miércoles, diciembre 22, 2010

Revuelta: libros en tiempos de crisis

Miguel Huezo Mixco

La institucionalidad cultural se encuentra en uno de los momentos más críticos de toda la posguerra. Esta crisis se hace especialmente evidente en el mundo del libro y tiene una expresión particular en la actividad editorial. La Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), la casa editora del Estado, no consigue salir del coma en el que se encuentra desde hace varios años, y las editoriales universitarias, que tradicionalmente han tenido un papel protagónico en la publicación de literatura, están haciendo poco o nada.

Esta es la realidad que nos llevó a producir la colección Revuelta, auspiciada por el Centro Cultural de España (CCESV). Desde el 14 de diciembre están en circulación los dos primeros volúmenes: Breves palabras impúdicas, de Horacio Castellanos Moya, y Agua inhóspita, de Vladimir Amaya.

La creación de Revuelta fue el resultado de muchas conversaciones y preguntas. Si imprimir libros es tan caro, ¿debemos adoptar las publicaciones electrónicas? ¿Cómo acceder a los lectores que no forman parte del reducido número de personas conectadas a Internet? Si los libros de autores salvadoreños –salvo los que están incluidos en los programas escolares-- no tienen mercado, ¿por qué insistir en ingresar a un espacio del que estamos excluidos? ¿Debemos cruzarnos de brazos a esperar que alguien toque a la puerta ofreciendo la publicación de nuestros libros?

No tenemos respuestas terminantes para estas y muchas otras preguntas. El surgimiento de pequeños proyectos editoriales como Índole, La Cabuda Cartonera, Equizzero, y de revistas electrónicas como Contracultura y El Ojo de Adrián, son parte de esas posibles respuestas. Revuelta viene a sumarse a estas iniciativas. Ojalá fuera posible crear con todas ellas una estrategia conjunta de producción y difusión de literatura que nos ayudara a salir un poco del hoyo en el que nos encontramos.

La idea de este experimento editorial puede sintetizarse así: contribuir a crear una nueva corriente de atención hacia la literatura, los libros y los autores salvadoreños. La recepción ha sido buena. La revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica publicó un capítulo del libro de Castellanos Moya además de una entrevista con este escritor que vive autoexiliado del país desde hace años. También obtuvimos el apoyo de otros importantes medios impresos y electrónicos, así como de decenas de amigos en Facebook.

Buena parte del trabajo de producción y difusión de los libros se ha hecho a través de Internet. Inclusive, cuando una nevada impidió que Horacio tomara el avión a San Salvador, echamos mano de Skype para asegurar su presencia virtual ante el numeroso público que atendió la invitación al lanzamiento de la colección.

Para los pragmáticos hay que decir que la experiencia arrojará beneficios inmediatos. Los libros se entregarán en las depauperadas bibliotecas públicas y casas de la cultura de todo el país, y serán distribuidos a los usuarios del CCESV donde se da cita un público constituido principalmente por jóvenes. En su versión electrónica, los libros también estarán disponibles en la web, y podrán acceder a ellos, gratuitamente, lectores e investigadores de dentro y fuera de El Salvador.

Pero la literatura no es solo un hecho literario. Es sobre todo un acontecimiento cultural. Aunque suene romántico, queremos golpear los muros del pesimismo con poemas, cuentos y crónicas; pero sobre todo no queremos ser destructivos, sino propositivos. En eso consiste nuestra revuelta.

Revuelta ha tenido cierto éxito en su arranque pero no nos hacemos grandes ilusiones. Sabemos que este tipo de iniciativas no son perfectas y pueden ser polémicas. Pero no hay remedio. Necesitamos actuar. Tenemos que innovar. Debemos encontrar salidas.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 23 diciembre 2010)

La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (III)

María Tenorio

Todos los nombres son inventados. O, mejor dicho, han sido inventados: estrenados en algún momento y lugar del planeta. Por supuesto, la diferencia es enorme entre uno ideado ayer y otro que proviene de un pasado remoto. Pero, más que su tiempo de vida, lo que convierte a un nombre en común o extraño es la frecuencia de su uso. Lo mucho o poco que se repite en un determinado entorno. Mi colega del trabajo Magdiel no se extrañó cuando le pregunté por el origen de su nombre; está acostumbrado a que sea tema de conversación. Así, lo primero que me dijo es que aparece en el libro del Génesis, capítulo 3, versículo 43. Es un nombre antiguo que se usa poco en nuestro medio. Pero puede sonar tan exótico como Bielman u Osmek que, según la guía telefónica 2010, son nombres de varón en El Salvador. En otros países –de acuerdo con Google y Facebook– se desempeñan más bien como apellidos.

La costumbre de inventar

Abro el directorio telefónico del 2010, por azar, en la letra H. Ahí me encuentro con nombres como Yeree Astrid, Beley Judith, Romeo Osmek, Norma Erodita, Betza Yamileth, Bielman Antonio y Bitia Catania. Todos ellos activan mi hormona purista, tradicional y ortodoxa. Agradezco por llamarme María y resisto el impulso de llamar a mi padre para decírselo a las 11 de la noche. De repente, mi hormona de la tolerancia, que favorece la diversidad cultural, cuestiona mi primer instinto. ¿Qué tienen de malo los nombres novedosos?

En algunas sociedades de América Latina, en particular en países caribeños como Puerto Rico, la costumbre de inventar nombres es ampliamente aceptada. Incluso hay mecanismos para acuñar apelativos originales. Uno de ellos es semejante a la formación de acrónimos; se toman sílabas del nombre de la madre, del padre, de los abuelos u otros parientes para obtener combinaciones legibles y pronunciables como Daneisy (Daniel y Deisy) y Anayra (Ana y Mayra). En ciertos entornos lo común, e incluso deseable, es llamarse diferente.

Cuando di clases de español en los Estados Unidos, mi jefa en la Universidad Estatal de Ohio reconocía al oído los nombres de los estudiantes afroamericanos. Cuando yo consultaba sobre el récord de Talicia o de Cleavon, de inmediato ella identificaba la etnia de su portador. Las chicas negras llevaban nombres como Chantrelle o Precious; y los chicos, como Pheoris o Edgerin. La onomástica afroamericana es un marcador simbólico que se une a otros –como las trencitas en el pelo y el color oscuro de la piel– para distinguirlos de las otras culturas del país del norte.

En nuestra nación, la adopción de nombres no tradicionales (inventados, prestados de otras culturas o de otras épocas), ¿podría considerarse un marcador sociocultural? O, en otras palabras, ¿los nombres distinguen a determinados grupos poblacionales, como las clases sociales o los gremios profesionales? Una investigación del Registro Civil respondería estas preguntas, cruzando datos con indicadores socioeconómicos. No obstante, tal cosa excede los límites de este ensayo que apenas se contenta con plantear la cuestión.

Lo que sí podemos afirmar es que, al nombrar a un niño, los padres o responsables apelan a un universo de referencias que varía, sustancialmente, de un ambiente social a otro. Compárese, por ejemplo, un pueblo de migrantes, un municipio agrario y una zona populosa del Área Metropolitana de San Salvador. Los referentes que entran en la categoría de “nombres posibles de personas” probablemente serán muy dispares en los tres sitios. En una simplificación, que puede no ser verdadera, pensaría que los apelativos serán más anglófilos en la primera zona; tendientes a los nombres del santoral, en la segunda; y más variados en la tercera.

Me extraña

En lo que aquí nos compete, les comentaré sobre los nombres más raros que encontré en el directorio telefónico de Publicar 2010. Para empezar, tres nombres exclusivos. La segunda palabra de Geovanni Marxoxel no está registrada en las dos fuentes de la web consultadas, Google y Facebook. Se trata de un neologismo que podría derivarse del apellido Marx, que ostentaron el padre del socialismo científico Carlos Marx y los cómicos estadounidenses Groucho, Harpo y Chico, todos Marx. Digno de figurar junto al anterior es Bisgerto: si usted lo busca en Facebook, en Google o en la guía de teléfonos se encontrará con la misma persona; un salvadoreño llamado Bisgerto Colorado. Nadie más que él. El tercer nombre único, to the best of my knowledge como dicen los gringos, es Presa Marina. La primera palabra se usa en el país como apellido, pero como nombre evoca el significado “privada de libertad”.

Otros nombres inusuales que coinciden con nombres de distintas cosas son: Romeo Osmek, donde la última palabra corresponde a una interface para crear contenidos en línea (tampoco entiendo bien el tecnicismo); Vicbay, que podría ser el acrónimo de Victoria Bay (Bahía de Victoria) en Sudáfrica y una marca de ropa en ese país; Betis Herenia, donde el primero evoca al equipo de fútbol Real Betis Balompié de Sevilla, España; y Elderes Edmundo, donde élder es un título dado a los misioneros mormones.

Otros nombres poquísimo comunes, de procedencia o apariencia inglesa, son Altrin Stanley, Beley Judith, Lex Ricardo, Jimy Denike, Tito Goar, Ulmin Osmaro e Ivey; en ellos he marcado las palabras que en otros países funcionan, por lo general, como apellidos. Llona, por su parte, en el País Vasco o Euskadi funciona como apellido. Sulwil Alexander es otro caso destacable; el primer nombre está registrado tan solo una vez en Facebook por un chico filipino. El primer apelativo de Evexa Yanira aparece en Facebook cuatro veces para identificar a una mujer y Google lo reporta como apellido en Argentina.

Licenia Amareli, Marubeny del Carmen, Cherly Marlen, Suley Scarlet, Lorgio Antonio, Herlan Alberto, Neyib Oliver, Wuilton Alexander, Selvi Marquiño, Glicerio Oswaldo y Boris Carbilio son menos inusuales en el sentido de que están repetidos varias veces en Facebook y en Google. Sus procedencias son diversas. Por ejemplo, Neyib es árabe, Glicerio es de origen griego y Selvi pareciera venir desde la India.

Y, dado que me he alargado mucho en esta entrega, ofrezco una adicional y final con los nombres ambiguos Cruz, Santos y Jesús para dentro de quince días.

(Publicado en Contracultura)

Foto: Autorretrato, de José Cabezas

miércoles, diciembre 15, 2010

Me dijo Vega

María Tenorio

El siguiente correo electrónico fue enviado por Edgardo Vega a Horacio Castellanos Moya el 15 de diciembre de 2010, luego de la teleconferencia del escritor en la presentación de los dos primeros libros de la Colección Revuelta, en el Centro Cultural de España de San Salvador. El texto ha sido editado para su difusión. Agradezco el permiso para publicarlo.

“Mala suerte que no viniste, Moya. Hoy que estaba seguro de que te vería, una tormenta de nieve te impidió tomar el vuelo desde Pittsburgh hasta El Salvador. Mirá a qué ciudad te has ido a refundir. Señorial y linda para estar unos días, es cierto, pero tan gringa, tan pensilvánica. Quién te entiende. Allá vos muriéndote del frío. Aquí en la asquerosa San Salvador el clima está muy agradable, hasta he tenido que usar mi suéter que llevo en los otoños de Montreal.

”Hubiera querido invitarte a tomar un par de güisquis para que retomáramos aquella conversación que tuvimos en “La Lumbre” y que vos volviste célebre en tu novelita El asco. Vaya que suavizaste mis comentarios, Moya. Además omitiste algunas cosas que me parecen claves para entender este país de criminales y estúpidos. Esa es una de las razones que me trajeron de nuevo a San Salvador; las otras no vienen al caso, así que me las ahorraré. Qué cosa mejor que seguir conversando en esta ciudad donde nos malformaron los maristas. Como dijiste anoche que te vi en pantalla en el Centro Cultural de España, lo que más se extraña de la tierra de uno son los amigos y platicar con ellos. Luego de 31 años en Canadá he llegado a admitirlo, Moya, he madurado, he superado muchas manías y he dejado atrás mi paranoia. Vos me hiciste ver, en El asco, como andaba yo de atormentado por esta vida.

”Por cierto, es bonito el librito que te publicaron en la Colección Revuelta. Me llevo un ejemplar de tus Breves palaras impúdicas y otro del de este muchacho poeta, Vladimir Amaya, bastante tímido el joven, corto de palabra hablada, aunque sus letras de Agua inhóspita no están mal. A vos nadie te para la guitarra, Moya, fuiste el plato fuerte de la noche, aunque solo te viéramos en pantalla. (Las maravillas de la tecnología y del tal Skype, que te trajo en vivo y en directo desde tu casa en Pittsburgh.) Tu “cuate” Huezo Mixco solo habló unas palabritas presentando la labor editorial que hizo con el patrocinio de los españoles. Buen detalle de la cooperación internacional para este mísero país… aunque ya sabemos que no se salvará del desastre al que se encamina toda la civilización del planeta. Tanto consumismo, tanta contaminación, tanta podredumbre por todos lados. Triste admitirlo, Moya.

”No sé si te diste cuenta, pero el lleno del auditorio en la presentación de anoche era total. Unas 140 personas calculé, como mínimo. Las sillas estaban todas ocupadas, había gente de pie deteniendo las paredes y además varios no pudieron entrar. Extraño que en este asco de ciudad se llene un evento literario; eso que no dieron comida, solo vino y coca cola. Los libros se terminaron, Moya, los repartían en pareja, el tuyo y el del poeta joven juntos. Ojalá queden más, pues Huezo Mixco dijo que entregarían a las llamadas “casas de la cultura” y se distribuirían también en el mismo centro cultural. La ventaja es que están disponibles en el formato digital, en línea, y son gratuitos. Algo mínimo que se hace en este país donde la cultura, vos sabés, es la gran abandonada de los poderosos.

”Te felicito, Moya, por el nuevo título que lanzás. Quedamos a la espera de tu próxima novela La sirvienta y el luchador. Aunque el título más parece cosa de “albañiles” y del Caballo Rojas, ojalá que nos des algo a la altura de tu inteligencia. De veras lamenté que no hayás venido. Como te decía más arriba, encontrarme y conversar con vos era uno de los motivos que me hizo venir de Montreal a esta asquerosa ciudad que me vio nacer, crecer y huir.

”¡Salud!

Edgardo Vega”

Sitio web de la Colección Revuelta

(Publicado en ContraCultura, 16 diciembre 2010)

martes, diciembre 14, 2010

Invitación al lanzamiento de la Colección Revuelta

Están todos invitados a la presentación de los dos primeros títulos de la Colección Revuelta, dirigida por Miguel Huezo Mixco, con el patrocinio del Centro Cultural de España en El Salvador (CCESV). Los libros son "Breves palabras impúdicas" de Horacio Castellanos Moya y "Agua inhóspita" de Vladimir Amaya.

Invitación
Qué: Lanzamiento de Coleccción Revuelta, dos libros gratis
Dónde: Centro Cultural de España en El Salvador, calle La Reforma, col. San Benito, San Salvador
Cuándo: martes 14 de diciembre de 2010, 6:30 p.m.

Más información en el sitio de la Colección Revuelta, dé clic aquí

jueves, diciembre 09, 2010

La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (II)

María Tenorio

Los apelativos procedentes del mundo anglosajón han calado hondo en las formas de llamarnos, erigiéndose como una categoría amplia y variada en nuestra sociedad. Desde hace décadas se han empleado nombres como Elizabeth, William, Jessica y Alexander. Sin embargo, en años recientes aumenta su frecuencia de uso, al tiempo que la onomástica salvadoreña se nutre con más nombres de origen y de apariencia inglesa o extranjera. De más reciente aparición son, por ejemplo, Bryan, Helen y Kevin, para citar ejemplos tomados de los nombres de mis estudiantes de Lenguaje en la Escuela Superior de Economía y Negocios.

My name is

La moda de los nombres en inglés –procedentes de tradiciones griega, germánica o latina muchos de ellos– se debe al prestigio de la civilización al norte del río Grande. Queremos ser como ellos: si no podemos tener su riqueza, apropiémonos de sus nombres. Un fenómeno semejante ocurrió en las tierras ibéricas hace más de mil años, luego del despliegue de poder guerrero de los invasores bárbaros y la consiguiente caída del Imperio Romano: los nombres de origen germánico (bárbaro) se propagaron e incluso desplazaron a los hebreos, latinos y griegos que se habían popularizado con la tradición cristiana.

Ejemplos de nombres anglosajones mezclados con nombres castellanos son Rocío Jeannette, Donovan Josué, Marta Jaqueline, Steve Emerson y Jhonny de Jesús. También se encuentran los más anglófonos Melanie, Milton Alexander, Jessica Lissette y Edwin William. En tanto, algunos hispanizan las grafías, como ocurre con Franklin Yovani, Nubia Yaneth, Yessika Erlinda y Jeni Carolina. Están también los que suenan como en inglés, aunque su origen no está comprobado. Ese es el caso de Yosabeth, Sulwil Alexander, Lidisceth del Carmen y Selvin Ernesto. Como puede verse en estas muestras, tomadas todas de la guía telefónica de Publicar 2010, entre los apelativos anglófilos hay algunos muy comunes y frecuentes, y otros muy extravagantes y novedosos. Todo reside, como dijimos en la primera entrega de este ensayo, en la frecuencia de uso: el oído se acostumbra; la tradición se construye por repetición.

No cabe duda de que una vía de entrada de la anglofilia que permea nuestras formas de llamarnos y, en general, nuestra cultura es el enorme movimiento de población salvadoreña hacia el gran vecino del Norte en busca de oportunidades de trabajo, de seguridad y de vida. Las migraciones han aportado mucho más que dólares, ropa, educación, electrodomésticos y arquitectura en los últimos treinta años: la remesa onomástica está transformando el panorama de los nombres propios salvadoreños, naturalizando la oferta de apelativos en inglés.

A manera de hipótesis, se puede plantear que los nombres anglos irrumpen en el país a partir de las clases menos educadas –entre las que han sido más fuertes las migraciones– en un movimiento que tiende a propagarse en toda la escala social. La razón podría ser que quienes cuentan con menos formación tienen menos tabúes para innovar, sobre todo en un terreno tan sensible como el de dar nombre a sus hijos. Según algunos de mis alumnos de Lenguaje, los nombres más extraños “son de personas que tuvieron padres con poca educación”. Las clases más favorecidas tienden a ser más conservadoras en este ámbito.

Mamá, quiero ser artista

Además de las migraciones, la enorme producción cultural –en lengua inglesa– de cine, música, revistas, libros, televisión y publicidad nos ha dotado con indicaciones sobre cómo llamarnos para ser exitosos, bellos, valientes o dichosos. Algunos nombres de salvadoreños encontrados en el directorio telefónico que relaciono con personajes del imaginario cultural y mediático de tradición anglosajona son: Néstor Ivanhoe, asociado con el personaje de la novela histórica de Sir Walter Scott, Wilfredo de Ivanhoe; Woody Rogelio, con el director de cine neoyorquino Woody Allen; Magnum Alexander, con el programa televisivo Magnum P.I.; Dorian Armando, con el Retrato de Dorian Gray, novela de Oscar Wilde; Barby Yessenia, con la famosa muñeca Barbie.

En la categoría de personajes famosos de origen anglosajón traigo a ustedes el poco usual nombre de pila de un compatriota, Elvis Land, que literalmente significa la tierra de Elvis, posiblemente en alusión a Elvis Presley, el Rey del Rock. El apelativo constituye una violación contra la Ley del Nombre de la Persona Natural, vigente en el país desde 1991, por el uso de un nombre impropio de persona, la palabra común land que significa tierra, terreno, país, nación o reino.

Si bien algunos casticistas (entre ellos, varios de mis estudiantes universitarios) objetan el uso de nombres extranjeros por las dificultades para pronunciarlos, la Ley del Nombre no opone restricciones a ese respecto. Aquí, sin duda, debería imperar el sentido común. Pero, en Ransey Ernesto, ¿se pronuncia /Ranséi/ o /Ránsi/? Y en Orpha Lissete, ¿se dice /Orfa/ u /Orpa/?

La ley tampoco norma la manera de escribirlos, quedando a juicio de los padres o de los funcionarios del Registro Civil. En la guía se encuentran nombres con hasta cinco grafías distintas, por ejemplo: Marta Jaqueline, Jackeline Lisseth, Jaquelinne Grissel y Heidi Yaqueline; Freddy Konrad, Fredi Antonio, José Fredis, Fredy Armando y Fredee Agustín; Rudy Cristian y Christian Manuel; Katherine, Katherin Margarita y Rudit Katerin; Nancy Yoshie y Nansi del Carmen. Siempre he oído decir que hay libertad sobre cómo deletrear los nombres propios, lo cual aplicaría a los de cualquier procedencia.

Algo más en cuanto a las grafías. Las letras “h” y “y” suelen actuar como marca de prestigio en apelativos que, a veces, tienen equivalente en castellano: Martha, Rhina Elizabeth, Thelma, Gladys Otilia, Doly Edita, Cecilia Yudith y Fany Esmeralda sirvan como ejemplos. Esta que escribe carga con su propia “h” final en el nombre Ruth, del que podría prescindir con facilidad. Otra marca de prestigio –también asociada con lo anglo y, en general, con lo extranjero– es la duplicación de letras. Esta práctica sigue, muchas veces, las formas “originales” de escribir los nombres en otras lenguas; sin embargo también se usa a discreción de los padres o los dadores de nombres. Además de los ejemplos que puede hallar en el párrafo anterior, tenemos el caso de Bonnie Ailleen, Claudia Lissette, Ivonne Desiree y María Haydeé.

En la próxima entrega lea sobre la tradición de inventar nombres, así como sobre los apelativos Santos, Cruz, Jesús y Tránsito que en nuestro país se usan tanto para hombre como para mujer.

(Publicado en Contracultura, 9 diciembre 2010).

Ilustración: Tarjeta postal que muestra la alameda Roosevelt, San Salvador, fechada el 16 de junio de 1946 y firmada por Óscar A. Rodríguez. Publicada en el blog de Julio Martínez.

miércoles, diciembre 08, 2010

El suicidio indoloro

Miguel Huezo Mixco

Alrededor del mundo existen organizaciones defensoras del “derecho a morir dignamente” (DMD). Operan en la Web y se les puede seguir en Facebook. Su misión consiste en ayudar a que las personas puedan morir de acuerdo con sus creencias particulares.

Estamos hablando de la eutanasia. La “buena muerte”. En la mayoría de países, incluyendo El Salvador, dicha práctica está penalizada. Sin embargo, cada tiempo ocurren casos que consiguen escapar de las frías estadísticas de suicidios --la décima causa de mortalidad (1,5%) en el mundo--y generan debate sobre el derecho a “adelantar” nuestra propia muerte.

Tal es el caso de Carlos Santos Velicia, 66 años, malagueño y guía turístico de profesión, cuyas últimas fotos miro mientras leo el reportaje publicado por el escritor Juan José Millás en El País (España) el pasado domingo 5 de diciembre. La pieza es estremecedora. Millás (Premio Nacional de Narrativa 2008), tiene dos años menos que Santos Velicia y al final revelará que él también es socio de DMD.

Carlos salió de su casa en Málaga hacia la última parada de su peregrinación y se reunió con Millás un día antes de ingerir su cóctel letal en un cómodo hotel del viejo Madrid para contarle su historia y ayudar a generar debate sobre la eutanasia. "Sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia", dice el escritor.

La muerte asistida ha sido tema de muchos libros, debates y de algunas películas, como “Las invasiones bárbaras”, quizás una de las mejores que he visto en mi vida. Pero la historia de Santos Velicia está lejos de ser una ficción. Carlos contempló el suicidio cuando la vida le regaló dos graves e inesperados infartos de miocardio. Tenía poco más de 50 años. Quedó jodido. Para empezar, sin trabajo. Cuenta: “Tuve que plantearme mi vida (…) me voy a suicidar, pero a mi manera”.

Pasarían quince años para que llegara la decisión final. Entre tanto, otros males comenzaron a aquejarlo: incontinencia urinaria, hernia discal, insuficiencia cardiaca, taquicardia, arritmia. Lo peor de todo fue un tumor en la columna vertebral que lo condenaba a padecer terriblemente.

Comenzó a darle vueltas a la manera de adelantar su muerte. Las opciones de pegarse un tiro o lanzarse desde un octavo piso se le hicieron desagradables. “Soy una persona pacífica, no me gusta la violencia”, explica. Entonces tomó contacto con Exit, de Australia. Después con Dignitas, de Suiza. Estos, a su vez, le recomendaron buscar a la DMD de Barcelona, quienes lo remitieron al grupo de Madrid.

Durante su conversación le habló a Millás de su novela inédita “El hombre dividido”, que escribió durante los últimos quince años de su vida. Allí cuenta sobre sus paseos. Había conocido la mitad del mundo, pero para su último viaje llevó solo un pijama, camisa, calcetines, zapatillas, calzoncillos y los componentes del cóctel de autoliberación. “He ido desprendiéndome de todo (…) no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje”, le dice.

Al día siguiente, acompañado de un voluntario y una voluntaria de DMD, se tomó a cucharadas, entre bromas, el puré de pastillas pulverizadas revueltas con yogurt que él mismo había preparado. Una hora más tarde se quedó dormido. Después dejó de respirar. Sin sufrimiento, sin dolor, jugándole la vuelta a una perspectiva clínica aterradora. Un final feliz para una vida intensa. Vale la pena pensárselo. Uno se va haciendo viejo.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 9 de diciembre de 2010)

Foto: Sofía Moro/ El País

¿Querés leer todo el reportaje? Aquí está