pero que no puede costear; la mujer enamorada de un pobretón que no encuentra la comprensión de sus padres; el que no sabe si responder a su corazón o a su raciocinio; aquellos que no pueden más con sus secretos y sienten que el alma se les abre en una hemorragia de espinas; y también aquellos que a causa de sus decisiones sienten la mirada quemante de sus censores o sus rivales; la engañada, el desengañado y el defraudado; los que buscamos palabras de aliento y manoteamos para no ahogarnos en un vaso de agua, y todos los que quisiéramos que el amor no acabara aunque terminen los besos.


Que la inestabilidad y la inconstancia son las grandes máximas del amor es una regla que puede deducirse de las consultas y respuestas publicadas en la columna de María. Y que es en el conflicto permanente entre la identidad y la alteridad de los amantes donde se encuentra la llave (apenas una de las llaves) para aniquilar --y también para avivar-- al huidizo amor. Pues para nuestra sorpresa, querida María, bien lo sabemos, el corazón se cansa de lo uniforme, inclusive si es la felicidad.


(Publicado en La Prensa Gráfica, 7 de agosto de 2008)


Ilustración: M.C. Escher