jueves, mayo 30, 2013

Los más solos

Miguel Huezo Mixco


Uno los mayores desafíos de la imaginación es la representación del mundo interior de la locura. La obra “Los más solos”, a cargo de la agrupación Teatro del Azoro, se introduce en la vida cotidiana de un grupo de dementes, y el resultado es estremecedor.


El montaje revela la vida perturbada, triste y solitaria de cuatro hombres condenados por asesinato, que cumplen su condena al interior de un hospital siquiátrico. Ellos siguen viviendo las pesadillas de la guerra civil salvadoreña y la iniquidad del aparato administrativo que los hace vivir como escoria humana.


No deja de ser inquietante que sean cuatro mujeres --Alicia Chong, Paola Miranda, Pamela Palenciano y Egly Larreynaga-- quienes interpretan los papeles de esos tipos que cometieron crímenes horrendos, precisamente contra mujeres. Más inquietante todavía es darse cuenta, como se sabe desde el principio, de que la pieza está construida a partir de las vidas reales de violadores, matricidas y torturadores.


Ese juego mediante el cual cuatro chicas prestan su cuerpo y voz para dar a conocer el drama de los asesinos, motivó al reconocido dramaturgo Roberto Salomón a preguntarse sobre la actitud de las actrices y de la obra frente a los individuos que escogieron representar: “¿Los defienden? ¿Los condenan? ¿Los justifican?”, escribió.


La respuesta al cuestionamiento de Salomón lo dio más tarde la filóloga Mar Martín Manzano, indicando que la obra consigue ir más allá del mero hecho criminal pues, en definitiva, “no son únicamente los delincuentes los responsables del delito, sino toda la sociedad que determina su comportamiento”.


Polémicas aparte, el montaje y la actuación son sobresalientes. La obra consigue transmitir el clima desquiciado en el que viven Víctor, Levy, Cerebro y Choreja, los cuatro bandidos. Sobresaliente es también la manera en que las actrices consiguen transmitir el lenguaje de esos locos, repleto de dobles sentidos, interjecciones y giros lingüísticos, que le brinda realismo y comicidad a la tragedia. Ese trabajo actoral que recurre al habla popular, alejada de las declamaciones líricas y del lenguaje estandarizado, es esencial para retratar el carácter de los personajes.


No quiero dejar de mencionar la genial aparición en video de la actriz Ana Ruth Aragón, interpretando a una predicadora que consuela a aquellos infelices diciéndoles que Dios les ha perdonado. Ese fue, para mí, uno de los momentos estelares de la obra, porque solo entonces me descubrí pensando, con rabia, que no eran los criminales los que debían pedir perdón. La pieza había conseguido descolocarme.


La obra fue concebida por la agrupación teatral después de la lectura de una crónica periodística sobre la vida al interior del psiquiátrico de Soyapango. Las actrices fueron al hospital y convivieron durante varias sesiones con los enfermos. A partir de esa experiencia, compilada por Luis Felpeto y Egly Larreynaga, se produjo la obra teatral. Carlos Martínez, autor de la pieza periodística, es el locutor de algunas secuencias. Las fotografías de los pabellones y de los personajes de la vida real son de Pau Coll.


Como hecho insólito, por iniciativa del grupo, el pasado mes de marzo el Teatro del Azoro presentó esta obra ante más de 1500 pandilleros, en el patio central del penal de Ciudad Barrios.

Esta agrupación vuelve evidente una maravillosa paradoja: en un país donde no existe una escuela formal de dramaturgia, el teatro vive uno de sus mejores momentos. La temporada de presentaciones de “Los más solos” en el Teatro Nacional de San Salvador finaliza este fin de semana.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 30 de mayo de 2013)

miércoles, mayo 29, 2013

Los héroes y la violencia

Miguel Huezo Mixco


“Héroes bajo sospecha. El lado oscuro de la guerra salvadoreña” (2013), de Geovani Galeas, reconstruye los móviles políticos y las justificaciones ideológicas de algunos de los principales protagonistas de la espiral de violencia de los años 70, que fue la antesala del estallido de la guerra civil salvadoreña.


Este libro habla sobre lo que casi nunca se dice: los métodos que utilizaron los adversarios políticos de entonces para imponer sus puntos de vista e intereses. Fue una  batalla, a menudo secreta, en la cual no es fácil trazar una línea clara entre quienes son los buenos y quienes los malos.  Como sostiene el autor, argumentos tales como la defensa de la patria o la conquista de la justicia esconden la convicción de que en la guerra es lícito recurrir a todos los medios posibles, incluyendo el asesinato, para derrotar al enemigo.

“Toda guerra obedece a ese principio, que a su vez se funda en la convicción de que el fin justifica los medios”, escribe Galeas en la Introducción. Por esta razón, “una buena parte de las decisiones y de los hechos de guerra se fraguan y se ejecutan en la clandestinidad, sin que de ello quede más registro que la memoria de los jefes y combatientes involucrados”, añade.

Para muestra, dos botones. Galeas reconstruye y pone en contexto las acciones de dos personajes: el general José Alberto (El Chele) Medrano, creador de la fatídica organización paramilitar ORDEN y jefe por muchos años de los servicios de inteligencia gubernamentales; y el guerrillero Alejandro Rivas Mira (Sebastián), fundador del Ejército Revolucionario de Pueblo (ERP), señalado como el autor intelectual del asesinato del poeta Roque Dalton. Según el autor, estos dos personajes implementaron, cada uno por diferentes razones, una manera de hacer política en la que pusieron aparte principios básicos de respeto a derechos humanos. Galeas va más allá: a su modo de ver Roberto D’Aubuisson y Joaquín Villalobos, respectivamente, fueron sus seguidores más aventajados.

Como si se tratara de una novela policíaca, Galeas sigue los hilos de la trama que hicieron posible que el poderoso general Medrano cayera en desgracia ante su amigo, el entonces presidente Fidel Sánchez Hernández. Según Galeas, Medrano acusó al presidente y a su ministro de Defensa, Fidel Torres, de malversar varios millones de dólares en la compra de armamento para hacer la guerra contra Honduras.

El autor también echa una mirada más aguda a las circunstancias que culminaron con el asesinato de Roque Dalton, para lo cual reconstruye detalladamente el tortuoso proceso de creación de los primeros grupos armados revolucionarios, en especial del ERP, y sus numerosas pugnas internas.

En ese marco, pone de relieve la personalidad de Fabio Castillo Figueroa, quien fuera rector de la Universidad de El Salvador y miembro del grupo que derrocó a José María Lemus en 1960, situándolo no solo como uno de los pensadores salvadoreños de izquierda más importantes de todos los tiempos, sino también como activista político clave y hábil conspirador.

Más que provocar enconos o defensas cerradas, esta crónica de Galeas debiera provocar conversaciones y debates francos sobre la herencia que nos ha dejado la violencia, y como esta se constituyó en la práctica, para derechistas e izquierdistas, en “la partera de la historia”, como reza un conocido axioma marxista.

 Rico en detalles y anécdotas, debo lamentar que el género adoptado, la crónica periodística, impida al autor ofrecer referencias precisas de la documentación que tuvo a la vista para construir ese apasionante relato sobre “el lado oscuro” del período heroico por excelencia de El Salvador del siglo XX.